Hace poco leí que la poesía y la música son el lenguaje de las emociones y de los sentimientos. Creo que nadie puede estar en desacuerdo con esta afirmación que, por otro lado, se podría aplicar a todas las demás manifestaciones artísticas. ¿Quién no se ha emocionado con la pintura o el cine, con la danza o la escultura? ¿Acaso no se traspasan las barreras comunicativas, lingüísticas y culturales a través de la fotografía, por ejemplo? 

Podríamos comenzar aquí una exposición sobre la permeabilidad de las distintas formas artísticas o incluso debatir qué es lo que debería considerarse arte, pero ese no es el motivo de este artículo. El propósito de estas palabras es centrarnos en dos de las actividades humanas creativas más arcaicas: la música y la poesía.

Ya desde la antigua Grecia, hace miles de años, los aedos cantaban sus propios versos acompañándose de un instrumento de cuerda. Algo parecido era lo que hacían los bardos celtas, que contaban la Historia y las leyendas de sus pueblos en largos poemas musicados. En la Europa medieval aparecen los juglares, de origen humilde, que iban de pueblo en pueblo cantando y recitando composiciones poéticas que no eran suyas, con el acompañamiento de instrumentos musicales. Los trovadores, en cambio, solían pertenecer a una clase social más alta y eran los autores de las canciones y poemas que interpretaban.

Hemos citado aquí algunas de las figuras más conocidas de la Historia que empleaban por igual la música y la poesía, pero no podemos dejar de pensar que hubo otras. Mucho antes incluso de la presencia de los aedos griegos, en civilizaciones lejanas en el tiempo y en el espacio y aunque fuera de una manera muy rudimentaria, el ser humano se ha valido de la música y la poesía y las ha fusionado con fines que irían desde lo religioso a la concienciación política pasando por el simple divertimento. 

Si focalizamos nuestra atención en épocas recientes, podríamos mencionar diferentes mestizajes músico-poéticos que han influido en generaciones enteras. Es imposible nombrarlos a todos, así que he hecho una selección de aquellos por los que tengo especial preferencia.

Empezaremos con algunos ejemplos de canciones que en realidad son poemas musicalizados. Dentro de este apartado y aunque Joan Manuel Serrat aparecerá en otro párrafo posterior, hay que citar sus álbumes: Dedicado a Antonio Machado, poeta (1969), Miguel Hernández (1972) y El sur también existe (1985), en los que homenajea a Antonio Machado, Miguel Hernández y Mario Benedetti respectivamente, poniendo música a sus hermosas y estremecedoras composiciones poéticas.

Otro caso de musicalización de poemas lo encontramos en el delicioso y conmovedor trabajo La palabra en el aire (2003) —con poemas del gran Ángel González, cantados algunos por el no menos grande Pedro Guerra y recitados otros por el propio poeta—, del que se ha dicho que es uno de los más bellos ejemplos de poesía cantada en español en el siglo XXI.

Aunque podríamos seguir citando muchos otros ejemplos, quiero acabar este apartado hablando de Los versos del capitán (publicado en España en 1979), álbum musical en el que la argentina Olga Manzano y el uruguayo Manuel Picón rinden homenaje al chileno Pablo Neruda interpretando versiones musicadas de su libro homónimo.

Ya hemos mencionado a Joan Manuel Serrat y a Pedro Guerra, dos figuras imprescindibles en el panorama musical en lengua española, no solo por haber cantado a otros poetas, sino también por la calidad indiscutible de sus propias letras. Aquí es donde aparece la figura del cantautor y con ella la amalgama indisoluble entre el músico y el poeta. Es imposible distinguir la frontera entre uno y otro cuando nos referimos a estos dos grandes o a otros como Joaquín Sabina, Fito Cabrales o Jorge Drexler, por nombrar solo a tres. Pero es que lo mismo ocurre en otras lenguas como el inglés, donde encontramos a monstruos de la poesía musicalizada o la música poetizada como son Leonard Cohen o el mismísimo Bob Dylan, que han llegado a obtener prestigiosos galardones literarios como el premio Príncipe de Asturias de las letras 2011 o el premio Nobel de Literatura 2016, respectivamente.

Llegados a este punto, me gustaría incidir en un aspecto quizás menos conocido del tema que estamos desarrollando: ¿cómo puede la música ser inspiración para la poesía y hasta dónde se extiende su influencia?

Desde la invención del fonógrafo, no es difícil imaginar a poetas usando melodías como ambientación mientras se embarcaban en sus viajes literarios. La llamada música clásica siempre ha servido de inspiración y es muy probable que las piezas musicales de Vivaldi o Mahler estén detrás de las composiciones poéticas más importantes de la historia de la literatura, de la misma manera que el jazz está dentro de las obras de los poetas de la generación Beat o que el flamenco vive en los versos de Federico García Lorca. Es indiscutible que la letra, la melodía, el ritmo, las emociones y recuerdos transmitidos en una canción pueden servir como fuente de inspiración para la escritura de un poema, igual que lo es la lectura de otras obras poéticas. 

Para acabar, me gustaría mencionar a Julio Cortázar, cuya narrativa ha eclipsado su excelente producción poética. Cortázar era, además de un gran lector, un melómano empedernido, gran conocedor del jazz y amante del tango. De hecho, el álbum musical Veredas de Buenos Aires, editado en 1980 después de la muerte del escritor, contiene magníficos tangos compuestos por el propio Cortázar. Además, el autor de la inigualable Rayuela no ocultaba su fascinación por las canciones del cantautor cubano Pablo Milanés, lo que le llevó a inspirarse en su tema “Ya ves” para escribir un bello poema titulado Blues for Maggie. El círculo parece cerrarse cuando en 2013 la cantante Jamila Purofilin edita un álbum con canciones que llevan por letra poemas de Cortázar. Jamila dice haberse inspirado en Papeles inesperados, un libro de Alfaguara de 2009 que contiene textos inéditos del desaparecido escritor argentino. Entre los poemas musicalizados en este disco está el citado “Blues for Maggie”, presuntamente dedicado a Maggie Prior, una cantante afrocubana (igual que la misma Jamila), intérprete de jazz y música popular, a quien Julio Cortázar conoció durante una de sus visitas a Cuba. Canciones que inspiran versos que a su vez vuelven a engendrar música: un juego mágico.

Que las composiciones poéticas tienen mucho de música (dado que contienen algún tipo de ritmo —haya o no rima o métrica determinada—, y una melodía implícita en la selección de las palabras escogidas) es incuestionable; que las letras de algunas canciones son pura poesía es evidente; que la música y la poesía se entrelazan de forma única es apasionante.