¿Viajamos a Pessoa? (I)

¿Viajamos a Pessoa? (II)

Y así he llegado a mi vigésimo octavo cumpleaños sin haber hecho nada en la vida: nada en la vida, nada en las letras o en mi propia individualidad. Hasta el día de hoy, he probado el fracaso hasta sus últimas consecuencias. Ah, ¿hasta cuándo tendré que seguir probándolo?

Lo habíamos notado: Pessoa tenía el fracaso adherido al paladar. Así lo demuestran estas frases de su diario, el 13 de junio de 1916, cuando cumplía veintiocho años. Ya había nacido Orpheus, su orgullo, su revista, la que trajo revuelo y escándalo y crítica y burla y… fugacidad, porque no olvidemos que solo se publicaron dos números y el intento del tercero fue fallido. Cuando escribe esa nota en el diario, acababa de suicidarse poco tiempo atrás su mejor amigo, Sá-Carneiro. Planificaba futuras ediciones de obras que no verían la luz sino póstumamente. Comenzaba a flirtear con la astrología y tenía la rutina diaria escrita en las calles de la Baixa, de oficina en oficina, de taberna en taberna. ¿Y el amor, dónde quedaba? 

No veremos en su imagen al típico poeta enamorado que despliega sus versos para hablar de pasión. De hecho, solo se le conoce la relación que mantuvo con Ophélia Queiroz, desde finales de 1919 a finales del 20 y nueve años después, en el verano de 1929, para durar solo unos meses. Fue un intercambio de cartas amorosas donde prima lo extravagante de sus formas. Me habría gustado tener acceso a las que escribió ella. De solo un vistazo a las firmadas por Fernando, me queda en los ojos un mundo de horarios y frases empalagosas que suenan ridículas en un hombre tan serio. Él lo sabía. De ahí el poema de Álvaro de Campos:

Todas las cartas de amor son 

ridículas.

No serían cartas de amor si no fuesen 

ridículas.

También en mi tiempo escribí cartas de amor,

como las demás, 

ridículas.

Las cartas de amor, si hay amor,

tienen que ser 

ridículas.

Pero, al final,

solo las criaturas que nunca escribieron

cartas de amor

son las que son

ridículas.

No sabemos por qué dejó a Álvaro de Campos ser protagonista de parte de la correspondencia con Ophélia. Así de complejo resultaba el poeta. Y cómo me gusta una frase de la carta que escribiera el 28 de mayo de 1920: El Destino es como una persona y deja de molestarnos si mostramos que no nos importa lo que nos haga.

Para los románticos (o los cotillas) diré que la relación no llegó a más, según las fuentes, porque el poeta no quiso. Los motivos verdaderos no los sé. Parece que la escritura copaba su existencia, era su savia, pero también su obsesión. Por encima de todo, hasta de sí mismo. Y puede que, también, algún fragmento de una de sus cartas, nos aclare un poco más: “La mayoría de la gente […] considera que aún ama porque contrajo el hábito de sentir que ama. Si así no fuera, no habría gente feliz en el mundo. Las criaturas superiores, sin embargo, están privadas de la posibilidad de esa ilusión, porque ni pueden creer que el amor dure, ni cuando lo sienten acabado, se engañan confundiéndolo con la estima o la gratitud que él dejó”. ¿Pertenecería él a ese grupo de criaturas superiores?

A lo largo de esos años y siguientes, participará en distintas revistas: Portugal futurista, Athena, Contemporânea, Presença… y no dejará de escribir, nunca, ni silenciará todas las voces que habitan su persona; tampoco buscará reconocimiento o fama, no era ambicioso ni codiciaba riquezas. Cuanto más lo estudio, más incógnitas surgen entorno a su silueta sombría. ¿Qué esperaba de una vida que no espera nada?

A los veinte años yo creía en mi destino funesto, hoy conozco mi destino banal. 

Un corazón latiendo en la literatura. Un espejismo de persona en la vida real. Puso en la boca de otros, inventados para esconderlo a él, las palabras que a diario se callaba un Pessoa reservado. 

Hice de mí lo que no supe,

y lo que podía haber hecho de mí no lo hice.

Vestí un disfraz equivocado.

De primeras me tomaron por quien no era y no lo desmentí, 

y me perdí.

Cuando quise quitarme la máscara

la tenía pegada a la cara.

Cuando me la quité y me vi en el espejo

ya había envejecido.

Estaba borracho, ya ni sabía llevar el disfraz que no me 

había quitado.

No he hablado de la bonita guia que escribió sobre la ciudad de Lisboa, ni de que su ingenio heterónimo llegó a tener nombre de mujer. Tampoco de sus manías (como escribir de pie, apoyado en una cómoda) o sus adicciones (fumaba muchísimo, a la par que bebía). Tendríamos por delante muchos viajes a Pessoa, estudiando a todos los seres que inventó y ni por esas lograríamos sabernos al poeta. ¿Cómo fueron sus últimos años de vida? ¿Cuál fue la causa de su fallecimiento? ¿Qué quedó de él entre nosotros? Intentaremos descubrirlo en el próximo y último artículo.


Lecturas consultadas:

  • Fernando Pessoa (traducción de Alejandro García, 2016). Cartas a Ophélia. Libros del zorro rojo.
  • Fernando Pessoa (traducción de Martín López-Vega, 2015). Un disfraz equivocado. Nórdica Libros.
  • Fernando Pessoa (traducción de Juan José Álvarez Galán, 2008). Diarios. Gadir editorial S.L.
  • Fernando Pessoa (traducción de Ángel Campos Pámpano, 2013 ). Un corazón de nadie. Antología poética (1913-1935). Galaxia Gutenbert.
  • García Martín, José Luis (2002). Fernando Pessoa, sociedad ilimitada. Llibros del pexe.