En torno a Dylan Thomas se ha tejido una leyenda. Para muchos fue el arquitecto del poeta maldito. Su existencia osciló entre el hechizo del amor y la muerte, en cuya contraposición encontró los motivos principales de su trabajo poético. Nació el 27 de octubre de 1914, en Swansea, Gales. Siendo muy niño supo de las leyendas populares del Gales más remoto y mítico, donde los valores rurales aún conservaban su impronta. Ese legado que recibiera de sus padres fue la piedra angular de prácticamente toda su obra. En Bajo el bosque de leche, volumen autobiográfico -presentado por primera vez el 14 de mayo de 1953 en Nueva York-, describe la vida de una pequeña aldea al borde del mar, en donde aparecen el predicador, el cartero, los pescadores y, mezclados al tañido de las campanas, los rumores del viento, el mar y la lluvia.
Sin ir más lejos, esta constante se observa en el libro de poesía Muertes y Entradas (1946). Allí publica su poema «Fern Hill», donde nuevamente evoca el paisaje natal en un fragmento: «Cuando era joven y desenvuelto bajo las ramas de los manzanos(…), el tiempo me dejaba dar gritos y trepar / dorado en el momento culminante de sus ojos, / y respetado entre las carretas era príncipe de las ciudades manzaneras».
En una carta a Edith Sitwel, Dylan afirma haber escrito «Fern Hill» cerca de la granja donde transcurre el poema y que suponía para él «una nueva dicha, tan real como lo que hace que las palabras acudan, finalmente, desde esa infancia que nunca ha de ser enterrada, vivida en el cielo o en Gales».
Cabe recordar que el debut literario de Dylan Thomas se remonta a 1934. En septiembre de ese año, el periódico inglés «The Sunday Referee» y la librería The Parton Bookshop publicaron Dieciocho Poemas, cuya tirada inicial fue de doscientos cincuenta ejemplares. El 9 de febrero de 1935, Desmond Hawkins dijo acerca de esta obra: «Un crítico debe reseñar unos quinientos libros durante una década. Con suerte, durante ese período, tal vez descubra diez poetas notables (…) El señor Auden es ya un hito. Pues bien: opino que Dylan Thomas es el primer poeta notable que rompe su línea y posee una voz propia, sin excluir nada de cuanto le ha precedido».
Fue un trabajador incansable. Se desempeñó como reportero e hizo alocuciones para la BBC de Gales a fines de los 30. El primer texto que expuso fue «La vida del poeta moderno», en el cual se encuentran las claves de su postura acerca del intelectual en la sociedad contemporánea. También hizo guiones para el cine. Amaba todo lo que las palabras representan, simbolizan o quieren decir.
En el verano de 1951, Dylan Thomas, estando en Nueva York, recordó de aquella búsqueda literaria: «Por entonces escribí infinitas imitaciones, aunque no las consideraba imitaciones sino más bien cosas maravillosamente originales, como huevos puestos por tigres». Y cita: Sir Thomas Browne, De Quincey, las Baladas, Blake, los imaginistas, la Biblia, Poe, Keats y Shakespeare. «Un conjunto variado y que recuerdo al azar», puntualiza.
Anteriormente había publicado Veinticinco poemas (1936) y Retrato del artista cachorro (1940). Este último es una serie de narraciones que describen la infancia y adolescencia del poeta. En una de las aventuras descritas en el cuento «Los duraznos», Thomas y su tío Jim llegan a los bares La Pata de Liebre y La Gota Pura. Entraron al segundo y lo hallaron repleto de gente; era un cuarto lleno de humo, en el cual algunos jugaban a las cartas, otros bebían en silencio. También escribió sobre la granja, el paisaje y los seres extraños, como su primo Gwyliam, que predicaba desde un galpón en ruinas.
A Dylan le tocó la época de los poetas nacidos antes o poco después de la Primera Guerra Mundial. «Ellos se asomaron a la vida -escribe el traductor y ensayista Esteban Pujals- en el momento en que se derrumbaban los valores por los cuales se había luchado y aparecían por todas partes los signos de una inestabilidad general. (…) Ante sus ojos no se abrían otras perspectivas que las proyectadas por la rigurosa crítica del hombre y la cultura modernas, según Eliot, o la realista aceptación del materialismo, de acuerdo con Auden». Por lo mismo su obra estuvo exenta de temas sociales, haciendo de su herencia cultural y moral la entidad de sus escritos. El mismo Dylan llegó a decir: «Un poeta no puede ser fiel al partido y a la poesía al mismo tiempo; un poeta debe sufrir, e históricamente está demostrado que la poesía es el único credo social y económico que perdura».


Viaje a Estados Unidos


El inicio de la década del cincuenta fue decisivo en la vida de Dylan Thomas. El Centro Poético de la YMYWWHA de Nueva York le extendió una invitación a los Estados Unidos para dar recitales en distintas universidades del país. El escritor  norteamericano John Malcolm Brinnin se encargó de la organización de su itinerario. De dicho viaje surge la leyenda del dipsómano, excéntrico y genio que derrochaba el talento en los bares del Greenwich Village. En las giras deleitó al público recitando poemas de Thomas Hardy, Yeats, Louis MacNeice, Edith Sitwell, entre otros. En sus
lecturas le gustaba incluir a poetas ingleses y después leer sus propias creaciones. Poemas como «Y la muerte no tendrá dominio», cuya grabación aún hoy se puede oír, impresionaba por su intensidad: «Y la muerte no tendrá dominio / Desnudos los muertos se habrán confundido / con el hombre del viento y la luna poniente; / cuando sus huesos estén roídos y sean polvos los limpios, / tendrán estrellas a sus codos y a sus pies; / aunque se vuelvan locos serán cuerdos, / aunque se hundan en el mar saldrán de nuevo, / aunque los amantes se pierdan quedará el amor; / y la muerte no tendrá dominio». El poeta se revelaba contra la agonía de la luz.
Malcolm Brinnin, quien en definitiva fue su amigo, recuerda la llegada del poeta a Norteamérica en su libro Yo conocí a Dylan Thomas (1959), donde sostiene: «Envuelto al igual que un inmigrante en una deforme parka de lana, el cabello revuelto como un nido sin pájaros, los ojos desorbitados, temerosos, como si quisieran descubrir de golpe toda la tremenda verdad de América, así llegó al aeropuerto de Idlewild bajo el frío riguroso de una mañana brillante y escarchada. La fecha, el 21 de febrero de 1950». En las cuatro visitas sucesivas a Estados Unidos, Dylan Thomas estuvo con
personalidades notables del ambiente artístico de la época. Igor Stravinsky, quien profesaba gran admiración por su obra, lo invitó a trabajar en la composición de un libreto para una ópera, proyecto que no se realizó por la muerte prematura de Dylan. Por su parte, el poeta norteamericano E.E. Cummings, después de asistir a uno de sus recitales, sintió tal emoción que tuvo que caminar varias horas por las calles de Nueva York. Fue admirado por personas de todas las edades, quienes le pedían autógrafos y les gustaba departir con él en la White Horse Taver, donde hacía gala de su inteligencia y además se destruía de manera descomunal. Él mismo confesaba serios problemas hepáticos.
En la madrugada del 4 de noviembre de 1953, al terminar su cuarta gira por Estados Unidos, Thomas, sintiéndose mal de salud, salió del hotel donde se hospedaba junto a Liz -amiga que lo acompañaba en esos días-, y le dijo que sólo necesitaba beberse un trago en el White Horse, que no demoraría más de una hora, pero al volver le anunció lacónicamente: «Acabo de beberme dieciocho whiskies puros. Creo que es el récord». Cae entonces de rodillas, extiende los brazos y se apoya en sus faldas diciendo: «Te amo…, pero estoy solo». Luego fue víctima de un delirium tremens, producto del cual entró en estado de coma que fue definitivo. Murió en el St. Vicent’s Hospital, el día 9 de noviembre, a las 12:40 horas, en presencia del poeta norteamericano John
Berryman. Caitlin, su mujer, con quien tuvo tres hijos, regresó su cuerpo sin vida a Gales, donde fue enterrado en Laugharne, el 24 de noviembre de ese mismo año, dejando inconcluso su volumen de prosas, que se publicara póstumamente, titulado Con distinta piel (1954). Este libro, como todos los otros que creara, está liberado de derechos y podrá ser impreso por cualquier editorial del mundo. Tal vez ahora Dylan Thomas pueda ser leído como él quería: por amantes desinteresados. No por nada a ellos les dedicó su poema «En mi oficio u hosco arte», donde dice:
«Trabajo a la luz cantora / no por ambición ni pan / lucimientos o simpatías / en los escenarios de marfil / sino por el común salario / de su recóndito corazón».

HOMENAJE A DYLAN THOMAS

En las anotaciones:

el suelo sembrado de hojas nuevas,

muchachas amapolas con ropa ligera caminando por la calle,

el césped silencioso de una casa vecina,

mientras el sol abre puertas y ventanas. Todo eso

deja la interrogante de mis amigos muertos

que partieron igual como finaliza el resplandor de la luna

                en la copa de los árboles.