A lo largo de la historia se ha relacionado mucho la poesía del romanticismo (siglo XIX) con los poetas suicidas y no es solo este periodo  el que tiene este dudoso honor. Han sido muchos los poetas y escritores que han terminado suicidándose, algunos a muy temprana edad. En esta misma revista ya escribí algún artículo de algunas poetas suicidas, como  Verónica Forrest o Karoline Günderode

Tendemos a ver a los poetas suicidas como seres muy delicados y de profundos sentimientos, pero en muchas ocasiones nos encontramos con personas atormentadas o con problemas grabes de salud.

“Es preciso que el poeta sea un maestro de la vida” dice Maiakovski, y quizá sea cierto, pero por otro lado dice Werther en una de sus cartas “Soñamos cuando hablamos de la muerte”. Muerte, sueño, vida y poesía están y estarán siempre muy ligadas. Vivir para soñar, soñar para sentir y escribir, y morir dejando un pequeño legado de poemas.

Aquí os dejo una pequeña selección de algunos de estos poetas:

Thomas Lovell Beddoes (Clifton – Nueva  Jersey  – 30 de junio de 1803 / Basilea- Suiza – 26 de enero de 1849)

Hijo de un eminente científico inglés, publicó su primer drama a los diecinueve años. Cursa estudios de medicina es Oxford y más tarde en la ciudad alemana de Göttingen. Su radicalismo político y su forma de vida excesiva, le lleva a tener una vida itinerante por diversos países de Europa. A la edad de cuarenta y cinco años, seis meses después de haber perdido una pierna, a consecuencia de un intento de suicidio, toma un veneno en la ciudad de Basilea.

Al final de su vida, escribió de sí mismo: “Tendría que haber sido, entre otras cosas, un buen poeta”.

Un Poema:

Endecha de Wolfram

Si aliviar tu corazón deseas

del amor y sus resentimientos,

entonces duerme, querida, duerme;

y ni un solo pesar

de tus párpados  prenderá lágrimas.

Alma triste, yaz quieta

en las honduras hasta que el mar arrastre

los bordes del sol mañana,

al este del cielo.

Mas si curar quieres tu corazón  

del amor y sus resentimientos,

entonces muere, querida, muere;

es más intenso, más dulce

que reclinarse a soñar en rosaledas

con vendados ojos;

y así, en soledad, bajo el fulgor

del Amor y sus estrellas, con ella te reunirás

al este del cielo.

Ángel Ganivet  (Granada 13 de diciembre de 1865 / Riga 29 de noviembre de 1898)

Denominado como el “excéntrico de la generación del 98”, no es la poesía lo más desatacado de su trabajo literario pero sí una parte muy personal de ella.

Ganivet, sin padre desde los diez años, se licencia en Filosofía y  Letras en la Facultad de Granada.  En 1889 se doctora en Madrid y obtiene una plaza en el cuerpo de Archivos y Bibliotecas. Un año más tarde se gradúa en Derecho. Su fracaso en las oposiciones a la Cátedra de Lengua Griega de la Universidad de Granada es el comienzo de su alejamiento de España y de la sociedad, a través de diversos consulados.

Primer destino en 1892. Amberes, donde conoce a Amelia Roldán con quien tendrá dos hijos. Nunca se casaron.

En 1895 es destinado a Helsingfrs, en Finlandia. Ganivet, que ha ido aprendiendo griego, latín, árabe, francés, inglés, italiano y alemán, comienza sus clases de sueco con Mascha Bergman.

En 1898, es designado a Riga. Ganivet es ya un escritor del que empieza a hablarse. Su “Ideárium español” ha dado lugar a una controversia con Unamuno, que da lugar a un nuevo libro “El porvenir de España”.

En Riga comienza un “retiro filosófico”, estudia ruso, apenas come, fuma veinticinco puros diarios y empieza a padecer insomnio y manías persecutorias. Visita a un médico que le diagnostica parálisis general progresiva.

Días antes de cumplir treinta y tres años, toma un barco para dirigirse a Riga, a cuyo puerto llegan Amalia y su hijo Tristán. Ganivet se arroja a la corriente pero es rescatado, y en un descuido, se lanza de nuevo al agua y muere.

Dice de él Antonio Espina: Se puede ser suicida y valiente, suicida y cobarde, suicida y loco, suicida y cuerdo.

Un poema:

Los grajos

-Bajo este cielo pródigo en colores,

en esta vega diáfana, encendida,

dejemos, noble amigo, nuestra vida

pasar, gozando los tardíos amores.

Huyamos los estériles honores

y sea nuestra gloria, no fingida,

la rústica beldad, en la escondida

quietud de un pobre huerto entre las flores.-

Así dije, y mi amigo, señalando

una nube de grajos en el cielo,

me contestó con sentenciosa calma:

-Tarde nos llega el amoroso anhelo;

esa nube algo muerto está rondando,

y quizá esté lo muerto en nuestra alma.

Beppe Salvia   (Potenza, 10 octubre 1954 – Roma, 6 abril 1985)

Giuseppe Salvía, pintor, poeta y persona muy silenciosa, a la que sus amigos comparaban con un gato. Escribe de él Marco Lodoli : “fingía tocar la trompeta, agitando los dedos en el vacío y soplando largas notas, como en ese vídeo de Miles Davis que le gustaba tanto”.

Publicó sus primeros poemas en la revista Nuovi Argomenti a finales de los años 1970. El primer libro, El patrimonio de Elisa Sansovino, se publicó póstumamente en 1985, como Quaderno di Prato paga.

«Beppe Salvia murió en Roma, a la edad de treinta años, arrojándose desde la ventana de su casa el sábado 6 de abril, en via del Fontanile Arenato. Siempre tuve la impresión de que vivía en esa calle porque le gustaba el nombre. Un nombre líricamente simbólico.» (Artículo de Marco Lodoli en abril de 1985).

Un poema:

La noche ha vuelto las paredes blancas

de mi estancia y las palabras blancas,

los pétalos de rosa desflorecidos

en las páginas abiertas de

 los Ritos de Castidad, ya no sé mentir,

vivir entre mis cosas muertas,

en seguirme me abandono, canto

mas  nunca los verdaderos recuerdo el enloquecer

del mundo y sus rimas apretadas, yo

estoy casi ciego y entorno a mí la noche,

vivo ya muerto y me afano en cosas ciegas

que una ciega vacilante ilumina,

la luz en el tragaluz azul,

el lecho blanco.

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Datos sacados del libro Antología de poetas suicidas (1771 – 1985) de José Luis Gallero (Editorial Fugaz) .