A las personas nos encanta clasificar. Debe ser algo insertado en nuestro cerebro. Cuando hablamos de poesía, nos fijamos en su estilo, en su forma, o en los temas que trata: verso clásico o verso libre, poesía superficial o profunda, accesible o sofisticada, sencilla o compleja.

Pero la poesía no es sólo el poema, como objeto de lectura en sí, es también el efecto que produce en el lector. Y desde esta perspectiva descubrimos poesía que resulta difícil de clasificar, poesía que independientemente de su apariencia transmite no solo un mensaje, sino también una actitud, un estado de ánimo.

Es este el caso de la poesía de José Manuel Gómez Mira. Sus poemas nos hablan desde la serenidad -como el eco de una larga conversación junto a la hoguera- del paso del tiempo y de la naturaleza: tardes de lluvia, árboles y arroyos, inviernos pasados y futuros… En sus versos se intuye un poso de Neruda y de Machado, y una observación íntima y atenta del entorno que le rodea y que le inspira, de la vida.

Escribe José Manuel en primera persona, dirigiéndose con frecuencia a ella, amada o acompañante, o interpelándonos directamente como lectores. Sus poemas, ajenos a los textos de consumo rápido tan habituales hoy en día, nos exigen una lectura sosegada; aquella en la que, llegados al último verso, volvemos atrás para entretenernos en alguna estrofa o contemplar el poema en su totalidad, como el caminante que tras ascender a un altozano se detiene para admirar y recordar el camino recorrido, y descubrir así nuevos significados y matices.

Sin extenderme más, comparto con vosotros una breve muestra de la obra de José Manuel y os invito a seguir descubriendo y disfrutando su poesía.


Amores largos

Mi amor es largo
en tiempo y distancias,
largo en ausencias,
es camino largo
de tierra y aguas
con una meta:
alcanzar tu cintura,
tu piel serena.

Llegaré hasta tu puerta;
una rosa en la mano,
y unos besos prendidos
entre los labios
para entregarte
en la noche de fuego
que nos espera.

 

Sabiéndonos presentes

Se hincan de rodillas las nubes
ante el fragor sereno de tu transparencia,
se postran con el diálogo permanente
del vuelo de tus flores aladas.

Soy tuyo
cuando con la amanecida
se transforman tu Luna y mi Fuego
en patria de eclipses creadores
de un mismo caudal casual de voluntad,
eres mía
en la búsqueda con tus pensamientos
de cualquiera avalancha cálida y vibrante
entre tus labios,
somos nuestros
con la charla plácida donde cerramos,
abandonadas,
las ventanas maleducadas del ayer,
somos nosotros
al hacernos barrenderos de las hojas secas
y en la confesión de las aceras.

Es entonces nuestra la lumbre,
tú las pavesas,
y yo la ventolera
que las eleva hasta donde cruje
nuestra madera sagrada,
eres entonces perfume indomable de acacias,
perímetro constante a conquistar
en mis tardes y en mis noches
congestionadas ante el poder de tu pasión,
es para entonces nuestro también el azar
cuando se afina con el anochecer
en nuestro lecho de distancias.

 

En tu cintura

Ardiendo en tu cintura
un nido de hipocampos
me anuncia amaneceres
cruzados por cascadas,
al lado de tu pecho
se acogen terremotos,
renuncian los temores,
se esconde el viento sabio.

Callado a ti me acerco,
armado de inocencia,
hundido en ti me pierdo.

Sintiendo la cadencia
del alma en tus latidos
adorno con guirnaldas
los valses de tu vientre,
decoro de rubores
las llamas de tus senos.

Ardiendo en tu cintura
se incendian cataratas
de hielo y de rocío,
de nieves en tu espalda
rozada por el tibio
temblor de la esperanza.

 

Que estalle la paz

Afilemos viejos lápices,
esgrimamos tizas blancas,
unámoslos en barrera de armonías,
detengamos con su fuerza
la agonía de cañones
del hambre de los hombres,
escribamos las palabras
con las que remendar auroras
en ofrenda de las selvas.

Que nos inunde la paz,
volteada como diábolo
en su cuerda,
disparada como flecha
hacia la diana
de los sentimientos libres,
que estalle repentina
la esperanza contundente y absoluta
cuando cese la epopeya
de los duelos,
el combate por el pan
de cada día.

Soñemos
ocho estrellas blancas,
soñemos limpia la bandera
hoy ultrajada por manos negras,
soñemos en la paz,
en la esperanza,
volvernos sobre el mar
como una lanza
cargada de justicia y de prudencia.

Roguemos
por el tiempo en que será
la libertad
con la que abrazar la tierra,
con la que respirar presencias,
en la que dibujar
sin sombras
ni silencios ni cadenas.

De pronto se hará el mañana,
y este tiempo,
inflado de paciencia,
verá crecer los hongos y los setos,
y hasta el río,
guardián de los secretos,
hará remansos,
deteniendo el curso de su llanto.

Asaltados nuestros diques
reventará la paz en mil burbujas,
con cada espina,
en cada esquina,
en tus ventanas,
bajo mis puertas.

 

Tu silencio rueda

A la vera de tu torre,
aderezada por el batir de las tormentas,
vas olvidando el tiempo
entre el solo de una flauta
y en la gratitud de tu grito sincero.

Más allá de las leyendas
(y de los años)
está el clamor de tus esferas abatidas,
llora y vibra
en el quejido solidario
del hierro oxidado de tus rejas
el solfeo áspero de las abejas despistadas,
la alquimia desmembrada
por tus rúbricas de insomnios.

Tu silencio respira en un reloj de Sol,
se bebe el tiempo a sorbos
(y a tientas)
más allá de las brumas,
cuando marca las diez
en tu ermita de paredes invisibles
y en el canto madrugador y sin consuelo
de un petirrojo en su espadaña.

Sabes que callas para escuchar
con el ronroneo meritorio de la lluvia
la vergüenza del satélite
agachado tras tu sombra,
sabes que caminar es el destino
de los que buscan la paz,
y se hunden sin pudor en el vértigo del valle,
conoces cómo has de tallar las piedras
para olvidar esas torres
hoy presentidas de tristeza,
ahora confusión de letras rotas
y de pecados del habla.

Más allá de donde las fuentes
regalan sus gotas doloridas
sobre tu torso helado
tu silencio ha de mudar
en sonido de la hiedra creciente
agarrada con ansiedad al mampuesto,
expuestas sus raíces hacia el aire,
cuaderno de bitácora desde donde redactar
la historia descosida de sus cabrestantes,
será diez kilogramos de ideas
suspendidas en lo alto
de una columna y de un capitel
sencillos y tallados de agua,
trasiego perpetuo del convencimiento,
espejo trashumante
en perspectiva de destino.

No será tu silencio túnel desfallecido
o inmenso secarral
de presente y de futuro,
no se tornará escala de patíbulo,
raíz cuadrada de la nada
o higuera infértil,
pues tus lágrimas las disipará el contraste
de un tañido ufano de campanas.

 

Piel del roble

Mi árbol antiguo,
roble viejo,
renacido en la colina en primavera,
haz que el aire hable en ti,
que te dé voz
para contarme en cada frase tuya
lo que sientes,
lo que vives,
lo que esperas.

Díctame con tus hojas,
con su envés,
los secretos más profundos,
nárrame a través de tus raíces
como es la tierra nuestra
que te envuelve,
para sentirte en mí,
para gozarte,
para darme la paz
que ahora presiento
en la columna suave de tu tronco.

Como lluvia que golpea
tu estructura centenaria
háblame con calma de los tiempos,
como Sol que le da luz
a tus nidos y a tus brotes,
dibuja en mi alma trazos nuevos,
de juventud en tantos años renacida.

Viejo amado,
roble viejo,
perspicaz anacoreta de los bosques,
anciano redimido por los años
de tus musgos,
de tus hiedras,
canta con mi abrazo
la eternidad de la sonata de tus sendas,
sé mi albergue
cuando llegue el día,
y que sean mis cenizas
alimento de tu herencia.

 

Pluma de tarde y aguas

No menguan los instantes
que tus frases rozan,
ni se borran los minutos
cuando te ausentas.

Flota cada noche en mis moradas
tu voz de incipiente incienso verde,
boga en la penumbra
el canto imaginario de tus cejas,
leo entre la llama de una vela blanca
el Todo de este tiempo,
el Ahora presente entre nosotros.

Me vuelvo jinete
en cabalgada hacia los prados
donde presumo que te apostas,
calzo espuelas de aires suaves.

Floto ante la carantoña de los vidrios,
rumio versos sobre un diván de lluvias
en estas líneas breves
redactadas con la pluma de mis tardes.

 

Hinojos

Mientras siga sonando
la canción de los grillos en celo
he de lograr que estos mansos pasos
pueblen veredas.

Si veis que continúo
hablándoos sin descanso
de mis edades sin pausa,
comprendedme,
pues quiero explicaros
cada minuto de permanencia
entre este alma y esta piel,
explicaros una a una cada una de las grietas
del tiempo que respiro y atrapo
en un segundo de coraje,
y de cómo es la sombra permanente
del árbol que se acerca
cuando detengo mis pasos
entre las rutas sacras de mi verde país.

Mientras suene
la canción de los grillos en celo
arrancaré las hojas y semillas del hinojo
tal y como mi abuelo me enseñó
en un día lejano de un junio,
las restregaré entre mis manos,
y así seguiré
reservando el aroma de vida
sobre los dedos
hasta nutrirme con su olor,
así seguiré,
explicándoos el por qué de las arrugas
que ensalzan gozosas mi frente.