Nació en Perú, el 16 de marzo de 1892, siendo el menor de los once hijos.
Criado con fuertes valores cristianos, su familia deseaba que fuera sacerdote.
Estudió en la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Sus primeros poemas fueron publicados en revistas y diarios locales.
Su primer libro “Los Heraldos Negros” es considerado uno de los más
representativos ejemplos del posmodernismo en la poesía latinoamericana.
De hecho, Vallejo, es considerado un gran innovador en la poesía universal del
siglo XX y el máximo exponente de la poesía peruana.
Decidió viajar a Europa, lo cual hizo con gran esfuerzo económico. Y al llegar a
París comenzó a trabajar como traductor. Realmente pasó grandes apuros
económicos en esa época.

Luego hizo amistad con poetas como los poetas chilenos Vicente Huidobro y Pablo
Neruda. También fue amigo del poeta español Juan Larrea y el pintor español Juan
Gris.
No sólo escribió poesía, abarcó narrativa y ensayos de gran profundidad e incluso
teatro. Pero la libertad de su proceso creativo se veía afectada por la necesidad de
hacer otro tipo de trabajos, para subsistir.
En cuanto a narrativa destaca su obra “Escala melografiadas”, un libro con doce
relatos verdaderamente originales y de vanguardia.
Tres décadas después de su fallecimiento se realizó y publicó una recopilación de
su obra narrativa con el título: “César Vallejo. Novelas y Cuentos completos”.
La más reciente edición de sus obras completas fue realizada por la Pontificia
Universidad Católica del Perú en 14 volúmenes, que incluyen poesía, narrativa,
teatro, ensayo, correspondencias y traducciones.
A pesar de haber vivido solamente 46 años su obra fue prolífica y de gran
profundidad.
Falleció el 15 de abril de 1938.

A continuación comparto 3 de sus preciosos poemas:


Ausente
Ausente! La mañana en que me vaya
más lejos de lo lejos, al Misterio,
como siguiendo inevitable raya,
tus pies resbalarán al cementerio.
Ausente! La mañana en que a la playa
del mar de sombra y del callado imperio,
como un pájaro lúgubre me vaya,
será el blanco panteón tu cautiverio.
Se habrá hecho de noche en tus miradas;
y sufrirás, y tomarás entonces
penitentes blancuras laceradas.
Ausente! Y en tus propios sufrimientos
ha de cruzar entre un llorar de bronces

una jauría de remordimientos!



El poeta a su amada
Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso;
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.
En esta noche clara que tanto me has mirado,
la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.
En esta noche de setiembre se ha oficiado
mi segunda caída y el más humano beso.
Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos;
se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura;
y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos.
Y ya no habrá reproches en tus ojos benditos;
ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura
los dos nos dormiremos, como dos hermanitos.


El pan nuestro
Se bebe el desayuno… Húmeda tierra
de cementerio huele a sangre amada.
Ciudad de invierno… La mordaz cruzada
de una carreta que arrastrar parece
una emoción de ayuno encadenada!
Se quisiera tocar todas las puertas,
y preguntar por no sé quién; y luego
ver a los pobres, y, llorando quedos,
dar pedacitos de pan fresco a todos.
Y saquear a los ricos sus viñedos
con las dos manos santas
que a un golpe de luz

volaron desclavadas de la Cruz!
Pestaña matinal, no os levantéis!
¡El pan nuestro de cada día dánoslo,
Señor…!
Todos mis huesos son ajenos;
yo tal vez los robé!
Yo vine a darme lo que acaso estuvo
asignado para otro;
y pienso que, si no hubiera nacido,
otro pobre tomara este café!
Yo soy un mal ladrón… A dónde iré!
Y en esta hora fría, en que la tierra
trasciende a polvo humano y es tan triste,
quisiera yo tocar todas las puertas,
y suplicar a no sé quién, perdón,
y hacerle pedacitos de pan fresco
aquí, en el horno de mi corazón…!