La imagen que se tiene del acto de escribir poesía es una imagen que nos sitúa en un café en París y que nos saca de la cocina de casa, de la cama o de estar con los hijos. Las consecuencias para la vida práctica son tremendas, pues de esa imagen se deriva que no se puede escribir poesía en cualquier lugar.
Afortunadamente no funciona así. Algunos escribimos en el metro, en la cama antes de levantarnos, en el trabajo, escuchando alguna frase en el supermercado, leyendo cualquier tontería, a través de los recuerdos, limpiando los mocos de un niño, en brazos del amor. El problema está en que no le damos importancia a esos poemas porque creemos que son poemas de segunda, porque no cuentan con el escenario de rigor.
Tenemos que reivindicar el lugar de la poesía en la vida cotidiana para ser capaces de generar nuevas dinámicas poéticas. Una sociedad abierta a la poesía es una sociedad que se enriquece con cada uno de los poemas de sus individuos.
Los poemas están ahí para escucharlos, mimarlos y darles voz, es así cómo se olvida uno de las penurias de la rutina diaria.
Tan cierto José Luis.
A mí la poesía me ataca en cualquier lugar, a cualquier hora, a veces antes de cerrar los ojos, ya en la cama, al final del día, y me inquieta y no me deja y debo atenderla, sentirla, plasmarla.
Totalmente de acuerdo José Luis, tener un alma que sea alimentada hasta por las cosas cotidianas nutre, tremendamente a la poesía… Quienes no poseemos una percepción tan desarrollada deberíamos considerar el sensibilizarnos más con cada cosa que nos rodea.