Mihai Eminescu (1850-1889), último romántico tardío del continente, es la voz poética más importante en la literatura rumana y la más conocida a nivel mundial. Su obra, traducida a más de 60 idiomas, marca un “antes” y un “después” en la literatura rumana, contribuyendo a los jóvenes que querían formarse como poetas en mitad del siglo XIX, y todavía hoy conmueve el alma de los seres humanos.

En ella hay desde una reflexión filosófica que describe las inquietudes más dignas del alma rumana hasta poesías de amor, que transmiten la tremenda pasión y  desesperación romántica. Este es el caso del poema «Icono y marco«, donde expresa la incompatibilidad entre la vida poética de un hombre superior y las necesidades diarias; si bien esa vida es posible en solitario, el poeta no puede plantearse la unión de su vida con la mujer amada en esas condiciones. Estas poesías, aunque pueden recoger también meditaciones, se diferencian de las poesías con carácter filosófico, que contienen pensamientos claros, expresados con pocas palabras y con elegancia de estilo.

Soñando así, ten cuidado cuando pasas el tiempo conmigo,
niña con cálida boca, con piernecitas frías.
Te acercas, me preguntas dulcemente: ¿Por qué no me cortejas?
Quieres escuchar finalmente una palabra…
Una hora has pasado esperando – ahora deseas
como recompensa, que te diga mi amor con versos en francés.
¡Idea! Y en mi brazo apoyas tu dulce brazo.
Vuelvo mi cabeza hacia ti, miro insaciablemente.
Con la boca sobre tu hombro tristemente murmuro:
– ¡Eres demasiado hermosa, Señora, y te amo demasiado!

Conoce a Verónica Micle, también poetisa romántica, quien probablemente le sirve de inspiración en sus poesías amorosas. En ellas hablará del anhelo por un amor ideal, un amor romántico entre un hombre superior, con sed de lo absoluto y con la nostalgia de los arquetipos divinos, y una mujer «mortal», hermosa pero con sus límites desde el punto de vista espiritual.

La obra de Eminescu fue y sigue siendo el comienzo de un pensamiento filosófico y poético para un pueblo rumano mermado por la pobreza y los imperios que los conquistó, entre ellos el otomano.


Amada, cada vez que yo pienso en nosotros…

Amada, cada vez que yo pienso en nosotros,
un océano de hielo aparece ante mí:
sobre la blanca bóveda no hay ya ninguna estrella,
la luna es una mancha amarilla a lo lejos.
Sobre miles de témpanos que las olas se llevan,
un pájaro planea, las alas fatigadas,
mientras su compañera ha seguido adelante,
unida a la bandada que se pierde al poniente.
Hacia donde ella vuela mira desesperado.
Ya no siente ni pena ni alegría. ..Se muere,
soñando en un instante todo el tiempo pasado.

Más lejos uno de otro cada vez nos sentimos,
cada vez me hundo más en la sombra y el hielo,
mientras desapareces en la eterna mañana.

 

Flor azul

«¿De nuevo hundido en los astros,
en las nubes, en los cielos?
Por lo menos, no me olvides,
alma y vida de mi vida.

En vano los arroyuelos
juntas en tu pensamiento
y las campiñas asirias
y la tenebrosa mar;

las pirámides vetustas
que alzan sus puntas al cielo.
¡Para qué buscar tan lejos
tu dicha, querido mío!»

Así mi niña me hablaba,
dulcemente acariciándome.
¡Ella tenía razón!
Yo reía, sin embargo.

«Vámonos al bosque verde,
donde las fuentes del valle
lloran y la roca puede
precipitarse al abismo.

Allí, en lo claro del bosque,
cerca del junco tranquilo,
bajo la serena bóveda
del moral nos sentaremos.

Y me contarás los cuentos
y me dirás las mentiras;
yo, con una margarita
comprobaré si me quieres.

Y bajo el calor del sol,
roja como una manzana,
tenderé mi cabellera
para cerrarte la boca.

Si tú acaso me besaras,
nunca nadie lo sabría,
pues debajo del sombrero,
¡eso a quién puede importarle!

Cuando a través de las ramas
salga la luna de estío,
tú me enlazarás del talle,
yo me prenderé a tu cuello.

Bajo el techo de las ramas,
al descender hacia el valle,
caminando cambiaremos
nuestros besos como flores.

Luego, al llegar a la puerta,
hablaremos en lo oscuro;
que nadie de esto se ocupe;
si te quiero, ¿a quién le importa?»

Un beso más… y se ha ido.
¡Yo quedo bajo la luna!
¡Qué hermosa es y qué loca
es mi azul, mi dulce flor!

Tú, maravilla, te fuiste,
y así murió nuestro amor .
¡Flor azul, oh flor azul!…
¡Qué triste que es este mundo!

 

Atardecer en la colina

El cuerno quejoso suena en la colina,
suben los rebaños, brillan las estrellas,
las aguas responden, gimiendo en las fuentes;
bajo las acacias, querida, me esperas.
La luna atraviesa clara y santa el cielo,
tus ojos contemplan el raro follaje,
las estrellas húmedas nacen en lo alto,
tú estás de ansias llena y de amor tu seno.
Las nubes resbalan, sus rayos se estrían,
levantan las casas sus techos vetustos,
la roldana al viento chirría en el pozo,
el valle es de humo, las flautas murmuran.
Hombres fatigados, la hoz sobre el hombro,
vuelven de los campos; la toica* resuena,
la campana llena con su voz la noche,
y mi alma se quema de amor en tu fuego.
¡Ah!, pronto en el valle el pueblo se duerme,
¡ah!, pronto mis pasos hacia ti me llevan.
Cerca de la acacia pasaré la noche
e incansablemente te diré: te quiero.
Las cabezas juntas, una contra otra,
bajo la alta acacia nos adormiremos
¿Quien la vida entera no la entregaría
por una tan bella, tan dichosa noche?

* Toica es un trozo de madera o metal que se golpea para llamar a la oración

 

La patria de la vida es el presente

La patria de la vida es el presente,
sólo estamos en el instante de ahora,
estamos en la verdad. – Y el pasado
con el futuro son sólo pensamiento.
en vano empujáis lo que tenéis delante,
en vano deseáis las cosas que vendrán.
Volved hacia vuestro interior y conoceréis
que todo en el mundo, todo está en el presente.
Todo lo que fue o será alguna vez,
fueron, serán sólo porque es.
¿No sabes que tocando a un hombre
tocas la humanidad? La multitud es ilusión.
Di a miles de hombres la misma palabra
y en miles despertará entonces
el mismo icono, el mismo sentido.
Signo que todos son en uno y el uno es en todos.

 

Separación

¿Pedirte yo un recuerdo para que no te olvide?
Sólo a ti te quisiera, mas no te perteneces;
ni esa flor ya sin vida entre tu pelo rubio,
pues que sólo deseo que me eches al olvido.
¿De qué sirve sentir la dicha ya apagada,
que no se extingue y sigue igual eternamente?
El mismo río canta con diferentes ondas:
¿de qué puede servir la persistente pena
si a través de este mundo está escrito pasamos
cual sueño de una sombra y sombra de un ensueño?
¿Para qué preocuparte de mí más adelante?
¿Por qué contar los años que vuelan con los muertos?
Lo mismo da que muera hoy día que mañana,
ya que borrar deseo el rastro de mi paso,
ya que quiero que olvides nuestro sueño feliz.
No vuelvas, vida mía, a los años pasados,
en una sombra negra queda desvanecida,
como si jamás juntos hubiésemos estado,
como si aquellos años de amor se vaciasen.
¿De tanto haberte amado me podrás perdonar?
Déjame entre extranjeros la cara contra el muro,
que en mis ojos se hiele la luz de mis pupilas,
y así, cuando este barro a la tierra retorne,
¿quién sabrá ya quién soy, quién ya de dónde vengo?
y mis lamentaciones, atravesando el muro,
pedirán para mí el eterno reposo.
Sólo desearía que alguien cerca de mí
pronunciase tu nombre sobre mis ojos ciegos,
y después-si así quieren-que me echen al camino…
Más dicha yo tendré que la que tengo ahora.
Del horizonte llega la bandada de cuervos,
oscureciendo el cielo sobre mis turbios ojos;
que la tormenta estalle sobre el haz de la tierra,
mi barro al polvo vuelva, mi corazón, al viento…
Pero tú sigue en flor como luna de abril,
con tus ojos violeta, tu sonrisa de niña,
pues aunque seas joven siempre lo serás más,
pero no me recuerdes, pues de mí yo me olvido.

 

Yo quisiera dormirme…

(Variante)

Yo quisiera dormirme,
perdido en la noche.
Condúceme en silencio
al borde del mar.
No quiero ataúd rico,
luces ni oriflamas,
trénzame sólo un lecho
de jóvenes ramos.
Que el sueño me sea dulce
y el bosque cercano,
que brille un cielo limpio
en las hondas aguas.
Que del dolor brotando
suban a la orilla,
que a las rocas se abracen
sus brazos de olas.
Se levantan y caen
murmurando siempre,
mientras sobre los pinos
resbala la luna.
Que nadie junto a mí
llore en mi almohada,
que la muerte haga hablar
las hojas resecas.
Que el todopoderoso
en el viento pase,
que en mí el sagrado tilo
sacuda su flor.
Y como no andaré
nunca más errante,
caerán sobre mí
los tiernos recuerdos
que no sabrán que miro
la inquietud del mundo
mientras que las lianas
mi soledad cubren.

 

Y si…

Y si ramas golpean la ventana,
y los álamos se estremecen,
es para tenerte en mi mente
y suavemente acercarte.
Y si estrellas se reflejan en el lago,
iluminando su hondura,
es para apaciguar mi dolor,
volviendo a estar sereno.
Y si las nubes espesas van
y en el claro sale la luna,
es para acordarme de ti
y guardarte siempre en mi memoria.

 

¡Oh, madre!…

¡Oh, madre, dulce madre, del fondo de los tiempos
siento que entre el murmullo de las hojas me llamas!
Sobre la cripta negra de la sagrada tumba,
se deshoja la acacia al soplo del otoño
y sus ramas agita, tu voz acompañando…
Ellas se mecerán y tú dormirás siempre.
Cuando muera, querida, no llores a mi lado;
pero al sagrado tilo arráncale una rama,
ponla en mi cabecera y entiérrala conmigo
y que sobre ella corra el llanto de tus ojos;
un día llegará a dar sombra a mi tumba…
La sombra crecerá y yo dormiré siempre.
Y si acaso ocurriese que muriéramos juntos,
que no nos lleven nunca al triste cementerio,
que caven nuestra tumba al borde de un arroyo,
que nos coloquen juntos en un mismo ataúd;
así te quedarás apoyada en mi hombro…
Siempre llorará el agua y dormiremos siempre.