Estrenamos con Alex Richter-Boix esta serie de artículos mediante la que, a modo de mención o breve reseña, queremos reconocer a aquellos poetas de Poémame que destacan tanto por la calidad como por la constancia en sus aportaciones a nuestra comunidad literaria.


Recién llegado al «bar de poesía» de Poémame, Alex cautiva con la frescura de sus letras, con el formato y contenido de sus versos y prosas poéticas: salta con audacia y agilidad de una imagen a la otra, de un pensamiento a otro; e imprime sensaciones en el lector que no son fáciles de olvidar. Posee una gran facilidad para unir elementos aparentemente distantes en significado y los envuelve en un lirismo tan suyo, tan característico de su pluma:

Tres mil millones de brutalidad (fragmento)

Allí, en ese mundo,
soy tres mil millones de brutalidad.
Tres mil millones de pares de bases enlazadas,
con la finalidad de ordenar lo imposible.
Mi brutalidad pisa una orquídea.
Treinta y cuatro mil millones pares de bases,
reducidas bajo una bota.
Treinta y cuatro mil millones pares de bases,
de información para moldear la belleza.
La mía, la partitura que me compone,
cabe en uno solo de sus cromosomas.
¡Uno!

Poemas como «Tres mil millones de brutalidad«, «Madre que acicala cabellos alborotados«, «Paseo entre la ventisca» y la trilogía de prosa poética «La noche es el vestido del mundo» dejan entrever un genio y una habilidad literaria incipiente y prolífica, en la que la naturaleza -salvaje o urbana, visible o invisible- sirve de puente entre el lector y la realidad poética de la vida. Esperamos sus siguientes entregas y brindamos por él desde este rincón de poesía.

La noche es el vestido del mundo (I)

Un relincho de caballo.
Una expiración.
Un lomo sudado.
Húmedo.
Intenso.
Extenuado.
Repican los cascos de los caballos.
Adoquines húmedos por la lluvia de esta tarde.
Un charco captura la profundidad y delicadeza del cielo estrellado.
Hace bailar las constelaciones al son de los caballos.

Las cornejas alzan el vuelo ensombreciendo la noche.
Dejando un rastro de plumas descosidas.
¿Dónde irán a estas horas?
La oscuridad se las traga.
Devolviendo el eco del graznido.
Las sombras ya no tienen cabida.
El negro se cierne de nuevo sobre las calles.
Algo se ha comido a la luna y el charco ya no refleja nada.
No me veo.
Mejor.
En los espejos siempre veo al otro.
Por eso los rehuyo.
Me dan miedo.
Me dibujo de gato pardo y sigo mi camino.

La oscuridad es el vestido del mundo.
Con la noche en mundo calla.
La ciudad que me habita se despliega a cada paso que doy.
Las nubes siegan un cielo empapelado con postales de otros tiempos.
Identifico un nuevo punto de luz en la bóveda.
Un destello que tuvo lugar hace miles,
quizás millones de años, y que hoy me llega haciendo presente el pasado.
No existo para quien nos esté observando desde la oscuridad del espacio.
En este momento soy futuro no presente.

 

Madre que acicala cabellos alborotados

Es un peine que doma un cabello rebelde
No hay destino en ello,
sólo biología y leyes.
Como lo hicieron antes,
las cosas ocurren,
sin oráculo
sin profecia
sin cabala
ocurrirán mañana,
como lo han hecho hasta ahora;
con el mismo principio
con el mismo final.
Siempre la misma vieja memoria
extendiéndose en el tiempo.

Toda revolución acaba convertida en peine.
Todos los muertos tienen el mismo final.
Comida para el tiempo,
para el podenco tuerto.
Tierra sobre tierra que traga tierra.
Corren en la misma dirección,
para llegar a ninguna parte.

La transgresión agotada
da dentalladas al aire,
traga polvo en su sueño
que es sabor a muerte por la mañana.
Se enjuaga en el lago,
donde salta la trucha,
donde aguarda siempre una muchacha
de ojos níveos cortados a tijerazos,
mirada de incontables dimensiones
que siguen viéndote,
evocándote,
mientras los crímenes se repiten
en un Universo plano,
no excavable.

La memoria socava la vida,
la sumerge en un estado somnoliento
de lento inconsciente.
Su mirada bordada,
refleja mundos distantes,
bajo otro sol
de otra galaxia
de silencios que acechan,
de los que nos echan sobre los hombros
los muertos,
desde una eternidad caduca
que se pliega sobre sí misma,
donde todo queda solo
entre cabellos alborotados,
enmarañados, que ondean al viento
en una tormenta de harina
por la que pasean furtivamente
un muerto tras otro,
hasta esa madre de madres
que acicala dulcemente sobre sus rodillas
la vida que quiere ser vivida.

 

Paseo entre la ventisca

El cielo se volcaba delicadamente sobre el suelo en un movimiento lento y fluido.
El mundo había quedado reducido a un torbellino de cenizas blancas que borraba el horizonte.
Todo parecía estar suspendido en la nada.
Tú estabas a mi lado pero el espacio entre nosotros parecía cada vez mayor.
Más espeso y etéreo al mismo tiempo.
Simplemente se difuminaba lo que había entre nosotros.
Eramos pura ventisca arrastrándonos el uno al otro.
Subiendo y bajando,
arrojándonos,
de un lado para otro,
de aquí para allá,
contra un paisaje que desaparecía en cada uno de nuestros arrebatos.

Cuando la tormenta arrió estaba sólo.
Caminé por un campo de nieve sembrado con cabezas de caballo.
Sus lenguas congeladas colgaban pintorescas de unas bocas grandes y grotescas.
Era un espacio virgen y estéril.
Muerto.
Allí donde la razón y la palabra son imposibles.
Ese punto en el cual se desata la tragedia.
Al cerrar los ojos no reconocía a quien veía.
¿Eras tú?
Temo que fuese otra persona.
Me aterra pensar que he olvidado tus facciones.

El desenlace de la tragedia carece de toda importancia.
No se sobrevive a ella,
lo que resulta es algo completamente nuevo,
distinto a lo que había precedido.

Pienso a menudo,
caminando todavía entre esas cabezas congeladas,
en el camino,
el sendero que nos llevó a despojarnos del lenguaje y la conciencia.
Sin ellos estamos ahora incapacitados para todo.
Entramos,
jugando como quien no quiere la cosa,
en el espacio de la incertidumbre.
Nos dejamos llevar,
y ahora, aquí, en este páramo helado y vacío,
intento volver la vista buscando un paisaje familiar.
Sólo veo cabezas equinas de rostros esperpénticos y lenguas frías.
La palabra es imposible para ellas.
Aquí estamos todos mudos.
Un pajarito de las estepas,
posado sobre mi labio,
se ha llenado el buche con todo mi lenguaje.