A José Ramón Ayllón le conocí recitando en uno de nuestros recitales organizados en #PoémameBcn el pasado 24 de febrero. Posteriormente volvimos a coincidir en el micro abierto de otro #PoémameBcn posterior. Ayllón es un zaragozano residente en Barcelona, amante de los viajes, del paisaje humano, del tiempo compartido con los amigos, de los gatos y de todo tipo de manifestación artística. Por todo esto y, además por su poesía, decidimos entrevistarle.
¿Podría usted contarnos un poco de su vida y actividad literaria?
Nací en Zaragoza porque, en aquella época –hablo de los años 50-, la mayoría de mujeres que vivían en pueblos pequeños tenían que bajar sí o sí a la capital para dar a luz, pero pasé mi infancia en un pueblecito cercano a la capital, que es donde vivían mis padres, y creo que eso se traduce todavía hoy en muchos aspectos de mi escritura, sobre todo en la prosa. Posteriormente estudié Magisterio en Zaragoza y me vine después a Barcelona, que es donde vivo en la actualidad, para estudiar Periodismo.
Siempre me recuerdo vinculado a la literatura, leyendo y escribiendo y, desde mis inicios, más interesado en expresarme a través de la poesía. Obtuve mi primer premio de poesía en 1981 y posteriormente el Internacional de Poesía Juan Bernier en 1992. Eso me permitió contactar con el mundillo “literario” para, de rebote, descubrir que no era precisamente el lugar donde quería vivirme ni como persona ni como poeta. Hace unos tres años, y a la par que intentaba poner en orden poemas y libros almacenados en cuadernos y cajones durante todo este tiempo, me decidí a salir a la luz nuevamente, animado por mi pareja y mis amigos, y me he sorprendido viendo premiados varios poemarios inéditos de los años 80, así como un libro más reciente que me supuso el Premio de Poesía Miguel Labordeta.
¿Cuáles fueron sus primeras lecturas poéticas y qué autores le influyeron?
Pues hablamos de un momento histórico en que en este país estaban prohibidos muchísimos autores, así como cineastas, músicos y demás elementos vinculados a la cultura. Me recuerdo leyendo el Romancero y a Bécquer, Machado, Neruda, Lorca, Alberti, Cernuda, Miguel Hernández, Aleixandre y ese tipo de poesía. Hasta qué punto me han influido o no sería algo que deberían considerar mis lectores.
¿Cómo definiría a su poesía?
Creo que fundamentalmente practico lo que yo llamo pornografía emocional. En su mayor parte es una poesía lírica e intimista, fundamentada en las vivencias que me han ido, a su vez, construyendo como persona. Quizá temáticamente el amor y los sentimientos, en todas sus manifestaciones y momentos, ocupan un lugar importante en mi obra.
¿Cree que el poeta “evoluciona” en su escritura? ¿Cómo ha cambiado su lenguaje poético a lo largo de los años?
Creo que, a base de trabajo, vas depurando tu lenguaje y, a su vez, vas descubriendo quizá caminos nuevos para abordar la construcción del poema. Aunque, como dicen muchos poetas, igual en el fondo, y sin apenas darnos cuenta, le estamos dando vueltas y vueltas siempre a la misma raíz y al mismo esqueleto. Yo particularmente, no obstante, procuro que cada libro obedezca a un concepto y tenga una cierta unidad. En ese sentido, cuando considero acabado un poemario, le dedico un tiempo de duelo hasta abordar algo distinto. Y pueden pasar meses sin escribir. No me obligo. Para mí sigue siendo muy importante el ritmo interno del poema y, con el tiempo, he ido aprendiendo a sintetizar, a intentar eliminar todo aquello que no aporta nada a lo que quieres decir y que lo único que hace es producir ruido. El hecho de que mi marido, Craig Martin Getz, también escriba poesía, pero en inglés, me ha acercado también al modo más narrativo-descriptivo de la poesía anglosajona y, seguramente, me ha influido/ayudado a salir a veces de zonas de confort. Supongo que ha sido determinante para, a su vez, haber escrito una novela, cuando yo en prosa no había ido nunca más allá de algunos relatos cortos.
¿Cómo siente que un poema está terminado y cómo lo corrige?
Es curioso. A veces escribes un boceto sobre el que vuelves y vuelves una y otra vez y que, finalmente, abandonas porque no acabas de encontrar la manera de definirlo o de hacerlo avanzar. Otras veces, el poema surge al primer intento y tienes poco o nada que retocar. Yo, de todas formas, siempre los dejo respirar un poco y es cuando vuelvo a ellos cuando el poema me dice si ha llegado a buen puerto o no. No deja de ser una sensación absolutamente subjetiva, cierto, pero al final se trata de ser autoexigente y autocrítico contigo mismo y de no olvidar que el poema, como cualquier otra manifestación artística o no, exige trabajo.
¿Cuál es el fin que le gustaría lograr con su poética?
Estos últimos años he tenido ocasión de recitar en pueblecitos o ámbitos con audiencia no familiarizada con la poesía; para gente, en algunos casos, que me ha confesado no haber abierto nunca un libro de poesía… ver a esta gente emocionarse con un poema, pedirte más y querer seguir escuchando, es muchísimo más gratificante que cualquier finalidad que hubiera podido marcarme.
¿Qué lugar ocupa, para un poeta como usted, las lecturas en vivo?
Pues estos últimos años he podido participar en diferentes espacios o escenarios y ha sido muy enriquecedor. Te permite conocer gente que, en teoría, tiene ya la proximidad de andar embarcada en tu misma nave y también comprobar cómo llega tu poesía a diferentes audiencias en vivo y en directo. Pero también me ha servido para reconectar con aspectos de ese mundillo literario del que hablaba al principio que siguen sin gustarme. En mi modesta opinión, faltan muchas veces curiosidad, autoexigencia y trabajo serio y sobra mucho ego. Hay poetas que solo entienden ser escuchados, pero que no han aprendido todavía ni siquiera algo tan elemental como es escuchar a los demás.
¿Qué opina de las nuevas formas de difusión de la palabra, ya sea en páginas de Internet, foros literarios cibernéticos, revistas virtuales, blogs etc?
Me alegra por una parte que haya un abanico tan amplio de escaparates donde poder mostrar el trabajo de la gente que escribe; pero, por otra, me sorprende esta tendencia hoy en día tan generalizada de querer ser “artista” por encima de todo, que es algo que no entiendo mucho. Pienso en la realidad que me vincula con pueblecitos aragoneses, por ejemplo: mujeres y hombres que hacían auténtico arte en sus quehaceres cotidianos, bien fuera haciendo pastas artesanales para chuparte los dedos –hoy que agonizamos con tanta pasta industrial-, o mermeladas o encajes de bolillo o colchas o cinturones y accesorios de piel o mil formas de expresión como mínimo tan válidas como las de la palabra; pues resulta que no, que quieren ser “poetas” y colgar aunque tan solo sea en el programa de las fiestas sus poemas. Me parece muy válido, pero es un poco el reflejo del tema sobre el que me preguntas. Hoy tengo la sensación de que cuelgas una foto en Instagram y eres fotógrafo; escribes un twitter o algo en Facebook y ya eres escritor. Creo que no se persigue tanto el intento de trabajar seriamente y construir con las palabras, como el tener acceso al micro, el foco y el famoseo. Forma parte, de alguna manera, de esta frivolización con la que se abordan hoy en día tantos temas, incluso los más serios.
¿Podría recomendarnos un poema de otro autor que le haya gustado mucho?
Afortunadamente podría decir muchos, pero sin duda uno sería Si el hombre pudiera decir lo que siente de Luis Cernuda.
¿Qué libro está leyendo en la actualidad?
Ordesa, de Manuel Vilas. Ando también leyendo poemas de poetas que he tenido la oportunidad de conocer recientemente: Carlos Vaquerizo, Cecilia Álvarez y la mexicana Sonia Jiménez
¿Qué consejos le daría a un joven escritor/escritora que se inicia en este camino de la poesía?
No creo ser la persona más adecuada para dar consejos, pero le diría lo mismo que me digo a mí mismo: que lea mucho, que aprenda, que escuche y que se escuche, que se autoexija en su trabajo y que aprenda a distinguir lo que es un acto de pura masturbación personal, de simple exhibicionismo –que, en mi opinión, donde mejor está es en un cuaderno, en el ordenador, en el móvil o en la mesilla-, de ese otro acto -llamémoslo poema, por ejemplo- que realmente pretende aportar algo al lector o al oyente.
¿Cómo ve usted actualmente la industria editorial?
Sin comentarios. Las grandes editoriales tienen compradas hasta las estanterías de las librerías y las editoriales pequeñas o independientes se las ven y se las desean para materializar sus proyectos que, de rebote, tienen poca salida. Súmale que luego, como dice uno de mis editores, en esas mismas estanterías te puedes encontrar el Ulises de Joyce, por ejemplo, al lado de 50 sombras de Grey, como si estuviéramos hablando de lo mismo; y súmale que, como comentaba antes, cada vez hay más personas queriendo publicar. Es complicado. Acabo de conocer a un poeta que fue ya Premio Adonais a comienzos de siglo y que luego ha tenido problemas mil para poder seguir publicando. Frente a eso, te encuentras con escritores que, sin saber cómo ni por qué ni tener una calidad incuestionable, encuentran siempre salida a sus productos.
¿Cuál es la pregunta que le gustaría que le hubiera hecho y no se la he hecho?
No sabría decirte, jejeje. Suficientes creo con las que ya me has hecho.
Muchas gracias por las respuestas, ahora solo nos queda escucharte en vivo aquí. Y a vosotros, lectores, esperamos que hayáis disfrutado y gracias por haber llegado hasta aquí.
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