Louise Glück. Fuente: Louise Glück, Premio Nobel de Literatura 2020, artículo de El Cultural.

“Miramos el mundo una vez, en la infancia.
El resto es memoria”. Louise Glück.


La ganadora del Premio Nobel de Literatura 2020 ha sido la poeta estadounidense Louise Glück.

La estadunidense fue seleccionada por delante de otros favoritos como la francesa Maryse Condé, la rusa Liudmila Ulítskaya, la canadiense Margaret Atwood o el japonés Haruki Murakami. También a la estadounidensecaribeña Jamaica Kincaid, el keniano Ngugi wa Thiong’o, la poetisa canadiense Anne Carson, el húngaro Peter Nadas o el francés Michel Houellebecq.

Nacida en 1943 en Nueva York, vive en Cambridge, Massachusetts y es profesora de inglés en la Universidad de Yale (New Haven, Connecticut). Las obras de Glück, que ha publicado doce colecciones de poesía y algunos volúmenes de ensayos sobre poesía, se caracterizan por un esfuerzo por la claridad, según destacó la Academia Sueca.

La edición de 2020 no tendrá ceremonia de entrega de premios por primera vez desde 1944, debido a la pandemia de coronavirus, que mantiene sumida a Europa en una segunda ola menos mortífera que la primera, hace seis meses, pero con casos en aumento. Louise Glück fue, no obstante, directamente invitada a la ceremonia que se celebrará el año que viene.


Leamos una muestra de su poesía.

EL DILEMA DE TELÉMACO

“Nunca me decido
sobre qué poner
en la tumba de mis padres. Sé
lo que él quiere: él quiere
amado, lo que ciertamente resulta
muy exacto, sobre todo
si contamos a todas esas
mujeres. Pero
eso dejaría a mi madre
en la intemperie. Ella me dice
que en realidad no le importa
lo más mínimo; ella prefiere
ser descrita
por sus logros. No tendría yo mucho
tacto si les recordara
que uno
no honra a sus muertos
perpetuando sus vanidades, sus
auto-proyecciones.
Mi propio criterio me recomienda
exactitud sin
palabrería; son
mis padres y, en consecuencia,
los visualizo juntos,
a veces me inclino por
marido y mujer, a veces por
fuerzas contrarias “

Para mi padre

Voy a vivir sin ti
como aprendí una vez
a vivir sin mi madre.
¿Crees que no lo recuerdo?
Toda la vida he pasado intentando recordar.
Ahora, después de tanta soledad,
la muerte no me asusta,
ni tu muerte, ni aun la mía.
Y esas palabras, la última vez,
no tuvieron poder sobre mí. Lo sé
el amor intenso siempre lleva al duelo.
Por una vez, tu cuerpo no me asusta.
De vez en cuando, paso mi mano por tu cara
ligeramente, como un paño sobre el polvo.
¿Qué me puede sorprender ahora? No siento
ninguna frialdad que no pueda explicarse.
Contra tu mejilla, mi mano está tibia
y llena de ternura.

Un mito sobre la inocencia

Un verano sale al campo, como de costumbre,
se para un momento en el estanque donde suele
mirarse para ver si detecta algún cambio.
Ve a la misma persona, la túnica horrible
de su condición de hija aún sobre sus hombros.

En el agua el sol parece estar al lado.
Ella piensa: Otra vez mi tío que me espía.
Todo en la naturaleza es, de algún modo, su pariente.
Piensa: Nunca estoy sola
y hace del pensamiento una plegaria.
La muerte viene así, como respuesta a una plegaria.

Nadie puede ya entender lo hermoso que él era.
Perséfone sí lo recuerda, y que él la abrazaba allí,
delante de su tío.
Recuerda el reflejo del sol en sus brazos desnudos.

Eso es lo último que recuerda claramente.
Después el dios oscuro se la llevó.

Recuerda también, de un modo menos claro,
la terrible intuición de que ya jamás podría
vivir sin él.


Amante de las flores

En nuestra familia, todos aman las flores.
Por eso las tumbas nos parecen tan extrañas:
sin flores, sólo herméticas fincas de hierba
con placas de granito en el centro:
las inscripciones suaves, la leve hondura de las letras
llena de mugre algunas veces…
Para limpiarlas, hay que usar el pañuelo.

Pero en mi hermana, la cosa es distinta:
una obsesión. Los domingos se sienta en el porche de mi madre
a leer catálogos. Cada otoño, siembra bulbos junto a los escalones de
ladrillo.
Cada primavera, espera las flores.
Nadie discute por los gastos. Se sobreentiende
que es mi madre quien paga; después de todo,
es su jardín y cada flor
es para mi padre. Ambas ven
la casa como su auténtica tumba.

No todo prospera en Long Island.
El verano es, a veces, muy caluroso,
y a veces, un aguacero echa por tierra las flores.
Así murieron las amapolas, en un día tan sólo,
eran tan frágiles…