Al borde del primer tarro de café dominical se van escurriendo estas letras, evocando la ansiedad de un domingo de otro tiempo, cuando nos precipitábamos con impulsos casi adictivos sobre las páginas de  los “suplementos culturales” o “papel literario” encartados dentro de los tirajes de los diarios, para abordar las trémulas revelaciones que nos permitían el acceso a la poesía, dentro de las limitaciones de nuestro diminuto universo.

Así fue  como descubrí a Hanni Ossot. —No voy mentir diciendo que recuerdo con exactitud lo que leí aquel domingo—, recuerdo el entorno, lo cual me da una vaga idea del año y debió haber sido un agosto, bajo la apócrifa quietud de unas vacaciones escolares.

Para alguien que todavía no gastaba fracciones de su mesada en afeitadoras, aquel hallazgo era todo un acontecimiento, puesto que ya andaba buscando el roce místico con esos símbolos que trae la poesía dentro de sí; para mí, connotaba otra dimensión de lo que hasta ese día había concebido como poesía. Se postulaba ante mi escasez de recursos una exposición nublada de la palabra, una borrascosa propuesta de un mundo interior ingente, rayando en lo incomprensible para mi estado incipiente de conciencia. Me perturbaba sobremanera aquella firma tan desprovista de un vínculo común con los nombres manejados por el léxico, que en mi caso particular, tenía al alcance inmediato. No se llamaba, Teresa, María ni Gabriela,  se llamaba Hanni Ossott. Mi reacción orgánica de automatismo instó por otorgarle origen nórdico o escandinavo, tan misterioso como sus poemas, tan inalcanzable como ese presumible estado patológico al filo de angustias transmitido.

…La enfermedad es el vivir

la única

La enfermedad es el cuerpo

y las pastillas no sirven de mucho

Más tarde, con el transcurrir del inefable tiempo, y dentro del mismo plan indetenible de descubrimientos, pude enterarme de que había nacido en el valle septentrional que duerme a los pies del cerro el Ávila  (Caracas) un 14 de agosto de 1946 y que sus progenitores eran de nacionalidad Alemana, asentados en la capital de Venezuela huyendo de los horrores que planteaban las secuelas de la segunda guerra mundial. También supe que fue huérfana de madre a los tres años, y que sus   familiares decidieron  ocultar durante algunos años  la desaparición de doña Magdalena Lipfert de Ossott  (su madre).

Sus poemas irrumpen en el espectro cultural de una  convulsionada Venezuela: donde los beneficios de una aparente torrencial rentabilidad petrolera pavimentaban carreteras que no conducían a ninguna parte y extendía las  celebraciones de los carnavales hasta que los elementos sacros implícitos en la conmemoración de la crucifixión cristiana, interrumpían los estados de embriaguez persistentes en la población y cesaban  los desfiles de carrozas orquestadas a ritmos de hábitat tropical. Dentro de ese contexto, florece su primer poemario, a la conquista de tribunas que la vanguardia poética aspiraba para su indiscutible talento: «Espacios Para Decir lo Mismo»  Un compendio de poemas estructurados en una prosa sorprendentemente madura  para una “ópera prima”, absolutamente introspectiva que se daba el lujo de erigirse sobre un invisible triángulo atemporal, inmaterial y sin sujeto definible en el argumento verbal, donde el espacio es sugerido como una extensión del sentimiento y de allí devenga una imprevista ascensión con el cuerpo, con la identidad propia del fundamento del pensamiento germano, — quizás Nietzsche, quizás Heidegger—, pero al mismo tiempo, suscrito a esa flexibilidad que abría el ideal vanguardista en esta parte del hemisferio.

En virtud de los hechos, me tomo la atribución de transcribir un extracto de su estreno literario “Espacios Para Decir Lo Mismo” publicado en 1974:

«Y todos estos seres que hemos creído vivir los transformamos en espacios de verbos, y tejemos sus bordes con ese derecho a recuperar, en un espacio, otro que nunca había podido ser nuestro, en esa inútil tentativa de querer fijarlos definitivamente, asignarles propiedades, categorías, demarcarles el pedazo de aire respirable… Y nos acercamos entonces a otro, igual a uno, con el mismo oficio de querer fijar los cuerpos en páginas… y nos situamos en ese terror, en el horror de querer escapar a ese destino que nos fije, que limite nuestro esplendor y nuestra vacuidad, nuestra fluctuación y nuestro hallazgo…»

Confluíamos en aquellos años de esos hallazgos pertinentes al abstracto tema que para nosotros representaba la poesía, lector y poeta, en la misma necesidad de búsqueda, Hanni Ossott reiteraba la existencia de una continua búsqueda a través del espacio y una férrea vinculación con el cuerpo, ya que ambos representaban una unidad indivisible, —no tendría sentido el uno sin el otro — cuerpo y espacio como instrumento de conducción de la palabra hasta lograr un fin mucho más trascendente, donde “el universo del cuerpo lacera  los soportes de que se vale la conciencia” y es entonces en  ese espacio, donde se proyecta la palabra.

Mi proyección de palabra se proyecta en ti, objeto
Revelo tus deseos, esas tristes pasiones que te contienen
Nombre deseado por tus formas
revés de todos tus planos
desde los puntos de vista imposibles
desde esa amalgama que intentas
en esta palabra
                            realizar
Soy la palabra y me devuelvo en ti
para darte esos límites
devuelvo entonces esas tensiones para distraer a los hombres
construyo y enhebro los hilos tejedores de tu fortuna
de una mirada indiferente una respuesta
Y ellos se sentarán seguros
en razón de esta impotencia
por este fracaso con que suelo abrazar el mundo
Palabra
verso sobre mi infinito la extensión de todos los sueños
ellos saben mecerse
salvan
en el tiempo
la creencia

Bajo el ambiente  de una época de bonanza económica, por los efectos de la nacionalización petrolera y una tasa de desempleo cercana al 4%, en el año 1976 se imprimen dos nuevas ediciones maravillosas con la firma de Hanni Ossott, la primera de ellas resulta distinguida con el premio de la Bienal de Poesía Antonio José Ramos Sucre: “Formas Que en los Sueños figuran infinitos”. De  esa obra,  nos complace reproducir el siguiente poema :

“Sobre mi cuerpo, sobre estas estructuras concebidas por manos ingenieras fabricantes de nuevos espacios, han sido muchas las palabras nombradas. La cal y la arena. Luego, el tiempo. Rasgaduras en estos planos que me conforman, en los techos y en mis ventanas. Algunos han dicho de mis ventanas: «Son tristes porque no miran fijamente y quien acude a ellas provoca el sueño». 
Ellos atribuyen a mi tiempo sus tiempos y asignaron a mi indiferencia sus pasiones. Hablaron de casas tristes olvidando a sus habitantes… 
Los contengo en mis resquicios, en los rincones abandonados y en mis habitaciones solitarias. También provoco sus llantos y soy testigo de esos suicidios. 
Ellos le asignan a mis rincones una propiedad que desconozco: la memoria. Sometida a sus arbitrios me vuelvo cruel y desproporcionada. Mi cuerpo se vuelve recuerdo. Sus ojos me miran para hacer permanentes otros ojos, otros habitantes. Les revelo esta apatía y me maravillo de sus poderes de desplazamiento, de sus transformaciones orgullosas. 
Mi ojo está hecho sólo para el silencio, para la apertura hacia la confesión inocente, la que se ha creído sola frente a la dureza de mi cuerpo de cal y cemento”.

 En «Espacios En Disolución», publicado en el mismo año (1976), prevalece la noción de intimidad expuesta entre la nube excelsa e insinuante de la poesía. Exhibe  en ellos la aprensión por lo desvanecido en los laberintos de la realidad, de la consumación de los hechos donde “La casa”, adquiere un sentido metafísico alejado de lo arquitectónico, otorgándole el inmenso valor que tienen los recuerdos, que permite  deludir en asuntos no cuantificables. Hay una codificación entrañable, una escasa validez de la experiencia mística, la descalifica y  asume el valor de la “experiencia interior” ante la disolución del yo.   

Esa mi casa. Ya no ésta.
Durante muchos años sirvió de caja negra.
Ellos la mantenían y nos mantenían dentro.
Hay un olor no el de ella.
Hoy se disuelve,
Y velo la película para recordar ayer.

Antes de proseguir con el segundo tarro de café y esta necesaria y fructificante redacción, debo pedir disculpas a los distinguidos lectores que abordan estas líneas, por tomar esta alocución tan personal, y pido perdón si piso los límites del hedonismo.

El cuarto  libro de Hanni Ossot, «Memoria en Ausencia de Imagen, Memoria del cuerpo» fue el primero de sus libros que tuve ocasión de tener en mis manos. Su edición data de 1979, yo la obtuve tres años después en 1983, —un par de meses antes de enrolarme en el ejército—, recuerdo habérsela cambiado a Bachaco (no recuerdo su nombre legal) por un ejemplar de Cincuenta Vacas Gordas, de Isaac Chocron. El libro me perturbó, era un libro de ensayos, desarrollado  (a mi parecer para esa época) con una profundidad abismal. Quizás, no estaba preparado para semejante caudal de impresiones filosóficas y una prosa tan ilustre, me imbuí en aquella lectura día y noche. A través de sus líneas y por medio de sus citas descubrí a Thomas Mann, a Rilke, a Virginia Woolf, Artaud, Blanchot  y hasta el mismísimo Nietzsche (Heidegger, Kafka, Borges y Holderlin era lo poco que conocía).

 En 1982 se había editado “Espacios de Ausencia y De Luz”. Muchos años después, cuando pude encontrar el libro,  todavía no lograba desprenderme de la sensación  de desequilibrio emocional desbordante como producto de esa palabra que no cerraba la expectativa, que no cancelaba la incesante búsqueda, sino al contrario abría nuevos surcos donde encontrar aquello que no estaba pautado en el itinerario. Agotando ya el tercer tarro de café, me dispuse a transcribir el siguiente inciso de ese poemario.

Atracción de lo vasto

Ese canto resonante
de Cuerpo
esa expectoración primera
inicialmente contenida
bufido o eructo desarticulado

Ese pujar vocal

Estertor físico del soy que se busca

Y esa primera abolición del ser en la palabra inicial

Ah voz en ahogo
violencia y voluptuosidad cercada
Ah tránsito de ser a mí

Ah gorgojeo
                  rasgadura de garganta
ruido
                  pobladura de lo vasto

Eco
Inserción de lo inmenso en lo breve
Imagen
Consecución
Y esto: lo que puedo decir desde mí mismo
hoy
ahora que he aprendido a articular mi discurso
Esto, para decir:
Oh escena terrible para espectáculo
Oh espantosa contemplación de lo solo
No calma desde esta calma
No suficiente sin sentido desde esta ausencia

Desierto y ruina
                  –y decirlo se torna ridículo–
Ah, mira la contorsión del cuerpo, la siempre en oposición
Pero me contorsiono
y profiero
sólo yo puedo hacerlo
desde lo que me cerca y me abre
Ah canto siempre devuelto
Siempre no nacido todavía o a destiempo
Tajada, sí…

Y muero por lo vasto que cercena
como los dioses mueren por la nada y se levantan
contra ese soy que en extensión cubre

¿Lo signo, lo fijo, lo canto?
lo dilatado ineludible?
Lo canto, lo signo
porque también habita en mí el deseo de su posibilidad
en franca oposición a lo permanente
en rechazo al borde demasiado preciso
y a la costumbre de esta piel
en distancia de mi propio cuerpo
hacia la instauración de lo breve
por atracción a la ausencia
                                 erguido el canto en regreso al soy

Para el año de 1983. Caracas celebraba el bicentenario de su máximo héroe, el libertador Simón Bolívar y en otro sentido, la economía del país se enfrentaba a una abrupta devaluación de su moneda, generando un clima inestable en contraposición con  los cincuenta años precedentes. Entre los discursos históricos y las justificaciones de los tecnócratas el pulso de Hanni Ossott  mantuvo el ritmo para la publicación de su sexta  obra, « Hasta Que llegue El Día y Huyan Las Sombras». En ella, persiste en sus indagaciones, en su centro  gravitatorio como tiempo de establecer rotundas decisiones en defensa de lo intimo, en condenar una vacuidad secundaria en todos los objetos, en todos los cuerpos, discrepancias que abrazan los antiguos espacios, la materialización de imágenes en el subconsciente, la predisposición a un pánico subyacente en los efectos producidos por “La Noche y La Luz”

La Noche se va haciendo en mí
profunda
revocable como una estación
La oscura esfera de lo oscuro
ha inundado mi ámbito
y se cierra como el beso de dos cúpulas
Ya yo no sé cuál es mi fondo
Soy ahora noche entera
Conservo palabras
pero hoy
ellas no son lo suficientemente diurnas
no pueden guiarme
no son linterna
ni lamparita de media noche
Pienso en Delfos, debo recordar Delfos
cóncava
iluminada
abierta

Debo pensar en el espacio más luminoso del mundo
Delfos, lugar nocturno hecho luz
Es preciso
es preciso realizar de la noche la Luz

Para 1986, cuando las imprentas colocan en los anaqueles de las librerías la Antología de Poemas de Hanni Ossott, Titulada, «Plegarias y  Penumbras»,   sus traducciones  de las obras de Reiner Maria  Rilke y Emily Dickinson eran punto de referencia en el continente. Fue docente en la escuela de letras de la Universidad Central de Venezuela durante veinte años. Esa profundidad didáctica y su autonomía creativa se manifiestan en los cuatro volúmenes de ensayo escritos en su trayectoria, siempre percibí en ellos un fin bien intencionado de retar la agudeza del lector ante el valor y el peso del arte, la definición de ese objetivo supremo que abarca la poesía desde el rapto al conocimiento. Ese aprendizaje que se expresa por medio del dominio del lenguaje y que trasciende a niveles de sensibilidad intrincados dentro del ser:

«No se trata de hacer un arte «curado». El arte no es necesariamente sano. La belleza de la Venus de Milo no es sana. Detrás de ella hay una larga tradición de convulsiones. Esa belleza surgió de la conciencia del horror. Hay pues un equilibrio entre belleza y horror que solo dos ejemplos podrían explicarlo por ahora. Rilke dice: «todo Ángel es terrible». Rodin esculpió dos manos en tensión acercándose y nunca se acercan. Él las llamó La catedral. También Venecia es muy bella, alberga la podredumbre con equilibrio.
La vulgaridad nunca ha pertenecido al arte. Veo al fondo de mí, el azul de Florencia y los rosados de Perugia. Pero también veo lo que se hace sin fuerte conciencia de alma y sin guía.»

«Imágenes voces y visiones», «El Reino Donde La Noche Se Abre», «Cielo, Tu Arco grande», «El Circo Roto» y  «Casa De Agua y De Sombras» completan el compendio de sus publicaciones poéticas, las cuales han sido traducidas al   inglés y publicadas en 2017.

Su enorme legado, siempre nos remitirá a ese misterioso instinto de búsqueda que palpita  dentro de cada ser, sobre todo en los primeros años de vida. Hanni Osoott dejo de existir un 31 de diciembre de 2002, en un hogar de reposo  de San Antonio de los Altos, en el mismo país donde nació. Su obra deja una huella que trataremos de seguir para buscar la presencia de su luz dentro de su nocturnidad y lograr que “la gramática del cuerpo” agilice nuestros sueños.

Para este instante, he concluido el último tarro de café de este segundo domingo de junio de 2019.