La bella lejanía es un libro de pasos. No en vano algunas de las partes que lo configuran llevan el mismo título: El siguiente paso. El mismo título pero un paso más hacia esa luz, hacia esa paz, hacia ese nuevo día en el que las vistas son mejores y la lejanía es solamente temporal.

Tengo un bendito niño de tres años

y una preciosa hija recién nacida.

[…]

A él lo llamo

Eduardo, el Conquistador.

Y a ella

-a ella y la conocéis-;

La Poesía.

-Fragmento de Un hijo te vuelve a enseñar

A pesar de la alegría y la ilusión renovada de un hijo, La bella lejanía no deja de ser un poemario agridulce. Más dulce que agrio, cierto, pero presentes están el vacío y cierta tristeza de que quizás las cosas no han salido como uno soñaba, pero lo bonito ha regresado, en esos ojitos pequeños que miran a su padre con admiración, en esa sonrisa incondicional que mira a su hijo con todo el amor del mundo.

Sigue el estilo de una poesía desnuda y franca, donde Abel muestra sus debilidades humanas, su cansancio vital, su pereza a la hora de abrir la puerta para salir cada mañana. Sin embargo, la fuerza le viene dada por lo que tiene ahora, por esa personita que le hace seguir adelante, y darse cuenta que todo ocurre por algo, y que el valor está en reponerse por aquel a quien tanto ama, y en seguir adelante. Esa es la verdadera riqueza que la vida tenía reservada para él.

Nos presenta un recuerdo que se ha ido transformando en algo distinto, en algo que quizás duele un poco menos porque hay una nueva luz, un nuevo camino que seguir. Ha sido una lección de la que el poeta ha sacado frutos; como si de repente, después de la negrura de la última etapa, aparecieran unos nuevos pasos que llevan a algo mejor. Y ese algo mejor está, a menudo, dentro de nosotros mismos.

Pequeños hechos cotidianos de la vida de un padre divorciado se abren ante nuestros ojos de par en par, mostrando a su vez la repercusión emocional dentro del alma del poeta. A pesar de ser un libro en parte luminoso, no podemos evitar ver ese lado desolado, esa tristeza y ese dolor que el camino hasta aquí ha ido dejando en cada esquina de la vida de Abel.

Yo me pasaría lo que me queda de vida triste

en la luz y la sombra de las calles,

si la tristeza la retuviera conmigo,

si la tristeza me la trajera de vuelta.

-Fragmento de Pasando página

Abel ha tenido que pasar página, quizás forzado, quizás con las manos sangrando a la hora de pasarla, pero poco a poco la sangre se seca, y se desprende, y de nuevo esa luz que ha aparecido para no irse es la que dibuja la sonrisa, aunque sea pequeña, pero sonrisa al fin y al cabo, en sus labios.

La poesía de Abel sigue teniendo su sello indiscutible, la humanidad, la sinceridad y la transparencia. Pequeños detalles cotidianos se convierten en hechos poéticos que configuran la fuerza que hace falta para dar el siguiente paso.

La lucha entre la melancolía y el seguir se hace patente en estos versos, pero lo mágico es que, a pesar de estar ahí la tristeza, de tener un vacío en el pecho que quizás nunca se llegue a llenar, porque el vacío es también parte de la vida, la fuerza que muestra el poeta es admirable; sabe alzarse de nuevo, enfrentarse al dolor y alzar el rostro para mirar ese precioso cielo que es la mirada de su hijo. Y ahí es donde la felicidad toma forma, donde la ilusión vence a la lágrima y el camino se abre de nuevo. Hay dolor, es cierto, pero los pasitos pequeños de su hijo son capaces de pisarlo. En el fondo, la poesía y Eduardo se convierten en la salvación del poeta. Ahí nace la fuerza y el querer continuar. Hay dolor, sí, pero hay un fondo positivo que ilumina.

Ha sufrido, ha llorado, ha tenido la sensación que estaba perdido y no había más puertas por abrir. Sin embargo, de todo ese dolor surgió algo bonito; ahora, el camino de Abel son los pasos de su hijo.

Como bien nos indica Manuel López Azorín en el prólogo, este libro se aleja un poquito de ese “bastardismo” que Abel suele dejar siempre en sus poemarios, para dar paso a algo más íntimo; más privado y más emocional. Es un poemario escrito con las ventanas abiertas, pero desde dentro, desde muy adentro, y eso lo transforma en un camino de emociones, desde la añoranza al recuerdo, de la oscuridad a la luz, del dolor a la esperanza luminosa.

Todo se pasa, corazón roto, todo se pasa.

Y enciendo un cigarrillo, por no gritar.

-Fragmento de El hombre más poderoso sobre la tierra.

Debo decir que La bella lejanía me ha parecido un poemario precioso, con sombras y luces, con dolor y esperanza. Un poemario abierto que enseña, que explica que con un corazón roto se puede seguir, se debe seguir, porque siempre hay un pedazo que lo cose y le tapa el agujero. Un poemario muy en la línea de la poesía de Abel, sincero, duro, abierto y, aunque no lo pueda parecer en una primera lectura, lleno de amor.

Quiero terminar esta pequeña reseña con un poema que me ha cautivado, que creo es altamente significativo:

Este hermoso punto de no retorno

Y con gratitud abrazar

los instantes de este mundo

-con alimentos, bebida y encantamientos-

antes de que la memoria

desaparezca por completo

en la terrible eternidad.

Ah, qué hermoso punto de no retorno.

Yo no creo en el futuro.

Yo creo ahora.

Y ahora es él, con su hijo de la mano, haciendo un nuevo camino entre los dos.