Alicia Plante nació en Buenos Aires. En 1970 publicó su primer libro, Asumiendo mi alma (poesía; Ediciones LH). En 1973, invitada por la Universidad de Harvard, grabó poemas inéditos para la biblioteca de esa institución. Trabajó en numerosas traducciones literarias y científicas; entre 1976 y 1980 siguió la carrera de Psicología. En 1990 ganó el premio Azorín de Novela (Diputación de Alicante) con Un aire de familia, que publicó en España y en Argentina. En 2004 editó El círculo imperfecto (Sudamericana), en 2011 Una mancha más (Adriana Hidalgo editora) y en 2013 Fuera de temporada (Adriana Hidalgo editora).

Actualmente es colaboradora del diario Página/12, donde publica notas, cuentos, reseñas y entrevistas. También colabora con Libros sobre Libros, de México. Desde 1990 dirige talleres de narrativa y poesía.

¿Podría usted contarnos un poco de su vida y actividad literaria?

No hay nada excepcional en mi vida. No fui víctima de maltrato ni abuso ni abandono, no tuve padres especialmente talentosos, no fui una estudiante brillante ni ninguna de esas cosas que generan expectativa. La menor de tres hermanas que nacimos una cada cinco años en una casa en los suburbios que amé y fue mía, tuve que esperar a que la señorita María me enseñara a leer y escribir en primero inferior para dejar de perseguir a mis hermanas para que me leyeran de sus libros en voz alta. Lo primero que escribí fue un poema, tendría unos siete u ocho años, El niño muerto, algo de sus manitos blancas, ni fue guardado ni lo recuerdo, pero estaban todos vagamente asombrados.

Crecí más bien a la deriva, sin mayores controles ni cuidados, lo cual fue bueno porque me hizo independiente, pero también siempre algo dispuesta a la tristeza. Aunque entonces no me diera cuenta. Usaba el cuerpo desorganizadamente para cualquier deporte, todos y ninguno. Aprendí a nadar en la pileta del club de nuestro barrio sin que nadie me enseñara, era natural y no esperaba otra cosa. Y a la vez me sentía amada. Lo cual no quiere decir “escuchada”.

No, no se es la menor por varios años sin un precio, eso se paga con el sentimiento de haber llegado tarde, de haberse perdido lo mejor.

Y tal vez fue desde esa marca que empecé a escribir tan tarde. Todo se demoró, no sólo eso, también los estudios (psicología) ya que primero hube de contravenir el mandato implícito para las tres hermanas de casarnos y dedicar toda nuestra creatividad a fabricar gente. Escribir no fue una incursión en el mundo de lo creativo que me fuera estimulada. De hecho recién a los treinta años se convirtió en una aventura más organizada. Presentar poesías a una convocatoria local…, ser seleccionada…, ver mis palabras impresas (1971), sí, una emoción indescriptible. Y fue poco más tarde (1973), que coincidiendo con mi presencia en los Estados Unidos la Biblioteca de la Universidad de Harvard me invitó a grabar poemas inéditos para su sección de poetas latinoamericanos.

Seguí en esa vena varios años, aunque supiera que mi aspiración era la prosa, la novela, con la poesía como cimiento estético, como matriz de música, ritmo y lenguaje determinando idéntica búsqueda de belleza y verdad a través de otros anclajes. Las diversificaciones iniciales fueron por el lado del cuento corto, como si fuera más fácil, que no lo es, sólo es un esfuerzo más breve, pero tiene reglas, leyes y características propias que conviene conocer. Los encontré hace poco, los primeros. Eran malos. Un par los reescribí desde una intuición mejor acariciada y ahí están, pero mi pasión ya se agazapaba y sin darme cuenta preparaba los músculos para el salto. Mi primera novela, Un aire de familia, la inicié durante un brevísimo pero inteligente taller de narrativa con Dalmiro Sáenz. Cuando en el grupo leí la primera hojita manuscrita Dalmiro me dijo algo inolvidable: “tenés el personaje de una novela…”. Él venía siendo inflexible, de modo que apoyada en mi nueva espalda trabajé con la idea durante más de un año, escribiendo a mano, corrigiendo en espirales alrededor de la página, y una noche la di por terminada. A comienzos de 1970 la presenté a un concurso en España y me senté a esperar, largos meses esperé, ¡y mi novela, increíblemente, ganó! Un llamado teléfonico, Radio Nacional de España en cadena, quizá mi día más feliz… Se publicó allá, en la bella Alicante (1971) y un año más tarde, sin el puñado de comas que habían agregado al manuscrito, en Buenos Aires (1972).

Todavía me da placer esa novela, pensar en los personajes, sus perfiles…, revivo en ella el proceso de escritura más que con cualquiera de las otras, que a la fecha son más de diez, cuatro de las cuales todavía están inéditas.

Luego, en 2002, apareció Carmen Balcells en mi paisaje. Le habían gustado los cuatro manuscritos que le mandé por mail y decidió representarme. Gestionó la publicación de una de esas novelas con la Editorial Sudamericana (2004), pero sin ninguna promoción de la editorial se vendió muy poco y Carmen, habiéndome regalado mi primera computadora, lo interpretó de algún otro modo y dio un paso al costado.

Años duros, ganar un concurso o lograr un contrato de edición eran una utopía, se rebotaba en las editoriales argentinas tanto como en las españolas. Venía escribiendo numerosas reseñas literarias para Radar, el suplemento cultural del diario argentino Página 12. También cuentos cortos, notas, varios ensayos, incluso alguna traducción. A la vez escribí cuentos y reseñas solicitadas por diarios y revistas de Buenos Aires y del interior, más alguna de México. Y fue desde ahí que el contacto con Adriana Hidalgo editora se convirtió en la deseada realidad de una editorial que decidiera publicarme sin la intermediación de nadie. A la fecha (noviembre 2017) son cuatro las novelas negras aparecidas en ese sello. La que abrió la Trilogía del Agua fue Una mancha más, 2011 (también traducida y publicada en italiano por La Nuova Frontiera, Senza macchia aparente, 2015, y en francés por Editions Métaillié, Les eaux troubles du Tigre, 2016). La segunda sería Fuera de temporada, en 2012, seguida de Verde oscuro, 2014, y La sombra del otro, 2016Durante 2017 terminé de escribir la siguiente, El propio enigma, y en seis meses empecé y completé la última, Mala leche, ambas todavía inéditas.

Foto de Fernando Sturla.

¿Cuáles fueron sus primeras lecturas poéticas y qué autores le influyeron?

Me resulta difícil contestar esta pregunta porque no recuerdo exactamente cuándo ni por dónde empecé. Al comienzo estuvieron muy presentes los clásicos, principalmente Rubén Darío, por supuesto, así como los grandes poetas españoles, sobre todo García Lorca, Machado, Alberti, y los franceses traducidos… Hasta que en algún momento remoto descubrí la poesía de Borges. Ese fue un hito importante porque se derrumbaban ante mí las reglas establecidas y la belleza se adueñaba de la palabra sin inhibiciones. Era lo que buscaba, el coraje para transgredir sin destruir, para explorar el adentro más que la buena letra, y que sin embargo la elección de cada palabra, su sentido, su gravidez exacta te dejaran muda. No sé si puedo hacer responsable a Borges de lo que escribí en aquella época lejana, los sesenta, digamos. No lo creo, porque también circulaban por los pliegues absorbentes de mi imaginario escritoras como Juana de Ibarborou, Alfonsina, el amor en las mujeres, el lenguaje de la soledad y la muerte. La forma de rozar lo indecible se venía transformando ya desde Silvina Ocampo y Gabriela Mistral pero la ocupación del primer plano, la implosión en cada uno que significaron Alejandra Pizarnik, Idea Vilariño, Diana Bellessi, y perdón por la mezcolanza, pero el arte, su manera de permanecer vigente en cada uno es caótico, desordenado, no me parece importante enumerar respetando cronologías, tendencias ni supuestas escuelas, dentro de mí están todas vivas al mismo tiempo, junto a magnates como Girondo, Gelman, Benedetti, Lamborghini… Y tantos otros que no voy a enumerar o que no leí. Confieso haber coqueteado con todos, pero no reconozco en mí la nítida influencia de ninguno.

¿Cómo definiría su poesía?

Mmm, digamos que ajena a las etiquetas, al menos intencionalmente, pero no sabría cómo definirla salvo como un ojo, una mano, un diente, todo hincado en la carne de lo hondo, lo que se esconde, lo que más quiero decir, quizá para confirmarlo antes de que escape. Honesta. Sí, diría que es honesta, siempre hice pocas concesiones, y lo mismo con la prosa.

¿Cree que una poeta evoluciona en su escritura? ¿Cómo ha cambiado su lenguaje poético a lo largo de los años?

Una mismo evoluciona, todo evoluciona, nada se queda quieto. Y necesariamente aparecen cosas nuevas que decir, o tal vez más que cosas nuevas, decirlas de otro modo, desde angustias o felicidades que no estaban, desde algún logro, alguna satisfacción que abrió puertas insospechadas, desde decepciones, alegrías, hay cierta maduración del laboratorio donde se bruñe poco a poco la belleza del lenguaje. Que cambia. El mío, hoy, creo que es más económico, más seco, quizá más hondo. Y más sencillo.

¿Cómo siente que un poema está terminado y cómo lo corrige?

En general corrijo la forma, reemplazo una palabra por otra, borro o acorto o alargo un verso. El contenido en cambio se define casi solo de entrada. Hay algo que quiero decir, aunque no tenga claro qué. Algunas veces termino de saberlo recién cuando está escrito, cuando acabó de armarse, con esa extraordinaria autonomía que tienen las palabras, como si respondieran a pulsiones inconscientes, secretas, a otro yo que sabe y dicta. Y no es metafísico ni parapsicológico, son los modos misteriosos de la poesía. Y lo doy por terminado cuando no necesito volver a leerlo.

¿Cuál es el fin que le gustaría lograr con su poética?

Que lo que escribo haga sentir a otro que hablo por él, que encontré la forma de decir lo que no conseguía poner en palabras. O hacerlo descubrir dentro de sí mismo sentimientos o ideas de los que no sabía nada, que estaban sueltos dentro de él, desconectados, porque nunca había reconocido el diseño que formaban. Y que entonces le de placer leerme.

¿Qué lugar ocupan, para una poeta como usted, las lecturas en vivo?

Francamente, me dan terror. Pocas veces las personas, aun los propios poetas, leen poesía sin distraerme con ese pánico a la vacilación, al error, al énfasis equivocado que me inunda. Recientemente asistí a una lectura conmovedora de sus poemas hecha por Liliana Lukin. Es raro. No sé si habrá ensayado mucho, si los sabía de memoria, pero parecían brotar de ella como si los estuviera escribiendo para nosotros en ese momento, tanto sentido, tanta emoción adecuada…, la vehemencia, la pausa, la introspección, la intención de tocarnos con cada palabra. Sí, fue una emoción fuerte y sabia, pero es raro.

Poder escribir no es poder decir.

No necesariamente. Y por emotivo que sea tener al poeta delante, creo que no compensa ese pudor de que lea mal.

¿Qué opina de las nuevas formas de difusión de la palabra, ya sea en páginas de internet, foros literarios cibernéticos, revistas virtuales, blogs, etc.?

Lo importante es llegar al otro, uno escribe para ser leído, se escribe para el otro, ese otro imaginario del que tanto hablaba Umberto Eco. Y como decía el querido y añorado Ricardo Piglia, es en el lector que lo escrito se concreta, se cierra, en el diálogo, que nunca es igual, que se da entre el que escribe y el que lee. Hoy es internet y los medios intangibles, ayer fue el libro, el papel, la tinta. Lo que importa, creo, es que sigamos escribiendo y leyendo. Que siga haciéndonos falta. Lo dramático, claro, es la situación económica de todos los que están detrás del libro, los escritores primero.

¿Podría recomendarnos un poema de otro/a autor/a que le haya gustado mucho?

Elegir es dejar de lado el resto, imagínate, el universo de los poemas leídos…, pero si he de achicar y achicar la mira, casi al azar, voy por uno de Idea Vilariño, tan simple, tan sentido, que me deja sin palabras: “Ya no será”.

Ya no será

Ya no será
ya no
no viviré contigo
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber por qué ni cómo nunca
ni si era de verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.
Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya
no serás para mí
más que tú. Ya no estás
en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.
No volveré a tocarte.
No te veré morir.

¿Qué libro está leyendo en la actualidad?

Ayer terminé de leer una breve joya, de Stefan Zweig, Una partida de ajedrez. Es un relato perfecto.

¿Qué consejos le daría a un/a joven escritor/a que se iniciara en este camino de la poesía?

Si la pregunta apuntara a la prosa, a la narración de una historia, tendría varios consejos claros y, creo, útiles, resultado de la experiencia y de lo que otros escritores con los que concuerdo han aconsejado. Pero en el terreno de la poesía…, si bien he tenido algunos jóvenes poetas en mis pequeños talleres con los que hemos trabajado sus textos para elaborar lo más valioso y dejar de lado lo ornamental o lo prescindible, no tengo consejos en este terreno que me atrevería a generalizar. Creo que lo único válido es que hay que escribir mucho, revisar, pulir… y seguir escribiendo. El oficio de escribir es como un músculo que se fortalece con el uso, con la exigencia.

¿Cómo ve usted actualmente la industria editorial?

Creo que está en una profunda crisis. Eso es precisamente de lo que hablaba en el punto 8. La falta de pausa en los ritmos que impone la vida moderna, el vértigo y la velocidad que parece diferenciar lo nuevo, lo joven, de lo viejo –de los viejos–, impone una preferencia por todas las puertas que abre la cibernética. La industria editorial es una de las víctimas evidentes de este fenómeno.

¿Cuál es la pregunta que le gustaría que le hubiera hecho y no le hice?

Por ejemplo qué pienso de las preguntas que sí me hiciste. Porque me habría permitido decirte que me parecieron inteligentes, bien formuladas, abarcativas de una manera digna, y que estimulan la imaginación. Es decir, que al irlas leyendo me daban ganas de responder.

Alicia Plante se unió a la iniciativa por la libertad de la palabra ¡PEN protesta! y ya publicamos el poema que allí recitó.

Y a vosotros, lectores, esperamos que hayáis disfrutado la entrevista y gracias por haber llegado hasta aquí.