Ana María Fagundo Guerra nació en Santa Cruz de Tenerife un 13 de marzo del año 1938 y murió en Madrid el 13 de junio de 2010. En 1950, ingresó en la Escuela Profesional de Comercio de su ciudad natal y en 1955 obtuvo el título de Perito Mercantil. Tres años más tarde embarcó rumbo a California a ampliar sus estudios. En 1963 se graduó en las especializaciones en Literatura Inglesa y Española. Pasó luego a estudiar en las Universidades de Illinois y Washington, obteniendo de esta última el Doctorado en Literatura Comparada (1967). En Riverside ejerció la docencia de Literatura Española desde 1967 a 2001, año en que se jubiló.
A lo largo de estos años publicó numerosos trabajos sobre literatura española, hispanoamericana y norteamericana. En 1972 publicó Vida y Obra de Emily Dickinson, uno de los ensayos más completos y rigurosos que se había hecho hasta el momento sobre la escritora estadounidense. Pero hemos de decir además, que la labor investigadora y docente no le impidió desarrollar una trayectoria poética más que destacada. Sus poemarios publicados son:
Brotes, La Laguna (Tenerife), Maype, 1965.
Isla adentro, Santa Cruz de Tenerife, Gaceta Semanal de las Artes, 1969.
Diario de una muerte, Madrid, Agora, 1970.
Configurado tiempo, Madrid, Oriens, 1974.
Invención de la luz, Barcelona, Vosgos, 1978 (Premio Carabela de Oro, 1977).
Desde Chanatel, el canto, Sevilla, Ángaro, 1981 (Finalista del premio Ángaro, 1981).
Como quien no dice voz alguna al viento, Santa Cruz de Tenerife, Caja de Ahorros de Canarias, 1984.
Retornos sobre la siempre ausencia, Riverside (California), Alaluz, 1989.
El sol, la sombra, en el instante, Madrid, Vérbum, 1994.
Trasterrado marzo, Sevilla, Ángaro, 1999.
Palabras sobre los días, El Ferrol, col. Esquío, 2004.
Materia en olvido, Santa Cruz de Tenerife, Idea, 2008.
Le editaron en dos ocasiones sus obras completas:
Obra poética: 1965-1990, intr. Candelas Newton, Madrid, Endymion, 1990.
Obra poética (1965-2000), ed. Myriam Álvarez, 2 vols., Madrid, Fundamentos, 2002.
Y publicó también un libro de relatos en 1994, La miríada de los sonámbulos, su única obra narrativa.
Tuvo mucha relevancia, también, la revista de ensayo, narración y poesía que fundó y dirigió: Alaluz. Esta revista, que tuvo un alcance internacional entre la intelectualidad europea y americana, funcionó desde 1969 (desde Riverside al mundo) hasta 2001, año en que cesó toda su actividad investigadora. Según cuenta ella misma en una entrevista concedida a Victoria Urbano “la fundé en la Universidad de California en 1969 y la publico dos veces por año. Da cabida a poetas y narradores españoles e hispanoamericanos. Tiene una sección de reseñas de libros recientes y últimamente estoy dedicando unos breves estudios seguidos de antología de poetas ya con una obra poética hecha. En cuanto a los recursos, no son muchos. La Universidad de California me da una modesta ayuda y las suscripciones son también otro medio de financiar los considerables gastos de este tipo de revistas”. (Ana María Fagundo, Victoria Urbano, Letras Femeninas, Vol. 10, No. 2 (1984), pp. 74-81 (8 páginas))
Por sus páginas pasaron Alejandra Pizarnik, a quien Ana María descubrió por casualidad y le fascinó. (Afirma Ana María Fagundo que “entre las colaboraciones recibidas en los primeros años en que fundé en la Universidad de California (campus de Riverside) la revista de poesía, narración y ensayo Alaluz (1969-2001) hubo una que me llamó poderosamente la atención. Se trataba de una poeta argentina, para mi desconocida en ese momento, cuya poesía sobresalía por la intensidad expresiva, por la fuerza de los versos, por la desnudez punzante de su decir. Sin duda, me encontraba ante una mujer a la que le dolía profundamente el vivir”. CVC. Alejandra Pizarnik. Testimonios. «Alejandra Pizarnik y «Alaluz»», por Ana María Fagundo. (cervantes.es)). Jorge Guillén, Cristina Peri Rossi, Gabriel Celaya, Ernestina de Champourcín, Blas de Otero, Josefina Aldecoa, Concha Lago, Carmen Conde, Clara Janés… y también nombres insulares como Pedro García Cabrera, Emeterio Gutiérrez Albelo, Chona Madera o José María Millares, Pino Ojeda, Carlos Pinto Grote o Sebastián de la Nuez, Pino Betancor, Pilar Lojendio, Alberto Omar, Sabas Martín y muchos otros.
Pero pasemos a su faceta creativa: La poesía de Fagundo, según ella, es «afirmar vida pese al vacío”. Esa afirmación la hace permanentemente en torno unos ejes identitarios en su poesía:
1. El paisaje isleño. Paisaje como enclave del ser, que se siente isla como persona, como ente que respira en un entorno que la abriga y le regala belleza (“Altas, señeras cumbres de Anaga/ apuntados tajinastes del Teide/ tabaibas de mis laderas/ arenas negras de mis playas”). Me pregunto si hay aquí un preludio del ecofeminismo… Su Chanatel es el Comala de Rulfo o el Macondo de García Márquez. El espacio físico y literario de dimensiones mágicas que enmarcan a la poeta en su lugar amado, desde siempre y por siempre, pese a los golpes, pese a las ausencias:
Chanatel es la marcha y el regreso, es el confinar al tiempo entre dos extremos que no se tocan, aunque la mano palpe la aurora de las sábanas y haya un olor a lumbre por la casa y hasta los pasos de la ciudad se sientan dentro de la sangre. Chanatel es esta marcha y retorno que no cesan, es la vida que corta hojas, que tala ramas, que arranca raíces, que violenta vientos, que siembra, siembra siempre mientras cercena con golpes ciertos los brotes más tiernos.
2. El segundo eje es el mundo femenino. La poeta canta a la mujer, en primer lugar, por su capacidad de crear vida. En segundo lugar, con la conciencia de ser el segundo sexo, que diría Bouvoir. En este sentido, la propia autora reconoce “que existe una cierta idea de que la escritora, de alguna manera, no alcanza el nivel del escritor. ¿Dónde están las grandes novelistas mujeres del XX o las grandes poetas o autoras dramáticas? Y la verdad es que habría que hablar de lo que hace la promoción para crear a los «grandes» de esto o de aquello. A la mujer escritora, creo que no se le promociona como al hombre. (Mi) modesta contribución (consiste en dar) asignaturas dedicadas a la mujer escritora del siglo XX español siempre que puedo en mi cátedra de la Universidad de California y a través de mi revista ALALUZ he hecho, creo, una buena labor de promoción también”. (Ana María Fagundo, Victoria Urbano, Letras Femeninas, opus cit.)
En esta misma línea se avanza ya desde 1998 en un estudio realizado en la Universidad de California, donde podemos leer que “su discurso poético expone el discurso patriarcal a la contradicción y a la diferencia presentando modelos alternativos de subjetividad basados en una apertura a lo otro y al cuerpo. En él hay pautas de la decibilidad de su experiencia y de su lugar de enraizamiento en el mundo, como así también, el reconocimiento de ser parte de una historia y de un tiempo en el que se inserta, se pone nombre e identidad. Esto se logra de tres modos fundamentales dentro de su poesía, que, aunque se estudien independientemente, forman parte de un mismo proceso.
En primer lugar, Fagundo parte del hecho que el origen de la palabra, como el del ser humano, está en el cuerpo femenino, y es en femenino que concibe al verbo poético. Segundo, la autora presenta a la palabra como espejo del yo. A través de ella piensa, siente y se siente ser. En ella habita, se refleja, se articula y se perpetúa. En tercer y última instancia, la poeta es poseedora de y poseída por la palabra, con cuya luz se lanza a configurar, a ponerle hechura y a preservar el mundo.
Con ella va tejiendo la vida, ordenando su cauce, vertigineando al tiempo, siempre en pos de negar la destrucción, de llenar la ausencia. Palabra y cuerpo femeninos tienen la capacidad de significar y de dar sentido al mundo, de elaborar símbolos y comunicar sobre y desde sí mismos. Dichos cuerpos y el goce de los mismos, así dados a luz, son centrales en la obra de Fagundo. Es lógico, por tanto, que en esta poesía, cuyo universo simbólico celosamente guarda la experiencia vital de su autora, la figura materna sea de suma importancia, pues el eje esencial de ese universo corresponde al origen de la existencia, que la poeta articula en su relación con la madre y con la palabra, destacando el lazo indestructible que la une a ambas” ( Silvia Rolle-Rissetto (CALIFORNIA STATE UNIVERSITY), LA RESTITUCIÓN DE LO FEMENINO EN EL DISCURSO POÉTICO DE ANA MARÍA FAGUNDO. Actas del XIII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, Tomo II). Así describe la muerte de la madre:
La palabra intenta el lugar de la ternura,
la brisa salvadora del recuerdo
pero el sol roto y disperso
deja su apenas luz,
su apenas calor,
en resquicios de nieve,
en grutas húmedas,
en áridos parajes sin historia
y se disuelven sus rayos
cegados por palabras que no son,
palabras que no pueden ya ser.
3. En tercer lugar, están la palabra y el tiempo. El verbo como la materialización de la vida, de la luz, del aliento mismo de quien escribe, la huella de la existencia, instantánea y eterna a la vez. “Afirmar pese al vacío”. El suyo es un canto optimista que huye hacia adelante para negar la nada. Su palabra canta el instante mágico que constituye la totalidad de la existencia: ni pasado ni futuro, sino el presente absoluto de la palabra.
El paso no tiene norte preciso.
Van a su ritmo de plata las cosas.
Fríos cometas inmensos
trazan sus flechas certeras
en el infinito.
Y ese es el triunfo, el monumento que yergo
con mis manos, desde mi sangre,
desde el hondón de mi poema,
para decir que sí, que fui, que soy,
que estas son mis señas,
mis huellas,
mi única posible identidad para la sombra
y para la luz;
para la brisa suave de los tactos
y para el aguijón agudo de los gritos.
Este es mi triunfo:
palabra siempre viva,
palabra siempre en ciernes.
Su último libro fue Materia de olvido. Un poemario que la propia autora, enferma ya, reconoció como su testamento vital:
“MATERIA EN OLVIDO es mi testamento poético y, por tanto, es mi última voluntad, es decir, en él se encuentran mis conclusiones después de una ya dilatada vida y es, por ello, que ya no deseo publicar ningún poemario más […] Vine a esta extraña y extraordinaria dimensión que llamamos VIDA a escribir mi poema y a darlo a los cuatro vientos […] Ahora solo falta que el ciclo vital se complete y el silencio se cierna sobre el ser que ahora escribe estas páginas; que la materia cumpla con su inescapable destino de ser polvo perdido entre el polvo de los siglos”. (Palabras pertenecientes a su“Diario”, que permanece inédito, pero del que se puede leer en parte en El Tablón, una página de internet con novedades que mantiene la Biblioteca de la Universidad de La Laguna (Tenerife), y en la que a fines de junio de 2010 se anunció el fallecimiento de Fagundo.)
En efecto, Ana María da otra vuelta de tuerca a su poética para volver adonde ha estado siempre, a la búsqueda de la eternidad en los instantes efímeros y eternos de ser, de existir, de sentirse materia que acaba pero queda, inscrita en el verbo, en la palabra:
La respuesta
estaba en la materia,
era todo materia.
Materia en ebullición,
creando y creándose,
siéndose y dejando de ser.
[…]
continuadamente,
persistentemente,
ciegamente,
en roca, mar,
aire, fuego,
carne.
Gloria, afirmación y podredumbre,
con una sola y única meta: serse,
afirmarse y
no serse
para volver a serse,
para volver a afirmarse,
para volver a no serse.
Ese era el secreto de los secretos,
(…)
la palabra,
el pincel,
el cincel,
y el pentagrama:
nuestras huellas de que habíamos habitado
la materia.
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