Amalia Iglesias Serna* nació en Menaza al norte de la provincia de Palencia en 1962.  En los años sesenta se mudó con su familia a Bilbao donde se licenció en Filología Hispánica  por la Universidad de Deusto. Fue precisamente aquí donde se inició en la poesía, dentro del grupo Poetas para el Pueblo, editores de la revista Zurgai, donde publicó su primer poema. Pasó algunos años en Madrid y actualmente vive en Salamanca.

Su primer libro, ‘Un lugar para el fuego» recibió el Premio Adonais en 1984. Esta obra gira en torno al fuego como llama amorosa. Su segunda obra, «Memorial de Amauta» (1988) está impregnada de tintes surrealistas recibió el Premio Alonso de Ercilla del Gobierno Vasco 1995. Escribe un tercer poemario, «Dados y dudas’ (1996) por el que recibió el accésit del premio Jaime Gil de Biedma 1996 y en el año 2003 publica «Antes de nada, después de todo», que agrupa toda su obra poética anterior. En este mismo año, publica «Intravenus», conjuntamente con Dolores Velasco. Y en 2005 «Lázaro se sacude las ortigas», quizás el más complejo de sus libros. Premio Villa de Madrid Francisco de Quevedo 2006.

Es también editora del libro de María Zambrano: Algunos lugares de la pintura (Espasa  Calpe). Codirigió, junto a Cesar Antonio Molina la revista de poesía La alegría de los naufragios (Juerga & Ferror)

En 2007 fue nombrada Presidenta Ejecutiva de la Comisión Nacional para la Conmemoración del Centenario de Machado en Soria.

Ha sido incluida en diversas antologías como Las diosas blancas, Ellas tienen la palabra (Hiperión), Poetas de los ochenta (Mestral), Antología de la poesía española 1977-1995 (Castalia), Canción de canciones (Muchnik), Ab Ipso Ferro. Congreso Internacional de Poesía Fray Luis de León. Diputación de Salamanca, 2018, etc.

Cuando quise leer la caligrafía de las brasas…

Cuando quise leer la caligrafía de las brasas,

las palabras sin certezas hacían un ruido de celofán

entre los dedos, ya entonces alguna brecha abierta,

arrugas que no supe interpretar. Las manos de un

alfarero loco modelaban mi sombra y el orfebre puso

a secar mi corazón encima de la empalizada.

De «Dados y dudas»  1996

Desde nunca te quiero y para siempre…

Desde nunca te quiero y para siempre,

desde todo y quizá y para siempre,

desde el rotundo rayo que sube por la acequia de las horas

al látigo crecido en mis pupilas ponientes,

veloz mi voz, mi viento:

vértigo de desembocadura

y el más ingrato delta para acabar el viaje.

Hasta la nada espero,

hasta lo lejos de la memoria inútil y el cráter sin crepúsculo,

hasta la duda embriagada de rótulos celestes,

en la fiebre y la luna imantada de agosto.

  De «Un lugar para el fuego» 1985

Imán de ti

                                                                             Tengo una atmósfera propia en tu aliento

                      La fabulosa seguridad de tu mirada con sus constelaciones íntimas».

                                                                                                                               Vicente Huidobro

Cuando te pienso se desatan atractores extraños,

mi cuerpo se desplaza,

se hace trizas en todas direcciones para encontrarte.

Y así vuelvo a nacer cuando te abrazo.

En el microclima de tu piel

mis briznas se conjugan con verbos desconocidos,

se recomponen

lejos de las palabras párvulas y huérfanas.

Así vuelvo a nacer

con los poros imantados de ti.

Tu piel tira de ellos en la distancia.

Hundo mis pies en tu océano,

me abandono a la química de las pasiones,

y a un solo movimiento tuyo

se ordenan mis hormonas, mis células, mis glándulas,

en el concierto del deseo sin ataduras

                                                                              ni sintaxis.

Y creo más en ti

que en el silencio sobrecogido de las catedrales.

Contigo sobrepaso el umbral de todas las incertidumbres,

en ti el cobijo, el dintel,

mi bóveda, mi ménsula, mi arquitrabe gozoso,

me edificas, me construyes, me sostienes.

El metropolitano ruge debajo de mi casa

como un dragón de horario estremecido

y yo me protejo en la fortaleza de tus extremidades,

vadeo un río toda la noche para buscar el refugio de tu origen.

Tú mi atmósfera, mi espacio abierto

para entrar y salir sin centinela.

Traes un aire nuevo entre tus labios

y ya no sé respirar fuera de ti.

Cuando tú no estás

el cielo detiene sus hélices de plomo,

se enrarecen las palabras

                                     y no saben decirte.

De «La sed del río»

Ítaca no existe

Tres vueltas de llave y un olor a silencio,

la luz súbitamente estrangulada en el lecho sin fondo

y la humedad de quince o más otoños

y esta locura

y esta oscura gangrena de embriagada penumbra,

tres o cuatro macetas con esquejes de olvido

o esa vela gastada en noche de tormenta.

Las puertas columpian el llanto de sus goznes.

Hace ya tiempo que no hay golondrinas al borde del tejado.

Asciendo lentamente

aquella escalera de los sueños freudianos,

subo a los altares mínimos

de mi propia insuficiencia.

¡Cuánto ayer empozado,

cuánta breve mortaja,

cuánto leve recuerdo!

Sobre la cal de esta pared escribo un veexist

He regresado y nada me esperaba.

Quizá se vuelve como a la patria o al padre

con un algo de herida

y esa ansiedad de no reconocerse en los viejos espejos.

Quizá se vuelve tarde,

se vuelve ya sin tiempo.

Desde el suelo

una muñeca muerta me contempla,

—una muñeca serenamente mueragost

Me alejo

con la desagradable sensación de haber profanado una

  De un  lugar para el fuego 1985

*Datos biográficos de Wikipedia