Aleisa Ribalta. (La Habana, 1971). Nacida en Cuba. Reside en Suecia desde 1998. Es poeta y coordinadora cultural. Ha publicado Talud (ekelecuá ediciones, 2018), Talús / Talud (bokeh, 2018) y Tablero (Verbo desnudo, 2019). Tiene en proceso de edición el poemario Cuaderna, bao y regala, y los cuadernos inéditos Poemas Intersexuales y Los hijos de Gengis Kan. Coordina la bitácora digital La libélula vaga, donde se publica poesía de todo el mundo.
En su cabeza se oía el mar
”A veces aún puedo escuchar batir el mar
la extensión de los campos
¡inmensos!”
Chus Pato
En su cabeza se oía el mar
como una daga
como el grito
como la última mano
que separa, dice adiós
no devuelve los préstamos
no recuerda que un día
fueron siameses
y jugaron
una partida
a ganar
los dos
perdiendo
allí, juntos.
(observa cómo los animales plásticos de la granja
se colocan a su antojo ya sin poder evitar el caos)
En su cabeza se oía el mar
como un suspiro
como el sueño
como lo que regresa
de muy lejos
cargado de misterios
se revela
deja cubierto
de una inescrutable
nata de artilugios
varios
desconocidos
toda la costa.
(viste por primera vez la coca-cola en forma
de botellas vacías flotando hacia la nada)
En su cabeza se oía el mar
como un diluvio
como el llanto
como el que llega
por fin de donde nunca
partió, sigue las invisibles
huellas de
lo imaginado.
(ves al niño que fuiste que pregunta
quién nos va a devolver estos años)
Y allí, del otro lado
de ti mismo
solo quieres
una vuelta
en bote
por los cayos
vacíos
del recuerdo.
(y cruje el pargo que se quedó intacto
sin freír en la nevera de qué tiempo)
Ojo de agua
Un rumor peregrino, el percolar del tiempo,
por debajo iba el río, silencioso, certero,
buscando la llamada del curso de la vida
La montaña sabía, los hombres no aceptaban
la presencia muda de aquel fantasma vivo,
como un gorgoriteo de lluvia en la memoria
venido de muy lejos. ¿Y qué traía consigo?
¿Por qué tan cantarina la entrega de lo andado?
Esto no puede ser, dijeron,
el pueblo necesita un acueducto
y no este tintinear sin fin de los demonios.
Lo tapiaron, consiguieron los fondos
y tuvieron por fin, esplendor y acueducto.
Un día, de las entrañas mismas de la tierra
vieron salir rugiendo al fantasma,
el Ojo de agua, cerrado al Tiempo, reventó,
grieta tras grieta se rajó la mentira.
En aquel pueblo hoy corre, sin poder detenerla,
el agua de una sed nunca saciada.
La montaña lo supo, los hombres no entendieron.
A tiras y embadurnada
(Del libro Tablero)
«y ahora alumbra tu oficio
con su silencio fugitivo,
en son sereno como de agua a mediodía.»
Claudio Rodríguez
¡Que Catarina ésa, la Fagunda! No se lo creería ni Dios.
Decían los marineros que iban a verle los tersos muslos
¡que hembra, cómo arponea la bestia, menudas ancas
pero que pobres brazos!, ¿cómo es posible tanta fuerza?
Ballenas surcan los mares de Terranova,
ahí va la hija de Joao, arpón de la casa Álvarez Fagundes,
mano tibia y púber, de casi niña,
hasta que entierra dura, y el lomo sangra…
Dicen que la ballena herida se hunde
mientras se desangra muy despacio
que sale varias veces a respirar,
y que el soplo es tenebroso.
Sola entre mozos, embadurnada de aquella sangraza
con manteca, dentro de una chalupa que se bandea
y se va a pique. Toda vida de mar es sin garante, dice el padre,
y lo sabe pues está a punto de sucumbir en un charco rojo.
La Fagunda cierra los ojos, entierra más,
piensa en los tres hijos que un día tendrá,
en cuántas bocas pueden comer de una tira de carne,
en el aceite de la cámara que necesita más lumbre,
en su padre que viaja de punta a punta
del océano fundando islas con su nombre.
Cierra los ojos porque sabe que la derrota
es del que suelte el arpón
esta vez no será ella, se dice, a oscuras…
sola con la voz de un poeta del que le separan siglos.
Como soplo de ballena, indescifrable
vuela en el tiempo el mejor consejo
a la niña asustada que todavía es:
«Y no mires al mar porque todo lo sabe
cuando llega la hora«.
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