Luis Gerardo Mármol Bosch. Poeta venezolano (Caracas, 1966). PhD en matemáticas por la Universidad Central de Venezuela (UCV). Es profesor de pregrado y postgrado en el Departamento de Matemáticas Puras y Aplicadas de la Universidad Simón Bolívar (USB), y fue así mismo miembro del Consejo Editorial de Equinoccio, casa editora de esta universidad. Es Director Asociado de la Editorial Eclepsidra, acompañando a su esposa, la también poeta Carmen Verde Arocha. Ha publicado los poemarios Sueño de un día (Editorial Eclepsidra, 1997) y Purgatorio (Editorial Eclepsidra, 2012). Su tercer poemario, Entusiasmos, apareció en el segundo semestre del 2016, bajo el sello editorial Kalathos. Tiene además dos libros inéditos de poesía cuyos títulos tentativos son La Venus del Espejo y otros poemas y Tercer libro de los Entusiasmos. Textos suyos han sido incluidos en Antología de la poesía latinoamericana del siglo XXI, El turno y la transición (compilación de Julio Ortega, Siglo XXI Editores, México, 1997) y en El salmo fugitivo: antología de la poesía religiosa latinoamericana (Leopoldo Cervantes-Ortiz, editor; Editorial Clie, México, 2009), así como en algunas revistas impresas y en medios electrónicos dentro y fuera de su país.
*
Alguna vez te dije
que el alba parece no ser tuya;
pero un poeta olvidado ha dicho
que todo el río de la noche corre al este
y desemboca en el alba, como en algún mar.
Tú, vorágine,
pareces a veces Simonetta Vespucci.
Bajo tus pies hay nácar
o ellos mismos lo son.
Y una mujer desnuda, frente a nosotros,
nos parece siempre más grande que nosotros.
¿Tuvo o no tuvo Venus, al nacer,
mirada compasiva?
La acedía del amor
te criba desde siempre,
enjambre de higos.
¿Podrá tanto río de noche, tú misma tal vez,
no ser tu mayor desagravio?
Todo el estro, tu aroma mismo y el don de cantar,
(y también el recuerdo de tu pelo y tus ojos,
que dan, todos, inicio a la noche, o a su desembocadura)
se abisman con el presentimiento,
con la ciruela de extrañar:
son el sentido más alto, y el más bajo
como la luna y las estrellas fijas,
una sola esfera.
Para lo que se oye, música o sonido,
no hay traducción.
¿Y para lo que se toca o apenas se roza,
por Dios?
(Inédito)
Íconos: habiendo contemplado tu resurrección
La matutina contemplación ahoga en oros
la niebla y la aspersión, el sueño del índigo;
la blanca Fe, inmersa en la dorada bruma, ¿qué se hace?
La Esperanza y el Amor rondan el plexo del sol,
olas y olas, la dicha de los niños.
¿El vino es amargo por ser nuestra vida?
Grana y verde miran los niños,
y blanco que se esconde.
Olas y olas en el plexo del sol.
El mar es el gran mediador,
dice mi amigo, muchos años después.
Todos los ríos son el Tíber o su boca
frente al gran mediador.
¿Cómo se comienza a soñar
o recordar así?
La niebla, viola vieja,
¿cuán lejos nos deja, o cuán cerca
de los ríos,
que tal vez son como el Tíber, tal vez son otros,
como el caño desértico
del solsticio estival?
A este último sí que se entra desnudo.
¿Esta agua nace o no de nosotros mismos?
¿Y cuándo se hace música el aliento?
Es honda, muy honda, nuestra entrada en la carne.
¡Cómo nos duele el pecho cuando de súbito sentimos que nos vamos!
El pecho, no la consolación
del pinar en mitad de los ojos;
los campos, sí, del elíxir inferior.
¿No se estremecen el vientre, y el plexo del sol,
cuando por caso contemplas
figuras del Más Allá?
Dicen que las exhalaciones son el otoño,
pero aquí no lo eran.
¿No es siempre una mujer
la que está en el último umbral?
Un suspiro lo limpia todo.
Niebla es música del Más Allá.
Blanco que se esconde, templo blanco,
pero un árbol escarlata y un monte verdeoro miran los niños.
Los ángeles del sepulcro vacío inclinan la cabeza,
monte y encina roja procuran el Debir
con nostalgia contemplativa.
(Del libro El árbol del confín, inédito)
*
Si miro en torno a mí veo la hierba
del paraíso, el río de Kucer,
la llanura infernal se ha hecho celeste,
descansa con beldades celestiales.
Omar Khayyam
El árbol del confín, ¿son unos pezones?
¿Difícil de pensar? Después de allí,
es preciso andar solo.
Los herejes somos los verdaderos ortodoxos.
Como cientos de luces sobre los cerros,
almas o lámparas o pinos, se acercan,
y el aire suavísimo hace con nosotros el amor,
no sabemos, dichosos,
si contemplamos la fiesta o somos ya parte de ella.
¿Cuáles fiestas recordamos más?
Cada estrella se agarra con las manos.
La noche, un racimo de uvas o azufaifas.
Nos hablan de un río confidente:
¿hay uno en especial?
¿Hay uno que no lo sea?
Si hay uno en especial,
¿cómo haría para no recorrer todos los mundos?
También, aquí, las llanuras infernales
parecen páramos de ámbar
donde crecen azufaifas.
Las llanuras anticipan la inocencia o la nada
que se hallan, según dicen,
después de atravesar los ojos del demonio.
Pero los juncos que, tras el retorno a la tierra, limpian nuestro rostro
se cambian, aquí,
por toda la piel de la ribera;
y la feliz cabellera de los montes
es ya la luz que se respira.
La llaga es el presentimiento,
pero cuando en medio de la presencia, y aún de la consumación, presentimos,
esto es verdaderamente la llaga.
¿Son estas las palabras
de un pobre hombre ignorante?
Decir estas cosas sin conocer las entrañas de la tierra
conduce sólo hasta los ojos tristes.
Y aún entonces
la nostalgia y la soledad salvan a los mejores,
dice quien danza girando sobre sí mismo, sin morir.
La hierba del Paraíso
deja y no deja ver a las huríes:
¿qué luz o antorcha llega a ser?
Y ellas preguntan: “el éxtasis, ¿es flor o fruto? Y tú, ¿qué eres?”
La piel de la ribera, sonriente,
¿es columpio tal vez?
Estos rastrojos cabrillean.
¿Por qué es tan melancólico el color del cielo
cuando una flor lo tiene?
La vía seca no es para todos, no es seca nuestra vía;
pero todos, sin excepción, mirando las chamizas,
respirando un vino que sólo puede respirarse,
aprendemos cómo se respira.
Una pastoral del espíritu.
El agua es carruaje, el fuego es un velo.
Un desfiladero con ecos, como las huríes.
Gracias a ellas
ya no se respira melancólicamente.
¿Cómo las alas del silencio podrán amparar el entusiasmo?
Las almenas son árboles o estrellas, que tal vez llueven.
Quietud y golondrina son lo mismo, no hay que olvidarlo.
Sólo un río de esmeralda, claro hasta el fondo,
conozco sobre la tierra.
¿De un río, de un mar claros hasta su fondo,
de una pera, de una naranja,
viene nuestro amor?
Más allá de la humana ciencia está eso,
y sin embargo es sólo escarcha,
súbitamente nada
ante la suprema cercanía.
Sólo un río de esmeralda conozco,
y una aldea visionaria
sobre un desfiladero siempre.
¿Es flor o fruto?
Mi amor, tal vez pera, río de esmeralda,
tal vez naranja, mar.
Y sin embargo, todo es escarcha,
súbitamente nada.
Tú le ves, y no sabes que le ves.
(Del libro El árbol del confín, inédito)
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