¿Alguna vez has sentido que un poema te ha salvado la vida?

La poesía de Jaime Sabines nos ha salvado la vida, no encontraremos otra poesía que nos devuelva el ánimo, nos llene de asombro y entusiasmo que las letras de Sabines. Los versos de Sabines provocan a sobrevivir en esta época.

Es inútil vivir, pero es más inútil morir

Jaime Sabines nos llena de enérgica vitalidad creadora y hondura emocional en su obra poética. Lo consigue al atraparnos con sus versos hechos de palabras ordinarias, que logran contagiar las emociones del poeta, y sobre todo el sentido humano de la poesía misma. No le interesó la forma sino el fondo.

Si no hay emoción, no hay poesía para mí. Hay muchos poetas que por eso no me gustan, porque hacen las cosas con el cerebro.

¡Afuera! ¡Lejos, la función trivial, la musiquita, la rima!… Hay que libertarse. El poeta no es un animal de adorno, ni la poesía un arete o un abanico. Somos hombres, antes que poetas. Y lo hondo, lo profundo, lo oscuro, como lo claro y lo concreto del hombre, debe ir al poema, debe hacerlo, construirlo con su mundo aparte… Y es que hacer un poema es llorar.

La creación poética de Jaime Sabines siempre fue basada en experiencias reales. Sabines decía: “La poesía que ‘sí se entiende’ los toma desprevenidos. No entienden nada porque creen entender. Abandonan las cautelas más elementales. Creen que un poema que no ofrece dificultades para ser leído burdamente es un poema burdo. Creen que está escrito a lo fácil lo que leen a lo fácil.”

Deleitemonos con algunos extractos que considero parte de su obra crucial. Sabines ha influenciado y justificado en todo su sentido mi forma de ver la poesía.


No quiero decir nada,

porque no sé, porque no puedo,

porque no quiero decir nada.

Quiero hablar, barbotar, hacer ruido,

como una olla con su escándalo de agua.

Si grito, van a venir las gentes

a socorrerme. No tengo ganas.

Una boca discreta, desdentada,

que no diga nada.

Parla parlaba.

Igual a la del tío agonizante

glogloteando sin palabras.

Aquí lo enterraron. ¡Basta!

Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí.

Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estás hecha para mí, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo.

Uno apenas es una cosa cierta

que se deja vivir, morir apenas,

y olvida cada instante, de tal modo

que cada instante, nuevo, lo sorprenda.

Uno es algo que vive,

algo que busca pero encuentra,          

algo como hombre o como Dios o yerba

que en el duro saber lo de este mundo

halla el milagro en actitud primera.

¿No se podrá decir lo que el viento y la hora

hacen sentir de anhelo sin fatiga?

¿no podremos hablar de lo que aquí sucede

inadvertidamente, bajo el cielo vulgar de cualquier día,

en la calle, en el pueblo,

en la cervecería,

en medio de las voces de los que venden diarios,

sobre las piedras sucias de saliva?

¿La madera del piso,

la toalla en esa silla,

los espejos, la cama, las cortinas

que en la ventana el viento atemoriza,

el rescoldo del sueño entre los ojos,

el peine en los cabellos de esa niña,

esto que llaman soledad, sin nadie,

mi estómago vacío, la ceniza

fumada, y la mañana fría?

LOS AMOROSOS

Los amorosos callan.

El amor es el silencio más fino,

el más tembloroso, el más insoportable.

Los amorosos buscan,

los amorosos son los que abandonan,

son los que cambian, los que olvidan.

Su corazón les dice que nunca han de encontrar,

no encuentran, buscan.

Los amorosos andan como locos

porque están solos, solos, solos,

entregándose, dándose a cada rato,

llorando porque no salvan al amor.

Les preocupa el amor. Los amorosos

viven al día, no pueden hacer más, no saben.

Siempre se están yendo,

siempre, hacia alguna parte.

Esperan,

no esperan nada, pero esperan.

Saben que nunca han de encontrar.

El amor es la prórroga perpetua,

siempre el paso siguiente, el otro, el otro.

Los amorosos son los insaciables,

los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos.

Los amorosos son la hidra del cuento.

Tienen serpientes en lugar de brazos.

Las venas del cuello se les hinchan

también como serpientes para asfixiarlos.

Los amorosos no pueden dormir

porque si se duermen se los comen los gusanos.

En la oscuridad abren los ojos

y les cae en ellos el espanto.

Encuentran alacranes bajo la sábana

y su cama flota como sobre un lago.

Los amorosos son locos, sólo locos,

sin Dios y sin diablo.

Los amorosos salen de sus cuevas

temblorosos, hambrientos,

a cazar fantasmas.

Se ríen de las gentes que lo saben todo,

de las que aman a perpetuidad, verídicamente,

de las que creen en el amor

como una lámpara de inagotable aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua,

a tatuar el humo, a no irse.

Juegan el largo, el triste juego del amor.

Nadie ha de resignarse.

Dicen que nadie ha de resignarse.

Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.

Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,

la muerte les fermenta detrás de los ojos,

y ellos caminan, lloran hasta la madrugada

en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,

a mujeres que duermen con la mano en el sexo,

complacidas,

a arroyos de agua tierna y a cocinas.

Los amorosos se ponen a cantar entre labios

una canción no aprendida,

y se van llorando, llorando,

la hermosa vida.