Audre Lorde, fue, como ella misma se definía, una guerrera, poeta, feminista, negra y lesbiana nacida en pleno barrio de Harlem, Nueva York, en el año 1934, hija de inmigrantes caribeños, con los que no tenía una excelente relación, puesto que había cierto distanciamiento y Audre era una chiquilla más bien introvertida y de altas capacidades intelectuales. Encontró en la poesía una salida y una manera de comunicar sus ideas y pensamientos, desarrollando un gran don para esta disciplina literaria ya desde bien jovencita.
Se graduó en Literatura y Folosofía en el Hunter College, donde acabó, con los años siendo profesora. Sufrió discriminación y homofobia a lo largo de su vida, como cuando quiso introducirse en la asociación de escritores Harlem Writers Guild, en los años 50, pero esto, lejos de hacerla desistir, afianzó su fuerza y su lucha para enfrentarse a la discriminación, a las injusticias, y reafirmó todavía más su identidad como mujer, negra y lesbiana. Su vida, de hecho, fue una constante lucha contra toda la opresión que vivía la sociedad norteamericana.
Por ejemplo, fundó la editorial The kitchen table, para editar a escritoras de color, fundó también organizaciones para ayudar y asistir a víctimas de abusos sexuales o de violencia de género, y fue codirectora del periódico lésbico Chrysalis.
Estuvo unos años en México, durante los cuales asistió a la Universidad Autónoma de México, y se integró en círculos de exiliados norteamericanos y fue en este período que reafirmó su identidad como personal y artístico como poeta y lesbiana.
Después de obtener un Máster de biblioteconomía en la Universidad de Columbia, trabajó como bibliotecaria durante años, pero poco después se afianzó como profesora universitaria, siendo contratada como poeta residente por el Tougaloo College, donde conoció la que fue su pareja durante 19 años, Frances Louise Clayton.
También vivió ocho años en Berlín, donde obtuvo un importante reconocimiento en Alemania y en Europa siempre sin abandonar su lucha y organizando el movimiento de africanos y afrodesdecientes en Alemania.
A lo largo de su vida, Audre fue muy consciente de la opresión que existía en el mundo, por diversas vertientes, el color, la sexualidad, el género, y eso hizo que su obra destilara rabia e ira, y fuera parte de su lucha contra estas injusticias. Usó el lenguaje como una fuerza y arma de resistencia.
En el año 1987 se le diagnosticó un cáncer de mama que la llevó a tener que realizarse una mastectomía, para después sufrir un cáncer hepático. De ahí salió una de sus obras más importantes, The Cancer Journals, pulicado en el año 1981, donde habla íntimamente sobre sus viviencias con esta enfermedad; una obra muy recomendada para mujeres que la sufren o la han sufrido.
Respecto a su obra, marcada especialmente por su incansable lucha contra las injusticias, las opresiones, destaca su primer libro de poesía, publicado en el año 1968, The First Cities, aunque su obra más conocida es Sister Outsider, que es una colección de ensayos sobre la lucha contra el racismo, el machismo y la opresión heteronormativa.
Os dejamos a continuación seis poemas de Audre.
Quién dijo que era fácil
Tiene tantas raíces el árbol de la rabia
que a veces las ramas se quiebran
antes de dar frutos.
Sentadas en Nedicks
las mujeres se juntan antes de marchar,
hablan sobre las chicas problemáticas
que contratan para ser libres.
Un empleado casi blanco ignora
a un hermano que espera para atenderlas primero
y las damas no se dan cuenta y rechazan
los pequeños placeres de su esclavitud.
Pero yo que estoy limitada por mi espejo
como por mi cama
como también en el sexo.
y me siento acá preguntándome
cuál de mis yoes sobrevivirá
a todas estas liberaciones.
Oaxaca
Bajo el pedazo de madera que labra
se mueve lentamente la tierra.
Pero los relámpagos se acercan.
Cultivando su secreto en la tierra ocre
tendida como una mujer
la osadía es una labor agotadora
para hombres de ojos inmóviles
que cuidan sus semillas
y una dura vigilia en la estación sin lluvia.
Pero en el fino y brillante borde del día,
más allá del arado partido, miran hacia las colinas
los relámpagos que se incuban
pues la tormenta es conocida.
Se mueve lentamente la tierra.
Aunque la víspera del relámpago
puede romper con un destello
la cara de una montaña, frágil como el vidrio,
la tierra se mueve lentamente.
Toda la fuerza de un hombre en brazos de su hijo
por tal de esculpir un surco
en duro suelo desafiante,
y la tendida tierra aguarda.
Largo y lento el arado
a través de la ocre estación seca,
y se mueve lentamente la tierra.
Pero los relámpagos se acercan.
Letanía de la supervivencia
Para las que vivimos en la orilla
paradas sobre el borde constante de la decisión
cruciales y solas
para las que no nos podemos permitir
los sueños pasajeros de la elección
las que amamos en los umbrales yendo y viniendo
en las horas entre los amaneceres
mirando hacia dentro y hacia fuera
al mismo tiempo antes y después
buscando un ahora que pueda engendrar
futuros
como el pan en la boca de nuestros hijos
para que sus sueños no reflejen
la muerte de los nuestros;
Para las que
fuimos marcadas por el miedo
como una suave línea en el medio de nuestras frentes
aprendiendo a tener miedo con la leche de nuestra madre
porque con esta arma,
la ilusión de poder encontrar más seguridad,
los torpes esperaban silenciarnos.
Para todas nosotras
este instante y este triunfo
No se suponía que íbamos a sobrevivir.
Y cuando el sol sale tenemos miedo
de que no permanezca ahí
cuando el sol se pone tenemos miedo
de que tal vez no salga en la mañana
cuando nuestros estómagos están llenos tenemos miedo
de la indigestión
cuando nuestros estómagos están vacíos tenemos miedode nunca volver a comer
cuando nos aman tenemos miedo
de que el amor desaparezca
cuando estamos solas tenemos miedo
de que nunca vuelva el amor
y cuando hablamos tenemos miedo
de que nuestras palabras no se escuchen
de que nuestras palabras no se escuchen
pero cuando estamos calladas
todavía tenemos miedo
Así que es mejor hablar
recordando.
No se suponía que íbamos a sobrevivir.
Carbón
«Yo»
es el negro completo,
algo hablado del interior de la Tierra.
Hay muchas clases de «abierto»-
como un diamante se vuelve en nudo de llama,
como un sonido se vuelve una palabra,
coloreado por quien-paga-cuál para hablar.
Algunas palabras son abiertas
como un diamante sobre ventanas de cristal,
cantando en alto dentro del choque pasajero del sol.
También hay palabras como
apuestas grapadas en un libro perforado
(cómpralo, fírmalo, y depedázalo)
y pase-lo-que-pase anhela todas las oportunidades;
queda el boleto, y un diente extraído (incorrectamente)
con un borde desigual.
Unas palabras viven un mi garganta,
engendradas como culebras.
Otros conocen el sol,
buscando como gitanos sobre mi lnegua
para explorar a través de mis labios
-como gorriones jóvenes que brotan de su cáscara.
Hay ciertas palabras
que me importunan.
«Amor» es una palabra -y una otra clase de «abierto».
Así como un diamante se vuelve en nudo de llama,
yo soy «Negro» – porque me origino del interior de la tierra.
Ahora: toma mi palabra -como una joya-en tu luz abierta.
Poema de amor
Canta, tierra, y bendíceme con lo que es más rico
haz que el cielo haga fluir la miel de mis caderas
rígidas como las montañas
tendidas sobre un valle
carcomido por la boca de la lluvia.
Y supe cuando entré en ella que yo era
viento alto en el hueco de sus bosques
susurrando sonido los dedos
miel derramada
de la copa partida
empalada en una lanza de lenguas
en las puntas de sus pechos de su ombligo
y mi aliento
aullando en sus entradas
a través de sus pulmones doloridos.
Codiciosa como una gaviota
o como una niña
me balanceo sobre la tierra
una vez
y otra.
Libro de cuentos en la mesa de la cocina
La matriz dolorosa de mi madre escupió algo: yo.
Escupió “yo”
en su arnés incómodo de desesperanza,
en sus engaños,
donde la ira me concibió (una segunda vez),
perforando mis ojos, como flechas
señaladas por su pesadilla de la “ella” que yo no me volvía.
Y ella, yendo, dejó en su lugar
unas doncellas de hierro que me protegieran;
y mi comida fuera
la leche arrugada de leyenda
donde yo, envuelta de pesadillas,
vagabundeaba a través de las habitaciones aisladas de la tarde.
Las pesadillas llegaron de los
Libros de las Hadas
en colores de
Naranja y Rojo y Amarillo,
Púrpura y Azul y Verde.
En esos libros
las brujas blancas gobernaron
la mesa vacía de la cocina;
y ellas ni lloraron ni ofrecieron de oro a nadie
– nunca –
y ningún encantamiento cálido por
la madre desaparecida de una niña negra.
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