A veces, al leer a un autor desconocido, nos impacta desde las primeras líneas. Me ha sucedido con muchos autores de haiku clásicos y actuales, pero deseo referirme ahora de un caso particular, el de Julien Vocance (cuyo nombre auténtico era Joseph Seguin, 1878-1954), a quien descubrí a través de la obra de Fernando Rodríguez-Izquierdo “El haiku japonés”, editado por Hiperión. Él cita a Vocance en el capítulo 9 titulado “Fortuna del haiku en la literatura universal”, dentro del subtítulo: “El haiku en francés”.

Cien visiones de guerra, de Julian Vocance, trad. Susana Benet (Renacimiento, 2017)

Pero ¿qué tiene de particular este autor?, ¿lo que escribe son haikus en el sentido más puro? , ¿la traducción debe ser literal?

Trataré de responder a estas cuestiones desde mi modesto punto de vista. En primer lugar me impresionó leer sus “Cien visiones de guerra” porque nunca había leído haikus dedicados a este difícil tema. Pero lo que más me admiró fue la sencillez y naturalidad con que Vocance nos muestra el terrible escenario de la Gran Guerra, los acontecimientos dramáticos que contempló y que, con serenidad y concisión, fue trasladando al papel como breves instantáneas poéticas. ¿Y por qué se valió del haiku para hacerlo? Vocance formaba parte de un grupo de poetas franceses que a principios del S. XX se interesaron por la estrofa oriental. De este grupo formaban parte Paul Louis Couchoud, Paul Éluard y Jean Paulhan. Habiendo descubierto el haiku, se valió de la breve estrofa para componer un relato sobre sus vivencias en las trincheras. Estos haiku, o haï-kaï como los llamaban en Francia, fueron posteriormente publicados en la Grande Revue (París, 1916) con gran éxito de crítica.

Cuando leemos a los autores clásicos, no nos encontramos habitualmente con temas bélicos, aunque existen ejemplos. Recientemente, la editorial Hiperión ha publicado “Haikus de guerra” de Seiko Ota y Elena Gallego. Desde una postura ortodoxa, estos tercetos no son haikus a la manera tradicional, son poemas impregnados de sabor a haiku porque nos relatan de manera sencilla y directa sucesos, vivencias, observaciones basados en la propia experiencia, sin añadir elementos artificiales.

Sabía que el tema era arriesgado y que mi conocimiento del francés es muy básico, pero sentí la intensa necesidad de traducirlos, de dar a conocer este testimonio que, más o menos fiel a los principios de haiku tradicional, trata de relatar, denunciar y poner ante nuestros ojos la crueldad que supone cualquier enfrentamiento bélico. De este modo me comprometí emocionalmente con este soldadito desconocido, casi anónimo, cuyo coraje me conmovió. Y, además, conté con el apoyo de la editorial Renacimiento, que decidió publicar el libro dentro del centenario de la Primera Guerra Mundial.

En cuanto a la forma, he procurado transmitir con la mayor fidelidad las terribles visiones, sin apartarme demasiado de la forma literal, pero modificando a veces el contenido para poder ajustarlo lo más posible a la métrica tradicional del haiku, aunque en muchas ocasiones esta tarea me ha resultado imposible.

En cuanto a lo que el haiku trata de transmitir, es decir, las impresiones captadas por los sentidos, hay una buena cantidad de ejemplos en este libro, apuntes de lo que sucede en torno al observador, aquello que irrumpe de una forma violenta, amenazante.

Encontramos imágenes visuales que describen el panorama siniestro que el ojo contempla desde su escondite.

Quince días a ras de suelo,
mi ojo conoce los más leves montículos,
las mínimas hierbas.

Si ves en el cielo copos de humo
busca el avión…
Por otro lado.

Una ametralladora ensangrentada,
antes de morir, esparció
su abanico de cadáveres.

Cuando se trata de sensaciones auditivas, estas llegan a ser inquietantes y brutales, tal como él las experimenta.

A ras de las trincheras
los bufidos de gato furioso
de los Minenwerfer*.

* Mortero, lanzador de minas alemán

Mi oído inquieto analiza los sonidos:
nuestros… de los Boches… 77… 120*
a la derecha… enfrente… arriba… ¡Tocado!

* Cañón alemán de calibre 120

Perros lejanos aúllan a la muerte…
Se acercan…
Y pasan de largo…

En otros momentos lo que Vocance nos muestra es la vulnerabilidad de los cuerpos, sometidos a duras condiciones físicas, a la enfermedad, a las heridas, a los parásitos.

En su franela
sus uñas van picoteando
a los bichitos.

Con la tierra
sus cuerpos celebran
nupcias sangrientas.

A trocitos,
un abanico en torno a él,
su carne esparcida.

Sin embargo, aun enfrentado a la amenaza continua, contemplando a su alrededor las terribles secuelas de cada bombardeo, los cuerpos abatidos sobre el barro, el dolor y la fatiga de los que sobreviven, el poeta es capaz de encontrar un breve espacio para el humor o la observación banal, tal vez como única manera de sobrellevar el espanto.

A mí me dio en la nalga,
a ti en el ojo.
Tú eres un héroe, yo casi.

Si doy mi pellejo por ti
-campesino rapaz-
dame leña para mi sopa.

La tez rubicunda,
el vientre desabrochado:
cocinero de oficiales.

Vocance sobrevivió a la guerra, fue condecorado por su valor. Perdió un ojo.

Aunque conocido por estas visiones de guerra, que tan aplaudidas fueron por el público de su época y que ahora tratamos de rescatar del olvido, Vocance escribió otros tercetos sobre la guerra, así como poemas más extensos sobre temas variados, en un volumen publicado en 1983 por Les Compagnons du Livre bajo el título: “Le livre des Haï-Kaï” y “Le héron huppé”, También se han reeditado en Francia, recientemente, sus “Cien visiones de guerra”.

Mi deseo, al realizar este proyecto, ha sido contribuir a la difusión de la obra de este poeta apenas conocido en nuestro país. Se trata de mi homenaje personal a este soldado, como a todos los que padecieron y padecen los horrores de la guerra.