La historia la escriben los vencedores; llenan con los colores de sus banderas todo un relato, inundan memorias, en ocasiones con mentiras, el recuerdo de un país, y para hacer de contrapoder a esto, nacen los poetas. Uno de los más conocidos casos podemos verlo en la generación del 27 y los poetas de la Guerra Civil. Más de sesenta, de los cuales apenas una larga docena son conocidos; es por eso que hoy os descubrimos a Pedro Garfias, nacido en Salamanca, criado en Sevilla y exiliado en México.

«Alas del sur», Antología poética de Pedro Garfias (Renacimiento)

Esta antología reúne una muestra completa de las etapas, estilos y temas centrales del poeta durante los años comprendidos entre 1926 y 1967 dividida en cinco capítulos: «Hoy que llevo mis campos en mis ojos» es el primero de ellos. Aquí el estilo descriptivo, junto a una lírica muy personal (es sencillo darse cuenta de su única autenticidad), nos hace ver el perfecto encaje que tiene en la generación del 27. Suena a Campos de Castilla, solo que hablando de Andalucía, patria y ciudad.

Yo te puedo poblar, soledad mía,
igual que puedo hacer rocas y árboles
de estas oscuras gentes que me cercan.

Cómo su gracia y limpidez los ojos
me abrasan con su luz… No lo soñara
la torpe mano que me arrebata
mi blanca Andalucía.

«Hambre de pan y horizontes» es, estrictamente, el capítulo que se ciñe a los años de la Guerra. Memoria y dignidad que inmortalizan al miliciano muerto, a las Brigadas Internacionales, a Federico García Lorca, a generales y capitanes, a José Díaz y a Dolores Ibárruri, a los Héroes del sur. 

A la muerte de José Díaz
Desde nieves con sangre
y cosechas ardidas,
desde esqueletos pálidos de fábrica
y casas en ruinas,
nos llegan las palabras:
Ha muerto José Díaz.

Allí donde la muerte tenazmente labora
la piedra y la sonrisa
y clava a hachazo limpio en el paisaje
el duro ceño de la nueve fría,
José Díaz ha muerto rodeado
de claras formas rígidas,
de voces con espanto y duras manos
fraternas conmovidas.

Hombres, titanes, dioses
vieron correr su vida,
romperse, despeñarse
por la fijeza atroz de sus pupilas
vieron morir su cuerpo
ardiendo en sus cenizas.

La muerte trabaja infatigable.
Aquí una pobre aldea en carne viva,
aquí una presa levantada a pulso
y a pulso sostenida,
toda una historia y una aurora a punto
echada atrás, hacia la noche lívida.
Y José Díaz muerto, muerto y vivo,
porque la guerra dura todavía.

«Dejadme saber mi sueño» es el tercer capítulo de esta antología, que recoge la versión más íntima del poeta. Romances, canciones y sonetos componen en la armonía del exilio este tercer título.

Guadalquivir
El espejo de tus aguas
sabe del rodar suave
de las tardes sevillanas.

Ay, río que se me va.
Ay, tarde que se me escapa.

A cada paso del río
va adelgazando la noche
y las estrellas menudas
ya nos parecen enormes.

Capitán, pronto, la brújula.
Que este río no va al mar.
Que va a la luna.

 

El cuarto capítulo, Llevar la vida a cuestas, es sin duda ese conjunto de glosas, sonetos y poemas de los que hablamos cuando mencionamos el hastío y la apatía de la posguerra, el exilio y la profunda crisis existencial en la que muchos autores de la época cayeron.

III
Debió ser un hombre fatigado
de tanto buscar luz entre la noche oscura.

IV
La soledad que uno busca
no se llama soledad;
soledad es el vacío
que a uno le hacen los demás.

El último capítulo recoge siete poemas dedicados al mundo de la tauromaquia, muy popular, extendida y aceptada en la época por todo el Estado español y, posteriormente, en México, donde se exilió el poeta hasta su muerte. Desde allí nos llegaron sus glosas, sonetos y poemas que componen esta antología .