“No habrá risa; no habrá arte; ni literatura ni ciencia; sólo habrá ambición de poder, cada día de una manera más sutil” (Orwell, 1948, p. 101)

El arte ha servido en la contienda contra las injusticias universales, promoviendo la libertad del pensador que es el fabricante de dichas piezas, con su peso reflexivo y deconstructivo. Una de las luchas en las que ha intervenido es contra el sistema católico occidental, desde el año 100 d.C. cuando las persecuciones contra los “paganos” se incluyó en la índole gubernamental. Dentro de este trabajo se busca evidenciar cómo ese veto religioso restringe el desarrollo de “ellas”, y cómo las mujeres encontraron la manera de escabullirse en el arte, especialmente en la poesía. En esa guerra extendida en varios siglos, por la oposición al paganismo, se ocultó parte importante de la alabanza a figuras femeninas, el reconocimiento de su sabiduría, e incluso se suprimieron los canales para su contribución pública.

Desde la historia impopular, es decir la her-story, la mujer tuvo un poder nato que era visto como el primer milagro: la creación. De las caderas grandes de “esas otras” que parecían pares, se aproximaba una cabeza entre sus piernas. Como los humanos tienen el deseo de deificar aquello que les impacta, la llamaron “Diosa Madre”. Allí albergaron la promesa de la fertilidad para no extinguirnos. Siguiendo en esos años de las primeras pisadas en el paleolítico, hasta sus avances de herramentación en el mesolítico, nuestro inconsciente colectivo[1] relaciona el verde con la naturaleza, las primeras sociedades e incluso a la Diosa Ella.

 En varias culturas, como las vikingas, celtas, egipcias , entre otras, las mujeres y los hombres gozaban de los mismos derechos y oportunidades. Las féminas eran sinónimo de una erudición mágica, cuasi científica; cognición heredada que las hacía más conocedoras de las plantas, la colorimetría, los olores, enfermedades y cómo descifrar la somatización; relacionadas totalmente con la luna, fecundidad, y otros elementos que hasta la actualidad simbolizan una pureza congénita de sus entes. Nuevamente, el inconsciente colectivo trae a pensar en la chamana, sacerdotisa, bruja o curandera, que atendía con hierbas, y otros elementos que hoy son sintetizados en las pastillas. Aldeas y tribus que adoraron a un sin número de deidades, pero siempre con la injerencia de una Diosa Madre, fueron clasificadas en el diccionario católico, como paganas.

Con la expansión de la cristiandad, muchos pueblos se vieron en la posición de ceder sus territorios, como fue el caso de los Vikingos ante Francia, por lo que perdieron muchas de las bases equitativas en materia de derechos paritarios. Se castigó a las religiones relativas a la naturaleza, eliminaron a las partes y cualquier rastro de poderío que considerase a las mujeres como dueñas de sus cuerpos o conocedoras de ciencia. Tal como la historia relata, para los años 1450, esa ciencia de las mujeres se transformó en la caza de brujas. Esta fue una matanza de entre 80.000 y 100.000 personas, de las cuales el 80% fueron mujeres; según los estudios de Geoffrey Scarre, de la Universidad Durham (Inglaterra). La ONU[2] también ha declarado que en la actualidad siguen desaparecidas y asesinadas miles de mujeres por crímenes de brujería; horror que está totalmente atribuido al sistema católico. Por ejemplo, con la publicación del Malleus Maleficarum, en 1484, por el Papa Inocencio VIII. En dicho libro se expande a las masas textualmente que las mujeres son de un linaje inferior, maleables al demonio y su manipulación. Además, representaba un texto de Derecho Penal, pensado en la inquisición y tortura para aquellas solteras, viudas, pobres o enfermas.

Con todo apuntando a la angustia del hombre por la falta de control sobre los saberes que tenían ellas; el miedo generado y alimentado desde la Iglesia Católica construyó durante siglos nuestras sociedades. La repercusión se evidencia especialmente en tres grandes pilares: sexualidad, gnosis y estereotipos. La idea de la cristiandad en su contenido bíblico fue moldeada a generar recelo y pánico sobre estos temas. No por nada Eva, desobediente, tuvo que cargar con los dolores del alumbramiento; o en 1 Corintios 14: 34-35[3] se continúa incitando a la ignorancia y sometimiento. Se buscaba programar mujeres calladas, que no dudaran de lo que el hombre o la Iglesia proliferaba. Debían ir en contra del conocimiento para gobernarlo todo, y el conocimiento era la mujer per se.  Se les quitó el señorío a las mujeres, que en sánscrito proviene de “domin”, “dam”, que se entiende como “vencedor, quien manda, la cabeza, ilustre”, y se lo adjudicó al Dios católico, que lo heredó al hombre, específicamente al que era pilar de la familia, quien también manipularían con una promesa aduladora de recompensa: entre más cerca esté de Dios, más parecido es a él, propósito que solo puede cumplir por medio de la Iglesia como su intermediaria. Y la mujer “señorita”, por otro lado,  solo cambiaba y se adhería a este don cuando accedía a cumplir con la práctica de hogar que proponía la Iglesia, por medio del matrimonio.

No hablaremos de los primeros y burlescos intentos de tratamientos médicos en la Edad Media, ni de sus castigos cruelmente infundados para profundizar la sumisión y repeler la rebeldía. Pero es importante acentuar que el sistema católico también se encargó de borrar el paso de creencias paganas que adoraban la feminidad, y colocar trabas contra las féminas tanto en la ciencia, la vida pública y el arte. La mujer fue privada de su valor equitativo, para debilitar su voz y su participación en la política, pues la Iglesia católica quería el autoritarismo en todos los niveles. Sin embargo, el deseo por acaparar supremacía repartida entre apenas unos pocos del clérico transmutó a dicho saber en uno bastante nublado. Sus propias inconsistencias en la visión del mundo causaron desatinos lamentables, que sentenciaron a la humanidad a un retroceso intelectual de muchos años.

El arte, como se estipula al inicio de este ensayo, ha servido en repetidas ocasiones como búnker en medio del caos burocrático, ya sea a través de la pintura, teatro, baile, relatos, etc.; donde la poesía no puede faltar como un bálsamo a las abrumadoras realidades, o como mensaje encriptado entre los abyectos a los regímenes. Y en su paraguas de aceptación, las mujeres también han sido cobijadas por el uso poético. Muchas de ellas disfrazadas bajo seudónimos, alias o tomando prestado el nombre de sus maridos, empezaron una oleada de quejas directas a este producto social del catolicismo. Algunas como Sor Juana Inés de la Cruz, siglo XVI, jugaron con el propio sistema, con la simulación de estudiar en el nombre de Dios, para realmente permitirse la educación y eventualmente crear obras como el poema “Hombres necios que acusáis”. Como ella, se abrieron el camino Sor Ana de San Jerónimo, Sor María del Cielo, Sor Gregaria de Santa Teresa y otras más, siglo XVIII. En sus matices se encuentra mucho la poesía mística, como reflejan los trabajos de Santa Teresa de Jesús, que ya no refuerza la idea de inferioridad ante dos bandos, hombre y mujer, sino que se concede un alma digna del mismo amor del dios cristiano. Esta y otras autoras comparten la búsqueda de la unión con la divinidad católica, colocando a los humanos en la misma balanza valorativa.

Citando al filósofo y escritor Umberto Eco: “No es que no existieran mujeres que filosofaban. Es que los filósofos han preferido olvidarlas, quizás tras haberse apropiado de sus ideas.” (Eco , 2016). Así, las mujeres no solo vieron su expropiación en la metafísica, medicina, matemáticas, pintura, sino también en el mundo poético. Un momento crucial en la her-story, cuando el sostener este disfraz para la publicación de ideas geniales no podía continuar reteniendo el rostro de las mujeres, viene en el siglo XIX, gracias a los cimientos anteriores. Con la Revolución Francesa, las independencias y toda la propuesta de libertad en el aire, se empieza a relegar el papel de las monarquías y de la Iglesia, recordando que eran casi una sola fuerza. El discurso católico nunca fue inocente, pues para mantener su autoritarismo no cualquiera puede arrogarse la capacidad de hablar. Romper esta estructura determinada por la sociedad desde hace varios siglos es una tarea larga que se arrastra hasta estos tiempos.

Esa idiosincrasia mandatoria usurpó identidades, lo cual quitó a las mujeres su conocimiento y las reprimió con el temor religioso para que no buscaran morder la manzana de la sabiduría nunca más, o serían arrojadas de la construcción comunal que edificaron, llamada paraíso. La entrada de la mujer al orden del discurso se introdujo con mucho camuflaje, travestismo y simulacros. Para la narrativa de Hélène Cixius: La escritura es precisamente la posibilidad de cambio, el espacio que puede servir como un trampolín para el pensamiento subversivo, el movimiento precursor de una transformación de las estructuras sociales y culturales. (Cixius, 1995)[4]. En donde la figura de la mujer en las luchas independentistas supuso un salto activo para participar en ellas.

La prensa del XIX fue consciente en todo momento de su poder en la política, cultura y religión. A los hombres se les repartían ideas educadoras, mientras que para las mujeres, artículos sobre moda, cómo vestir como joven casadera y como madre de familia, aseverando la idea colonizadora de “el ángel del hogar”. Poco se habla, pero en esta misma prensa también se lee poesía escrita por mujeres como Carolina Coronado, Julia de Asensi, Faustina Saéz, Carolin Soto y Corro. Incluso mujeres hispanoamericanas, como Lola Rodriguez, Luisa Pérez y Esther Tapia,también tuvieron cabida en las páginas de publicaciones españolas, como Lola Rodriguez, Luisa Pérez y Esther Tapia. Generalmente, la persona escritora era intrínseca a otra profesión y la alfabetización era escasa, pero no minimizó la influencia de la prensa..

En esas pequeñas brechas de progresismo, las mujeres se empapaban de intelectualidad. En la última década del siglo XIX, las revistas culturales consiguieron un lugar reconocido y prestigioso, lo que permitió acoger autores hispanos. Ventajosamente, el precio era más asequible que un libro, sumando lectores de distintos estratos sociales. Escritoras como Soledad Acosta, con opiniones de libros de Mercedes Cabello de Carbonera o de Lola Rodriguez a Manuel Corchado en su muerte “A mi patria”, empiezan a posicionarse en la prensa escrita.

Conocer esto ayuda a la humanidad a la investigación de historia, en el proceso de reconstruirla, con más piezas elementales que proveen a las mujeres de esa identidad arrebatada, y a todos, de un conocimiento ancestral y progresivo. Dentro de la literatura, debemos entender que la prensa es un arma de doble filo, dependiendo hacia dónde apunta el poder mediático. La poesía, por su parte, es una puerta que escapa al mundo que crea el autor, inmiscuida en libre albedrío. La prensa es a veces corrompida, e impone una serie de concepciones culturales que determinan “cómo pensamos que es la mujer”. Las élites estudiadas son las que establecen un ordenamiento no solo legislativo, sino en el pensamiento de los ciudadanos. Y la educación fue una restricción para las mujeres. Es así que el rol de la prensa jugó en el siglo XIX el canal del ordenamiento social en las clases letradas.

La poesía per se busca contar desde los ojos del escritor o desde la narración de la voz poética, el viaje del ser humano tanto en su actitud apostrófica, carmínica y enunciativa, que prácticamente resumen la conformación del individuo. Los tres matices son: su vida en sociedad cuando interactúa con otros en su jerga, el lado emocional, y finalmente la narración histórica de un antes, ahora o futuro. El inconsciente colectivo una vez más, evoca en nuestro cerebro la imagen de poetas masculinos como Federico García Lorca, Ruben Darío o Mario Benedetti. Sin desmerecer el trabajo prolijo de ellos, es difícil que asociemos la erudición artística en primer reflejo, con un nombre femenino. La investigadora Ana López Navajas realizó un estudio para la Universidad de Valencia, en el cual concluye que de cada 100 nombres que se mencionan en la educación secundaria obligatoria, 93 son de hombres (López, 2021)[5]. Vemos además que los caminos al arte poético fueron discriminados para las mujeres, como con la inclusión de la palabra “poetisa” en el siglo XVIII[6], connotando, denotando y marginando. “Poeta”, funcionó siempre desde la paridad, pero en ese momento histórico, Sarcásticamente, Juan Ramón Jiménez, acuñó el término “poetisos” para desacreditar a algunos de sus colegas varones.

La cristiandad occidental de campañas militares y adoctrinarias son las causantes de casi todas las estructuras sociales actuales, que corrompen materia de derechos y libertad de pensamiento. Regresando a una idea pasada, la propia actitud lírica es la esencia humana per se. El rol del “ángel del hogar” limita totalmente lo que puede decir, hacer, sentir, creer, componer y destruir una mujer; verbos que permiten al poeta ser el dios de su universo gramático. Citando a Jorge Orwell, “el pensamiento corrompe el lenguaje y el lenguaje también puede corromper el pensamiento.” (Orwell, 1946)[7]; es imperante deconstruir esa tradición cultural de occidente, con el arma artística, poética, exenta; siendo la poesía el rescato emancipado que se ha usado a través de los siglos para el mismo ser humano. De la mano de la herstory, el lenguaje consciente, la retribución artística y la creación de caminos equitativos, se puede iniciar una demolición a este régimen.

Poema adjunto de la autora:

Mujeres y la Diosa Ella

Hay magia en el sexo,

porque de nuestras caderas salió el primer milagro de intriga;

las verdes diosas, como su madre,

que con el pasar de los años, fueron llamadas: sacerdotisas,

“bacantes”, “mikos”,

(con sus poderes celestiales/ intermediarias de lo no-ombrado,

lujuriosas y curanderas).

Hay magia en la música,

porque a Ella la adoraban entre cánticos,

venerando al cuerpo con la sexualidad erótica 

de gambeteadores haciendo lunas con las caderas;

miles y cientos de culturas alrededor del terráqueo,

hace ya miles de abriles, (cuando no existían ni tu voz, pero sí la mía)

se inventaron el baile; entre tantas leguas de lejanía

y sin que el hebreo penetre al farsi.

La humanidad colisionó en su complicidad saltando,

     cuando aún su inicio era puro, sin adoquines, callejas y cruzadas.

          Sabíamos el gran secreto de entrever las piernas…

Antes de que el psicoanálisis vidente, en el reflejo de sus espejuelos,

censurara la pelvis. 

Mucho, mucho antes. 

Cuando Malleus Maleficarum, no era un genocidio,

y el verde seguía siendo naturaleza, y no de hechizo.

Hay magia en la igualdad,

porque cuando se resquebrajó el sistema económico parcelario,

los testamentos eran fruto de dos trabajos en casa. Aunque haya durado

lo mismo que una brisa fría en verano.

Y éramos serpientes, y no la cola;     (CORINTIOS)

porque el ofidio glauco, cuando pobladores oían a sus cientos de voces ancestrales,

era símbolo de poder, fertilidad (como Ella), llama, el rugido de Egypt. Cuando aún no éramos pecado.

Hay Magia en el pecado, 

¡Ya te lo he dicho! ¿dudas? Lee la biblia,

pero estudia tu historia, ¡humanidad, te hablo!

¡Que Kali Ma se encienda!

y seamos un calor de varias brujas. 

Hay magia en las manzanas,

por eso tuvo que caerse encima de un otro, para 

gravitarnos de vuelta.

Alguien llegó con pistas a indicarnos en el arte, 

donde escondieron la sabiduría,

(Nota: en el bosque de Eva, 

             sobre óleo.)

Hay magia en el poleo

y de la menta surgió la medicina, 

                                   con ancianas;

cuando éramos raíces perennes, conectadas con los suelos. 

¿Quién dijo que la cruz benigna se inventó a los demonios?

Dibujos de oriente, moldearon un muñeco de acción 

a su credo. ¡Vaya utopía, sin el Edén perdido,

sin la desconexión del jardín, sin escondernos a Ella!

Hay magia en las mujeres.


[1] El inconsciente colectivo, dentro de la medicina psiquiatra,  Carl Gustav Jung, lo refiere como estructuras escondidas en nuestro cerebro inconsciente, de conocimiento compartido entre miembros de una misma especie; entendido como: “lo no dicho, pero que se sabe”

[2] ONU. ACNUDH (2009).

[3] “Las mujeres guarden silencio en las iglesias, porque no les es permitido hablar, antes bien, que se sujeten como dice también la ley. Y si quieren aprender algo, que pregunten a sus propios maridos en casa; porque no es correcto que la mujer hable en la iglesia”

[4] Hélène Cixius, (1995) La risa de Medusa. Editorial Anthropos. España.

[5] Ana López N. (2021) La exclusión de las aportaciones de las mujeres a la historia supone una pérdida cultural y una falta de rigor. Universidad de Valencia. España. El diario de la Educación. URL: https://eldiariodelaeducacion.com/2021/03/08/ana-lopez-navajas-la-exclusion-de-las-aportaciones-de-las-mujeres-a-la-historia-supone-una-perdida-cultural-y-una-falta-de-rigor/

[6] Incluido por primera vez en Diccionario de autoridades.

[7] Orwell J., (1946) 1984. Traducción: Rafael Vázquez Zamora. Salvat Editores S.A. Australia