Amarú Vanegas (Venezuela). Poeta, ingeniera, actriz y productora de teatro. Magister e investigadora en Literatura. Fundó Catharsis Teatro y Fundación Cultural Púrpura. Ha realizado tertulias artísticas desde el 2012 en Venezuela, Ecuador, Colombia, Chile, Uruguay y Argentina. Publicaciones: Mortis, monólogo (2001); El canto del pez (2007); Criptofasia Premio V Concurso de Relatos SttoryBox, España (2016); Dioses proscritos, Premio Internacional de Poesía Candelario Obeso, Colombia (2016); Añil, Premio Internacional de Poesía Alfonsina Storni, España (2019) y Cándido cuerpo mío, España (2019). Textos suyos han sido incluidos en antologías y revistas internacionales.
Desprendimiento
Algún asesino más poderoso
más fuerte
me interceptó cuando cruzaba
el callejón de los cuchillos
y me atajó. (Miyó Vestrini)
La que cuenta sus caídas
está dispuesta a contar
sobre las aguas que la atraviesan.
Ríos de mercurio trajeron sombras
y otros pánicos a nuestras bocas.
Amontonaron sus sonidos en idiomas esquivos.
Es que las bocas quizá
fueron obra de cuchillos sembrados
en todas las partes del cuerpo
y cada grieta habla una lengua
al interior de la herida.
Así saltaron también nuestras manos quemadas,
pieles grises remontaron los cauces
donde ningún árbol se persigna.
Todas fuimos ofrendadas al apocalipsis
en medio de la plaga y los excesos.
Golpes de fiebre, oro, fluidos corporales
y el corazón intacto en las orillas.
Se sigue abriendo el hueco,
un efímero vacío que grita sus deseos.
Se entierran los hachazos,
se aprieta el puño,
se apunta el arma.
Y esas fuerzas vigorosas hostigan,
reclaman el tributo de las fosas.
Machete y bala sostienen su armonía
orquestando el contrapunto.
Contamos las caídas, sí.
Pero también respiramos la paz de la sonrisa.
Perdonen nuestras ofensas
y que el peso de estas carnes
haga inclinar sus balanzas.
Ofelia
Soñé con Ofelia.
Exprimía la muerte en sus velos,
sonreía y cantaba.
Dando pasos cada vez más corpóreos
hilvanaba sus últimas horas
y los antiguos caminos devolvían el tiempo.
En toda ella, blanca y exacta,
festejaba la corriente,
ya que Ofelia misma era el río.
Algunos hablarían de la caducidad
de los fantasmas, pero sus aguas
rechazaron la insolencia de la muerte.
La infantil sombra asomó los verbos iniciáticos
reclamó lo que otros habían robado.
Observó a los dioses con indiferencia
hasta precipitar sus templos.
Y al decirse viva invocó las fuerzas naturales,
y el agua se tornó cuerpo,
y el cuerpo transmutó en habla
y así; portando la palabra precisa,
con la tierra en las uñas, la mujer erigió un continente.
Ni una hoja cayó del árbol a su espalda,
nada se le negó.
Al restaurar el orden de las cosas
volvió a sonreír Ofelia.
Solo esgrimió
un adiós con la mano pálida y un guiño
antes de volver al sueño que me haría despertar.
Desconocido
No temas cambiarte el nombre,
la ciudad imaginada no lo recordará.
Su estrago arde más allá del precipicio.
Completa tu forma hueca
antes del disparo frente al espejo.
Hereda tus pertenencias.
Reúne trozos,
baraja las fotos de difuntos
y los mechones sucios de tus hijos.
Abre el vientre
de la aldea que te escupe.
En el humo encontrarás la memoria.
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