Silvia López Ripoll, licenciada en Filología Hispánica y máster en Formación de Profesores de Español como Lengua Extranjera, es profesora en Estudios Hispánicos de la Universidad de Barcelona desde 1992 y autora de diversos manuales para el aprendizaje de la lengua. En este tiempo prolongado es su primer libro de poemas.
En un momento en que la poesía urbana gira dentro de nuevas órbitas experimentales, a veces cercanas a un prosaísmo confesional, la poesía de Silvia López Ripoll se planta y se aleja al mundo de la naturaleza con una visión trascendente del paisaje donde busca el respiro de lo humano y lo vital lejos de la claustrofobia de la ciudad, como si el exterior fuera también un marco o espejo de lo interior. Una poesía sencilla, directa, meditativa, de retorno a las raíces más hondas. Poesía del tiempo, de la memoria, de la vivencia; un paisaje a veces cercano al románico, de salmos, oraciones, códices, con una espiritualidad también cercana a los eremitas y monjes de los monasterios del pasado, “con horizonte antiguo”, como dice. La esencia perdura en lo que vive, canta, sueña, duerme o respira.
La poeta, en un poema pórtico, “Frontera”, abre una puerta-bisagra donde una figura humana como en el Vitruvio de Leonardo extiende sus brazos y mira a sus espaldas y de frente para ver entre “dos mundos”: de espaldas, la noche que duerme –el bosque-; de frente, “un camino que incita a despertar”, y, entre ambos, en la frontera, la palabra creadora, luminosa. El tema de la escritura reaparece a lo largo del libro: “la mano que escribe”, “el cobijo en la palabra”, “la niebla es una frase”, “nosotros intentamos la palabra”…, y al mismo tiempo se asevera que “un poema es un producto inacabado”. Los títulos de los poemas, compuestos por un solo sustantivo, se enfocan también a condensar sentido y a plasmar la inmediatez de un mundo cotidiano a menudo envuelto en la atmósfera de la memoria y el sueño. Lo que es y lo que ya no es, pero está; lo que fue, pero permanece bajo un trazo o un símbolo; lo que se renueva y vive y deja una realidad que persiste.
La poeta da rienda a sus versos que recuerdan la distribución de ciertas líneas de William Carlos Williams, Robert Creeley o Louise Glück, y se orienta por rutas del paisaje y la memoria donde las colinas, la piedra, la ermita, las campanas, los pájaros, los árboles, el agua, el aire, son motivos de reflexión y meditación; una meditación que surge del silencio y vuelve a él mientras el lenguaje va modelándose con una adjetivación de tono machadiano o becqueriano: el olivo viejo, el vuelo breve, las áridas tierras, los caminos nuevos, los atardeceres claros, el campo baldío, el destello amargo, las barcas lentas, las torres derrumbadas. Un paisaje otoñal, crepuscular, sereno. Y lucen entonces los semas del cuerpo y sus vivencias y sus metáforas, con su ritmo lento: del corazón, del sueño, de lo dormido, de la ruta, del amor, del vacío, de la infancia, del recuerdo. Y el tiempo aparece dilatado, como si fuera elástico, lento, el silencio alargado, el tiempo prolongado. Algo que se refleja también en las segmentaciones de elementos que se enlazan como cuentas: “un día y luego otro”, “gota a gota”, “gira y avanza”, “va y viene”, sin dejar de lado cierto regusto por la definición y la aseveración: “nada es definitivo”, “la vida es honda compañía”, “Hoy el bosque es un desierto”, “viajar hacia los otros es / alterar el silencio”, “el viaje es real”, “no puedes huir”, “la felicidad se desmorona”, “La eternidad abre la puerta al caminante”. Se va creando así un paisaje suave como las acuarelas, a veces incluso como una fotografía o un bodegón, o una instantánea fílmica, donde las vivencias retornan de nuevo, encadenadas a la luz serena del día o al “guiño” de las estrellas. Silvia López Ripoll va nombrando un mundo, poniendo lindes a un área propia en la que nos adentra.
Al mismo tiempo que otras poesías se dilatan con los ruidos de la ciudad o se rompen en sus abismos interiores o aúllan en su temblor cósmico o con la violencia relampagueante de los magmas, Silvia López Ripoll ensaya en una forma propia la palabra serena, tranquila, tocada por el silencio ancestral y la gracia: el silencio de los eremitas y los contempladores, los meditadores, los que caminaron por el paisaje y encontraron en él ciertos tintes emotivos, imaginativos: Bashô, Whitman, Rosalía, Machado o Wordsworth. No solo para ver, sino para hacer memoria. “Poesía es recordar en tranquilidad”, había escrito el gran maestro inglés. El libro y su ritmo, creado cuando se ha realizado ya un gran tramo del camino, no se ancla en el atrás, sino que busca tras las huellas su futuro. No es el “tiempo postergado” o aplazado de Bachmann, sino un tiempo en un silencio dilatado, prolongado.
Frontera
Como una puerta abierta
que escribe en sus aristas
la línea de dos mundos
así los brazos se extienden
de espaldas
la noche que duerme
en la profundidad del bosque
de frente
un camino que incita
a despertar paisajes
y en la frontera
la palabra
bisagra de amor
y de horizonte.
Guiño
De día
bajo las esferas
las palabras cantan
su movimiento
un sí y un no
y en el péndulo
tu decir
sombra sol sol sombra
es una palabra
de noche
bajo las esferas
el péndulo duerme
su hilo desciende
sobre móviles ondas
de palabras errantes
nadie dice completamente
la verdad
y la estrella te guiña el ojo.
Memoria
Largo pasillo de piedra
como tiempo inmóvil
y en la ventana
fino alabastro
traspasa la luz
tan nítida
que extiende por los muros
la memoria
ábside
donde danzan
las aves
y en nosotros
quién sabe quién danza
en nosotros
qué códices secretos
qué salmos y antífonas
in saecula saeculorum.
Vaivén
De piedra y de campana es la ermita
con tejado gris
de piedra y de campana
con un olivo
de bronce y de reflejo es su péndulo
con lágrima suspendida
de bronce y de silencio
con vaivenes quietos
péndulo pesado y denso
hecho de oscura respiración
tan completamente solo
que está dispuesto a caer
si pudiera moverse por la tierra
descendería desde lo alto
como el alma que no quiere tener miedo
pero aún no
no mientras su agitación no sepa
si es por felicidad o por tristeza
o por una larga espera
de piedra y de péndulo es la ermita
y de un olivo viejo que sacude las hojas
bajo el vuelo de las aves
allí los solitarios llegan
despacio
porque el sendero es empinado.
Bodegón
Maduran las uvas en la parra
cambiando en formas y color
sin repetirse
crecen ajenas al destino
que la mano del hombre les aguarda
entregándose a matices sin lamentos
acaso una
dando sustento al pájaro o al suelo
deja caer el peso de su brote
no hay dos exactas
tan solo se asemejan
van inhalando la vida mutuamente
sin preguntarse por el vacío que inició
su movimiento
y en vino convertidas
ceden de nuevo al hombre sus virtudes
uniéndose una a otra en su esencia
así comprende la tierra
entre los frutos de su reino
sin encerrar
como labriego o místico bodegón
imágenes estáticas de un mundo interpretado
aun así
qué desconcertante es la naturaleza
cuando cautiva
como el arte
se refleja encadenada a sus estrellas.
Comentarios Recientes