En una entrada anterior mencionábamos a la Biblioteca Nacional de España a cuenta del III Día de las escritoras. Pues bien, esta semana hará dos meses desde que la Biblioteca Nacional recibiera el archivo personal y la biblioteca del poeta José Hierro (1922-2002), Premio Cervantes de 1998 como donativo de parte de sus herederos: su viuda, sus hijos y sus nietas.

Toda la donación comprende más de 3.500 documentos de distinta naturaleza entre los que se encuentran más de 600 manuscritos, destacando el de su novela inédita La vida es el fin, así como una variada correspondencia del poeta y más de 700 recortes de sus artículos y críticas artísticas.

La BNE también nos informa que además, incluye su biblioteca personal, compuesta por alrededor de 2.000 ejemplares que recopilan ediciones de sus poemarios, sus obras de referencia y libros de algunos de sus amigos, como una copia dedicada de la obra de Vicente Aleixandre La destrucción o el amor.

José Hierro fue un poeta que nació en Madrid y pasó su juventud en Santander, donde cursó estudios de perito industrial, interrumpidos en 1936 por la Guerra Civil. Al final de la guerra fue encarcelado hasta 1944. Tras dos años en Valencia, donde participa en las tertulias del café El Gato Negro, regresó a Santander, y comenzó a trabajar como crítico de arte en el diario Alerta, labor que continuará ejerciendo en otros medios de comunicación como Radio Nacional de España y el diario Arriba.

Evocación

Hoy sé que los quebrados son olivos
cercados en el área de la escuela.
Hoy sé que llevan remo y blanca vela
los amados balandros adjetivos.

Hoy sé que aquellos tiempos están vivos,
que cada asignatura es centinela
que vigila un recuerdo y lo revela
con gesto y con presencia redivivos.

Me encontré solitario, inerte, ciego,
sin risueño pasado, sin el juego
alegre entre los vientos del verano,

y yo busqué en los álamos mi vida
y al no encontrarla la creí perdida,
y estaba aquí, al alcance de la mano.
(De Prehistoria literaria, 1939)

Tal y como nos hace ver el comunicado de la BNE, Hierro dirigió las publicaciones de la Cámara de Comercio y de la Cámara Sindical Agraria hasta 1952, año en el que se instaló definitivamente en Madrid, fundó la revista Proel y reanudó su carrera de escritor. Trabajó en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y en la Editora Nacional. Además, colaboró en las revistas poéticas Corcel, Espadaña, Garcilaso, Juventud creadora, Poesía de España y Poesía Española, entre otras.

José Hierro fue un trabajador lento y minucioso, tenía la superstición de no poder escribir en su propia casa, por lo que numerosos cafés de Madrid fueron testigos directos de la creación de su obra. La trayectoria poética de José Hierro fue laureada con hasta quince premios, llegando a recibir dos veces el Premio Nacional de Poesía (1953 y 1999) y en tres ocasiones el Premio de la Crítica (1958, 1965 y 1998). En 1981 obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y en 1998 recibió el Premio Cervantes, máximo galardón de la literatura en lengua española.

Las nubes

Inútilmente interrogas.
Tus ojos miran al cielo.
Buscas, mirando a las nubes,
huellas que se llevó el viento.

Buscas las manos calientes,
los rostros de los que fueron,
el círculo donde yerran
tocando sus instrumentos.

Nubes que eran ritmo, canto
sin final y sin comienzo,
campanas de espumas pálidas
volteando su secreto,

palmas de mármol, criaturas
girando al compás del tiempo,
imitándole a la vida
su perpetuo movimiento.

Inútilmente interrogas
desde tus párpados ciegos.
¿Qué haces mirando a las nubes,
José Hierro?

(De Cuanto sé de mí, 1957-1959)

Según los críticos, Hierro pertenece a la poesía desarraigada de la generación de posguerra, sus primeros versos aparecieron en distintas publicaciones del frente republicano. Su paso por la cárcel marcó de forma indeleble su poesía y cuando reapareció en los años cuarenta con dos libros casi simultáneos, lo hizo urgido por un amargo poso autobiográfico, que dota a su poesía de una madurez poco frecuente en poetas jóvenes. Así, en 1947 se publicaron Tierra sin nosotros y Alegría. Este último poemario le otorgó el Premio Adonais.

Otras obras del autor son: Con las piedras, con el viento (1950), Quinta del 42(1953), Cuanto sé de mí (1957), Libro de las alucinaciones (1964), Agenda (1991), Emblemas neurorradiológicos (1995) y, a finales de los años noventa, Cuaderno de Nueva York (1998), considerada esta última una obra maestra contemporánea.

Como señala la BNE en el comunicado que hemos adaptado, el gesto de la familia de José Hierro permitirá conservar todo su legado y difundirlo, favoreciendo la investigación de la poesía de la generación de la posguerra.

En son de despedida

No vine sólo por decirte
(aunque también) que no volveré nunca,
y que nunca podré olvidarte.

Emprendo la tarea
(imposible, si es que algo hay imposible)
de racionalizar, interpretar, reconstruir y desandar
aquellas fábulas y hechizos
que gracias a ti fueron realidad.

Recupero los pasos iniciados a la orilla del río
y que desembocaban en “Kiss Bar” (aunque no estoy
seguro
dónde estaba el principio y dónde el fin).

Estoy cansado, muy cansado.
Don Antonio Machado dijo hace más de sesenta años
“Soy viejo porque tengo más de setenta años,
que es mucha edad para un español”.
(Sin comentarios).

         He vivido días radiantes
gracias a ti. Entre mis dedos se escurrían
cristalinas las horas, agua pura. Benditas sean.

Fue un tercer grado carcelario:
regresas a la cárcel por la noche,
por el día ―espejismo― te sientes libre, libre, libre.
Nadie pudo, ni puede, ni podrá por los siglos de los siglos
arrebatarme tanta felicidad.

Yo no he venido ―te lo dije―
para decirte adiós. Sé que no me echarás de menos,
y eso que yo soñaba ser todo para ti
como tú lo eres todo para mí.
¡Ay vanidad de vanidades y todo vanidad!

No te importuno más (ni siquiera sé si me escuchas).
Bebo el último whisky en el “Kiss Bar”,
la última margarita en “Santa Fe”,
rodeo luego la ciudad y su muralla de agua
en la que ya no queda nada que fue mío.
Desisto de adentrarme en su recinto,
no tengo fuerzas para celebrar
la melancólica liturgia de la separación
Sólo deseo ya dormir, dormir,
tal vez soñar…

(De Cuaderno de Nueva York, 1998)