Enunciar la poesía social es remitir al manifiesto de queja y reclamo versificado saliendo desde la voz terrenal de quien toma la palabra en nombre de quienes no pueden hablar: los silenciados, oprimidos y ninguneados del sistema. Desde la Argentina rebelde y poética sintetizada en “Martín Fierro” de José Hernández, Lucio Albirosa (40) trae consigo una extensa variedad de protestas cotidianas, la urgencia henchida sin páginas numeradas, el cantar descontento de los nadies y algunos manuscritos de repudios que el asco jamás descartó.

Por Redacción Mercosur

Hay un manto de sal hiriente sobre la espalda deshonrada de los menos, los más golpeados de la sociedad, la orfandad indigente que adoptó el desinterés, y más, y todo suceso desprendido desde tales actos podrán transformarse en poesía. En una Latinoamérica regada por sangre e injusticias, hablar de poemas rebeldes es también hablar de un derecho adquirido por fuera de leyes oficiales.

He aquí solo una síntesis de referencia a una importante carrera literaria e intelectual de un autor cuya trascendencia se manifiesta desde el compromiso y una entrega constante en la misión de embellecerlo todo hasta los versos más tristes, hacer de la queja un campanario de metáforas o  melodía para una canción entonando reclamos rima a rima.

Lucio Albirosa (40) es una figura carnal de la épica literaria. Se ve reflejado en una utópica contienda donde, sabiéndose solo gladiador de pluma, oliendo de antemano la derrota -que nunca será tal- y, acechado por el inmenso tamaño de la contrincante adversidad, prefiere continuar luchando hasta que la diana anuncie su penúltimo suspiro ante los ojos repletos de un coliseo social siempre transgresor y desbordado por faltas de igualdad. 

Hay un claro sentido sudamericano en su libro “El fuego de Juan Desdicha” (2018), cuyo prólogo elaborase cuidadosamente el Filólogo Hispanista Manuel Felipe Álvarez Galeano. En esa obra Lucio Albirosa recrea totalmente la pena innumerable del humilde continental desde el origen y parte concretamente desde la realidad del abandono infantil y su firme crecimiento deambulando por las calles de un continente roto. Esa preopinante manifestación del poeta venida con antelación desde el poemario “Niños del olvido” (El canto de las injusticias, 2015) sirve hoy para dar visibilidad al crudo método expresivo utilizado por Lucio a la hora de impactar con sus letras y la conciencia justo en el centro de cualquier llaga abierta. Es valiente, se atreve. Lo hace intencionalmente y crea un sostén de cielos oscuros para sol de cada mañana. Cuenta, narra, describe y denuncia:

“…La América triste volvió a parir a un nuevo huérfano:/ un ángel de santuario paternal desdibujado/ y pesadas cadenas en las alas de inocencia volando sobre el gravitante verano./ La niñez rota le besa los ojos,/ florece la urgencia en su humanidad,/ bajo un cielo abierto al desamor y un juego de la ternura sin alcanzar./ La leche y la miel le serán ajenos tesoros al pichón impávido,/ al hombre de mañana llevando hoy/ un avasallo germinal de cuna/ y cenizas de hambre futura/ ya dispersa en su pequeñita espalda…”

Lucio es adjetivo de visionario en tiempo y espacio y sujeto directo hacia los estudios sobre la colonización y civilización de América. Su posible relación con musas e inspiraciones divinas generan Incógnitas y asombro toda vez que presiente un envión de espontaneidad que lo arroja y obliga a escribir, desde un solo tirón intelectual, las coincidencias entre los saqueos imperantes en esta era latinoamericana y aquellos producidos luego del avaro desembarco de 1492.

“…No dejan ni cobre ni hierro ni plata/ ya nos pisotearon todo patrimonio natural“/ ni Greenpeace te salva, en vano es el quejar/ viejas y nuevas masacres sin diferencias/ han censurado la tinte para escribir “libertad”/ …”Militarismo y burguesía se han hermanado/ fiebre antigua del petroleo, carne, estaño/ nos dejan si maíz y dan cianuro a los ríos,/ la historia sigue repetida por estos años./ Inflación aquí, devaluación allá, caídas sin alza:/ los banqueros ofrecen bolsas a largo plazo,/ las deudas buitres golpean por generaciones/ es sabido, el financiamiento barato cuesta caro./ Trecientos millones de pobres, así la cuenta;/ giros a derecha e izquierda, producción caída/ la moneda sigue sobrevaluada, atada,/ hermano: eso del bienestar es mentira…”

Profecía bolivariana o adivino ancestral vestido en seda poética. Los hechos reiterados de atropello contra pueblos originarios de Latinoamérica se han intensificado en estos últimos años;sangre derramada, quita de tierras, avasallo de derechos, masacres y muertes; son la franja más cruel del padecimiento generacional de las razas primeras. En su extensa “Carta para Andinia” (lo que llaman América desde 1492) -2014- el poeta advertía a la Pachamama sobre la llegada de nuevas tragedias y la necesidad de soportar el embate.

“…milenaria madre Andinia;/ con el canto estridente y las manos todas levantadas,/ con tus pueblos originarios aun de pié/ y la sangre total de tantas plegarias;/ mientras un hijo tuyo siga respirando, ellos;/ los innombrables, los asesinos mayores/ de millares de nuestras milenarias razas,/ no apagaran nuestro fuego invisible,/ nuestra identidad y la dolida esperanza…/ Andinia:/hasta que cese el respirar/ del último hijo de tu piel de bronce,/ ellos, los amos del genocidio,/no habrán ganado ninguna batalla.

Lucio es la piel del obrero de espalda rota, un ángel de las calles, la madre multiplicada, un llamado a la ternura y al pan escaso la infancia; es el pedido de justicia de aquellos caídos entre la mala suerte y la inocencia, el extenso grito de los desdichados y la santidad de una sombra protestante en la misma que incomoda al poder.

A lo largo de toda su obra, Lucio Albirosa registra el amor por sus coterráneos necesitados y la rabia, presta su voz al derecho asesinado, no escatima palabras para el grito y la tristeza por tantos crímenes y miserias a las que son sometidos los más carenciados y por toda la humanidad excluida del aparato económico y político que inyecta a las masas el veneno de la servidumbre. No hay espacio para el delirio poético en la obra total de este megáfono distribuidor de realidades.. Demasiado artero, muy técnico para definir de manera locuaz y en un solo verbo todas las heridas y el complemento profeso de la existencia.

“Me declaro en rebeldía/ Me levanto en versos/ No anhelo ninguna sangre/ Estoy armado con letras/ Mi escudo es una blanca página/ Mis enemigos son actos injustos/ Los párrafos son estandartes buscando victorias/ Mi aliado es el pueblo dolido/ La batalla comienza brotando la tinta/ Mi pluma es única espada/ Todo duerme al terminar el poema/ Pero las revoluciones no terminarán mientras existan guerreros sin pausa y poetas rebeldes.”

Lucio seguirá escribiendo en cada amanecer aunque la noche cambie de lunas y el cuarto menguante esconda un creciente intento de callarlo. La poesía le basta para seguir alquilándole un espacio a este tiempo.