“Nos desbocamos continuamente hacia aquellos que nos precedieron, hacia nuestro origen, y hacia aquellos que presumiblemente vendrán tras nosotros…. Es nuestra tarea dejar en nosotros la impronta de esta tierra temporal y perecedera, tan profunda, tan dolorosa y apasionadamente, que su esencia pueda alzarse nuevamente de manera invisible en nuestro ser. Somos las abejas de lo invisible. Recolectamos salvajemente la miel de lo visible, para almacenarlo en la gran colmena dorada de lo invisible”. [carta de Rainer Maria Rilke a su traductor Witold Hulewicz en Noviembre 1925]
Contexto histórico
Los años entre los que vivió Rainer María Rilke (1876-1926) estuvieron marcados por grandes cambios sociales y culturales tales como la primera guerra mundial, la revolución rusa, el tratado de Versalles, la desmembración del Imperio austro – húngaro y los años del hambre. Los movimientos o corrientes artísticas se suceden con una gran rapidez, reflejo de una sociedad marcada por cambios radicales.
Rilke (biografía y obra)
(Praga, 1875 – Valmont, 1926) Escritor checo en lengua alemana. Sin un oficio en concreto, se dedica plenamente a la literatura. Visitó Italia y Rusia donde conoció a León Tolstói y entró en contacto con la mística ortodoxa.
Se instaló en París, donde durante ocho meses trabajó como secretario privado de Auguste Rodin. A raíz de una crisis interior, inicia un largo periplo por África del Norte (1910-1911) y luego a España (1912-1913). En 1911 y 1912, invitado por la princesa Marie von Thurn und Taxis, residió en el castillo de Duino (Trieste), donde darán a luz las Elegías de Duino que finalizará tras la guerra, en el castillo de Muzot. Víctima de una larga y dolorosa agonía, Rainer Maria Rilke murió de leucemia en el sanatorio suizo de Valmont.
Algunas de sus obras:
Leben und Lieder (Vida y canciones) (1894)
Larenopfer (Ofrenda a los lares) (1895)
Traumgekrönt (Coronado de sueños) (1897)
Das Buch vom mönchischen Leben (El libro de la vida monástica) (1899)
Das Buch von der Pilgerschaft (El libro del peregrinaje) (1901)
Neue Gedichte (Nuevos poemas) (1907)
Duineser Elegien (Elegías de Duino) (1923)
Comentarios a Los Sonetos a Orfeo
Rilke es uno de los poetas que más me ha sorprendido, y muy gratamente sorprendido, todo hay que decirlo. Sin duda, no es un poeta fácil de leer o de comprender, su lenguaje lleno de simbolismo, de diversos juegos de palabras (lo que convierte en ardua la labor del traductor) va más allá de una lectura por puro placer de leer.
Exigente, pidiendo tu atención plena, una lectura libre de condicionamientos y prejuicios. Exige, al igual que toda obra de arte, una visión virgen y una mente y corazón abiertos. Rilke no puede dejar a nadie indiferente. Viajero incesante no solo a través del mapa geográfico sino también del de las emociones; sensibilidad a flor de piel, ese es el Rilke que he descubierto con ocasión de una de serie de lecturas organizada por el Centre d’Estudis de les Tradicions de Saviesa y dirigida por CésarArjona, profesor de ESADE en Barcelona.
Solo desarrollaré unos breves comentarios a la última sección de las Elegías, fugaces atisbos de «revelación», limitados por este lenguaje que hemos creado (pobre imitación del canto del Ángel * que en nosotros se encuentra en potencia, pero oculto y silenciado); un lenguaje que intenta interpretar un mundo en el que en palabras de Rilke no nos sentimos muy seguros, al contrario que los animales …
Animales de silencio se abrieron paso, salieron
Del claro bosque libre, de lechos y guaridas;
Y se vio que no era por astucia
Ni por miedo por lo que estaban tan callados
Sino para escuchar.
Y es que como bien insiste una y otra vez nuestro poeta, solo el silencio nos permite «escuchar», pues del silencio surgen las cosas; pero también nos permite «escuchar» nuestro decir, nuestro canto interior, nuestro verdadero ser, nuestro Ángel.
Todo quiere flotar en el aire. Y nosotros andamos errantes como los que pesan,
Nos ponemos en todo, fascinados por el peso;
Qué voraces maestros somos nosotros para las cosas,
Porque en ellas triunfa eterna niñez.
Somos incapaces de vivir la vida sin intentar manipularla, medirla, nombrarla, vamos cargando nuestra mochila incansablemente y la seguimos llevando a cuestas incluso cuando ya no la necesitamos.
Una y otra vez por nosotros abierto, rasgado,
El dios es el lugar que cura.
Tenemos un filo pues queremos saber,
Él, en cambio es un ser alegre, sereno y repartido.
Creamos dogmas, castigos y penitencias, nos regocijamos y nos empecinamos en vivir muchas veces en el recuerdo del dolor y olvidamos la espléndida luminosidad y calidez de la vida.
Canta, corazón mío, los jardines que tú no conoces;
Jardines como en cristal metidos, claros, inalcanzables.
Agua y rosas de Ispahan o de Esquira,
Canta tu felicidad, ensalzándolos; nada con ellos se compara.
….
Sea cual sea la imagen con la que esté tu interior unida
(incluso aunque sea un momento doliente de vida)
Siente que se trata de todo el tapiz, glorioso.
Y es que, en la urdimbre de la vida en la que nos vamos cruzando, cierto es que hay luces y sombras, nudos e hilos de seda, y por ello
Temerosos buscamos un soporte,
Para lo viejo algunas veces jóvenes
Y viejos para lo que nunca fue.
Justos tan sólo allí donde alabamos
pues, ay, el hierro somos y la rama
Y el dulzor del peligro que madura.
Pero la esperanza queda si dejamos de vivir en el pasado y dejamos de lanzarnos hacia el futuro, el presente, el ahora, es el punto justo, ese punto en el que nos damos cuenta de todo lo que tenemos y por ello, agradecemos.
* La figura del Ángel en Rilke, se remite al de la tradición islámica, el malak y, yo diría también al de la zoroastriana, a la figura del daēnā, tan citado y apreciado por el filósofo francés Henry Corbin. Esa consciencia que es intuición y revelación a la vez, ese aspecto más sutil de nuestro propio ser.
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