Lindsey Royce (Estados Unidos). Sus poemas han aparecido en publicaciones periódicas y antologías, como las antologías Aeolian Harp #8, #7 y #5; Cutthroat: A Journal of the Arts (publicaciones periódicas y antologías); The Hampton-Sydney Review; The New York Quarterly, Poet Lore, The Washington Square Review y Altazor. Sus poemas han sido nominados a los premios Pushcart de 2019, 2020 y 2021. La primera colección de poesía de Royce, Bare Hands, fue publicada por Turning Point en septiembre de 2016, y su segunda colección, Play Me a Revolution, publicada por Press 53 en septiembre de 2019, ganó el segundo lugar de poesía en los premios Independent Publishers Book Awards de 2020. Su tercera colección, The Book of John, está bajo contrato en Press 53. Royce vive y enseña en la universidad en Steamboat Springs, Colorado.
Nuestros delicados huesos
en memoria de mi madre
Viendo cómo el cielo se inclina para besar la cresta de la montaña,
respiro el incienso de anís que quemo para los muertos.
Su humo se enrosca en la ventana polvorienta, y el helecho de mi escritorio
que lo ha oído todo, pregona mis faltas, descarado.
Sin embargo, la planta se despliega, aliso una fronda contra mi mejilla,
más suave que nuestro amor, que me hizo sangrar.
¿Cuántas veces me hiciste daño? ¿Cuántas veces te
te hice daño? ¿Cuántas veces la incomprensión de doble filo,
esa hoja de separación, cortó el amor de sí mismo y la pena del amor?
Espero soñar con la paz que encontramos antes de tu muerte
sostener una vez más, incluso en el sueño, los delicados huesos de tu mano,
para respirar tu jabón de manos de lavanda
tus cebollas y tu salsa de carne, tu cera naranja para el suelo.
Mamá, lavaría esas horas perdidas, años de ira si pudiera.
Mi camioneta estacionada fuera, el azul era tu color favorito, el blues
mi música favorita, azul la sombra que proyectaba bajo su rueda el atardecer.
Fiebre en mí
en memoria de mi esposo
No te quería íntegro, socialmente
aceptado, un apropiado
acompañante que me tomara del brazo,
un tipo correcto con frac encima de
un pastel de bodas. Quería que me consumieras
que me tomaras entera en tus manos desnudas,
afiebrándome como el agua que purifica…
y luego se evapora. Pero las manos de la muerte
pulieron nuestro lamento, lo dejaron
brillante como un coro de sombreros de copa
y ningún número de vodka martinis
puede convencerme de que tal engaño perdona al conejo.
Hoy, la niebla es espesa, y yo deambulo por el interior,
encuentro consuelo en la quietud del camuflaje.
Allí, puedo imaginar que estoy en la muerte contigo,
sellada en ese sobre a ninguna parte,
vacía de espíritu, sin dirección legible.
El hambre
A los diecisiete años, creía que viajar era algo interno,
que la riqueza de la mente y las emociones
podía tocarse como los instrumentos tradicionales de cualquier país
Desde entonces, he cenado yak tibetano
y té con mantequilla y he visto la Torre Eiffel encendida
al anochecer. Ansiosos por asimilarlo todo, mis amigos y yo caminamos
por los campos de lavanda franceses, por los campos de nieve de los Alpes,
todo bajo el mismo cielo movedizo del mundo.
Un museo, no recuerdo cuál, ofrecía austeras paredes blancas
y un techo abovedado con pequeñas ventanas
que dejaban entrar un mosaico azul: uno de los buenos humores del cielo.
En casa, mi marido, en nuestra cabaña de madera astillada
y techo de metal, miraba el amplio
cielo azul de Colorado, la naturaleza es su museo,
no le impresionaba el Louvre. Cuando volvía
de los viajes, él y yo nos sentábamos al aire libre en sillas de lona,
esperando la puesta de sol, con cervezas frías en las manos,
nuestros perros corrían y ladraban en campos de lentejuelas verdes
cuyas colinas se arqueaban para besar el cielo que se oscurecía.
El sol empezaba a dejar caer su abrigo de muchos colores:
Yo llamaba a su barba el abrigo de Jacob por
la mezcla de rojo, marrón, rubio y blanco-
hermosa y exótica, no existe barba igual.
El forense me dio los recortes en un Ziploc,
así que, aún puedo pasar mis dedos por
el pelo áspero en el recuerdo. Ahora, miro el cielo,
una canción de blues, y veo, a lo lejos, camiones
que van a toda velocidad por la autopista, quizás
tan rápido como se lo llevó el cáncer. Haría autostop
si pudiera viajar lejos de mí misma. En cambio, cuento
sólo los camiones mientras van a toda marcha hacia el vívido atardecer.
Los cuento con los dedos: sola, sola, sola.
Pero-
¿Hay alguien solo? Cuando nuestros perros galopan
a través de las altas hierbas de verano y los cardos se enganchan
en sus pelajes, cuando la memoria recuerda el olor exacto
en nuestros cuerpos cuando él y yo hacíamos el amor,
cuando puedo cocinar y servir sus favoritos…
filete a la pimienta, macarrones con bechamel…
Y ustedes, amigos, sí, ustedes, guisos dados, condolencias de cordero degollado,
ustedes, viajeros que se aventuran en nuestra historia todo el tiempo.
Traducción al español por Mariela Cordero
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