Herida, belleza, derrumbe, resurgimiento, pureza, agua, fuego y/o luz. Si tuviera que definir en unas pocas palabras el poemario de Mariela, estas serían, sin duda, las elegidas. El poemario navega de la oscuridad a la luz, del frío al fuego, del derrumbe al resurgimiento.
Después de leído, me quedo con la sensación que a veces, se debe aceptar el dolor y la herida, y debemos ser conscientes, además, que son necesarios para curar y ser cicatriz; para poder llegar a ese lugar luminoso, tan nuestro y tan puro (a nosotros mismos). Esta idea hace que, tras la lectura, me quede un sabor esperanzador.
Se puede llegar incluso a amar la herida; la lanza vuela hasta partirnos en dos amados tajos. Sin posibilidad de huida, sin posibilidad de piedad. Aceptar la herida, transfigurarla, y acabar amando los restos. Como vemos en el poema Primera Pureza, por ejemplo, nos damos cuenta que el dolor, en cierto modo, nos puede llevar a renacer. Vaciarse, despojarse de todo lo anterior, y regresar de nuevo con la piel limpia, con absoluta pureza.
Como si de un diálogo interior se tratara, con un lenguaje nítido y conciso, la autora nos muestra que la vida son cambios constantes; que la vida pesa, nos hace arrastrar los pasos, pero el tiempo tiene el poder de renovar y restaurar las cosas; hacer que muten.
[…]
pese a los días que se repiten como ecos
todo va mudando impasible
el tiempo nos intercambia
nos vuelve agua
nos vuelve sed.
-A veces soy agua, a veces soy sed
Es un poemario altamente humano; las emociones más primarias y esenciales se dan cita en los versos, el amor, la vida, la pesadez, el dolor, la fuerza… para mostrarnos que, de algún modo, están conectados en un ciclo que se repite. Y entre ciclo y ciclo, persiste la búsqueda de la palabra definitiva, la palabra certera que precipita las mutaciones. La que nos lleva a poder amar/amarnos, para sentirnos en paz.
La importancia del fuego y la luz se puede ver muy remarcada en el poema Reconquista. Las penas se llenan de luz y de sol, y esplenden tan puras que casi vuelven a ser las mismas henchidas dichas antiguas. Es como si la luz fuera el nexo para retornar a la vida. Y en este sentido, su importancia es básica; como dice Odalys Interián en el prólogo del pomario, la luz, como símbolo transfigurable por excelencia, aparece como lo único que posee el poeta en su indefensión.
Es un poemario que se centra en las esencias básicas, las más puras. La naturaleza, el agua, la humedad de la tierra, me trae una vez más a la mente la esencia primitiva, la comunión de la persona con la tierra, el contacto con la pureza. Así, en el poemario encontramos alta presencia de fuentes, accidentes hídricos, el llegar a la humedad de la tierra, a la esencia. Y renacer hasta volver al fuego, a la vida.
Nuestra única pulsión será hurgar en las faldas de la tierra
y la besaremos hasta la coyuntura de la humedad.
Esta estación florecerá como preludio del fuego.
-Un sueño para el verano.
Ligado a esto, me parece muy significativo el poema Cárcel. Aparece una vez más la mano en la sombra, que ya nos aparece en otro poema desprovista de clemencia. La misma mano que intenta insistente arrebatarnos justamente aquello que no puede, lo que más nos pertenece: nuestra resistencia, nuestro amor, nuestro fuego. El fuego deviene la esencia, la vida. Así lo vemos en Todas las miradas:
Todos los cuerpos se vacían
cenizas que giran con el viento.
Sólo un cuerpo arde
sin extinguirse.
Igualmente significativo aparece el poema Nacimiento. Cuando una logra cambiar, superar el miedo, ser puro y esencial, es cuando una vuelve a nacer.
Podríamos decir que Mariela nos revela que lo esencial es aquello que no te pueden arrebatar. Que el ciclo es duro, es herida, es dolor, pero poseemos esa fuerza inequívoca que es capaz de asumir ese dolor, acariciar esa herida, y hacer de la cicatriz, liberación y resurgimiento.
Es un poemario intenso, maduro y transparente que invita a la reflexión. Muestra, en cierto modo, que la esencia más básica, el amor, la luz, la naturaleza, son parte de un ciclo cambiante, y que en cierto modo, podemos manejar en nuestro interior, para renacer siempre.
Mariela Cordero, nacida en Venezuela, es abogada, poeta, traductora y artista visual. Ha recibido diversas distinciones en certámenes literarios. Su poesía ha aparecido publicada en diferentes revistas literarias y antologías. Es autora del poemario El cuerpo de la duda, Ediciones PublicArte, 2013, y en breve publicará otro poemario de la mano de la editorial de Poémame Poesía.
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