Con un gran dominio del lenguaje, Carlos Huerga nos abre una puerta a la reflexión a través este poemario; poemas de cierta brevedad la mayoría, algunos incluso de un solo verso, que condensan en pocas líneas instante de observación, sentimiento y meditación.

El poemario se encuentra salpicado de elementos naturales que nos lleva a un juego de luz y oscuridad, a un pasar de los años siempre en el mismo lugar. En cierto modo, me ha llevado como al origen y, a su vez, a darme cuenta de cuántos destrozos hay alrededor… ese agujero que habitamos, en el que nacemos y en el que morimos, tan seco, tan oscuro, tan dañado.

La primera parte del poemario, Estar, aglutina una serie de poemas que plasman, en cierto modo, el caos, la frialdad e incluso me atrevería a decir que también la podredumbre del mundo en general. A mí, personalmente, su lectura me arrastra hacia aquella parta más oscura de la vida y del mundo: el hambre, el frío, el cemento que se contrapone a la naturaleza, la crueldad.

Hay cierto vocabulario que se repite en esta primera parte que nos marca un poco el camino de lo que está contando: ceguera, frío, nieve, hueco, arder… palabras que crean una atmósfera casi en ruinas y seca, mostrando un entorno cruel y hostil que puede venir de nosotros mismos; ¿somos acaso nosotros la causa y el efecto de esta desolación?

En esta primera parte se es, se habita. Uno se encuentra en este mundo y narra lo que es y lo que siente. Podría ser incluso un punto descriptivo muy sutil de un entorno, como ya hemos dicho, hostil y maltratado.

En la segunda parte, Mirar, paradójicamente, se insiste en la ceguera, a pesar de estar viendo. Y es que una ceguera mucho mayor, una ceguera que no implica que no veamos, sino más bien que no miramos.

Referencias a elementos naturales, alimentos naturales, madera, agua, sol… pero sin abandonar ese punto oscuro de los anteriores poemas.

Sigue apareciendo la oscuridad, y la herida parece abrirse desde dentro y hacia adentro, a menudo causada por un grito que no se escucha, por una desesperación cansada; uno es consciente que el mal habita, que el mal está hecho, y no hay remedio.

Finalmente tenemos una tercera parte, Ver. Una parte que podria resumir con un verso:

los ojos son un corazón enfermo.

Vemos, pero lo que vemos no está bien y, incluso, no existe. Los cambios se han sucedido para dar lugar a un agujero sombrío y húmedo, donde todo termina y empieza en sí mismo, sin dar opción al crecimiento.

Las imperfecciones pueblan el mundo y la vida, los errores que conocemos, y debemos ser capaces de ver, de darnos cuenta que puede llegar un futuro, que quizás el agujero se puede salvar, aunque no alberga excesiva esperanza.

Realmente, este libro de Carlos Huerga me parece a la par complejo como transparente. Creo que nace de cierta desolación, e intenta ser una vía para abrir ojos, a pesar de decir que no vemos. Intenta mostrar que lo oscuro puede tener un lado de luz, si se enciende la palabra en el instante y el lugar correcto.

Es un libro que considero que se debe leer varias veces para llegar realmente a su fondo, y de hecho, termino esta pequeña reseña pensando que me quedan muchas cosas por descubrir de estos poemas, pero para eso os recomiendo que lo leáis y saquéis vuestras propias conclusiones.

Os aseguro que no os dejará indiferentes; remueve algo por dentro, no sé muy bien el qué, pero remueve. Casi duele.

Carlos Huerga es Doctor en Filología Hispánica por la UAM, licenciado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la UCM. Trabaja como profesor, y da talleres de escritura y Clubs de Lectura. Escribe n blog de crítica literaria y cultura, y es autor de Un hombre en el umbral (2010, Amargord), Road Movie (2012, Amargord) y Habitar el aguejero, que es su tercer poemario.