Fabricio Gutiérrez (CDMX, México, 1985) Ha estudiado Filosofía y Letras en la UNAM.  Es autor de Escuela de levitación (2020), Las cartas de amor que no alcanzaron a escribir mis muertos (2021), y Mapa con niebla (2022). Con Rastrillar la zona ganó el «IV Premio de Poesía Centrifugados / Pueblo de San Gil». 

El lector o lectora se encontrará en un bosque mientras lea Rastrillar la zona observando la relación entre el autor y su padre, tanto previa como posterior a su muerte.

Si te internas al bosque pasada la tarde

escucharás a alguien cantando

a un paso siempre detrás de ti,

pero si volteas no verás a nadie.

Un padre que pasa, aparece y desaparece, poema tras poema, por una metamorfosis constante.

Es un lugar oscuro y vacío por completo.

Sin embarga, cada vez que entro,

tropiezo con algo.

Poemas con continuas referencias al sueño y la muerte y una presencia femenina secundaria, casi inexistente. Algunos de ellos con versos con una delicadeza tal que, más leer el poema, lo susurras para ti:. Por ejemplo en el poema ‘La pequeña rama’: Pero a diferencia de las demás, / esa rama nunca ha dejado de ser movida por el viento. (…) Es solo un instante / pero lo suficiente / para que cuando el pájaro parta / quede la rama temblando.

Aquí os dejo unos ejemplos más de lo que podéis saborear en el poemario:.

Huellas de lince

Un lince pasa por mi sueño
pero no deja rastro.
Es afuera del sueño donde quedan impresas sus huellas.
La mujer que duerme a mi lado las pisa cuando baja de la cama.
Las pisadas de la mujer y las huellas del lince se confunden.
Las termina de hacer una sola el viento que entra por la ventana
que nunca sabré quién a mitad de la noche abre cuidadosamente.

 
Invisibilidad

La aparición de un tordo
puede ser igual de súbita
que la de un hombre.
La desaparición de un hombre
hace pensar en un hilo de tordos.
La invisibilidad no es para el hombre,
pero un hombre que mira tordos es invisible.

Los ojos de los ahogados

Los ojos de los ahogados
que nunca fueron sacados del agua,
ahora nadan en la corriente.
Esa vez que estuvimos toda la tarde arriba del bote,
sentimos cómo nos miraban.
Arrojamos la red y logramos subir un par a la superficie:
eran grandes y miraban tiernamente
hasta el punto de hacernos sentir tristes.
Los devolvimos al agua
y se fueron hasta al fondo.
Estamos seguros que nunca más
volvieron a cerrarse.

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