En un mundo donde lo que más parece atraer es la crítica feroz, donde los “odiadores” se extienden como una mancha de aceite ensuciando todo lo que tocan, donde el elogio suele equipararse a la sumisión absoluta o levanta la suspicacia de que se hace por algún motivo espurio o por un interés personal, me gustaría hacer una defensa de la oda.
No hablo de la elegía —ya se sabe que tras la muerte todo el mundo es buenísimo— ni de la oda en su sentido más clásico, es decir, aquella composición lírica originaria de la antigua Grecia, escrita para ser cantada, en la que se enumeran las excelencias de una persona o se enaltecen sentimientos elevados con un estilo grandilocuente. Y no lo hago, no porque esté en contra de este tipo de textos, que merecen todo el respeto, sino porque lo único que pretendo es mostrar algunos ejemplos en los que se ha usado este tipo de poemas de forma novedosa y original, independientemente de que se les haya llamado oda, canto o elogio.
Empezaré recordando el trabajo de algunos poetas consagrados del Romanticismo inglés del siglo XIX que escribieron odas utilizando la fórmula clásica de dirigirse directamente a quien o a lo que se exaltaba, empleando muchas veces la interjección “oh” como manera de expresar su asombro ante las grandezas que estaban alabando. Lo insólito de esta corriente artística era que se inspiraran en la naturaleza, en lugares lejanos y/o exóticos o en la Historia. Veamos algunos fragmentos de odas románticas:
“Oda al viento del oeste”, de Percy B. Shelley (1792-1822):
“Oh, salvaje Viento Oeste, aliento del otoño,
tú, de cuya presencia las hojas muertas
se alejan, como espectros que de un hechicero huyeran,”
“Oda a una urna griega”, de John Keats (1795-1821):
“Tú, ¡novia aún intacta de la tranquilidad!
¡Tú, hija adoptiva del silencio y del tardo tiempo,
historiadora selvática, que puedes expresar
un cuento adornado con mayor dulzura que nuestra rima! ”
En España y en el primer tercio del s. XX, Federico García Lorca también empleó algunos de esos elementos clásicos, aunque siempre con la genialidad y el talento que le caracterizaba, en su famosa ”Oda a Salvador Dalí”, un canto de alabanza hacia alguien que admiraba y quería:
“¡Oh, Salvador Dalí, de voz aceitunada!
No elogio tu imperfecto pincel adolescente
ni tu color que ronda la color de tu tiempo,
pero alabo tus ansias de eterno limitado.”
Es a partir de la segunda mitad del siglo XX cuando encontramos, siempre desde mi punto de vista, las odas más singulares. Haré aquí una clasificación de las que me parecen más sorprendentes o curiosas por su temática o por su forma.
1.- Odas sobre temas poco usuales, algunos considerados como tabú en nuestra cultura.
La estadounidense Sharon Olds (S. Francisco, 1942), que tiene entre otros muchos reconocimientos el Premio Pulitzer de poesía 2013 o el Premio internacional Joan Margarit de poesía 2023, ha escrito odas al clítoris, al pene, a las estrías o al himen. El comienzo de su “Oda al clítoris” (traducción del peruano Reinhard Huaman Mori) dice:
“Pequeña ansia;
cesta de flores de una niña de espina suave
y pétalo, cercana a la entrada de la columna
de satén del pasillo interior; ”
Por otra parte, el chileno Pablo Neruda (1904-1973) escribió un total de 225 odas a lo largo de la década de los cincuenta, comenzando con las contenidas en Canto General (1950) y continuando con Las Odas Elementales (1954), Nuevas Odas Elementales (1956), Tercer Libro de Odas (1957) y Navegaciones y Regresos (1959). En estos poemas Neruda pretendía reflejar la historia del tiempo que le tocó vivir, sus cosas, los oficios, las gentes, las frutas, las flores, la vida, su posición, o la lucha. Como es de suponer, podemos encontrar odas a cosas tan dispares como al chocolate, al día feliz, a la papa o al gato. Este es el comienzo de su “Oda a la cebolla”:
“Cebolla,
luminosa redoma,
pétalo a pétalo
se formó tu hermosura,
escamas de cristal te acrecentaron
y en el secreto de la tierra oscura
se redondeó tu vientre de rocío”
2.- Coincidentes en el fondo.
Puestos a hablar de curiosidades, quiero mencionar a dos poetas que coincidieron en componer una oda a un elemento que utilizaban en su día a día en su labor literaria: la máquina de escribir. Pedro Salinas (1891- 1951) escribió su célebre “Underwood Girls” en 1931. El poema es un canto de exaltación a las teclas (las chicas o “girls”) de la máquina de escribir marca Underwood que empleaba:
“Quietas, dormidas están,
las treinta redondas blancas.
Entre todas
sostienen el mundo.
Míralas aquí en su sueño,
como nubes,
redondas, blancas y dentro
destinos de trueno y rayo,
destinos de lluvia lenta,
de nieve, de viento, signos.”
Décadas más tarde, Francisco Umbral (1932-2007) hacía algo similar, esta vez con una Olivetti, en su poema “La máquina de escribir”:
“Pequeña metralleta entre mis manos,
máquina de matar con adjetivos,
máquina de escribir, arma del tiempo.
En todas las mañanas de mi vida,
el tableteo audaz de mi olivetti,
ese ferrocarril de ortografía
en que viajo muy lejos de mí mismo
o retorno a los campos de la prosa
para reñir batallas en mi lengua”
3.- Coincidentes en la forma.
Para acabar este particular homenaje a una forma lírica tan antigua y a la vez tan moderna, me gustaría hablar de las dos últimas odas de este artículo. Una está escrita por Mario Benedetti (1920-2009), titulada “Oda a la pacificación”, y la otra por Raquel Lanseros (Jerez de la Frontera, 1973), de título “Oda a la creencia”. La de Benedetti apareció en su poemario “Letras de emergencia”, escrito entre 1969 y 1973, cuando Uruguay experimentaba una profunda crisis económica y social. La de Lanseros, de su libro “El sol y las otras estrellas” (2024), es totalmente distinta en su temática, sin embargo, es patente que la española hace un guiño al uruguayo al usar un formato propio de los trabalenguas o juegos de palabras. Aquí se las dejo para que puedan disfrutarlas. Al fin y al cabo, ¿qué es la poesía sino un juego?
ODA A LA PACIFICACIÓN (Mario Benedetti)
No sé hasta dónde irán los pacificadores con su ruido metálico de paz
pero hay ciertos corredores de seguros que ya colocan pólizas contra la pacificación
y hay quienes reclaman la pena del garrote para los que no quieren ser pacificados
cuando los pacificadores apuntan por supuesto tiran a pacificar
y a veces hasta pacifican dos pájaros de un tiro
es claro que siempre hay algún necio que se niega a ser pacificado por la espalda
o algún estúpido que resiste la pacificación a fuego lento
en realidad somos un país tan peculiar
que quien pacifique a los pacificadores un buen pacificador será.
https://youtu.be/n8ZtwVTwrg4 (En este enlace podrán escuchar al autor leyendo el poema)
ODA A LA CREENCIA (Raquel Lanseros)
Quién pudiera creer, seguir creyendo
en ti que eras quien creyó que fuiste
aquella que yo creí ser algún día
cuando creía en tus ojos y, creyéndote,
volvía a creer, crédula y sin descrédito.
Hoy me cuesta creer que te creyera
y, sin embargo, aunque no me creas,
nada quisiera más que creer de nuevo,
ligero el corazón de descreimiento,
como solo se cree antes de haber creído.
*Artículo publicado en la Revista Canarias Literaria nª 2
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