Lo primero que destaca del estilo de Alejandro es su versatilidad: con pasión y dedicación trabaja con habilidad estilos tan distintos como las formas poéticas japonesas, el verso clásico, o la prosa.

Ha recorrido la senda de la Escuela de la Sociedad Secreta del Haijin, de la que forma parte activa y en la que imparte sus conocimientos como maestro Senpai.

Chöka (fin de la canción)

El sol sacude
su melena de fuego
ante mortales
en un planeta azul,
baila la vida
la sinfonía cósmica;
paciente espera
la oscura muerte trágica
el fin de esa canción.

Estricto y paciente, siempre en busca de la perfección, aborda con disciplina el verso clásico, respetando sus anclajes métricos y dominando los vértices de sus acentos melódicos, para terminar coronando con maravillosos estrambotes.

Es que a dónde se esconde, lo infinito me hastía,
mi señora maldita, mi final tan bendito
podadora de vida, sembradora de ruinas.

Putrefacta la espina
corroyendo mi esencia, putrefacta aureola
coronando el abismo, revolcando las olas.

De mente inquieta y con una desbordante imaginación, Alejandro es un poeta cósmico en un universo paralelo, y un creador nato de mundos siderales con millones de vidas estelares, más una: la suya y todas las que no se atrevió a vivir.

o como cuando se apagó el sol
del ocaso número
nueve mil novecientos noventa y nueve
─en alguna de todas esas vidas que aún no he vivido─
y qué de aquella vez que expiré
al caer aquella hermosísima estrella fugaz…

__ y siempre,
____ en ese último instante,
______ estaba,
________ pensando en ti…

Os invito a subir al tren de su intrépida poesía con estos cuatro vagones que he seleccionado para la ocasión. Comenzad el viaje.


Nos rasgamos la piel y nos la erizamos en las profundidades de este primer intenso vagón de versos:

Oscuridad

Oscura está la habitación de mi alma.
Hasta los silencios huyeron despavoridos
antes de cerrar la última ventana.

El arce desfallece y se abraza
con sus atribuladas ramas secas,
esta mañana sacrificó
su última hoja de esperanza.
Se la dió al otoño gris
que me obsequió
su última sonrisa ocre ilusión.

Tengo el paladar marchito,
trago saliva de un pozo seco
al que no le quedan gotas de fe.

El futuro es una bola disforme
de sueños fracturados.

Afiladas dagas caen del techo,
con tino mortífero
se incrustan en cada poro,
en cada herida mortecina,
de la calcinada piel
que cubre mi pusilánime figura.

En esta extensa planicie de oscuridad
ni mi sombra me hace compañía,
se quedó allá afuera,
columpiándose del neumático
de una vida ancestral
en la que quizás, fui feliz.

El reloj de arena
en el centro de mi habitación,
es una silueta difusa
con contornos de mujer ardiente.
Cada grano de arena que cae
me recuerda la cuenta reversa
e irreversible de la vida
que se me escapa a borbotones.

Quiero vivir,
quiero ver el sol,
quiero oler la primavera,
abrir las ventanas de mi alma
tan solo una vez más.

Desnudo me arrastro a cuclillas
por kilometros interminables de oscuridad,
en el aire respiro cristales de muerte,
imposible llegar al lindero de mi alma.

Quiero llorar un río de tristeza,
mas la fuente de mi alma
es un árido desierto
sin agua salina para las lágrimas.

Nada queda, solamente…

Oscuridad.

Arrancamos las agujas al reloj, y con ellas entre las manos y la vida de segundos fulminantes entre los barrotes del tiempo, vamos en busca de la llave que esta prosa poética esconde.

La celda

Estoy atrapado en una celda de barrotes de oxígeno inoxidable. Mis carceleros son segundos mudos e implacables. Me cambian los carceleros a cada instante; cada que volteo a ver, se han ido los anteriores y vienen unos nuevos; más implacables y más mudos que sus predecesores.

Subyugado a la tiranía del presente, desde esta celda invisible; soy incapaz de caminar a la habitación contigua, la del ayer; sólo se me permite verla desde un cristal a prueba de balas atemporales.

Enfrente, observo constantemente, la habitación del mañana; pero no lo distingo claramente; hay una cortina de bruma que me la desdibuja. Por ratos la veo soleada, asombrosa y esperanzadora; por ratos la veo sombría, quejumbrosa y aterradora.

Cada vez que despierto, tengo la sensación de despertar en lo que parecía la habitación del mañana; pero la observo a detalle, veo el papel tapiz, los cuadros de arte abstracto que cuelgan de sus paredes, el color y textura del piso; el techo, esa misma mancha en una de sus esquinas, esa misma gotera que tanto me desespera; y concluyo, que sigue siendo la habitación del presente.

Durante el día, me siento en un banco de circunstancias; tiene tres patas desiguales; con mucho trabajo mantengo el equilibrio. Desde mi banco veo los segundos pasar; tan mudos, nunca me dicen nada, ni me saludan ni se despiden; tan implacables, de reojo me miran con desdén. Desfilan instante a instante frente a mí. La otra vez quise sujetar uno de ellos de una de sus piernas; era tan escurridizo y resbaloso; se me escapó en un segundo el muy taimado.

Tengo esta lista de cosas por hacer en este presente constante, y se me va la vida en hacer y hacer. A veces estoy tan ocupado en el hacer, que ni veo los segundos pasar; solo tengo esa sensación de que son multitud de ellos los que se han ido y han llegado, casi sin dejar huella en mi celda del ahora.

Después de un tiempo, empiezo a notar en carne propia, lo verdaderamente implacables que han sido (esa infinidad de segundos que han pasado).
¡Mira como me van dejando el cuerpo! Todo gastado, cada vez más marchito y mallugado; segundos desalmados.

Y sigo aquí, con mi lista del hacer; haciendo, deshaciendo y volviendo a hacer. Sin notar el ejercito de segundos que desfila frente a mi celda; sin sentir el daño que le hacen a mi cuerpo, a mi alma. Luego de un buen tiempo me doy cuenta, que la verdad; es que me están matando de a poquito, haciéndome pequeñito.

Un día desperté con esa sensación, clavada como puñal en el centro de mi corazón; ya no habrían más segundos para ver pasar, mi cuota estaba por alcanzar. La promesa contínua (que siempre se cumplió) de seguir viendo el mañana, se había acabado. Ese día quise contemplar el mañana a través de la bruma; mas una cortina de hierro me separaba de él. La cortina estaba recubierta de espadas de dos filos de distintos tamaños; en cada espada caminaban, a cada lado, escorpiones ponzoñosos de aspecto formidable. Infranqueable.

Me senté en mi banco de circunstancias. Miré mi lista de cosas por hacer, estaba vacía; del asombro casi me caigo de mi banco, al perder el equilibrio. Me parecía que los segundos pasaban más lento, casi se congelaban; y en ese momento observé sus rostros con todo detalle; cada uno tenía un rostro diferente, pero era obvio que todos, eran los rostros de la muerte.

El último segundo que llegó, tenebrosamente enmudecido; tenía los mil rostros de la muerte. Llevaba una túnica negra muy larga, parecía tan antigua. Su cuerpo parecía totalmente atemporal, desprovisto de temperatura; sin embargo, daba la sensación de estar envuelto en llamas ancestrales; pero las llamas no abrasaban, todo lo contrario, eran tan terriblemente frías; como salidas de un invierno recalcitrante, desde el origen de los tiempos de todos los universos. Llevaba un aro muy grande de plata, del cual pendían miles de millones de llaves de eternidad (no sé como le cabían tantas). Tomó una, la introdujo en el cerrojo de mi celda del ahora y la abrió.

─Eres libre ─me dijo─ ¡Todo ha terminado!

Nos lanzamos la flecha de cupido y nos dejamos enamorar con las notas carmesí que fluyen del corazón de estas sextillas.

El placer en tu arte

Reflexiono al desnudarte
que en tu piel de porcelana
habita un dulce misterio;
trazos gráciles del arte
en azul, en negro y grana,
dioses de un antiguo imperio.Y no puedo sino amarte,
hacerte mi ansiada diana.
Mis ojos en cautiverio
no hacen sino desearte.
Y si la belleza es vana,
no estoy para un monasterio.Aunque mi mirada te harte,
te besa, le viene en gana.
Sufro cualquier vituperio
para poder contemplarte.
Tu hermosura brota y mana,
cual fuego sacro, sahumerio.Grácil pincel te dibuja
una forma caprichosa,
figuras despampanantes;
tejiéndote con aguja
la intensa tinta dichosa
sobre carnes abundantes.Hay un grafo que me embruja
en tu figura de diosa,
y ya no soy el que era antes.
Un deseo me apretuja
por tu estampa voluptuosa
con acertijos fragantes.Mi alma se desarrebuja
ante la vista gloriosa
de curvaturas vibrantes.
Usando la tientaguja
explorando tierra y rosa
de colores tan brillantes.Eres sublime visión,
ríos de extensa locura,
tu alucinante esplendor
hace estallar mi pasión
y alza mi temperatura.
Contigo soy soñador.Va en aumento mi ambición,
tus colores son mi cura,
te idolatro con fervor.
Tu arte va a ser mi canción,
tus círculos verdad pura
y tus labios mi temblor.

Te entrego mi rendición,
mi alma lealtad te jura,
lo hace sin ningún temor
así sea perdición.
Te voy a amar sin mesura
a ti, a tu arte y a tu amor.

Y llegamos  al último vagón  de este tren poético de distancias cortas para quedarnos a vivir aquí “congelados” en esta preciosa estampa de invierno que este Haibun de raíces japonesas nos obsequia y del que yo personalmente me siento cautiva por las bellas sensaciones que logra  transmitir y por el origen de su inspiración.

Noches blancas

Se asoma la noche con su blanquísimo abrigo sorprendiendo al farol en su amena charla con los árboles de su barrio. Conversan sobre caprichosos copos de nieve, y de niños juguetones que construyen sus blancos muñecos, con escobas, sombreros, y pipas viejas. Hablan de parejas de enamorados que se sientan en las bancas del parque a jurarse sus amores eternos. De lejos se asoma el viento, silbando cánticos de invierno y danzan los árboles tomados de las manos de sus níveas ramas. El farol prende su antorcha y los pajarillos acurrucados en sus nidos cantan nanas a sus hijos hasta verlos dormidos. Una manta de bruma lo envuelve todo, envuelve al viento, su silbido, a los pajarillos y a sus hijos dormidos. Tan gélida es la noche que ni la blanca luna asoma su redonda cara, se queda en cama, recostada sobre almohadas de esponjosas nubes en cubiertas de nieve.

Duerme la nieve
sobre los fríos árboles.
Vela el farol.


Amigo, poeta y, en muchas ocasiones, maestro al que admiro y al que tengo especial cariño, gracias Alejandro por compartir este año de viajes aquí, en este, nuestro bar de letras, y que nunca falten.

¡Feliz aniversario!