Todos tenemos lugares, ambientes donde nos sentimos seguros, ese lugar donde nos quedamos y desde el que establecemos lazos hacia otros espacios. Nuestro hábitat conecta con los hábitats de nuestros semejantes para configurar lo que podríamos llamar nuestro mundo. Estos lugares, instantes, sentimientos y emociones se dan cita en Hábitats (Belén Olavarría, Editorial CatorceBis, 2018) para ofrecernos una visión más profunda de todos los pequeños mundos que configuran el mundo, desde uno mismo en su propio hábitat, hasta diferentes y diversos habitantes, con sus emociones y sus suertes.

El poemario se nos presenta dividido en tres partes, Nuestro Hábitat, Habitantes de un lugar llamado Tierra y Un habitáculo para el romanticismo.

PRIMERA PARTE: ESTE ES NUESTRO HÁBITAT

[…]

Y la niebla,

que anega el paisaje con su tupido manto,

sólo recula ante la insistencia

de la luz,

el brillo,

el sol,

esa alegría inesperada

que te sobrecogió por un instante.

(Fragmento del poema Niebla en el Camino)

Esta primera parte parece querer acercarnos al hábitat personal, donde quizás se encuentra la esencia de la persona. Es como si fuera nuestro primer período, nuestra introducción a la vida y las emociones que ello conlleva. Se nos presenta un lugar lleno de brillos, sonidos y cierto asomo de alegría mezclado con tintes nostálgicos de recuerdos. La brisa suave del verano parece abrir la cortina de flecos que nos da acceso a ese hábitat íntimo y personal:

CORTINAS DE PLÁSTICO

¿Te acuerdas de cuando las puertas eran de flecos de

plástico?, ¿y el aire caliente tocaba la escala completa

de notas musicales sobre ellas? Esa era la brisa de la

siesta.

Luego estaba el viento del atardecer, nada que ver

tenía con el anterior,

cuando las cortinas eran atravesadas por una

corriente melancólica y reconfortante

que anunciaba el final del verano.

Una brisa descarada, que penetraba por unas ventanas

de cielo violáceo

y jugaba a abombar solamente los flecos del centro,

como si una señora encinta

fuera a entrar de improviso.

No puedo evitar leer este poema y pensar en el origen, la llegada al mundo, la naturaleza de nuestro nacimiento. Como si a partir de ese momento, entráramos en lo que será nuestro propio e íntimo hábitat y, día a día, empecemos a construir, mediante experiencias, instantes, emociones, el que será nuestro lugar en el mundo.

Paralelamente, nos encontramos con cierta calma, con la pereza propia de las tardes calurosas, donde el aire caliente mece con calmada quietud los flecos de cualquier cortina de cualquier hogar, de nuestro hogar, para quebrarse de improviso por la entrada de una mujer encinta; quizás nuestro propio nacimiento.

A lo largo de los poemas de esta primera parte, nos encontramos con variedad de emociones, de sentimientos, pero la gran mayoría aparecen arropados por el calor y la luz del sol, de destellos; eso la convierte en brillante, le da luminosidad y fuerza, pero de manera magistral, Belén de repente nos adentra en cierta tristeza, la melancolía de un ocaso en el que una se convierte, de nuevo, en charco en la arena.

FUI CASTILLO DE ARENA

Fui castillo de arena.

En un corolario naviero

una mañana de junio

tuve forma de agujero.

Una zanja anti-invasores

de crecidas que uno no espera,

mejor preverse ante cambios en los corazones.

Y piscina instantánea,

poza,

o enterradora de los que se dejan.

Pero al caer la tarde

volví a ser charco de arena.

Este poema, uno de los más preciosos del libro, creo que engloba emoción, sentimientos, imaginación, tristeza, recuerdos… es casi como una vida condensada en unas pocas líneas.

SEGUNDA PARTE: HABITANTES DE UN LUGAR LLAMADO TIERRA

[…]

Ahora que lo pienso

creo haberte visto antes, allá por mi adolescencia.

Puede que fuéramos grandes amigas

de esas que comparten confesiones.

Salimos a la luz del día,

pero tú te has marchado ya.

(Fragmento del poema El Reflejo.)

En esa segunda parte, quizás la más intensa del libro, salimos de nuestro hábitat particular para adentrarnos en el mundo. Perdemos nuestro ‘yo’ más puro y avanzamos hacia adelante. Quizás es esa la manera de adentrarnos en la madurez, pero inevitablemente, combatiendo a veces ese deseo de mirar hacia atrás para ver si logramos vernos de nuevo.

Es en esta parte central del libro donde encontramos poemas que presentan una mayor profundidad. Se adentra en diferentes universos o pequeños hábitats que configuran el mundo, regalándonos pequeñas ventanas desde las que podemos observar -y sentir- otros hábitats, otras emociones diferentes, más adultas, más maduras, más intensas, más fuertes.

Vemos, por ejemplo, el poema Hábitats, que precisamente da nombre el libro; un poema intenso, con una profundidad densa que, a su vez, mezcla fuerza y ternura, y que Belén nos presenta Dedicado a todos aquellos que tienen Síndrome de Asperger, a los que tienen cualquier discapacidad y, en especial, a Laura.

HÁBITATS

Habitas en la luz de personas dormidas,
ciudadanos de un hogar, llamado Tierra,
que siempre sujetan una mano amiga.

Habitas en los dientes de león propulsados por el aire,
en las lanas tejidas por insectos
que resplandecen al sol,
en el agua de lluvia que recogen las aceras
y que no es más que un espejo,
en las fórmulas complejas que recoge tu libro
y que tan poco te cuestan recordar.

Habitas en tu armario y en tu ropa,
la que odias elegir cada día,
en el cepillo que peina tu pelo y al que tampoco
gustas visitar.
Habitas en tus virtudes y flaquezas,
en la fragilidad de tus evidencias,
en la posibilidad de que yo también tenga debilidades,
en el ocultismo de mi realidad.

Compañero incansable que devora mis días,
soy habitante de tu reino.

Habitas en la luz de personas dormidas.

Diferentes hábitats nos son expuestos, enseñándonos que hay muchos mundos que confluyen en ese lugar llamado Tierra. Sin embargo, son poemas que no escapan del realismo y de la actualidad, tocando temas tan en auge hoy como la inmigración; en el poema ¿Dónde está mi hogar?, un poema desgarrador, sutil e intenso, expone la soledad, el dolor, la valentía y a menudo el desconcierto que supone el verse sin hogar, en lugares extraños y con gente extraña:

[…]

Sin embargo, el tiempo pasó

y en las pieles de otros observé la soledad.

Crecía como una ortiga en un arriate de petunias,

y me pregunté cómo ellos sobrevivían a aquello,

dónde estaría su hogar;

si ya no les quedaba nada en este mundo,

si no había un espacio,

un momento, persona o rutina

que el tiempo no les hubiera arrebatado.

<<Sólo se tienen a sí mismos>>, pensé.

Y ese es su verdadero hogar.

(Fragmento del poema ¿Dónde está mi hogar?)

TERCERA PARTE: UN HABITÁCULO PARA EL ROMANTICISMO

LA CUEVA

Debajo de tus hombros hay una cueva.

Justo entre tu nuca y tu columna,

donde sólo a media tarde accede el sol

y el color de una toalla turquesa bajo tu piel

imita los reflejos que el agua cubierta proyecta sobre

la piedra,

y la piedra eras tú.

Esta tercera parte se nos presenta más suave y más, quizás, emocional que las otras dos. Sentimientos como la identidad, la memoria, la nostalgia más tierna, se encuentran en estos poemas para, como dice el título, constituir un habitáculo para el romanticismo. Y es que sentimientos los hay casi en todas partes, en todas las emociones, y a veces quizás sólo debemos querer sentirlos:

[…]

A veces la felicidad se encuentra en los momentos,
en las circunstancias que les dieron paso:
una ilusión,
un pensamiento,
un deseo.

(Fragmento del poema Veinticuatro de Diciembre)

Encontramos recuerdos, encontramos princesas, encontramos poesía, encontramos fecha navideñas, encontramos alma, aromas, sentimientos… ganas de sentir, de vivir, de amor:

HABLÁBAMOS DE AMOR

Algún día hablábamos de amor
y fue primavera,
que abandonó la estación
más lúgubre del año.

Estábamos en plena era del milenio,
veríamos los vientos por ser diferentes y peculiares,
adorábamos perdernos entre la gente desconocida
y ser “otros”,
beber del cielo
que nació fundente en la mañana con carne de juerga,
desplomarse en la piel del sofá,
y robar momentos a la vida
perenne por llegar.

Hablábamos de amor
y el futuro era presente.
Lo único que amé en la vida eras tú,
la única razón de existencia
que encontré para quedarme.

Dijimos que brindaríamos
por nuestra permanencia al momento,
por no sucumbir al instante,
al miedo fugaz que a veces nos amenaza.

Tuve que amar antes la idea de mi vida
para encontrar en ti la paz,
y fue tan cierto como bello
que cuando más me quise a mí misma
más difícil me supo amar.

Este pequeño habitáculo para el romanticismo esconde aquellas cosas que, aun sin poderse ver ni tocar, casi sostienen el mundo. Es un final emotivo, sentido y bonito para un libro que nos pasea por multitud de emociones, de personas, de lugares, de hábitats que, al final, configuran el mundo.

«Hábitats» (Editorial CatorceBis, 2018), es el segundo poemario de la sevillana Belén Olavarría. Y lo recomiendo.