Después de haber leído y releído Sodio, he llegado a la conclusión que voy a hablar poco de Sodio, porque creo que no le haría justicia, y lo mejor que podría deciros es que leáis este libro, porque de él se aprende, con él se siente, se llora, se teme, se vive, se explota, se cede.

Crudeza, belleza, vida y dolor. Sodio nos abre las puertas a una intimidad herida pero valiente, a una fuerza innata que se coloca frente al espejo y se atreve a seguir e insistir, aunque se sienta en pedazos, porque, aunque sea en pedazos, sigue siendo. Y sabe que ha de ser.

Carente de género literario, casi me atrevería a decir que Sodio es un género en sí mismo, este libro es un camino vital con todas sus vertientes, desde el ámbito emocional. Sodio duele; despierta un llanto amargo que se oculta en la garganta, porque el sol brilla fuera, más allá de esta sala fría, y los días se siguen sucediendo sin pausa, y quizás no es el momento para que salga, pero ahí está, clavado como la flor que se deshoja antes de tiempo, pero que nunca llega a perder el último pétalo.

Sodio, de Rebeca Tejedor. (Ed. Platero)

Desesperanza y esperanza se dan mano de una manera muy sutil, mostrando debilidades y a su vez coraje, aunque todo con un fino velo de desconcierto, que hace que una busque en las profundidades de su propio seno, la propia identidad antes de que se desvanezca.

Trato de recomponer el fuego con las astillas dispersas, pretendo hacer que sobreviva la llama sobre un manto de agua dormida.

A lo largo del libro a veces aparece una ventana a un pasado, a un tiempo lejano; como si revivir esos tiempos fuera una manera de, o bien aferrarse a la vida, o bien recordar y revivir lo que una ha sido o vivido, antes que se olvide del todo. Es una manera, en cierto modo, de saber que esa vida sigue en algún lugar, aunque haya cambiado el paisaje y el aspecto. Esa vida sigue ahí, aunque quizás esté algo dormida y sujeta por otras manos.

Sodio es una palabra que no se nombra, pero que se clava; y una vez el lector ha descubierto esa cabeza de hormiga, el libro se convierte en un mar, en un oleaje de subidas y bajadas, en un ir y venir entre sillas naranjas y líquidos que se cuelan en el ánimo hasta empaparlo.

Vuelvo a casa con el cuerpo lleno de líquido y un encuentro de almas que me hace pensar que hay algo más que carne en esta vida. Aprovecho para llenar el estómago antes que la propia boca me lo prohíba. /Tengo la cara cuarteada, las manos cruzadas y el pecho abierto/.

La dicotomía negro-blanco se abre paso como emociones transitorias que no dejan de repetirse, como la vida misma. Todo es un vaivén sensitivo y emocional, que empieza siempre en el impulso de decir sin decir, pero diciendo todo con palabras veladas, preciosas metáforas, hirientes espadas que a veces se tornan de seda y en lugar de herir, acarician el alma, porque a veces la fuerza decae, y es entonces cuando es más necesario acariciarla, aunque sean las propias yemas las que lo hagan, o una mirada tras una bata blanca.

El viaje me está resultando más intenso de lo que pensaba desde que empezó el trayecto tengo las profundidades del mar Egeo sobre las córneas y todo su absoluto velado en negro se me desborda. Mi absoluto es la cabeza de la hormiga, lo relativo es que ella vive y yo no estoy muerta.

Rebeca Tejedor

A veces, Sodio se intuye como una necesidad, para que pueda al fin vaciarse y dejar de ser sólo huesos; para soltar aquel peso negro que que cuando rueda siento su cosquilleo, pero nunca me río.

/Camino en círculos sobre mi pecho, veo a Octubre deshecho entre mis pulmones, tengo un grito en los labios, pero ya no hay aire…/

Son momentos concretos que responden a instantes que despiertan impulsos que han de soltarse, y lo hacen con una extrema sensibilidad y con hermosas imágenes que dejan un sabor a sal en la garganta; cosas tan propias del estilo de Rebeca que la hacen absolutamente inconfundible.

Sodio es beso en la herida y sal en la cicatriz. Amarse a una misma a pesar de no sentirse (entera), como un amanecer que no encuentra el sol, aunque el calor empieza a hacer mella en la piel y la mirada.

La fragilidad se muestra sobre el manantial de las venas que fluyen apartadas del riego para ser agua: tus ramas enredadas, mis hebras sueltas: tus nidos espesos, mis cantos vacíos. El mundo ha sido retenido en un suspiro…

Sodio es la crudeza y la belleza; belleza que nos llega por ese lirismo delicado y mágico que escapa de la pluma de Rebeca sin apenas haber sido pensado o retocado; una vivencia que nos lleva al ámbito más íntimo de Rebeca, con su particular oleaje emocional y esa esencia de salitre.

Exhalo, escribo y huyo. No quiero el aliento que bajo sus párpados trae dos ojos muertos.

Sodio es uno de los libros más especiales que ha caído en mis manos. Aunque no lo parezca, la autora se abre en canal para mostrar su heridas más profundas, las que gritan a pleno pulmón con una voz que susurra, de manera casi imperceptible, pequeñas esperanzas en las que no se tiene demasiada fe, pero se quiere creer.

Es un libro que se tiene que leer, despacio, con el pecho abierto, sintiendo en la piel cada aguja, cada destello de luz brillante y cada anochecer silente. Sodio es un libro magistral que marca un antes y un después en la trayectoria de Rebeca Tejedor; sin duda alguna, la autora ha cedido a sus impulsos más personales para regalarnos un libro que no deja indiferente a nadie, que atrapa para no soltar.

Rebeca Tejedor vive en Madrid y es Sensei de poesía japonesa, poeta y redactora y editora de la Revista Abierta de Poesía Poémame. Con una escritura sensitiva e impulsiva, publicó su primer poemario en el año 2017, La esencia está en el aire. Cinco años después, nos sorprende y nos gana con Sodio; un libro que tardó años en tener la forma definitiva y, sin duda alguna, un libro que recomiendo indiscutiblemente.

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