“Porque semos asina, semos pardos,
del coló de la tierra”

Mi primer contacto con este hermoso libro, tuvo lugar en la clase de Lengua y Literatura Española en el instituto de Enseñanza Media de Badajoz, donde cursaba el bachillerato. Y fue el profesor que impartía esta asignatura, el que me enseñó a amarlo, a entenderlo, a descubrir la ternura, la belleza y el lirismo que encerraban sus poemas, escritos en ese habla o dialecto extremeño que a mí no me sonaba extraño, por haber nacido y transcurrrido mi infancia, en un pequeño pueblo del sur de la provincia. Desde entonces, lo conservo como si fuera un pequeño tesoro que releo de vez en cuando para no olvidarme de mis raíces castúas.

Corrían los primeros años del siglo XX cuando este poeta extremeño, Luis Chamizo Trigueros, trasladó al papel las vivencias, costumbres y sentimientos de la gente de su tierra, reproduciendo en sus poemas el habla popular característica y propia de aquella época en un entorno campesino y humilde. Con ello inauguraba un nuevo estilo de belleza en las letras con el decir de la gente de Extremadura. Volcó en sus poemas todo un caudal de ideas, sueños, sentimientos… Y nos dejó escrito en verso, un patrimonio lingüístico que de otra manera hubiera quedado en el olvido.

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Luis Chamizo nació en1894 en Guareña (Badajoz) en el seno de una familia humilde y trabajadora de Extremadura. Muy joven se trasladó a Madrid para cursar el bachillerato. Se licenció en Derecho en la Universidad Central de Madrid y en la de Murcia. En esos años de estudiante, asistió con asiduidad a las numerosas tertulias literarias de los cafés y dio sus primeros e importantes pasos en el mundo de la poesía.

Contactó con el movimiento modernista a través de algunos poetas como Salvador Rueda, Francisco Villaespesa o Amado Nervo. Conoció a Federico García Lorca, probablemente a Rafael Alberti y a otros intelectuales y poetas de entonces. Coetáneo de la generación del 27 prefirió quedarse en el camino de la poesía regionalista, siguiendo los pasos del poeta José María Gabriel y Galán.

En 1818, la muerte de su padre, tinajero en su pueblo natal, le obligó a volver a su tierra de origen para proseguir con el negocio familiar y ese contacto con la gente humilde de su tierra le hizo profundizar en el conocimiento de la idiosincrasia y la forma de hablar extremeña.

En 1921 publica el libro de poesía por el que fue más conocido: “El Miajón de los Castúos”, en el que intentaba reflejar y transcribir el habla rural. Pronto, el libro se convirtió en un verdadero fenómeno literario y Chamizo en un poeta de referencia en el mundo literario de Extremadura.

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El poeta llama al conjunto de sus versos “el miajón de los castúos”.

Dos vocablos muy característicos de la tierra:

“Miajón”: la esencia, la miga, el jugo…del pueblo extremeño.

“Castúo”: voz derivada de “castizo”, lo genuino, lo más auténtico.

A partir de su publicación, se generalizó la palabra “Castúo”. Y con el tiempo, dicha denominación, se hizo popular para denominar las hablas regionales extremeñas en general.

(…) Vusotros qu’atendéis a las lerturas
y séis tan sabijondos de las cencias
que quizás nus larguéis de carrerilla
y en romances jazañas extremeñas
que los nuestros ejaron sin contaglas
endispués de jaceglas.


Y sus dirá tamién cómo palramos
los hijos d’estas tierras,
porqu’icimos asina: jierro, jumo
y la jacha y el jigo y la jiguera.(…)

En esta obra, supo trasladar al verso toda la fuerza expresiva del lenguaje autóctono, que transmite el saber popular de generación en generación. Y en sus versos, canta a la vida cotidiana del hombre extremeño, que habita un medio rural, que ama y a la vez le condiciona. Todo ello en medio de difíciles circunstancias, avatares políticos y sociales y unas duras y precarias condiciones de vida propias de los comienzos del siglo XX, con el campo extremeño en manos de las oligarquías terratenientes y caciquiles. Sin embargo en sus versos, no hay una denuncia social explícita como tal, seguramente por la censura de aquellos años, más bien llevan implícitos cierta resignación y fatalismo vital.

(…)“Y tamién sus dirá que semos güenos,
que nuestra vida es güena
en la pas d’un viví lleno e trebajos
y al doló d’un viví lleno e miserias:
¡el miajón que llevamos los castúos
por bajo e la corteza!”(…)

Los temas del libro son los propios del regionalismo: la nostalgia de un pasado mejor, la vida rural y campesina, los oficios tradicionales, las costumbres de los ancestros, la vivencia de la naturaleza y el paisaje sometido por la mano del hombre…Y dan lugar a descripciones de gran lirismo y fuerza expresiva.

Las características de su poesía se corresponden con la Extremadura que él redescubre al volver: sencillez, austeridad, gravedad, reciedumbre, ternura y sentido dramático.

Según el académico José Ortega Bonilla, que escribe el prólogo “Todo es grande, fuerte, potentísimo…El libro de Chamizo no es de los que se dejan dormir en la estantería de la biblioteca. Quien comience la lectura, la continuará y la dará fin y no se olvidará más de ella.”

El libro está integrado por once extensos poemas y uno inicial que hace de introducción: “Compuerta”

Dada su larga extensión, solo dejo de muestra este poema sobre el nacimiento de un hijo de un matrimonio de campesinos, en mitad del campo. Todo un bello canto lírico a la Vida, a la Madre Naturaleza, que aunque sea recia, hostil, dura…también es acogedora y muy hermosa.

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Monumento a La Nacencia. Parque de la Legión. Badajoz.

LA NACENCIA

I
Bruñó los recios nubarrones pardos
la lus del sol que s’agachó en un cerro,
y las artas cogollas de los árboles
d’un coló de naranja se tiñeron.

A bocanás el aire nos traía
los ruíos d’allá lejos
y el toque d’oración de las campanas
de l’iglesia del pueblo.
Íbamos dambos juntos, en la burra,
por el camino nuevo;
mi mujé, mu malita,
suspirando y gimiendo.
Bandás de gorrïatos montesinos
volaban, chirrïando, por el cielo,
y volaban pal sol, qu’en los canchales
daba relumbres d’espejuelos.

Los grillos y las ranas
cantaban a lo lejos,
y cantaban tamién los colorines
sobre las jaras y los brezos;
y, roändo, roändo, de las sierras
llegaba el dolondón de los cencerros.

¡Qué tarde más bonita!
|Qu’anochecer más güeno!
¡Qué tarde más alegre
si juéramos contentos!…


—No pué ser más —me ijo—, vaite, vaite
con la burra pal pueblo,
y güérvete de prisa con l’agüela,
la comadre o el méico.
Y bajó de la burra poco a poco,
s’arrellanó en el suelo,
juntó las manos y miró p’arriba,
pa los bruñíos nubarrones recios.


¡Dirme, dejagla sola,
dejagla yo a ella sola com’un perro,
en metá de la jesa,
una legua del pueblo…
eso no!   De la rama
d’arriba d’un guapero,
con sus ojos reondos
me miraba un mochuelo;
un mochuelo con ojos vedriaos
como los ojos de los muertos…

¡No tengo juerzas pa dejagla sola;
pero yo de qué sirvo si me queo!


La burra, que roía los tomillos
floridos del lindero,
careaba las moscas con el rabo;
y dejaba el careo,
levantaba el jocico, me miraba
y seguía royendo.
¡Qué pensará la burra
si es que tienen las burras pensamientos!


Me jui junt’a mi Juana,
me jinqué de röillas en el suelo,
jice po recordá las oraciones
que m’enseñaron cuando nuevo.
No tenía pacencia
p’hacé memoria de los rezos…
¡Quién podrá socorregla si me voy!
¡Quién va po la comadre si me queo!


Aturdío del tó gorví los ojos
pa los ojos reondos del mochuelo;
y aquellos ojos verdes,
tan grandes, tan abiertos,
qu’otras veces a mí me dieron risa,
hora me daban mieo.
¡Qué mirarán tan fijos
los ojos del mochuelo?


No cantaban las ranas,
los grillos no cantaban a lo lejos,
las bocanás del aire s’aplacaron,
s’asomaron la luna y el lucero,
no llegaba, roando, de las sierras
el dolondón de los cencerros…
¡Daba tanta quietú, mucha congoja!
¡Daba yo no sé qué tanto silencio…!

M’arrimé más pa ella:
l’abrasaba el aliento,
le temblaban las manos,
tiritaba su cuerpo…
y a la lus de la luna eran sus ojos
más grandes y más negros.
Yo sentí que los míos chorreaban
lagrimones de fuego.
Uno cayó roando,
y, prendió d’un pelo,
en metá de su frente
se queó reluciendo.
¡Qué bonita y qué güeña,
quién pudiera ser méico!


Señó: tú que lo sabes
lo mucho que la quiero.
Tú que sabes qu’estamos bien casaos,
Señó, tú qu’eres güeno;
tú que jaces que broten las simientes
qu’echamos en el suelo;
tú que jaces que granen las espigas,
cuando llega su tiempo;
tú que jaces que paran las ovejas,
sin comadres ni méicos…
¿por qué, Señó, se va morí mi Juana,
con lo que yo la quiero,
siendo yo tan honrao
y siendo tú tan güeno?…


¡Ay! qué noche más larga
de tanto sufrimiento:
¡qué cosas pasarían
que decilas no pueo!
Jizo Dios un milagro;
¡no podía por menos!

II

Toíto lleno de tierra
le levanté del suelo;
le miré mu despacio, mu despacio,
con una miaja de respeto.
Era un hijo, ¡mi hijo!,
hijo de dambos, hijo nuestro…
Ella me le pedía
con los brazos abiertos.
¡Qué bonita qu’estaba
llorando y sonriendo!


Venía clareando;
s’oían a lo lejos
las risotás de los pastores
y el dolondón de los cencerros.
Besé a la madre y le quité mi hijo;
salí con él corriendo,
y en un regacho d’agua clara
le lavé tó su cuerpo.
Me sentí más honrao,
más cristiano, más güeno,
bautizando a mi hijo como el cura
bautiza los muchachos en el pueblo.


Tié que ser campusino,
tié que ser de los nuestros,
que por algo nació baj’una encina
del caminito nuevo.


Icen que la nacencia es una cosa
que miran los señores en el pueblo:
pos pa mí que mi hijo
la tié mejor que ellos,
que Dios jizo en presona con mi Juana
de comadre y de méico.


Asina que nació besó la tierra,
que, agraecía, se pegó a su cuerpo;
y jue la mesma luna
quien le pagó aquel beso…
¡Qué saben d’estas cosas
los señores aquellos!


Dos salimos del chozo;
tres golvimos al pueblo.
Jizo Dios un milagro en el camino:
¡no podía por menos!

Aquí pueden ver y escuchar el poema, recitado en castúo por Fernando González:

Espero que lo hayan disfrutado.

REFERENCIAS: