Nacida en 1850, Rosario de Acuña fue una escritora, poeta, pensadora y periodista considerada una adelantada en el proceso de la igualdad entre hombres y mujeres, y la en la lucha por los derechos de los más débiles.
Desarrolló una enfermedad ocular que le ocasionaba la pérdida intermitente de visión, cosa que hizo que su enseñanza y educación difería en cierto modo de la enseñanza oficial que se daba a las mujeres, siendo educada en su propia casa, con un pleno contacto con la naturaleza, y al cuidado de unos padres dedicados totalmente a Rosario, como hija única que era. Esta educación despertó en ella un interés por la Historia y por las Ciencias Naturales, adquiriendo, en parte también gracias a sus estancias en Roma, en tierras andaluzas o a la vera del Cantábrico, un conocimiento tremendo del mundo animal y vegetal. Sus periódicos viajes al extranjero, París, Bayona, Roma, alimentaron su curiosidad por el mundo que la rodaba y su cultura, así como su talante libre pensador y republicano.
Cuando apenas contaba veinticinco años, se estrena en el mundo literario ni más ni menos que en el Teatro Español de Madrid, siendo la segunda mujer que lo lograba, después de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Después de este magnífico estrenó, que le brindó el aplauso del público asistente, con una obra, Rienzi el Tribuno, que se centraba en ser una crítica a la tiranía y un grito a la libertad. A su vez, inevitablemente, también levantó las críticas de algunos sectores.
Se casó poco después, trasladándose a vivir a Zaragoza, pero el matrimonio no duró demasiado y Rosario decidió abandonar a su marido por sus repetidas infidelidades; otra muestra más de que Rosario era una mujer adelantada y valiente, puesto que en esa época no que la mujer abandonara al marido era algo casi inconcebible.
Paralelamente, no abandonó su producción literaria, publicándose, en 1874, el largo poema Ecos del Alma, que le abrió las puertas a diversas revistas como La Mesa revuelta, o El imparcial.
A mediados de los años 1880, fue la primera mujer en ocupar la tribuna del Ateneo de Madrid, realizando una lectura poética y, posteriormente, también en el Fomento de las Artes, centro de acogida de escritoras liberales. Por su obra y su manera de ser, se ganó la simpatía de las corrientes y sectores librepensadores del país, grupos cercanos a la ideología republicana y defendiendo la separación de la iglesia y el estado, así como en la intromisión de la iglesia en la intimidad de las conciencias. Siguiendo su pensamiento, ingresó en una Logia masónica, y estuvo igualmente vinculada a otras dos logias más, Las Hijas del progreso, de Madrid, y la Logia Jovellanos, en Xixón.
Sus ideas, su obra y su valentía la convirtieron en una de las primeras mujeres en vivir el éxito y abrirse camino en un mundo dominado por los hombres, clamando a viva voz por la igualdad de derechos. Una muestra podría ser el estreno de su obra El padre Juan, una de las más polémicas de su carrera, puesto que presentaba en escena los falsos valores de la religión católica, las deformadas creencias religiosas y el fanatismo, contraponiéndolos con personajes que encarnan la razón, la bondad y la justicia. La obra fue un escándalo para la época e incluso llegó a prohibirse, cerrando las puertas del teatro.
Decidió abandonar la capital e instalarse en un pueblito de Cantabria, convirtiéndose en una experta avicultora, destacando igualmente en esta faceta, por su labor como investigadora y difusora de la industria avícola. Rescindido el contrato de su vivienda en cántabra, se trasladó a Asturies, donde habitó hasta su muerte en el año 1910. Allí continuo con sus ataques contra el conservadorismo y los estamentos más convencionales, con diversas publicaciones en distintos medios, siempre fieles al librepensamiento, denunciando el maltrato a las mujeres, la situación de los obreros y la dureza de la vida en algunos sectores más oprimidos. Y allí fue donde finalmente se estrenó su obra El padre Juan, gracias a la Sección Artística Obrera del Ateneo, siendo representada en el Teatro Robledo de Xixón. Falleció en el año 1923, en Asturies, por una embolia cerebral.
Es importante también su faceta como periodista, la cual se centró en la denuncia de las desigualdades existentes entre la mujer y el hombre, destacando sus colaboraciones en Las Dominicales del Libre Pensamiento, un periódico que ya gozaba de bastante crítica y con multitud de denuncias por su contenido.
En definitiva, Rosario fue una mujer adelantada a su tiempo, valiente, que se enfrentó a diversos sectores del conservadorismo, viviendo incluso la amenaza de entrar en prisión, cosa que la llevó a exiliarse durante un tiempo a Portugal. Su obra es una muestra de su manera de pensar, de su lucha y de su ideología.
Su obra como dramaturga es quizás la más destacada de toda su producción, logrando un éxito hasta entonces casi sin precedentes por una mujer, pero aquí os vamos a compartir cinco poemas suyos. Esperamos que los disfrutéis.
La eternidad
Cuando resbala doloroso aliento
de nuestro corazón entumecido
y se torna la voz en un quejido
eco triste de horrible sufrimiento,
levantando su vuelo, el pensamiento
así percibe el eco de un sonido
que, de esperanza sacrosanta henchido,
desciende del crespón al firmamento.
«¡Mírala allí brillar!», dícele el alma
señalando la azul inmensidad:
«Para lograr tu inmarcesible palma
sólo debieras ver la eternidad:
allí la vida se desliza en calma,
que el imperio es aquel de la verdad»
Oh, libertad
¡Oh!, libertad, fantasma de la vida,
astro de amor a la ambición humana
el hombre en su delirio te engalana,
pero nunca te encuentra agradecida.
Despierta alguna vez, siempre dormida
cruzas la tierra, como sombra vana;
se te busca en el hoy para el mañana,
viene el mañana y se te ve perdida.
Cámbiase el niño en el mancebo fuerte
y piensa que te ve ¡triste quimera!
Con la esperanza de llegar a verte
ruedan los años sobre la ancha esfera
y en el último trance de la muerte
aun nos dice tu voz, ¡espera, espera!
En la escalera de mi casa
Sube sin vacilar, si bajas llega
adonde todo se le ofrezca llano,
que solamente el ignorante o vano
altura o fondo con empeño niega;
alma o conciencia depravada o ciega
podrá dudar del fin del ser humano
y de que arriba existe un soberano
que en los abismos su poder despliega.
No reposes jamás, que entendimiento
tienes, mortal, y en él está la ciencia,
sube o baja sin dudas ni lamentos:
que es una escala eterna la existencia
por donde sube al cielo el pensamiento
para bajar a hundirse en la conciencia.
Los apóstatas del pueblo
Nacieron entre restos de impudicia,
o ejemplos de alcoholismo y de miseria;
no brillando en su noche de laceria
otro rastro de luz que la codicia:
bajo este impulso de virtud ficticia
buscan del pueblo la sublime arteria
-¡Libertad!- dicen con palabra seria,
y pretenden guiar la gran milicia.
Bajo su aspecto de héroes, centellea
su raza vil, y su ambición impura.
Que triunfen una vez, y como sea
de modo que vislumbren una hartura,
¡cuán fácilmente se cambiarán de idea
tornando contra le pueblo su bravura!
Un sueño de Satanás
Durmiose Satanás, ansiando goces
forjó en su mente ensueño deleitoso
viose de nuevo arcángel venturoso
y oyó su voz entre celestes voces.
¡Gracias, Señor, por fin me reconoces
hijo tuyo, por fin, seré dichoso»
-le dijo a Dios- «Espera, vanidoso
-le contestó el Señor- «No te alboroces»
«¿Odias?» -«No, ya del odio me he curado
y de los siete vicios capitales»
«¿Te curaste también del egoísmo?»
«Él es mi vida» -dijo el condenado.
«¡Pues huye de las huestes celestiales,
vuelve a rondar al infernal abismo!»
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