De origen ucraniana y nacionalizada brasileña Clarice Lispector fue una mujer que sufrió en carne propia el sabor cortante del exilio y la persecución judía. Su niñez en una tierra extraña dejan una marca inevitable en su pecho:

En una tierra de morenos, ser pelirrojo es una rebelión involuntaria. ¿Qué importaba si en un día futuro su marca iba a hacerle erguir, insolente, la cabeza de mujer?

Vivencias traumáticas cómo el contagio de sífilis de su madre, (producto de una violación a manos de soldados rusos), marcaron el amanecer de su vida, quedando a sus 9 años huérfana. El reflejo gris de estos parajes quedaron impregnados en sus líneas, en donde hace alusión a todo lo vivo, pero también da ese sorbo al misterio de los silencios o lo que hay más allá.

«La palabra tiene su terrible límite. Más allá de ese límite está el caos orgánico. Después del final de la palabra empieza el gran alarido eterno»

Durante su juventud, fue visitante constante en los recintos bibliotecarios de los centros de estudios donde se formó. Lo que corría por sus venas en una prosa tremendamente vívida, tan rica en detalles como todo ese edén amazónico a su alrededor, su pluma nos regala hermosos vuelos y nos adentra en esos elementos que hacen al alma sobresaltarse. La fina forma en que nos relata los escenarios es un golpe directo a los sentidos, que causa una reacción de efervescencia ante sus letras:

Ese día, cuando el sol ya se estaba poniendo, el oro se extendió por las nubes y por las piedras. Los rostros de los habitantes quedaron dorados como armaduras y así brillaban los cabellos sueltos. Fábricas empolvadas silbaban continuamente avisando el fin del día de trabajo, la rueda de un carro adquirió un nimbo dorado. En ese oro pálido la brisa tenía una ascensión de espada desenvainada. Porque era así que se erguía la estatua ecuestre de la plaza en la dulzura del ocaso.

Paulo Francis escribió sobre Clarice que ‘se convirtió en su propia ficción’. Quizá era una forma de escapar de sus recuerdos duros y de una parte de su realidad. Después de algunos años en Brasil, ya casada, viaja a Europa y tiene una estancia allí como asistente voluntaria de enfermería durante la Segunda Guerra Mundial, su residencia se prolonga hasta 1959. Durante este tiempo nació su primogénito, quién a la postre manifestaría una enfermedad mental, esto sumado a su divorcio posterior y al incendio accidental (presumiblemente provocado por una colilla mal apagada) que la marcó de por vida, clavó una daga en la sensibilidad de Lispector, y parece también haber herido sus letras, que son también bálsamo:

La nieve es muda pero deja rastro, lo emblanquece todo, los niños ríen, los pasos resuenan y dejan huella. Hay una continuidad que es la vida. Pero este silencio no deja señales.
«Cuidarse para no morir. No obstante, ya estoy en el futuro. Ese futuro mío que será para vosotros el pasado de un muerto. […] escribiendo me libro de mí y puedo entonces descansar»

Lispector plasma la calidez, cómo un sol en tarde de verano, logra integrarnos al escenario de sus obras, nos involucra, nos cuestiona y nos conduce hacia una posible respuesta.

Octavio Paz menciona en su ensayo ‘La llama doble’:

…aquello que nos muestra el poema no lo vemos con nuestros ojos de carne sino con los del espíritu. La poesía nos hace tocar lo impalpable y escuchar la marea del silencio cubriendo un paisaje devastado por el insomnio.

pues bien, Lispector logra a través de su prosa hacer que nuestro espíritu cobre la vista y vislumbre todo ese paisaje de su pluma a partir de esa luz que emanan sus líneas, y crea en uno, una sensación vivencial en cada uno de sus escenarios.

¿Cómo explicar que mi mayor miedo esté precisamente relacionado con el ser? Y, no obstante, es el único camino. ¿Cómo se explica que mi mayor miedo sea precisamente el de ir viviendo lo que vaya sucediendo? ¿Cómo se explica que no soporte yo ver, solo porque la vida no es la que pensaba sino otra?, ¡como si antes hubiese sabido lo que era! ¿Por qué el ver produce una desorganización tal?[…] Me pregunto: si miro la oscuridad con una lupa, ¿vería algo más que la oscuridad?


Es fatal no conocerse, y no conocerse exige valor.

Sin duda la vocación le llegó temprano y ella lo reconocía, sabía perfectamente que lo de ella era navegar y recorrer esos terrenos que le provocaban una exaltación a sus días, sabía que debía caminar, cómo quien conoce la ruta entre la selva espesa, sabía que lo de ella era plasmar el sentir y no negarse a ello:

A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. Ya no era una niña con un libro: era una mujer con su amante.

Deja éste mundo en diciembre de 1977, a causa de cáncer de ovario y hereda un legado que es referente en la literatura latina.

Clarice Lispector una mujer que tejió el fino telar del detalle, la Dama, el bello enigma ucraniano que conquistó la Amazonia.

Extractos de sus obras

La manzana en la Obscuridad (cuento)

La única ventaja del día era que bajo la luz extrema el coche se convertía en un pequeño escarabajo que fácilmente podría alcanzar la carretera. Pero mientras el hombre dormía el coche se volvía enorme como se vuelve gigantesca una máquina parada. Y de noche el jardín era ocupado por la secreta urdimbre que sostiene la oscuridad, con un trabajo cuya existencia las luciérnagas inesperadamente traicionan; cierta humedad también denunciaba la labor. Y la noche era un elemento en el que la vida, porque se había vuelto extraña, era reconocible. Esa noche, alcanzando el hotel vacío y adormilado, el motor del coche empezó a vibrar. Lentamente la oscuridad se había puesto en movimiento.

Lazos de familia (cuento)

Todavía estaba bajo la impresión de la escena medio cómica entre su madre y su marido, a la hora de la despedida. Durante las dos semanas de visita de la vieja, los dos apenas si se habían soportado; los buenos días y las buenas tardes sonaban a cada momento con una delicadeza cautelosa que la hacía querer reír. Pero he ahí que a la hora de la despedida, antes de entrar en el taxi, la madre se había transformado en suegra ejemplar y el marido se tornaba en buen yerno. «Perdone alguna palabra mal dicha», había dicho la vieja señora, y Catalina, con algo de alegría, vio a Antonio, sin saber qué hacer con las maletas en las manos, tartamudear, perturbado con ser el buen yerno. «Si me río, ellos han de pensar que estoy loca», había pensado Catalina, frunciendo las cejas. «Quien casa a un hijo pierde un hijo, quien casa a una hija gana otro hijo», aseguró la madre, y Antonio había aprovechado su gripe para toser. Catalina, de pie, observaba con malicia al marido, cuya seguridad se había desvanecido para dar paso a un hombre moreno y menudo, forzado a ser el hijo de aquella mujercita grisácea…

La Pasión

Si me confirmo y me considero verdadera, estaré perdida, porque no sabría dónde encajar mi nuevo modo de ser; si avanzase en mis visiones fragmentarias, el mundo entero tendría que transformarse para que ocupase yo un lugar en él. He perdido algo que era esencial para mí, y que ya no lo es. No me es necesario, como si hubiese perdido una tercera pierna que hasta entonces me impedía caminar, pero que hacía de mí un trípode estable. He perdido esa tercera pierna. Y he vuelto a ser una persona que nunca fui.
[…]
Estoy ganando tiempo. Sé que todo lo que estoy diciendo es solo para ganar tiempo, para retrasar el momento en que tendré que comenzar a decir, sabiendo que nada más me queda por decir. Estoy aplazando mi silencio. ¿He retrasado toda la vida el silencio? Pero ahora, por desprecio a la palabra, tal vez pueda por fin comenzar a hablar. Las señales telegráficas. El mundo erizado de antenas, y yo captando la señal. Solo podré hacer la transcripción fonética. Hace tres mil años me extravié, y lo que ha quedado son fragmentos fonéticos de mí. Estoy más ciega que antes. He visto, es verdad. He visto, y me ha asustado la verdad desnuda de un mundo cuyo mayor horror es que está tan vivo que, para admitir que estoy tan viva como él –y mi peor descubrimiento es que estoy tan viva como él–, tendré que elevar mi conciencia de vida exterior hasta el punto de atentar contra mi propia vida.