En una placa colocada en la sección de español de la Universidad de Rennes, se puede leer que Antonio «murió en 1970 de nostalgia y lejanía«. Y es que Antonio marchó exiliado a Francia, en 1947, nunca pudo regresar a España, y esa pena y nostalgia quedaron en su vida y su poesía como una marca imborrable.

Antonio nació en Cabeza de Buey, un pueblito de la provincia de Badajoz, el año 1905. Estudió Derecho y Filosofía en las universidades de Sevilla, Granada y Madrid. Desde muy joven, ya colaboró con diversas revistas y periódicos tales como El Correo extremeño, La libertad, Estampa o El Heraldo de Madrid entre otros.  Asimismo, a los 25 años, ya había publicado cuatro novelas.

Cuando su familia familia se traslada de Extremadura a Madrid, muy a principios de los años 30, Antonio Otero se vincula activamente con la lucha por mantener la República. Una de sus vocaciones más destacadas, el periodismo, lo lleva a viajar como corresponsal por Europa y Marruecos. De esta época y estos viajes surgen los poemas recogidos en Viaje al Sur, que configuran la primera parte de esta antología.

Al estallar la Guerra Civil (1936-1939), Antonio sigue dedicándose al periodismo y publica, junto con un comandante de milicias, un texto defendiendo y alabando el trabajo de las Milicias (Gavroche en el parapeto).

Al terminar la guerra, es procesado y condenado a muerte; pena que fue conmutada por treinta años de cárcel, siendo puesto en libertad vigilada dos años después. A consecuencia de esto, Antonio no puede seguir ejerciendo el periodismo, pero se mantiene en contacto con la resistencia antifranquista, hecho que le suponen nuevas detenciones, hasta que finalmente logra llegar a París en el año 1947 y, aun desde París, sigue vinculado siendo secretario de Alianza Republicada, y del Comité Nacional de Resistencia, a la vez que colabora con Ibérica, revista neoyorquina dirigida por Victoria Kent. Su familia no consigue llegar a Francia hasta el año 1956.

Ejerce de profesor en la Universidad de Rennes, a la vez que hace de traductor para la ONU y la UNESCO, y publicando artículos en gran cantidad de revistas tanto de Europa como de América del Sur, y ejerció también crítico literario en Le Monde des Livres. Durante todo ese tiempo, fue un gran embajador de la literatura y la cultura española, nunca olvidando su tierra, y siempre con un asomo de nostalgia.

De ideología claramente republicana y masón, amigo de Miguel Hernández, fue el último periodista que entrevistó a Lorca en Madrid, antes que este fuera a Granada para no salir jamás.

Por primera vez se edita su poesía completa, Poemas de Ausencia y Lejanía, editada por Libros de la Herida, en su colección Poesía en Resistencia. Cuenta con un prólogo de Juan Manuel Bonet, y un emocionante epílogo escrito por Mariano Otero San José, hijo de Antonio.

Poemas de ausencia y lejanía agrupa sus poemas en diferentes apartados o secciones, recogiendo así toda su obra desde sus primeros poemas, pero son una clara prueba de quién fue Antonio, de sus sentimientos y sensaciones a lo largo de su vida, y de la profunda marca que dejó en él el hecho de tener que abandonar su país para no regresar jamás. A su vez, se va viendo, a medida que avanza el libro, la evolución de él como persona, así como los primeros poemas, por ejemplo, nos hablan de lugares, y se convierten en pequeñas instantáneas de lugares como Andalucía, Elche, e incluso Marruecos, fruto de sus viajes como corresponsal, hasta la nostalgia más profunda, palpable en numerosos versos.

Antonio Otero Seco, fotografiado por F. Buendía

Empezando con Viaje al Sur, se nos ofrecen una serie de poemas que nos hablan de lugares de manera muy concreta; pequeñas escenas o postales se abren frente a nosotros para descubrir lugares que conoció gracias a su faceta de periodista. Una poesía con ligeros toques que hacen recordar el ultraísmo, hay quien dice incluso a la greguería. Lo que sí se puede detectar en estos poemas es cierta influencia del estilo de Lorca, cierto aire de Romancero Gitano, de canción andaluza.

Raya de la lejanía

dormida en el horizonte.

Las casas son como espejos

que hacen más oscuro el ocre

de los corrales. La cal

alterna con el adobe,

ajedrez de plátano urbano

donde disputan dos torres.

(Fragmento de Andén de Marchena)

Vengo desde la plaza,

vengo desde la plaza

de San Francisco,

ay niña, de San Francisco,

vengo desde la plaza

para dormir contigo.

(Fragmento de Marisma)

Después de Viaje al Sur, encontramos seis poemas agrupados bajo el nombre de Con los ojos abiertos, que se abren con una bellísima elegía a Federico García Lorca (recordemos que Antonio Otero fue quien le realizó la última entrevista a Lorca, antes de su último viaje a Granada), así como poemas dedicados a su padre, Miguel Hernández, e incluso a ‘Martín Manzano, alcalde de Móstoles, fusilado en la cárcel de Porlier, donde Antonio cumplió parte de su condena).

Estos poemas toman un cariz distinto, una tristeza y a su vez una fuerza de alzar la voz contra la aberrante injusticia de la guerra y sus consecuencias. Poemas intensos y dolientes, contienen, a mí parecer, una importante carga emocional:

No cantes, que ya nos deja

al costado una lanzada

la frente cuadriculada

por la sombra de la reja.

No cantes, no cantes, ¡no!

En Alicante murió.

(Fragmento de Miguel)

Aunque todos estos poemas tienen ese carácter dolido y de lamento propio de una elegía, el poema llamado Padre es quizás el que se muestra más crudo, más intenso, más herido. Es un poema de una intensidad abrumadora.

Es muy definitoria la frase que abre este grupo de poemas, que proviene de una leyenda indígena de Guatemala: “Hay muertos enterrados con los ojos abiertos. Y sólo los cerrarán el día en que se les haga justicia”.

Los tres poemas que nos encontramos justo a continuación, bajo el título de Ausencia y Mirada Interior, encontramos poemas bastante desgarradores, como María, uno de los poemas que más me ha impresionado, dedicado a su mujer, escrito durante los primeros meses de su exilio en París. Es un poema intenso y triste, de añoranza, donde palpamos el dolor que le supone este exilio, tan lejos de su tierra y, especialmente, de su gente:

María: cuando vuelva te encontraré esperando

en la puerta de casa mi mano que falta-

Me ofrecerás tu risa clara de luna herida

y tus ojos de niña más abiertos que nunca.

(Fragmento de María)

Tanto en Ausencia como en Mirada interior, encontramos poemas que ‘van hacia adentro’, las emociones del autor, su pena, su tristeza, su añoranza y, en cierto modo la incapacidad de comprender el porqué de tanto dolor.

Se contraponen, en cierto modo, con los poemas agrupados bajo el título de Paréntesis sonriente, poemas fechados entre los años 1950 y 1952, fruto de algunos de los viajes que realizó. Son poemas algo más ligeros, siempre bajo un sutil velo de tristeza, que nos hablan de lugares como Estocolmo, Copnehague o Nueva York. También hay que decir que se siente cierto gracejo en estos poemas.

Lejanía son una serie de poema que acusan al dolor y la pena por la ausencia de sus seres más queridos. Así, se abre con un precioso poema llamado Madre, o los poemas dedicados a sus hijos. Y sigue ese aire de añoranza en los poemas recogidos en Con los ojos abiertos II, donde vuelve a aparecernos su amigo Miguel Hernández, su hermana Jacinta o de nuevo su madre. Personas que se han ido yendo, y estos poemas quieren ser, quizás, parte del duelo y de la despedida que Antonio no les pudo dar. Son poemas conmovedores en extremo, donde la tristeza se palpa en cada verso, junto con el dolor que estar lejos supone:

Llegarás, pero yo

habré dejado el lecho de tantos años tristes.

Sólo un hueco, una sombra, un molde, una canción.

Yo antes;

tú después.

¡Qué tarde ya para soñar!

¡Qué pronto aún para dormir!

Antes, después, siempre…

(Fragmento de Vendrás)

La antología se cierra con poemas que recogen otras versiones o variaciones de algunos de sus poemas.

Es indudable que la poesía de Antonio Otero es casi un diario emocional, salvando las distancias, de alguien que ha sufrido en sus propias carnes la crueldad de las cárceles franquistas, la pérdida, a menudo de manera injusta de familiares y amigos, el dolor por la lejanía de su tierra y de sus seres queridos. Una poesía que Libros de la Herida ha decidido recuperar y agrupar por primera vez, dentro de su colección Poesía en Resistencia, en un solo volumen, que configura una pequeña parte de la historia de este país, en la vida de un poeta, en cierto modo, injustamente olvidado, pero que creo que merece, como muchos otros, un reconocimiento. No fue el único que sufrió de ausencia, exilio y lejanía, por supuesto, pero sus poemas nos ayudan a entender y, lo que es más importante, a sentir lo que muchas personas sufrieron. Emoción y dolor a partes iguales, Poemas de Ausencia y Lejanía nos dejan un testimonio fiel y emotivo de lo que fue la vida de muchos durante la Guerra Civil y las décadas posteriores. De todo el poemario, hay una frase que me parece muy característica e importante porque podría resumir, a grandes rasgos, la esencia de la poesía de Antonio; aparece en su poema A los españoles muertos en el exilio, y me parece un buen resumen para cerrar esta reseña:

Amigos: Habéis muerto en olor de hombres solos

con un mapa de España en la pupila.

La documentación y selección de poema que configuran esta antología ha sido llevada a cabo por Juan Manuel Bonet, autor también del prólogo, Edouard Pons y Marino Otero San José, hijo de Antonio, que también es el auto del epílogo, donde además nos regala algunas fotografías familiares para el recuerdo.