Abel Santos no es un poeta social, es un poeta humano y con los ojos bien abiertos. Como tal, le es imposible dejar de lado el entorno en que vive, la situación que se da en su país, en su sociedad, las injusticias que afectan al ser humano.

Abel ha conocido la parte más oscura de la vida, pero también la más clara, la del valiente que supera los peores tramos de una existencia y sale vencedor de una verdadera lucha de gigantes. Desde esa conocedora y amplia visión del mundo a pie de calle, nos ofrece un poemario donde presenta (y denuncia) la situación de un país, de una sociedad, en la década que va desde 2008 hasta el 2018, pero no una visión global, sino una visión al detalle, mediante pequeñas y punzantes verdades.

Esos han sido años convulsos, se han producido movimientos sociales, crisis económica de la mano de una crisis laboral, degradación de los derechos humanos, miseria… y qué tiene esto de poético, diréis; pues mucho si tenéis en cuenta que la poesía es la vida y que, como decía Gabriel Celaya, es también un arma cargada de futuro que Abel pone en sus manos y sabe muy bien cómo usar.

Creador del llamado Realismo Bastardo, y autor de una buena colección de poemarios, de entre los que destacan Las lágrimas de Chet Baker caen a piscinas doradas (2016, Chaman Ediciones), o Demasiado joven para el Blues, Antología poética 1998-2014 (2014, Eirenen Editorial), en este último poemario no deja de lado su esencia más pura, esa manera cruda y directa de mostrar, denunciar y exponer situaciones y emociones que se dan en la vida diaria. Eso sí, todo son un pequeño bálsamo que es el amor; el amor suaviza, el amor ayuda, el amor alivia y casi cura. Abel viene a decirnos que, de entre todas les miserias que componen la vida humana, siempre hay un pedacito de amor para hacerlo todo un poco más liviano; usando la famosa fase de Cohen, podríamos decir que la realidad está agrietada en la poesía de Abel, pero nos dice a su vez que por esas grietas quizás pueda entrar la luz.

Huelga decir se nos presenta dividido en tres partes o secciones que, si bien tienen una base común, se ven bien diferenciadas: Calle Abajo, Nocturnos y Calle Arriba.

Primera parte: Calle abajo


[…]
A veces, en la noche de mi cuarto alquilado,
yo me revuelvo y me incorporo
y voy de trabajo en trabajo por días sueltos,
porque 190 pulsaciones
no son bastantes para las 200 que requería
el puesto de grabador de datos.

(Fragmento del poema Cuentas la suerte a pulso)

Son una serie de poemas directos que muestran sin tapujos ni ornamentos innecesarios, la realidad de la vida, su parte más oscura, la frialdad, la soledad, la misera… todo quizás reducido a un cansancio y una apatía vital que arrastran los días. Abel convierte sus poemas en una denuncia del poco valor que se le da al componente humano, pero a su vez, es consciente y da la clave y la transmite para que eso no siga así: las cosas, con esfuerzo y con amor, pueden llegar a cambiar, pero hay que hacerlo.

[…]
Uno se da cuenta
tras empaquetar decenas de miles de relojes caros
(junto con tus emociones más profundas),
que el cliente no apreciará en el pedido
nada más que el lenguaje
de una estúpida y perfecta maquinaria.

Hay que seguir trabajando.

(Fragmento del poema El Encargado)

Extrapolemos el poema; no es sólo la maquinaria de un reloj, sino el día a día. Que a veces se nos olvida que detrás de todo, hay personas, y eso hace que el mundo se convierta en algo frío y deshumanizado. La sensibilidad del poeta se ve afectada, su visión se ve herida, ser poeta, a veces cansa, y duele. Pero no pierde fuerza en ningún instante, puede llegar a estar vencido, puede sentirse desfallecer de dolor, y llora… pero luego, sigue.

[…]
Ahora que ya saben mil maneras de morir,
sólo hace falta que la esperanza diga
que hay una forma de vivir.

(Fragmento del poema Jinetes en la tormenta)

En esta primera parte del libro nos rodea una sensación de desamparo y desaliento, mezclada con cierta esperanza que asoma escondida, con cierto espíritu de resistencia y lucha, con una pequeña voz que nos dice que no debemos dejarnos llevar ni vencer, por muy oscuro que sea todo al rededor.

Segunda parte: Nocturnos

[…]
Estás y no estas,
como está mi corazón descorazonado;
un corazón partido
es un corazón corriente,
una pieza clásica
en la lírica del enamorado.

El mío, a veces se abre y
ama, como un puño, valiente,
simulando entereza
con los pedazos que me has dejado.

(Fragmento del poema Blue en Brokenhearted)

Si algo hemos de destacar de esta segunda parte, es el corazón; nos expone realidades desde dentro, desde una zona más emocional y más sentimental. Me atrevería a decir que quizás es la parte más privada del libro, donde Abel, a pesar de dejar siempre en sus poemas rasgos autobiográficos, deja también rasgos de su alma, de su interior más emocional.

EL VERDADERO CLIENTE


Tener
siempre la razón

no nos convierte
en seres
racionales,

dice el que todo lo paga

-lluvias,
canciones,
amantes-

el verdadero cliente,
el corazón.

Esta parte central parece que suaviza ligeramente la crudeza habitual con un pequeño toque de lirismo, pero eso no significa que los poemas pierdan fuerza, más bien al contrario: si los poemas que constituyen Calle Abajo se clavan directos sin previo aviso, estos entran más a base de roces y sentimiento.

[…]
te busco por esta larga
mundial ciudad
que nada sabe de ti

bajo este espacio que no siente
tu respiración y sí mi desaliento

tú más sueño para este sueño
de incansable delirio
yo sólo ausencia por perseguirte
en tu difícil lejanía.

(Fragmento del poema Manrique 2005)

Tercera parte: Calle Arriba

CIRCO EDITORIAL


-La novatada la pagamos todos.
En cambio, ha pasado mucho tiempo;

yo no pago dinero
por mis poemas. Ya me conozco
bien este mundo.

-Somos una editorial de prestigio,
pero son tiempos de crisis para la lírica.

-Bien, dame entonces
un pequeño adelanto
y quince ejemplares de cortesía
en calidad de autor.

-Vaya, me monto un circo
y me crecen los enanos.

-Bueno, es lo que tiene montarse un circo
con vistas al futuro. ¿O no?

No es igual
la poesía continúa
que el espectáculo
debe continuar.

Con este poema se nos abre la puerta a la tercera parte del libro, Calle Abajo. Recuperamos los poemas de denuncia y afilados y críticos, salimos un poco de dentro y nos centramos de nuevo en el mundo exterior, aunque este no deja de ser nuestro mundo.

Toma protagonismo la poesía en su vertiente más ‘comercial’ o ‘simple’, poniendo en evidencia el negocio de las editoriales con la poesía que ayuda y colabora, en parte, a su degradación como disciplina literaria. Llama la atención el poema el Misionero, una especie de diálogo entre la poesía y el poeta (casi sería un monólogo de la poesía que el poeta nos cuenta); un poema que se ve como una dura crítica hacia cierto tipo de ‘poesía’.

[…]
Estoy cansada de tu estilo,
de tus predecibles duros poemas en postura del misionero,
de tu monocorde solo de bebop para saxo
que no se ríe de las normas,
de esta partida de cartas románticas sobre la cama,
de tanta sota, caballo y rey.
Quiero que seas brutalmente sincero conmigo, y contigo,
delante de todo el pueblo y para el pueblo…”

(Fragmento del poema El Misionero)

Es una tercera parte que parece preguntarse dónde está lo auténtico, parece querer ahondar mucho más allá de la mera superficialidad en la que parece que vivimos, y adentrarse en la realidad del mundo y de la vida, buscar lo esencial y primordial que tanto parece estar dejándose de lado, ignorándose.

[…]
Quería volver a esa época en la que había
algunas señales entre nosotros,

ser
un librepensador,
un niño,
un vitalista;

formar parte de las criaturas del azar,
del conjunto que da sentido
a todas las cosas solitarias,
y en la calle, toparme con el rostro del amor
o el saludo de algún viejo amigo.

(Fragmento del poema La máquina del tiempo)

Nos hemos detenido un poco en cada una de las tres secciones que configuran el poemario, pero hay algunos rasgos que son la esencia de la poesía de Abel Santos, y que encontramos a lo largo de todo el libro. Estos rasgos son los que, a mi parecer, le otorgan la fuerza y marcan la personalidad de sus versos, y nos dicen que no podrían haber sido escritos por otra mano que no fuera la suya: la ternura, el amor y la supervivencia se juntan y se enfrentan a la más áspera realidad, con toda su crudeza y sus miserias, y todo aderezado con un trasfondo autobiográfico dándonos así, una vez más, el inconfundible sello de su poesía.

El libro se cierra con una sentencia clara y firme, que se convierte en los últimos versos del último poema de libro Selfie:

[…]
Mi enfermedad: la esperanza;
por droga la rima,
por arrogancia la búsqueda
de un destino con amor
y la buena conciencia
como síntoma de autoestima.

Casi podríamos reducir a estos seis versos la esencia básica del todo el poemario: esperanza, poesía, búsqueda, amor y buenos actos, para que el mundo cambie, la vida mejore y la humanidad acierte el camino. Y aunque se ponga poco en práctica, es cierto que esto es algo que Huelga decir, puesto que todos lo sabemos. Pero a veces es necesario que alguien nos lo recuerde.

No quisiera terminar esta reseña sin hacer especial mención a todos los invitados ilustres que en algún momento asoman la cabeza por entre los versos de Abel, descubriéndonos, así, algúnos de los autores o músicos que más han marcado su vida y han colaborado en hacer de Abel el poeta que es: Plath, Bukowski, Whitman, Baudelaire, Poe, Pessoa, Antonio Machado,  Cernuda, Benedetti, Celaya, Carmen Jodra Davó, Alberto Tesán, Jim Morrison, Carver, Pedro Salinas, Chopin, Picasso,  Roman Polanski, Scott Fitzgerald, Balzac, Hemingway, Neruda, Benjamín Prado, Wolfe, Will Bill Davison, Enrique Urquijo, Manolo Tena, Sílvia Pérez Cruz, Miles Davis, Javier Colina Tío, José Agustín Goytisolo, la poesía, la música… y cómo no, la vida y el ser humano.