Miladis Hernández Acosta (Guantánamo, Cuba, 1968). Poeta, editora, crítica y ensayista. Licenciada en Historia por la Universidad de Oriente. Ha publicado el ensayo: Las náufragas porfías (Ed. Primigenios. Miami, 2020 y Ediciones Loynaz, Pinar del Río, 2016). Los poemarios: Los blancos territorios. Antología creciente (Ed. Primigenios, 2021), Bosque de Tárnow ( Ilíada Ediciones, Berlín, 2021); La niebla del paraíso (Ed. DMcPherson.Cuba, 2021); Viento de cenizas (Antología Mínima. Ed Primigenios, 2021) El oro del imperio (Ed. Siglo 21. España. 2020); La confesión infinita (LP5. Chile, 2020); El fuego del ángel (segunda edición. Ed. Primigenio, 2020), Al sur de los páramos (tercera edición. Ed Primigenios, 2020), La sombra que pasa (Segunda edición. Ed. Primigenios, Miami. 2020); entre otros.Ha obtenido los premios Tomás Savignón 1992 y 1993, Regino E. Boti en poesía 1993, 1995 y 2000 y mención en ensayo en el 2000, Manuel Navarro Luna 1993, José María Heredia (premio 1995 y mención en el 2006), primer accésit en el 6to Concurso Internacional La Puerta de los Poetas (Francia, 1998), premio Santiago 1994; premio Ángel Escobar 2002, mención especial en el Encuentro Iberoamericano sobre la poeta Dulce María Loynaz (2000), mención en el concurso Palma Real (Torino, Italia, 2003) y mención Alcorta 2009. Primera mención certamen Hermanos Loynaz 2016.
Nigeria/ matanza de cristianos
Habrá que buscar las pieles o el suelo ennegrecido
Sin calderas que ofrecen el zumo temerario
Para que el hambre o el crimen no ocupen la razón.
Habrá que ajustarse. Asimilar es un acto temerario
Como el caldo hirviendo dentro del hierro esplendente
Sin que logre brotar una nueva existencia
Sustancia progresiva para levantarme
O darme por vencida cuando ya lo hice
Antes de que el fuego se prendiera y salieran los sebos
De cristianos que oraban.
Solo soy el que se desvive o busca en otra parte
Lo que no ofrece un ningún mercado.
Habrá que volver hacia la honda gruta
Evitar un cisma sin que nada sea tomado por las fuerzas.
Despedir los efectos de esa hoja insípida
Con sabor extraño que encuentro en el fondo de una cisterna.
Habrá que salir del hueco o del rocío
Sedarse como la nube se deshace
Sin absorber el agua
Que no es insular ni sirve solo a los creyentes.
No soy quien se solaza
Simplemente no sé dónde se obtiene el pasto más fértil
Ni una llanura para la nieve
Ni esa alegría que nunca tuve en mis arterias.
Cuál es en cuestión el estado natural de un hombre
[que sobrevive
Para rastrear el alimento. Sobradas onzas que van
Por el río o por el camino de las olas
Hacia esa carpa de los sirvientes
Donde todos estamos en marchas guerreras
U otra forma de resquemores
Contra el pavimento o el contrapeso de esos corazones
Ajo finisecular o masa de hígados nigerianos
Como panes cortados en la balanza.
Hay un hueso viril dentro de la tabla y unas cebollas.
Alrededor de los mercaderes encuentro ese algodón.
Café. Aspirinas. Maní tostado
Restos del sabor que cuece la carestía. Carne viva rebotando
Resquebraduras brutales o pesca de cosas mortuorias.
¿Cómo reiniciarme con esos rayos de sol que envejecen
[mi cara?
¿Cómo sustituir una cabeza de ovejo colgada de un gancho
Filtrando su última lágrima?
Cabeza de ovejo que enterramos en la tierra cuando creemos
Que así sumimos aquello
Que después de haber dado todo
En polvo trigo o carnada para los orantes
Nos han traicionado.
Libro: La niebla del paraíso.
Ed. Dmcpherson. 2021.
De Vancouver a Río de Janeiro
Siempre le di cierta importancia al hecho de nacer en enero
Dado que algunas revoluciones comienzan en este mes
Y crecen como yo bajo el rigor o la amenaza
En ese raro letargo que producen los domingos
Donde busco el engranaje de una fábrica
De extracción de alcohol de caña y no de trigo inflamable
Un día del cual se denomina: inicio del día ordinario.
Yo no soy ordinaria ni consumo lágrimas cúpricas
Pero sí obstinadas como las revoluciones de lágrimas más reales
Que hacen los dioses. Cangrejos que palpo mientras pasan
[los días
Más crueles o menos digerido según el tramo de la cadeneta
Sobre la zanja que drena han de brotar mosquitos tropicales.
Supongo que alguien siempre llega con exóticos alcoholes
A aliviarme en medio de la tormenta y pasa su mano
[por mi espalda
O mi ombligo queriendo quitar o poner lo que me falta
[por x motivos.
Mi hija me explica cómo un río de otra nación de lengua
[portuguesa
Nace en enero y se escapa queriendo unir ese río conmigo
Como mismo se escapa una bala o una virgen bajan de la tablilla
Cuando el mundo no es más
Que una castrante procesión aldeana
Clamando de un lado a otro
Por formas comunes de supervivencia
Ni en el Tíbet ni en Camboya
Ni en el surco de aldea correctiva
De insectos o casillas de mis dolores.
Tengo mis propias doctrinas y un calabazar
De flores hermafroditas y armazones
De cosas o cicatrices pegados en los remos cuando espero
Que las cosas ocurran en ese tramo consentido
Oraciones o paja de miel silvestre para no descalcificarme
Ser más puro como flores que se adhieren
Sobre losas resbaladizas del patio o de esa montaña
Que subo para hallar al monje que viaja por el río
Con verdad corpulenta y huesos descalcificados
Como los míos transitando por ese otro río donde
Navegaron los vietnamitas con serpientes de aguas dulces
Como esas que encuentro en el panal de zánganos rojos
En isla caribeña donde escucho: nada niña en plato llano.
A lo lejos están los bárbaros y yo me escandalizo
Por las dobles apariciones del libro que en el Tíbet descubro
Para lograr que un moribundo desaparezca
Sin importarme las razones del hilo que se va cortando.
Yo he hecho esa vigilia con cruces y azul metileno
Para luego arrepentirme por pedir que una vida se apague
O las gentes cambien los rumbos concebidos.
Después que el moribundo alcanza la paz que trae la muerte
U otras reencarnaciones por no decir estados de putrefacciones
Como yo me he pasado por conveniencias
De un lado a otro como el muerto según el monje
Con uñas duras en forma de hueso. Vuelve a nacer
Sin saberlo.
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