Mudar de piel siempre es una tarea compleja para el poeta, pues a diferencia del hombre moderno, sienta unos pilares a veces inamovibles construidos a base de versos. La dificultad reside en abandonar un pasado atemporal, un oxímoron en toda regla que genera una deriva de incertidumbre destinada a desembocar en un mar de vacío. A veces no se puede ser otra cosa, solo entonces queda dejar de ser, y que sea la propia contradicción la que genere un nuevo ser.

Dejar de ser, poesía de Carlos Asensio (Chiado, 2017)

«Dejar de ser» (2017), de Carlos Asensio Alonso (Ed. Chiado)

Carlos Asensio (Mallorca, 1986) escribe entre los años 2012 y 2016 su primer poemario en un triángulo geográfico limitado por Londres, León y Madrid. Una obra llena de particularidades con la que el poeta saca a relucir un estilo propio, sólido y ameno. Sus largos versos en ocasiones pueden dar la sensación de estar ante un libro de prosa poética; de cualquier modo, Dejar de ser es un libro que guarda uno de los talismanes de la poesía: todo en él es armónico y nada entre sus páginas sobra.

De este libro emana una lucha constante entre un pasado que no cesa en su intención de ser presente, y un futuro sobre el que no se tiene control. Hasta que el tiempo nos dé caza/ y nuestra voz ya no sea audible. La desnudez de estas palabras son probablemente la fuente de riqueza de la obra. Unos versos narrados en primera persona facilitan la lectura y comprensión, aunque sean necesarias segundas y terceras lecturas para poder extraer más belleza del papel, de esos poemas, de esas confesiones.

Porque ahora, mientras rememoro escenas de una pasión al aire libre,
comprendo que,
en aquel mítico instante,

yo no era.

La estructura está compuesta por un prólogo a manos de Niño de Elche, una introducción del poeta (tal vez necesaria, dada la atmósfera ontológica en la que nos quiere introducir) y nueve poemas. Es justo destacar este aspecto por el orden y la pulcritud que transmite, no ya la edición, sino el trabajo del autor tras escribir la obra y decidir el lugar idóneo para dejar caer el punto y final.

Era, de nuevo, el momento de las despedidas. Pero, antes de irte, jugamos por última vez a recoger hechos y sembrar palabras.

Al tiempo, cuando regresábamos, encontrábamos que «miedo» había dado lugar a un arbusto magnífico, descomunal, atemorizante. Con forma de planta carnívora, nutriéndose del recuerdo y el olvido.

Otras palabras, como «deseo», se erguían en voluptuosas ramas, que se entrelazaban de forma infinita en pliegues de una obscenidad impensable y artificial.

En cambio, otras nunca llegaban a germinar.

Ahora, mientras aguardo tu vuelta, yazco sobre un mausoleo de hayas centenarias.

Brotadas de la palabra «espera».