Cuando hablamos de “género lírico”, todo el mundo sabe a qué nos referimos. Sin duda casi todos lo relacionarán con el tema del amor. Incluso si usamos sólo el adjetivo, al decir que algo es “lírico”, también lo asociaremos con esta temática. Pero aquí ya tenemos dos cosas para investigar: qué es un género y si lo que define el género lírico es solamente la temática.

Lo que se pretende al hablar de géneros es poder clasificar las obras literarias en tipos, en familias, igual que en biología se clasifican las especies por sus rasgos comunes. Sin embargo, la forma de clasificar es delicada porque puede observarse cada obra, o la literatura, según distintos puntos de vista. De acuerdo con Kurt Spang, hay diversos criterios para establecer la definición de los géneros literarios: cuantitativos, lingüístico-enunciativos, temáticos, históricos y sociológicos. Aquí nos vamos a centrar en los criterios lingüístico-enunciativos: cuando Todorov afirma que “un género, literario o no, no es otra cosa que esa codificación de propiedades discursivas” se refiere a la naturaleza verbal de la obra de arte literaria. Esto quiere decir que un texto literario es comunicación lingüística, con un mensaje que nos llega a nosotros, al receptor, desde un emisor, con un determinado código, un contexto, etc. Pero el texto literario es también arte, y el arte es un producto social. Esta naturaleza híbrida nos lleva a intentar comprender qué es lo que diferencia el discurso literario del que no lo es: en el literario, en términos pragmáticos, la relación autor-lector está regulada por un pacto de ficción implícito. El mundo del texto es un producto imaginario sujeto a diferentes normas de las que regulan el mundo objetivo.

En esta forma de concebir el texto, al tratarlo como literario, nos encontramos con la tipología según la cual clasificarlos, pero en todas ellas existe el deseo de influir en el receptor mediante una conmoción interior, estimular la imaginación, compromiso o rechazo con la realidad y de proporcionar placer estético. El emisor o autor está oculto o disfrazado, detrás del narrador, uno de los personajes o el yo poético, y se da la paradoja de que lo que afirma el autor desde esa posición oculta y “segura”, aunque se dé en un marco de ficción o en un mundo imaginario, es verdadero.

La obra literaria, por tanto, es un producto lingüístico y constituye un mensaje. A esta idea le estamos añadiendo que las diferenciaciones estilísticas tienen un carácter distintivo a la hora de establecer definiciones genéricas. El “lenguaje sazonado” de la tragedia -que decía Aristóteles en su Poética– es uno de los rasgos con los que aquélla se distingue de la comedia y la epopeya, por ejemplo. Pero estos rasgos estilísticos se fundamentan en la naturaleza del mensaje que está comunicando el autor y el fin que pretende que tenga tal mensaje en el receptor.

Hay tres archigéneros en la división tradicional, la narrativa, la lírica y la dramática, o “actitudes supragenéricas”, según Wolfgang Kayser. En esto entra la historia literaria, porque todo lo que se clasifica tiene que tener en cuenta lo que se ha hecho anteriormente. Por eso dice Todorov: “El género es el lugar de encuentro de la poética general y de la historia literaria”. Es importante tener en cuenta la confusión que existe en llamar “género” a cada parte de la tríada convencional o, como prefiere Spang, a todas las subclases o subgéneros de cada una: oda, elegía, novela, cuento, etc. Por tanto, aquí vamos a referirnos tanto al “género lírico” como a los diversos “géneros líricos”.

Como todo el mundo sabe, “lírica” viene de “lira”, evocando sus orígenes en el mundo de la antigua Grecia, donde estas composiciones literarias se cantaban al son de la lira. Más tarde iría perdiendo su carácter musical para quedar reservada a la lectura o a la recitación.

¿Qué tiene que ver la lira con esta creación literaria? Era para ser cantada, y en muchos casos lo sigue siendo. Antes se ha dicho que cabe relacionarla con el tema del amor. De acuerdo con esto, puede decirse que es el “género de los sentimientos”. La lírica es, por tanto, el género caracterizado por ser el cauce de expresión de la subjetividad del ser humano; de sus sentimientos y emociones al observarse a sí mismo y al contemplar el mundo en el que está inmerso (Estébanez Calderón, 2002: 625). La lira, atributo del dios Apolo, implica el encuentro entre la música y la poesía. Esta divinidad, que patrocina las artes, encarna la capacidad creadora de la poesía, el uso de la razón para la creación artística (en este caso, lingüística, literaria) a la par que para la habilidad en el manejo de instrumentos musicales. La simbología apolínea es profunda y compleja, pero sin duda tiene que ver con el género lírico.

No obstante, la lírica tiene algo también de dionisíaco, como veremos a más adelante. Apolo y Dionisos son símbolos muy completos de la naturaleza humana, de la sociedad y de las artes y, como bases fundamentales de nuestra psique, son a la vez opuestos y complementarios.

Hay diez rasgos fundamentales, de acuerdo con la enumeración de Kurt Spang (2011: 58-62) diferenciadores del género lírico, sin que haga falta recordar el carácter ficcional, como es propio de todo fenómeno literario. Estos rasgos son los siguientes:

  • La “interiorización”: lo externo se aprehende como interno. La alteridad que experimenta el poeta produce una fusión con la realidad. Esto es fundamental y es la clave de lectura de toda poesía lírica tradicional donde haya elementos de la naturaleza. El decorado exterior va a ser simbólico del estado interior del poeta, de ahí que se utilice el recurso del símbolo.  Este hecho conlleva que se trate de una expresión breve. La intensidad de la conmoción lírica no puede expresarse si no es con brevedad, porque las emociones no se pueden prolongar en el tiempo o, al menos, no cuando son intensas. Por eso las canciones no pueden ser largas.
  • No hay “historia”, en cuanto a la combinación de una trama con figuras, tiempo y espacio. Los textos líricos también presentan figuras, espacios, tiempos, pero solamente como soportes (casi siempre simbólicos) del tema que se está tratando en el texto. Lo que importa es la insinuación, no “contar” con principio y fin.
  • La predilección por la “instantánea”, relacionada con la naturaleza breve e intensa de la vivencia lírica. El poeta no elabora una trama, como se ha dicho en el punto anterior, pero tampoco una argumentación, como sería más propio de un ensayo, con coherencia externa. En la lírica el autor acumula sugerencias hábilmente organizadas para profundizar en un solo tema central, con la colaboración del lector. (Si encontramos una trama, es que ya hay hibridación con otros géneros narrativos o dramáticos, que también da lugar a muy buenas obras. También hay que señalar que, en los distintos grados de organización de la lírica, hay estructuras argumentativas breves, como en el soneto.)
  • La profundización en un solo aspecto se vincula con la brevedad y la “instantánea”, dado que al autor le interesa profundizar en un tema, no un despliegue de muchos. Se puede decir que en lírica prevalece la verticalidad, frente a la horizontalidad propia de otros géneros.
  • Configuración lingüística del texto con predominio de la función poética, es decir, los sonidos, palabras y oraciones adquieren valor estético por sí mismos, más que como signos referenciales que aluden a una realidad extraverbal. Prevalece el carácter connotativo del lenguaje frente al denotativo. En la poesía intimista y monológica se concentra la potencia sugestiva del lenguaje, con lo que se precisa la colaboración intensa del receptor.
  • Métrica: la versificación no es un requisito indispensable de lo lírico, como prueba el poema en prosa. Sin embargo, la forma métrica es un poderoso elemento estetizador que eleva el lenguaje por encima de lo cotidiano, le da un carácter individual.
  • Ritmo: muy relacionado con la métrica, aunque también puede haber ritmo en prosa. El ritmo es el centro neurálgico de la lírica: no en vano tiene orígenes musicales.
  • Su carácter oral remite también a dichos orígenes musicales. Suele sobreentenderse que la percepción auditiva del texto lírico es la forma más adecuada de su recepción. Incluso en la lectura silenciosa los elementos sonantes resuenan dentro de nosotros. Hay que señalar que algunos críticos como el profesor Vicente Granados (UNED) sostienen que ciertas poesías no son para leer en voz alta, porque sus rimas de cierto carácter sutil ganan cuando se realizan mentalmente, como en caso de Antonio Machado.
  • La musicalidad sería un rasgo de mayor amplitud que el ritmo, ya que la música no sólo se fundamenta en grupos de tónicas y átonas, pausas, etc., sino en lo que podríamos llamar “melodía”, a través de las combinaciones fónicas.
  • Comunicación lírica, que puede ser directa o diferida: en la lírica de tipo cancioneril la emisión y recepción suelen ser simultáneas, no dándose grandes problemas de interpretación, mientras que en la lírica de tipo monológico e intimista suele darse un espacio temporal, con dificultades de comprensión por su carga subjetiva.

Kurt Spang, como se viene anticipando, distingue dos tipos de lírica (2011: 63-65):

1) Lírica cancioneril o sociable: manifestación más antigua del género, que nace de la costumbre de cantar o acompañar de música ciertas actividades colectivas. El hecho de que estas composiciones estuvieran destinadas al canto las adecua a la recepción auditiva y no visual, incluso favoreciendo la dialogización, probablemente originada en los coros de la antigua Grecia. En la Edad Media, época floreciente de la lírica, en las jarchas y cantigas de amigo solía darse el diálogo entre una muchacha y su madre.

Este marcado carácter oral, de recepción auditiva, se daba ineludiblemente en la poesía de Cancionero, también medieval. El tema prioritario, tanto en la vertiente popular como culta, es el amor, pero también hay otros temas como el trabajo, el culto religioso, las fiestas, temas burlescos, etc.

El lenguaje es sencillo, en cuanto al léxico y la sintaxis. Semánticamente no es tan simple. Pero sí que son inevitablemente breves, al tener ese carácter oral. Abundan recursos como la repetición, el estribillo…

Todo ello entra en concordancia con su función socializante, para mantener activa la convivencia, hecho que contrasta fuertemente con el hermetismo del segundo tipo de lírica.

2) Lírica monológica e intimista: presupone una concepción del mundo más individualista y subjetivista, con una necesidad de autoafirmación y emancipación de lo convencional. No raras veces cae en el egocentrismo y sus manifestaciones autolesivas patológicas, como en algunos conocidos poemas de Cesare Pavere, pero cuya exaltación trae consigo un afán de originalidad muy renovadora. La adscripción a este tipo de lírica implica casi siempre innovaciones y el rechazo de lo tradicional. El único rasgo que se mantiene es la brevedad.

Crece la importancia de lo visual ya que esta poesía es para ser leída, en silencio, en las páginas de un libro. Por eso también aparecen manipulaciones tipográficas, con valor también estético, y que culminan en los caligramas.

En cuanto a temas no hay restricciones, de manera que hay desde las reflexiones más elevadas hasta temas intranscendentes.

El lenguaje en la lírica moderna puede ser desde más o menos convencional hasta el que acogería osadas innovaciones lingüísticas. La métrica también es enormemente variada.

En esta lírica, la monológica e intimista, que suele ser la más frecuente en la época actual, conviene resaltar las dos funciones que indica el autor con la siguiente cita (2011: 64-65):

[…] primero, la lírica que se entiende como plasmación verbal de las vivencias íntimas del individuo; una plasmación que se entiende como liberación en la palabra y a través de la palabra. Se produce la extraña paradoja de una coincidencia del egocentrismo y hermetismo por un lado y de la dimensión social ineludible que tiene toda actividad humana y que aquí se refleja como necesidad de comunicación […].

La función social resulta particularmente patente en la segunda función, no siempre limpiamente separable de la primera, que es la de la llamada lírica comprometida o social en la que se produce […] el paso de «la poesía del “yo” al “nosotros”».

Es decir, una función que vamos a llamar individual y la función social. Pero, como se puede ver, la individual ya implica una dimensión social, porque la poesía lírica es comunicación, como actividad lingüística, tal como se dijo al principio con las ideas de Todorov.

A pesar del conocido decálogo de Spang, nosotros concentraremos los rasgos del género lírico en tres: la expresión de emociones, la atemporalidad y dicha proyección social, que va de la individualidad a la colectividad. En el próximo artículo explicaremos por qué.

Por último, no debemos confundir formas métricas, como la silva, la octava, la lira, etc., con los géneros líricos. Aunque hay algunas formas que son propiamente géneros, como el soneto. García Berrio y Huerta Calvo esquematizan los géneros líricos de la siguiente manera (García/Huerta, 2009: 152):

 

 

Bibliografía

GARCÍA BERRIO, ANTONIO; HUERTA CALVO, JAVIER (2009): Los géneros literarios: sistema e historia. Madrid, Cátedra.

SPANG, KURT (2011): Géneros literarios. Madrid, Síntesis.