Alba Quintas, madrileña nacida en 1994. En el año 2012 resultó ganadora del VII premio Jordi Sierra i Fabra para escritores jóvenes con la novela Al otro lado de la pantalla. Es colaboradora en diferentes publicaciones digitales. Trabaja estrechamente vinculada al teatro. Tiene varios libros publicados siendo el más reciente la novela La venganza de Ariadna.
¿A qué edad comenzaste a escribir?
Nunca sé qué responde a esto. Creo que toda la vida, tengo relatos de cuando iba a primaria guardados. Para mí, los procesos de empezar a leer y a escribir fueron de la mano. Sé que mi primera novela larga la acabé con trece años, y con catorce, ya le estaba mandando manuscritos al pobre Jordi (Sierra y Fabra) en su concurso.
¿Cuánto tiempo tardaste en publicar tu primer libro? ¿Qué fue lo que más te costó?
Fue precisamente gracias al premio que mencionaba antes, el Jordi Sierra i Fabra para jóvenes escritores. Yo tenía 17 años cuando lo gane, y entre los premios, el grupo editorial SM te publicaba la novela. Me presenté varios años seguidos hasta que al final lo conseguí; Jordi siempre dice que soy una de las personas más cabezotas que conoce.
Creo que lo que más me costó vino después. Asimilar que no está todo hecho porque acabas de empezar y probablemente no hayas conseguido gran cosa si a partir de ahora quieres labrarte una carrera como escritora. Has abierto una pequeña rendija de la puerta al publicar por primera vez, pero tienes que dar un empujón. Por otra parte, te queda el nervio de que si has empezado tan joven, te vas a quemar muy pronto. Para alguien como yo, que quiere dedicar su vida a esto, es complicado lo de comenzar a publicar tan joven, porque parece que tienes menos margen para desarrollarte a largo plazo. Tienes que tener unos parámetros y unos valores muy claros, y todavía sigo lidiando con ello.
¿Qué puedes contarnos de tu obra de teatro Celia en la revolución? ¿Cómo fue el proceso de creación de la misma?
Estaba obsesionada con el hecho de que yo no fuera un obstáculo entre el espectador y Elena Fortún, la autora de la novela, así que me leí toda su obra publicada, la increíble biografía de Marisol Dorao y la correspondencia que mantuvieron Elena Fortún con Carme Laforet, la cual fue una de las lecturas más maravillosas que he hecho en mucho tiempo. Aparte de eso, me acerqué a muchos otros textos sobre la época, como los de chaves Nogales o Clara Campoamor. Cuando se me presenta un proyecto que me permita sumergirme en él de alguna manera y no ver fin al pozo de la documentación, me tiro a él sin pensarlo. Quizá de todo el material que he manejado en el texto aparece una mínima parte, pero eso no importa: era imprescindible (y más para alguien de mi edad) comprender cómo funcionaba aquella época, saber realmente qué movía a las personas entonces, entender cómo se sentía Elena Fortún.
La novela es realmente compleja: tres años de guerra, cinco ciudades, un sinfín de personajes y escenas. La fórmula dramática te pide más concreción, al menos por la parte del proceso que a mí me corresponde, que es la de usar la palabra escrita. Pero al final había dos preguntas que siempre venían a mi mente: la primera, que es la que se plantea en la primera escena de la obra (¡prometo que no estoy destripando nada!) es: ¿por qué Celia deja España al final de la guerra? la segunda: ¿Por qué Elena Fortún, a pesar de saber que nunca verá publicada esta novela, decide escribirla, y con su personaje más asentado? Sospecho que toda ficción que merece la pena nace de las preguntas adecuadas, no de las respuestas adecuadas, y desde luego cuando tuve estas, pude armar la versión de Celia en la revolución que creía que podía hacerle justicia a la novela.
¿Tienes algún comentario sobre la organización del Festival Celsius?
Honestamente, este año han hecho una heroicidad consiguiendo que se celebrara un festival de literatura en medio de una pandemia y con cero contagios. Fue una fecha muy importante para muchos autores este año, el único evento cultural en el que hemos podido participar y compartir un poco de tiempo con los lectores, aunque fuera a través de mascarillas y mamparas. Eso no importa, la literatura sigue siendo la misma. Yo siempre digo que el Celsius es como mi casa: me invitaron cuando yo era una autora novata y desconocida, y ahora siguen tratándome con todo el cariño del mundo. Además, su labor con la literatura de género en nuestro país es imprescindible.
El actor Juan Diego Botto utiliza la frase “Queremos el pan y las rosas.” ¿Qué significa esta frase para ti en estos momentos?
Es gracioso, porque es una expresión que nació en su momento en los movimientos sufragio femenino, y la verdad es que me hace mucha ilusión que un gran actor como Juan Digo Botto la rescate y la popularice. Para mí alude a la doble vertiente de mi vida como artista: necesito lo más real, la rutina, obviamente un sueldo para comer, etc. pero también las rosas, la belleza, el arte. No quiero dejar de estar presente en ninguno de las dos vertientes de nuestra vida, eso es el pan y las rosas.
¿Cuál es el rol del teatro en la sociedad del siglo XXI? ¿Es drama? ¿Es comedia?
Necesitamos el drama y más en el teatro. Mi dramaturga favorita, Sarah Kane, defendía que haber que poner el infierno sobre el escenario para escapar de él en la vida real. Supongo que todos los dramaturgos tienen temas a los que vuelven una y otra vez compulsivamente. Mis textos suelen navegar entre estos: la reacción implícita entre la condición de mujer y la violencia; las emociones como territorio político, el progresivo acallamiento y pérdida de la conciencia social de la juventud. Todos dramas, porque soy una persona optimista, alguien que piensa que la sociedad puede mejorar a base de hacer las preguntas adecuadas.
¿Qué piensas de la censura a la película Lo que el viento se llevó, por parte de una plataforma streaming?
Soy mucho más partidaria de contextualizar que de censurar categóricamente, la verdad. ¿Hay que hablar del racismo en Lo que el viento se llevó? Sin duda. ¿Hay que analizar la película desde una conciencia social que cada vez, por suerte, está creciendo más? Desde luego. Me parece mucho más interesante volver a estos clásicos, revisionarlos, aprender de ello, que censurarlos de forma definitiva. La censura es igual al silencio, y no se aprende nada del silencio, se aprende de las ideas y del debate. La película debería estar ahí para poder desarrollar opiniones al respecto, sin duda con unas etiquetas, descripción de su trama, etc. que no sea benevolente con su racismo. ¿Pero apartarla categóricamente y que no se vuelva a hablar de ello? ¿Esconderla? ¿No poder iniciar un debate en torno a su contenido? No, eso no lo defiendo.
¿Qué estás leyendo en estos momentos?
Ahora mismo estoy con una de las perlas del realismo en España, la Pepita Jiménez de Juan Valera. Es una novela preciosa en la que un joven seminarista se enamora perdidamente de la joven prometida de su tío, y por cartas habla de su dilema entre su devoción a Dios o rendirse a sus pasiones. En general estoy volviendo a muchas novelas clásicas que leí de adolescente y que algo miro con otros ojos.
¿Tienes algún comentario que hacer sobre el lenguaje inclusivo?
Hay una parte de la población que se siente invisibilizada debido al lenguaje, y desde la RAE deberían escucharla. Creo que hay un problema en las instituciones en torno a nuestra lengua, van siempre muy por detrás de los cambios de la sociedad. Ya a nivel particular, hay cosas que me parecen muy necesarias, como el reconocimiento del género neutro para las personas no binarias y aceptar de una vez el femenino en algunas profesiones, no puede ser que piloto, canciller o soldado no tengan un femenino. Curiosamente siempre son profesiones en las que las mujeres han sufrido discriminación y techos de cristal, así que parece que aquí hablamos de algo más que de la lengua. Hay otras que están en el punto de mira, como el uso del masculino en el plural, que no me parecen tan relevantes.
Buena entrevista George, me ha encantado.