Introducción
Existe una forma métrica cuya venerable edad es tan patente como su ligazón a la institución que la creó: el tetrástrofo monorrimo, más conocido como cuaderna vía. Sus cuatro versos de catorce sílabas y su rima consonante, con esa igualdad fónica cuatro veces seguidas a modo de repetida lección, como si aludiese a su afán didáctico, son la mayor seña de identidad del célebre mester de clerecía.
Tanto el mester de clerecía (“oficio de clérigos”) como su distintiva forma métrica surgieron en el siglo XIII, momento que se considera de apogeo con el primer autor literario conocido en lengua castellana, Gonzalo de Berceo, aunque la obra más original de este mester sea del XIV, el Libro de buen amor, del Arcipreste de Hita. Desde el primer momento, los clérigos querían distinguirse por su mayor calidad literaria, debido a su elevada cultura y devoción religiosa, lo que los certificaba como difusores de un producto literario más “útil”, más didáctico, no meramente noticiero o de entretenimiento, como consideraban al mester de juglaría.
Decía el anónimo autor del Libro de Alexandre, de donde viene el nombre de verso “alejandrino” y el de la propia estrofa, “cuaderna vía” (vv. 4-8):
Mester trago fermoso, non es de ioglaria,
mester es sen peccado, ca es de clerezia,
fablar curso rimado per la quaderna uia
a sillauas cuntadas, ca es grant maestría.
(Anónimo, Libro de Alejandro, Orbis.)
En castellano actual:
Traigo un mester hermoso, no es juglaría,
es mester sin pecado, pues es de clerecía
hacer frases rimadas por la cuaderna vía,
con sílabas contadas, lo que es gran maestría.
(Anónimo, Libro de Alejandro, Castalia.)
De modo que este mester es distinto del de juglaría, por lo que es mejor, porque es de clerecía, sin pecado, y manteniendo el cómputo silábico (“a sílabas contadas”), lo cual requiere mayor esfuerzo y tiene más mérito. En el mester de juglaría, con los cantares de gesta y los romances, según se da a entender, no se mantenía del todo la regularidad métrica, además de que usaban rima asonante, más sencilla.
¿De dónde venía este súbito afán de los clérigos por rivalizar con los juglares en difundir oralmente sus creaciones literarias? Si bien en la Edad Media todos los textos vehiculaban intereses del estamento o institución que los creaba (la nobleza promovía la obediencia y conductas ejemplares, con los cantares de gesta; el pueblo llano, con los romances, se interesaba en la rebeldía), la Iglesia va a buscar, naturalmente, su propio beneficio directa o indirectamente a través del adoctrinamiento que difundía. Las obras de Berceo son el mejor ejemplo: sin restarle calidad literaria, pues era un verdadero maestro en componer, volcaba todo su afán en favorecer los intereses de la Iglesia; por ejemplo, con los Milagros de Nuestra Señora, dando al pueblo la oportunidad de salvarse de las consecuencias de cualquier pecado, fuera cual fuese, con tal de ir a la iglesia (dejando donativos) y venerar a la Virgen. Esto revela un hecho importante: si el clero se esforzaba en convencer a la gente de que fuera a la iglesia, es que no iba a la iglesia, por lo que la sociedad medieval no era tan devota como se piensa.
Sin embargo, Berceo y los autores anónimos del primer mester de clerecía, en el siglo XIII, tuvieron el gran mérito de llevar buena literatura al pueblo, lejos de consideraciones sociopolíticas que desvirtúan el fenómeno literario, pues un producto estético puede ser bueno adoctrine o no. Para estos hombres de la Iglesia fue un gran paso, y hasta un alivio para ellos mismos, el lanzarse a escribir no solamente obras originales, no ya traducciones, ni textos endogámicos religiosos como los Beatos, sino hacerlo, además, en castellano, la lengua de todos los que habitaban en aquellos reinos.
Decía Berceo en la Vida de Santo Domingo de Silos (vv. 4-8):
Quiero fer una prosa en román paladino,
en qual suele el pueblo fablar a su vecino,
can non so tan letrado por fer otro latino:
bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.
(Berceo, Vida de Santo Domingo de Silos, Orbis.)
En la edición de Castalia, en español actual, sería así:
Quiero hacer una prosa en román paladino,
en que suele el pueblo hablar con su vecino,
que no soy tan letrado a hacer otro latino:
bien valdrá, como creo, un vaso de buen vino.
Gonzalo de Berceo (pueblecito, por cierto, junto a San Millán de la Cogolla, en La Rioja, bellísimos lugares y cuna de la lengua española) se muestra tanto generoso como humilde al decidirse a componer en lengua romance, porque así le entienden y él mismo dice que no es “tan letrado” como para hacer otro texto en latín. Espera que se lo agradezcan, al menos, con un “vaso de buen vino”. Seguramente sus honorarios por el trabajo serían bastante más generosos, pero comenzar así un texto es una auténtica delicia. Y un buen trago.
Sin descentrarnos de lo que nos ocupa, la cuaderna vía, Berceo ponía todo su empeño en contar las sílabas con la necesaria cesura, la pausa central, que divide el verso alejandrino en sus dos hemistiquios de heptasílabos:
Quiero fer una prosa (7) / en román paladino (7)
Esta estricta regularidad no la tendrá tan en cuenta el otro gran artista del mester, el Arcipreste de Hita, casi cien años después. Juan Ruiz, el Arcipreste, si es que ése era su verdadero nombre y cargo, en 1330 y con modificaciones en 1343 dio a luz la quizá más genial obra literaria de la Edad Media: El libro de buen amor (o Buen Amor, en mayúscula, como sostenía el profesor José Luis Girón Alconchel en su edición), donde esa falta de precisión métrica da lo mismo, teniendo en cuenta el contenido.
Juan Ruiz sin duda era un clérigo y conocía muy bien su institución desde dentro. Sin embargo, en su obra, no va a promover intereses de la Iglesia más allá del más sano y humano didactismo, con algo de devoción religiosa, pero centrándose en el tema más pecaminoso para ella, el amor. Solamente el hecho de tratar ese tema, de la manera en que lo trata y en cuaderna vía, vinculándose con el mester de clerecía, ya es contradictorio y de lo más gracioso. Básicamente, para quienes no lo conozcan, es una recopilación de ficticias experiencias amorosas, casi todas fallidas, del supuesto autor que se expresa en primera persona, con numerosas reflexiones, fábulas, diálogos entre personajes alegóricos (Don Amor, Doña Cuaresma…),
El autor, con su curioso libro, además de quedarse a gusto soltando toda una serie de historietas llenas de gracia y sabios consejos, busca un fin principal con su obra, que es presentar de esa manera su queja a la abolición definitiva de la barraganía, la posibilidad que tenían los clérigos de tener compañera sentimental extraoficialmente (barragana), siempre y cuando no heredase propiedades ni hubiese hijos reconocidos. Todo esto lo explica muy bien Jesús Meléndez Peláez en Historia de la literatura española, vol. I, Edad Media, editorial Everest (pp. 216-217). Baste con señalar que se quiso rematar el tema de la cohabitación “clericorum et mulierum” en los concilios de Toledo en la primera mitad del siglo XIV. Como respuesta, el Arcipreste redactó esta apología del amor carnal (sin llegar a la lujuria, eso sí), pero siendo recomendable para todos, incluso para él, narrador protagonista, que lo busca incesantemente. Se justifica esgrimiendo la autoridad de los antiguos sabios:
Como dize Aristótiles, cosa es verdadera,
el mundo por dos cosas trabaja: la primera,
por aver mantenencia; la otra cosa era
por aver juntamiento con fenbra plazentera.
(LBA, est. 71)
Aunque el Arcipreste no mencione que tenga que ocultar sus amores, sí que va a escoger como sus objetivos preferentes mujeres discretas, esto es, las que van a guardar silencio: por un lado, monjas, que se juegan mucho si son descubiertas; por otro, “dueñas”, señoras de buena posición, que viven solas, con su propia casa, lo cual solamente podían permitirse estando viudas, con lo que no buscaban marido ni le debían explicaciones a nadie. No deja de dar consejos a los lectores (y lectoras) sobre cómo lograr el amor, advirtiendo de sus engaños a ambos sexos, para ser así más felices.
El tono cercano, simpático, en clave de humor, aunque para nada absurdo, sino ingenioso, será constante en su obra. Será un humor que va a endulzar amablemente enseñanzas serias, en torno al tema del amor o cualquier otro que trate. Por eso al poco de comenzar el Libro lo va advirtiendo:
E porque de buen seso non puede omne reír,
avré algunas burlas aquí a enxerir:
cada que las oyeres non quieras comedir
salvo en la manera del trobar e dezir.
(LBA, Est. 45)
Que se podría traducir como en la edición modernizada de Castalia:
Como de cosas serias nadie puede reír,
algunos chistecillos tendré que introducir;
cada vez que los oigas no quieras discutir
a no ser en manera de trovar y decir.
“Trovar y decir” es “cantar y recitar”, con lo que se refiere a que, si alguien quiere discutir lo que está diciendo en broma, que sea en clave literaria, igual que él, con la intención manifiesta de no tomárselo en serio. Así es la literatura: es ficción, no es verdad, aunque la diga. Como dice Tabucchi en Sostiene Pereira (cap. 4): “La filosofía parece ocuparse sólo de la verdad, pero quizá no diga más que fantasías, y la literatura parece ocuparse sólo de fantasías, pero quizá diga la verdad”. En ello se escuda el Arcipreste para poder decir todo lo que dice, porque es su “licencia”. Gracias a la literatura, se puede decir todo, y es así como las sociedades avanzan. El problema lo tiene quien se toma la literatura en serio, como diría Jesús G. Maestro.
Y, con este “trovar y decir” en clave de humor de los temas más serios, llegamos a la obra que nos ocupa, nada menos que la Biblia. ¿Habría sido capaz el Arcipreste de versificarla “a su manera”? Sin duda, utilizaría la cuaderna vía, como buen hombre de iglesia. Pero no es poca cosa, ya se sabe, una cosa muy larga se dice que es “la Biblia en verso”, como está siendo este prólogo y que va siendo hora de terminar.
El profesor Juan Victorio, catedrático emérito de la UNED, reconocido medievalista, ha seguido la estela del Arcipreste de Hita con una nueva osadía, comenzar a versificar la Biblia en cuaderna vía, manteniendo su hilo narrativo, pero con un poco menos de “santidad”, como se podrá ver, a la par que con esmerado ingenio en “fablar curso rimado per la quaderna uia”. Por citar alguna referencia más del autor, fue profesor en la Universidad de Lieja (Bélgica) y en la Universidad Paris-Nord de París; ganó el Premio Stendhal con su traducción del Cantar de Roldán (publicado en Cátedra, 1984); ha traducido también la Poesía de François Villon (1985), el Roman de la Rose (1987); son suyas las ediciones de las Mocedades de Rodrigo (1982), del Poema de Fernán González (1989) y del Poema de Alfonso Onceno (1991); es autor de obras de teoría literaria como El amor y el erotismo en la literatura medieval (1983), de su más osada obra para los filólogos, su edición del Cantar de Mio Cid (2002) con regularización métrica, incluso es autor de una novela, Alfonso XI el Justiciero (2008).
Dicho esto, damos paso a la Biblia en verso. Esperamos que sea del gusto del auditorio; si es así, “bien valdrá, como creo, un vaso de buen vino”.
***
La Biblia en verso
Juan Victorio
- La creación
Todo estaba vacío, no se veía ná,
da igual que se mirara, por aquí o por allá,
y meditando estaba el pobre de Jehová
(¿o quizás es Yahvé? Bueno, lo mismo da.)
Pensando si empezar por la tierra o el mar,
inició una tarea que le iba a costar
una semana al menos y eso sin descansar,
pero valía la pena y se puso a crear.
Estando tan a oscuras que nada se veía,
lo primero que hizo fue pensar lo que haría,
y empezó con la luz, con lo que preveía
que la cosa marchara tal como suponía.
Conseguida la luz, viendo que ya veía,
y como todo estaba vacío todavía,
empezó con el cielo, que era donde vivía,
y luego con la tierra, todo en el mismo día.
Después pasó a las aguas, fueron naciendo mares
en grandes cantidades, por todos los lugares,
y lagos, cataratas, el río Manzanares,
unos con mucho cauce y, los más, regulares.
Teniendo ya esas aguas, se puso a meditar
para qué servirían. Y pensó “pa regar”.
Así que comenzó de nuevo a imaginar
otras mil ocurrencias según fuera el lugar.
Empezó con las plantas y, ya preso de euforia,
se le ocurrió crear patatas, zanahorias,
por todos los lugares, en Nueva York o en Soria,
de buena calidad, que supieran a gloria.
Creada ya la tierra pensó : “¿Qué es lo que queda?
Seres que piensen algo sin que ninguno pueda
sospechar que sea yo el que mueve la rueda.
Pues ¡manos a la obra, hagamos una prueba!”
Pensó que era mejor empezar por los mares,
rellenarlos de bichos diversos a millares,
todos con sus parejas de formas similares.
medusas, tiburones, anchoas, calamares,
Después pasó a la tierra, que temió que sería
una empresa no fácil, ya que eso suponía
que podría salirle alguna anomalía,
y se puso a pensar durante todo un día.
Le vino ya la idea y tiró p’adelante,
surgieron animales , mosquitos, elefantes,
culebras por el suelo y otros seres volantes,
de muy diversas formas, algunos muy chocantes.
Meditó de repente que entre tanto animal
debía haber alguno que fuera racional,
capaz de distinguir que no todo es igual
y si el gran Creador actuó bien o mal.
Y exclamó de repente: “¡Hombre, no es mala idea!
¡Y ya que lo he ideado, le obligaré a que crea
que a mí se debe todo, cualquier cosa que vea,
¡Manos, pues, a la obra, y salga lo que sea!
Y se puso a pensar qué forma le daría
por que nadie pensase, (cosa que afearía
su obra tan bien hecha, o eso le parecía)
que, viviendo entre monos, del mono fuera cría.
Y le vino la idea, mirándose al espejo,
de hacer una figura que fuera su reflejo,
que tuviera un aspecto de joven, no de viejo,
para que al contemplarse no tuviera complejos.
“O sea, como yo, mi auténtica figura,
y así dominará con garbo, con soltura,
todo lo que he creado, y actúe con cordura,
es decir, que no crea que está a mi misma altura.”
Y se puso a esculpirlo de pies a la cabeza
no con marfil, con barro, que por algo se empieza,
y en solo unos segundos, sin ninguna pereza,
lo proveyó de todo sin olvidar la “pieza”.
Cuando la vio, le vino este otro pensamiento:
“¿Para qué se la he puesto? Me surgió de momento.
Para darle algún uso y se ponga contento,
le haré una compañera que sea un monumento”.
Le arrancó una costilla sin dudar ni un instante
y le dio una figura de bonito semblante,
acabada la cual se la puso delante
a su nueva pareja que ya estaba expectante.
Pero aún le faltaba qué nombres les daría.
Estuvo pensativo, nada se le ocurría
y se pasó pensando el resto de ese día
si Nada estaba bien o Adán más convenía.
“Adán es más bonito y, eso sí, original,
nadie hasta aquellos días se había llamado igual,
y si pasa a la historia, como será normal,
habrá muchos adanes, guarros, tontos y tal”.
Y ahora voy por ella : ¿y si le pongo Eva?
Ave no, que así evito que se mueva y se mueva,
buscando en todas partes que le caiga una breva.
ya sea por el bosque o dentro de una cueva.
Una vez ya creados y en términos muy claros,
les dijo en alta voz: “¡Venga, a multiplicaros,!
eso sí, de uno en uno, no vayáis a cansaros
y si empezáis con dos os saldrán menos caros”.
Eso sí, no les dio ninguna explicación
de cómo conseguir tal multiplicación,
si sólo con mirarse con consideración
o si tendrán que hacerlo en conyugal unión.
Observando Yahvé que todo está creado
y sintiendo también que está un poco cansado
(pues lleva ya seis días yendo de lado a lado)
decide alzar el vuelo pues ya se ve endiosado.
2. Adán y Eva
Una vez ya creados, así, tan de repente,
empiezan a observarse muy detenidamente
sin perderse detalle, mirándose de frente
sin el menor rubor, con gesto sonriente.
No saben qué decirse, pues no saben hablar,
cosa que al Creador se le debió olvidar,
así que pa´ entenderse han de gesticular
haciendo ciertos gestos y sin disimular.
Empiezan observándose de pies a la cabeza,
se detienen a veces viendo tanta rareza,
pues hay algunas partes de singular belleza,
sobretodo en Adán con la citada pieza.
Ya bien examinados, ya sabiendo lo que eran,
empiezan a arrimarse en actitud de fiera
pronunciando sonidos que ahora entiende cualquiera,
ya sea en arameo o se exprese en euskera.
Se inicia de inmediato la multiplicación,
no toda el mismo día, no fue de sopetón,
pues no se siente siempre el mismo calentón,
y tomaron su tiempo pa mejor ocasión.
Una vez realizada la cosa sin pudor
ven que están en un sitio que a todo alrededor
parece un paraíso, de aromas un primor,
incluso había un cactus de aire amenazador.
Cogidos de la mano van dándose un paseo,
Eva dice “¡Qué bello es todo lo que veo!;
viviendo en este sitio, o al menos eso creo,
tendremos muchos hijos, quizás ninguno feo”.
Lo que más le cautiva, lo que cree más lozano,
de aquel jardín florido es un bello manzano,
hacia el cual se dirige con gesto muy ufano.
Pero Yahvé le grita: “¡No metas ahí la mano!
Tal árbol no he creado para comer su fruta,
de todo lo demás de mi obra, disfruta,
sé prudente, obediente, no me seas tan bruta,
que, si no, acabaréis pasándolas muy putas”.
Acabado el aviso del Gran Omnipotente,
Eva queda confusa y escucha de repente
la voz de un ser muy raro, un bicho repelente
y exclama al ver su forma: “¡Joder, una serpiente!”
¿Cómo un bicho tan feo concibió el Creador?
¿Es que le faltó tiempo para hacerlo mejor,
y no un bicho sin patas que me causa terror?
Si en esto se equivoca me invade el estupor.
Pues si puede crear lo que le viene in mente,
podría haber pensado más detenidamente
para que no haya nadie que juzgara imprudente
el venir a este mundo por obra de un demente.
Es lo que estoy temiendo, y temo lo peor.
Espero que ese tono propio de dictador
no se repita más, que apague su furor,
o haré lo que me plazca. ¡Lo juro, sí señor!
A todo esto, aquel bicho se acercó suavemente,
cosa muy natural, pues es una serpiente,
y enroscada en el árbol le dice sonriente:
-¿Te gustan las manzanas? Pues híncale a ésta el diente.
-Por muy buenas que estén, tal cosa yo no haré,
porque nos lo ha prohibido el fiero de Yahvé,
Me lo dijo muy serio, no se imagina usté:
“Si comes esa fruta, ¡ay, ay, prepárate!”.
-¡Cómo, que os ha prohibido que comáis la manzana!
Si eso prohíbe hoy, esperad a mañana,
que vendrán tantos vetos cuantos le dé la gana
y será vuestra vida muy vil, dura, marrana.
Así que os aconsejo que obréis a vuestro antojo,
porque lo que él pretende es que cerréis los ojos
no podáis distinguir si algo es azul o es rojo.
Quiere en definitiva echaros un cerrojo.
Eva, tras escucharlo, quedó muy convencida
de que si al tal Yahvé debe estar sometida,
mejor no hacerle caso, darse a la buena vida,
sin pensar en problemas sean el paro o el SIDA.
No tardó mucho tiempo en convencer a Adán
de hacer lo que ella quiere, y siendo un gran galán,
se ponen a la obra, pin pan, pin pan, pin pan,
cumpliendo sus deseos con frenético afán.
Desde luego, actuaron con cuidado, a escondidas,
para que no corrieran riesgo alguno sus vidas
ya que un montón de cosas les estaban prohibidas
excepto el procrear a base de corridas.
Pero el gran Creador, o sea el gran Yahvé,
se ha enterado de todo, ya que todo lo ve,
y lleno de furor y con muy mala fe
se dice “ahora verán qué vida les daré”.
Viendo a los dos desnudos, y sobre todo a Eva,
en la que se detiene ya que ropa no lleva,
se le acerca y le dice: “Te va a caer la breva,
puesto que has sido tú la que te has puesto a prueba.
Así que parirás sufriendo mil reveses,
y vivirás preñada o siete o nueve meses,
mientras que tu marido, que solo piensa a veces,
te hará pasarlas putas tal como te mereces”.
Después, enfurecido, se coloca ante Adán,
diciendo a grandes voces: “Escucha, so patán,
¿por qué no obedeciste poniendo todo afán
en lo que te ordené, gilipollas, rufián?
Pues de hoy en adelante verás cómo es tu vida:
se acabó el no hacer nada, tendrás vida jodida,
deberás trabajar para tener comida
a base de hierbajos y cosas mal cocidas.
Y así hasta que te mueras y yazgas bajo tierra:
ya que te hice de polvo, que no es obra cualquiera,
cual polvo acabarás. Y ahora ¡fuera, fuera!”
Ipso facto salieron de aquel bonito Edén
en donde tanto tiempo lo pasaron tan bien,
pero nada abatidos, y con cierto desdén
dijeron decididos “¡Vámonos, que le den!
Si nos hizo de polvo, no se puede quejar,
hemos echado muchos sin nunca protestar
pensando en la tarea de aquel multiplicar.
¡Que multiplique él mismo a base de sudar!.
Fueron así expulsados de ese bello jardín
que quedó bajo guardia de un cierto querubín
que no habían visto antes, con pinta de pillín,
que les gritó “largaos” con cierto retintín.
Ya no se dice más de ellos tras la expulsión,
tampoco queda explícita la multiplicación,
quizás por silenciar tal proliferación,
o para no alargar mucho la narración.
La cosa es que se centra muy exclusivamente
en Caín y en Abel, dos niños sonrientes,
pero que al poco tiempo se enseñaron los dientes
porque no eran iguales y sí muy diferentes.
Ambos fueron varones según Yahvé predijo,
sin pensar en las hembras, pues siempre las maldijo
aun siendo necesarias para traer los hijos,
pero Yahvé actúa según le dicta el pijo.
Caín salió el primero, no se sabe en qué mes,
lo que a sus papaítos les supuso un revés,
Abel vino más tarde, un poquito después,
y muy pronto se odiaron de cabeza a los pies.
Pues dado que el comer ya no les cae de arriba,
ya nada les va igual, más bien muy mal les iba,
y puesto que la cosa se les presenta esquiva,
deberán trabajar de forma muy activa.
Jugándose a los dados qué tipo de labor
les toca, ambos soñando llevarse lo mejor,
sale ganando Abel, le toca ser pastor
y a Caín, que odia el campo le toca labrador.
Pues piensa que tendrá faena todo el día,
arando tras dos mulas desde que amanecía,
ignorando si luego desde arriba vendría
un solazo que hiciera su tarea baldía.
Abel, por el contrario, paseo tras paseo
sentado bajo un árbol dándose mil garbeos,
exclama al ver vaquillas: “¡Qué bello es lo que veo,
así que, bien pensado, me entregaré al toreo!,
ya que no se me ocurre otro entretenimiento,
dado que el gran Yahvé no pensó en su momento
crear algunas chicas, algunas monumento,
y así el multiplicarnos vendría en gran aumento.
Se aplica a la tarea, nacen seres muy rudos
con bellas cornamentas, muy fuertes, muy forzudos,
que, pasados mil siglos, prefieren seguir mudos
pues propagar no quieren que nacieron cornudos.
En cuanto al primogénito, descontento vivía,
pensaba que Yahvé le tenía manía
y eso que no había hecho ninguna fechoría
y se pasó mil noches pensando en lo que haría.
Yahvé el sabelotodo, al verlo cabizbajo,
descendió de su cielo, (ese era su trabajo)
y le dijo “Caín, ¿sabes lo que me trajo
a decirte esta noche? ¡Pues escucha, carajo!
Abel es un buen chico, nunca desobediente,
a todo lo que ordeno nunca me enseña el diente,
de modo que si quieres ser como tu pariente,
debes ser como él, o a mi furor atente”.
Después subió a su cielo, como solía hacer,
y apenas de ese día llegó el amanecer,
Caín se puso en marcha y fuese a ver a Abel,
dormido entre sus vacas con cara de placer.
“¡Mira qué a gusto está ese tonto niñato,
sin dar un puto golpe, gozando todo el rato,
mientras que a mí me toca siempre pagar el pato
¡ Pero esto se acabó, ahora mismo lo mato”
Y sin pensarlo más, del todo enfurecido
se dirige a la cueva del niño preferido,
el cual está durmiendo, pues se oyen sus ronquidos
y cogiendo una hoz se carga al biennacido.
Ya no se dice mucho, apenas casi nada
de Caín tras hacer aquella salvajada,
solo que conoció a una no citada
quizás porque de aspecto no era muy agraciada.
Eso sí, comenzaron la multiplicación,
sin pasar mucho tiempo nacieron un montón,
de mozas y de mozos, quizá algún maricón
que poblaron el orbe sin más contemplación.
De aquella población se dice sin rodeos
que no se amaban mucho, sí con grandes cabreos
en continuas trifulcas, siempre armando jaleos
y cambiando sus nombres: arameos o hebreos.
3. Noé
No consta en el relato nada con precisión
salvo que se nacía tras mucho revolcón
y duraban las vidas, según se hace mención,
no como en nuestro tiempo: duraban un montón.
No unos setenta años, que ya estaría bien:
seguían siendo jóvenes aun pasados los cien
llevando algunos de ellos su vida a todo tren,
siendo el más conocido un tal Matusalén,
el cual, tricentenario, siguió teniendo hijos,
(pues en esta labor obraba a piñón fijo),
y siendo unos vulgares y otros bastante pijos,
al estar todos juntos se armaba un revoltijo.
En fin, de aquella prole que dispuso Yahvé,
sin duda el más famoso se llamaba Noé,
también el más querido no se sabe por qué,
se sabe en todo caso que nació con buen pie.
Cumplidos los quinientos, y entre otros menesteres,
siguió teniendo hijos de distintas mujeres,
semitas, jafetitas, camitas y otros seres
no todos buena gente cumpliendo sus deberes.
Eso sí, se emplearon con gran aplicación
en lo más placentero: la multiplicación,
así que en poco tiempo creció la población
y empezaron los líos y se armó un gran follón.
Visto lo cual, Yahvé, bastante descontento
con lo por él creado, sin dudarlo un momento
decidió poner orden y con tono violento
se dirigió a Noé y dijo: “Escucha atento:
lo mal que van las cosas no puedo ya aguantar,
y he pensado que algunas las debo eliminar,
así que ve eligiendo qué se debe salvar,
pues dentro de unos días la tierra será mar.
Así que vete armando un arca de madera,
con su proa, su popa, como un barco cualquiera,
sin tragaluz alguno para ver lo de afuera
y que tampoco sepan lo que allí les espera.
Pues deberás meter un montón de animales,
todos con sus parejas, no los tales con cuales,
no sea que al juntarse y siendo irracionales.
actúen ignorando si están con sus iguales.
– ¿Y tengo que meter bichos de toda clase
sin excepción ninguna y pase lo que pase?
Pues no quiero pensar que esto a mí me rebase
y que ante tanto caos esta empresa fracase.
Así que ¿he de meter mosquitos, escorpiones,
murciélagos, culebras, mariposas, gorriones?
Pues en el arca habrá algunos comilones
que el comer esos bichos les toca los cojones.
-No empieces protestando, se hará lo que hay que hacer,
y a mí, que soy quien soy, debes obedecer,
no olvides que soy dios y, como dije ayer,
el que no me obedezca negro lo va a tener.
Pues bien, en dicho yate pasaréis no sé cuanto,
pero no te preocupes, te tendré siempre al tanto;
acaso alguna vez podréis sentir espanto
pero os auxiliaré cuando exclaméis ¡Dios santo!
Así que ¡adentro todos, que empiezo a diluviar,
que nadie quede fuera si no sabe nadar,
pues estando en el agua no tendrá otro manjar
que algún que otro percebe, quizás un calamar.
Ya están todos a bordo, se inicia un griterío,
-¡No te sientes ahí, que ese sitio es el mío!
– ¡Qué me dices, mamón, no te jodes el tío!
¡Ponte junto a tu suegra y así no tendrás frío!
¿Y qué hablar de las broncas que provocaba el vicio,
o de los empujones para entrar al servicio?
Se forma un caos inmenso ya desde aquel inicio,
todo es una condena, se vive un sacrificio.
¿Y cómo convivían las razas animales?
Un poquito mejor, ya que son más cabales,
sin meterse con nadie, procreando a raudales,
sus multiplicaciones fueron algo anormales.
Es decir, de la cabra salieron los cabrones,
del perro ladrador surgieron los ladrones,
del león mujeriego muchos camaleones
y a las bestias de monte les nacen a montones.
En fin, así estuvieron viviendo día a día
mirando con terror lo mucho que llovía
y que aquella tormenta, según Noé temía,
seguiría cayendo un año todavía.
Sospechó que Yahvé, estando muy cansado
y en el séptimo día y con aquel nublado,
decidió que moverse no era muy apropiado
y siguió entre sus nubes mirando al otro lado.
Al fin llegó el momento que cesó de llover,
los de la barca entonces empiezan a creer
que la cosa acababa y empezaron a ver
aparecer montañas, quizás el Everest.
Dada la situación, que parece espantosa,
Noé, puesto en la proa, le pregunta a su esposa
si soltar algún bicho, paloma o mariposa,
que volando se informe de cómo está la cosa.
Optó por la paloma, no sin cierto recelo,
la cual se volvió al arca después de un largo vuelo
pues no halló ningún árbol, ni nada sobre el suelo,
cosa que provocó un enorme desvelo.
Noé volvió a sacarla pasados unos días
con alguna esperanza viendo que no llovía
y el ave, tras un vuelo y cuando anochecía,
volvió con una rama provocando alegría.
Pues supuso Noé que aquel gran chaparrón
se había terminado y, lleno de emoción,
comprobó que en la tierra otra repoblación
se había producido y se alegró un montón.
En cuanto a la paloma no se vuelve a citar,
cumplida su misión emigró hacia ultramar
volando por lo alto, pues no sabía nadar,
y quizás temerosa de volver a empezar.
O quizás sí se cita, ya que si se está al tanto,
Yahvé aparece siempre tapado tras su manto
y quizás le ordenara, y a ella le causó espanto,
ser la progenitora del Espíritu Santo .
Una vez acabado ese gran chaparrón ,
Yahve ya satisfecho de aquella sumisión
le espetó al pobre nauta sin más contemplación
que podían salirse de aquella embarcación.
-Escúchame, Noé: ya puedes salir fuera,
y también tu mujer, tus hijos y tus nueras,
tus nietas y tus nietos y todos los que quieras,
y no olvides sacar también todas las fieras.
Y seguid procreando, ya que mi creación
no debe detenerse con otra interrupción,
así que obedecedme con total sumisión,
pues estaría bonito otro nuevo perdón.
Y que salgan también todos los animales,
pues en el fondo todos ante mí sois iguales,
los que se creen que piensan y los irracionales,
ya vivan en los trópicos o sean esquimales.
De este Noé nacieron solamente tres hijos,
que también conocieron, aunque no es dato fijo,
la famosa experiencia. Yahvé no lo predijo,
pues Yahvé sólo anuncia lo que le sale el pijo.
El primero fue Cam, padre de camorristas,
el segundo un tal Sem, de los seminaristas,
y el tercero Jafet, último de la lista,
que poblaron la tierra según la idea prevista.
De lo que sí se cita es que el pobre Noé
se entregó a la bebida, no se sabe por qué,
desde luego no al agua, como tampoco al té,
sino al vino tintorro para apagar su sed.
Tal cantidad bebía desmesuradamente,
que cogía una moña o dos diariamente,
quizás porque pensaba que era lo conveniente
para olvidar los males pasados y recientes.
Un día fue encontrado desnudo en una cueva
gritando entre ronquidos diciendo “que no llueva,
y si quiere Yahvé insistir en la prueba,
que no cuente conmigo, no le caerá esa breva.»
Cuando Cam encontró a su padre desnudo,
se quedó sin palabras, se quedó como mudo,
su garganta quedó como atada en un nudo
y llamó a sus hermanos de la forma que pudo.
Lo primero que hicieron fue ponerle una manta
pues ver desnudo a un padre de pies a la garganta
no es nada apetecible y, si es ya viejo, espanta
y gritan aterrados “¡Oh, Virgen, Virgen santa!”
Tales gritos hicieron que Noé, ya consciente,
les echara un sermón con tono impertinente,
sobre todo al mayor, que era el más insolente,
al cual amenazó y le dijo “Ahora atente:
serás de tus hermanos el que peor perviva,
ya que fue tu conducta conmigo muy altiva,
así que no lo olvides, pues te hablo en cursiva,
y en esto está de acuerdo ese dios que hay arriba.”
Quedaron separados para siempre los hijos,
surgieron los camitas, que en la cama son fijos,
también los jafetitas, muchos de ellos canijos,
y luego los semitas, que fueron muy prolijos.
Hecha esta división Noé acabó sus días,
no se dice si triste o lleno de alegría:
el viejo testamento pasa de naderías
y nos deja la historia hecha un galimatías.
4) La Torre de Babel.
Concerniente a sus hijos, un tanto enemistados,
fundaron sus estirpes una vez separados,
unos fueron al norte, otros al sur, o al lado,
ubicación venida de jugarla a los dados.
Eso sí, prosiguieron con el mismo lenguaje,
y llegaron incluso a seguir el linaje,
ya que según la norma del divino mensaje
debían proseguir formando mestizaje.
Una vez conciliados llegaron a la idea
de dejar de vivir cada tribu en su aldea
y vivir todos juntos de la forma que sea
en una gran ciudad y que no haya pelea.
Ya todos instalados, conseguida la unión,
pasados unos días toman la decisión
de hacer que la ciudad farde de ostentación
para lo cual se hará un alto torreón.
Aceptado ese plan, sin más detenimiento
comienzan la tarea, inventan el cemento,
fabrican los ladrillos y lo que venga a cuento,
y se ponen a obrar sin parar ni un momento.
Eso sí, sin pensar si el alto torreón
gustaría a Yahvé: dada su situación
lo verían de cerca y esa aproximación
a Yahvé resultara una provocación.
Y, en efecto, a Yahvé la cosa le molesta,
no puede soportar una empresa como ésta,
y decide sin más, acabada su siesta,
sabotear la obra cual burlón aguafiestas.
Y la idea mejor que le vino a la mente
es que nadie se entienda ni aun con su pariente
confundiendo sus hablas, de modo que la gente
no pudiera entenderse con el que tiene enfrente.
Las obras iban ya por la segunda planta,
se oía preguntar “¿qué tal con tu garganta?”,
cuya respuesta era “mi suegra es una santa”,
o ”pásame el ladrillo” “¿la tuya a ti te aguanta?”
Total que era imposible cualquier conversación
y dejaron la torre sin gran elevación,
lo que a Yahvé supuso cierta satisfacción,
ordenando después otra separación.
Cada pueblo se fue tras mucho meditar
unos hacia el desierto, otros más hacia el mar,
otros, dubitativos, detestan emigrar
y prefieren quedarse en el mismo lugar.
5) Abram
Procede de la estirpe de Sem, era semita,
si fuera de Jafet, sería jafetita,
ni tampoco de Cam, la familia maldita:
cuando en ella pensaban, decían “quita, quita”.
No emigró su familia, de modo que Yahvé
siguió siendo su dios, como cuando Noé,
y como muchos iban perdiendo algo de fe,
tuvo el dios que advertirles de andarse con buen pie.
Sintiendo por Abram cierta predilección
viendo que era distinto, no uno más del montón
dispuso separarlo de su generación,
y se le apareció sin más, de sopetón.
Se hicieron muy amigos, se vieron mucho más,
Yahvé siempre le dijo “¡ojo por dónde vas,
si vas bien, adelante, y si no, marcha atrás,
si me haces caso siempre cuenta que acertarás”.
Y la primera vez en que se le aparece
le asesta un buen consejo, más bien orden parece:
“Abram, sal de esta tierra que a ti no te engrandece
y que de todas formas a ti no pertenece.
Lárgate sin demora, que te voy a indicar
por dónde debes ir y también señalar
las malas maniobras que debes evitar,
así que obedeciéndome no te vas a extraviar.
Dispuesto a obedecer, se quedó meditando
en quién llevar consigo, hasta dónde, hasta cuándo,
qué ropa se pondría si le pilla nevando,
y ya dispuesto todo, se dice “¡pues andando!”
Y después de un buen rato toma la decisión
de llevarse a su Sara, que está como un bombón,
y a su sobrino Lot, un mozo guapetón
de los que se valdría según la situación.
Después de tres etapas por tierras no feraces
pobladas de alimañas y gentíos voraces,
imágenes soberbias de dioses incapaces
Abram dice “¡Joder! ¿y ahora, tío, qué haces?
Yahvé escucha su voz y cree que él es el tío,
pues Yahvé muchas veces se suele armar un lío
y le dice sonriendo: “Hola, sobrino mío,
¿cómo es que así me invocas en dulce desafío?”
Se produce un silencio tras dicha confusión,
pero llegan muy pronto a una aclaración
y Yahvé, sonriente, tras leve reflexión,
lo manda para Egipto sin más, sin ton ni son.
Abram durante un rato, se queda pensativo,
había oído decir que allá hay mucho lascivo,
pero no hay otra opción, y aunque dubitativo,
allá que se dirige como manda el Altivo.
Antes de entrar allí le dice a su mujer:
”Debes tener cuidado: según me enteré ayer
aquí si te descuidas te vienen a joder,
y tú, que eres tan guapa, pronto lo vas a ver,
así que no te expongas, y esto debes hacer:
como son unos tipos de vida tan lasciva,
cuando te lo propongan, no les seas esquiva,
y si creen que hay marido que verlos te prohíba,
diles que eres mi hermana si quieres que yo viva.
Y así me tratarán con consideración,
incluso Abimelec, su insigne faraón,
el cual, si tú le gustas, dada su posición,
me privilegiará con algún galardón.
Y eso es lo que ocurrió, pues fue privilegiado
con muchas posesiones de tierra y de ganado,
pues Sara al faraón se entrega con agrado,
tanto que al soberano lo tiene obnubilado.
Pero ocurre que un día que ella está desatenta,
su boda con Abram la boba va y le cuenta,
al cual, así enterado, la duda le atormenta
de si es él quien merece portar la cornamenta.
Esta duda le ofende y llama de inmediato
al bobo patriarca, que acude timorato
con pasos indecisos como si fuera un pato
presagiando (es muy listo) recibir un maltrato.
El faraón le grita: “Di, ¿por qué me has mentido,
por qué no declaraste que tú eras el marido?
Pues bien, puesto que es tuya, tú te lo has merecido:
¡largaos al lugar de donde habéis salido!
Tuvieron que largarse sin más contemplación,
pero al poco surgió otra complicación
que el dios Yahvé no impide, pues se hace el remolón:
Abram y Lot deciden una separación.
Después de un largo trato el buenazo de Abram
decide que lo suyo es irse hacia Canán,
tierra muy abundante, donde no falta el pan,
y que los cananeos bien lo recibirán.
En cuanto a su sobrino, prefiere ir a Gomorra,
vecina de Sodoma, donde de todo sobra,
y le han dicho que allí todo el mundo se forra
por lo cual se imagina que vivirá de gorra.
Pasaron unos años viviendo a todo tren
pues en dichas ciudades se vivía muy bien,
tanto que aquí y allá en furioso vaivén
se acuestan con cualquiera, no importaba con quién.
A Yahvé no gustaba dicha promiscuidad,
y tampoco respetan su religiosidad,
sobre todo en Sodoma, pues en dicha ciudad
pulula el sodomita, vicioso de verdad.
Así que determina su desaparición
para que a todo el mundo le sirva de lección,
pues él había ordenado la multiplicación
y eso no era posible con tanto maricón.
Eso sí, exceptuando a sus privilegiados,
pues fue el propio Yahvé el que los ha enviado
y podría creerse que se ha equivocado
por lo que Abram y Lot le darían de lado.
Para evitar la cosa pensó ser necesario
enviar a su pueblo a modo de emisario
a alguno de sus ángeles, que en tono autoritario
les anuncie catástrofes, como el telediario.
Y comienzan con Lot, algo desprevenido,
al que le comunican, como padre y marido,
que se largue de allí, que Yahvé ha decidido
que todo alrededor quedará destruido.
Y Lot, todo asustado, a los suyos convoca,
les comenta la cosa que a todos descoloca,
pero sus yernos creen que les habla un masoca
y se alejan diciéndole que no abra más la boca.
Los ángeles, al ver que no les han creído,
esos desaprensivos, una vez que se han ido
le insisten al buen Lot, que sí les presta oído,
que se lleve a los suyos sin hacer ningún ruido.
Y también les previene de andar para adelante,
no mirar hacia atrás y así nadie se espante,
pues Yahvé ha dispuesto castigo alucinante
y el que no le haga caso, pues nada, que se aguante.
Y nada más marcharse comienza ese castigo
desde el cielo Yahvé, rascándose el ombligo,
y dado que arrasar nunca le importa un higo,
hace que caiga fuego sobre el pueblo enemigo.
La familia de Lot ya se encuentra alejada,
todos a buena marcha, unidos cual manada,
pero no su mujer, que es muy maleducada,
la cual, nada obediente, echa atrás la mirada.
Y apenas lo hubo hecho se produce el evento:
queda paralizada, está sin movimiento
y Lot, al no escucharla, se pone muy contento
pues piensa que lo deja libre por un momento.
Pero al darse la vuelta le invade un estupor,
la ve del todo quieta, se teme lo peor,
la toca y nota en ella un extraño sabor,
sabe a sal desde el pelo hasta el miembro inferior.
“Desde luego, se dice, siempre ha sido mujer
con enorme salero, pero este acontecer
me deja estupefacto, pues no puedo creer
que esté callada y quieta sin quererse mover”.
Al verla ya de estatua, que ya no se movía,
la deja allí plantada y se va en compañía
de dos hijas que tiene, pensando si es buen guía
un dios tan truculento del que ya desconfía.
Se instalan en un monte, no quiere más ciudades,
piensa que los vecinos solo aportan maldades,
eligen una cueva de entre mil oquedades
y allí viven atentos a sus necesidades.
Pasados unos años, la mayor de sus hijas
le dice a la menor: “Titi, si bien te fijas,
nuestro papi ya es viejo, solo come torrijas,
si piensas de otro modo, quiero que me corrijas.
Dado que aquí no hay tíos, no podemos ligar,
ni tener descendencia, y me puse a pensar
que a papi convenzamos a ocupar su lugar,
y si a eso se opone, lo hemos de emborrachar.
-Me parece muy bien, una idea excelente,
aunque a primera vista parezca repelente.
Además, este asunto lo ignorará la gente,
¡vamos a emborracharlo y así mejor le siente!”.
Aquella misma noche se inicia la faena,
primero la mayor, dado que está muy buena,
y luego la pequeña, que en la cosa se estrena,
y pasadas dos noches Lot está hecho una pena.
No se enteró muy bien del esfuerzo que hizo,
si la cosa fue dura o si le satisfizo
pues nunca tuvo fama de ser alguien macizo,
pero sin duda alguna debió rizar el rizo.
Regresemos a Abram, el marido emboscado
quejándose a Yahvé, mirándolo de lado,
recordando el suplicio de lo que le ha pasado
en el dichoso Egipto cual cornudo afamado.
Sabida la conducta de Sara en otro lecho
reconoció Yahvé golpeándose el pecho
haberse equivocado permitiendo tal hecho
y la devuelve a Abram, que queda satisfecho.
Ya junta la pareja, hicieron lo debido
y uno y otro olvidando lo que habían vivido
se centran con pasión en lo de la libido,
pues no tenían hijo, al menos conocido.
Y tenían que hacerlo sin perder un momento
y aunque Sara era bella y en la cama un portento,
Abram siente una angustia: “¿tendré un impedimento?,
pues ya tengo mis años, voy a cumplir los ciento”
Pero se sobrepuso, cumplió con su deber
y tuvieron un hijo como debe de ser:
el parto no tardó, aunque era de prever,
y lo circuncidaron al poco de nacer.
Pero Yahvé en sus órdenes es bastante insistente
y, siguiendo su norma, vuelve a él de repente
repitiendo otra orden a modo de teniente,
que el pobre Abram acata cual dócil penitente.
Le dice: “Coge al hijo que tienes tan mimado
y llévatelo a un monte que esté muy elevado
para así ver de cerca que, habiéndote creado,
soy el dios al que debes servir con gran cuidado.
Debes sacrificármelo a modo ritual
si no quieres que yo tome la cosa a mal,
y aunque consideraras mi petición brutal,
que así lo pida un dios es algo habitual”
Al monte se dirigen sin nada alimenticio,
el padre meditando que vive un maleficio
y el hijo no entendiendo que, yendo a un sacrificio,
no lleven un cordero para aquel santo oficio.
Y a su padre pregunta lleno de confusión:
-Papi, no te supongas que sea un gran glotón,
pero sí que salíamos en alegre excursión;
sin embargo, llevamos caminando un montón
y el no llevar cordero no tiene explicación.
El padre, algo azorado, le dice: “Sigue andando,
que Yahvé nos ayuda siempre o de vez en cuando,
y nos dirá más tarde cuando estemos llegando
lo que habremos de hacer. No sigas preguntando”.
Ya no pregunta más ese hijo insolente
y, llegados al sitio, ese papá obediente
le ordena levantar un altar de repente
y dice : “Ponte ahí, y no mires de frente”.
Y sin detenimiento se saca del bolsillo
con determinación un enorme cuchillo,
el que suele usar matando al cochinillo
dispuesto a degollar a su tierno chiquillo.
Procedente de arriba se escucha de repente
una terrible voz que le dice: “Detente,
no sigas más, que veo que eres un inconsciente
e ignoraste la idea que yo tenía in mente”.
Al oír esos gritos Abram salta de gozo,
desata a su Isaac (así se llama el mozo)
y lo abraza mil veces con enorme alborozo
diciendo “menos mal que salí de este pozo”.
Acto seguido escucha un potente balido
de cabra o de cordero en el monte perdido,
se dirige hacia él con aire decidido,
y lo arrastra hacia sí por los cuernos asido.
-Mira, mira, Isaac, qué bonito cordero.
– Es cabra, pues conoces, o al menos eso espero,
que la cabra va al monte en busca de un tercero,
haciendo así cabrones con cuernos como apero.
La cosa ya aclarada, se escucha desde el cielo
un vozarrón que dice: “Obraste con recelo,
pero has podido ver, si no eres un canelo,
que te quise probar, ¡no me seas mochuelo!
Así que, ya probada tu total obediencia,
voy a recompensarte con otra descendencia
que te venerará, aunque con displicencia,
por aguantar mis órdenes con enorme paciencia “.
Y Yahvé, que promete de forma impetuosa,
apenas muerta Sara, le procura otra esposa
que en lo de procrear se muestra muy ansiosa
y le parió seis hijos, sí, como si tal cosa.
Abram no tardó mucho, casi bicentenario,
en estirar la pata, dado lo extraordinario
de su fogosidad. Murió en el urinario
cogiéndose la cosa como hacía a diario.
Cuando estuvo en Egipto y entretanto que Sara
iba de macho en macho aunque no le agradara,
Abram no estuvo ocioso y con toda la cara
va y se lía con una, la cosa no es tan rara,
que también le dio un hijo al que llamó Ismael,
otro bello muchacho, un gracioso doncel,
y otros no conocidos, pues los tuvo a granel,
que lo reverenciaban, o eso pensaba él.
Según se lee, cumplían la multiplicación
siguiendo los mandatos de ese Yahvé mandón,
tan pronto se encontraban encima de un colchón,
produciéndose así la proliferación.
6) Esaú y Jacob
Eran nietos de Abram por parte de papá,
hijos del primogénito, es decir de Isaac,
que es de esa gran familia al que mejor le va
y va teniendo hijos por aquí y por allá.
Esaú y Jacob son los más conocidos,
cuyas labores fueron, cuando hubieron crecido,
Isaac cazador, que era muy decidido
y Jacob, menos arduo, sin salir de su nido.
Y por esa tendencia hacía la cocina
elaborando guisos con carne y con cecina,
y cualquier alimento que se hace con harina,
cuyo olor ya apetece al que allí se avecina.
Un día le salió un menú apetitoso
cuando Esaú volvía de cazar sudoroso,
y a su hermano le pide un tanto impetuoso
que le sirva comida, pues huele a muy sabroso.
Y Jacob, que es muy pícaro, viéndolo en apretura,
le dice sonriendo: “De acuerdo, criatura,
pero a cambio de darte de comer con hartura
me tendrás que ceder la primogenitura”.
Muerto de hambre, Esaú, un joven no muy cuerdo,
mientras que ya zampaba le dijo estar de acuerdo
con la boca repleta de chuletas de cerdo
y soltando también algún que otro regüeldo.
Hecho el curioso trato y los dos muy contentos,
prosiguieron sus vidas sin otros pensamientos
que disfrutarla a tope a ritmo polvoriento,
sin tener Esaú ni un mal presentimiento.
Pasados unos años, Isaac ya está viejo,
examina su cuerpo y solo ve pellejo,
ya está por los cien años según ve en el espejo
y piensa: “ A Esaú todo ya se lo dejo”.
Está ya medio ciego, apenas ve ya nada,
llama a Esaú gritando, que está con su manada,
le dice que cocine lo que a él más le agrada,
chuletas de cabrito con algo de ensalada.
Rebeca, la mamá, escucha ese recado
y le cuenta a Jacob, que está un tanto alelado,
que traiga ese menú que el padre ha ordenado
que ella se ocupará de tenerlo aliñado.
Le cuenta la razón de pedirle tal cosa
que a Jacob le parece en principio asombrosa,
y acepta, pero teme que sea peligrosa,
pues si nota que hay cambio lo mandará a la fosa.
–Pues sabe que ambos somos del todo diferentes,
él tiene una voz ronca, la mía ni se siente
y, si algo le extraña y escucha atentamente,
acabará pensando que hay alguien que le miente.
Y no digamos nada si me toma una mano,
mi piel es pura seda, la de él es de un marrano,
y en cuanto a nuestra ropa, de invierno o de verano,
yo visto como un príncipe y él va cual aldeano.
Responde la mamá: “Todo lo arreglaré,
no tengas ningún miedo, que yo te vestiré
con ropa muy agreste y guantes que tiré
porque picaban mucho, regalo de Yahvé”.
Ya todo preparado Jacob con cierto brío
se dirige a su padre gritando “¡Padre mío!
¡Qué gusto me da verte, pues pareces un crío,
y ser de quien yo obtenga todo su señorío!
Y ahora cómete lo que te he preparado,
verás que te he traído lo que tú has ordenado,
sé que te gustará, que será de tu agrado
y si así me merezco heredar tu legado”.
-Es verdad, está muy bueno, ¡Qué pronta fue la caza!
-Es que el propio Yahvé, que nada me rechaza,
vino a echarme una mano e incluso despedaza
la carne que te traje, carne de buena raza.
-Pues bien, acércate para poder palparte
y comprobar así que actuaste sin arte.
Pero no, pues tu piel me ha picado al rozarte,
eres, pues, Esaú, te mereces tu parte.
Y sin más le cedió esa progenitura
al tramposo Jacob, que actuó con finura,
sin que Yahvé, consciente de aquella travesura
le advirtiera del timo de Jacob el figura.
Apenas realizada aquella transacción,
el ingenuo Isaac llega de sopetón
y a su padre le ofrece, henchido de emoción
aquella comilona que le costó un pastón.
Y una vez enterado por su progenitor
de la suplantación de su hermano menor,
empieza a decir tacos contra el dios protector
que deja hacer lo suyo a cualquier malhechor.
El timado Esaú se ha quedado perplejo,
de chico muy simplón siempre tuvo complejo
y para ver si es cierto va y se mira a un espejo
y ve cara de tonto con un triste entrecejo.
Y, como es natural, se coge un gran cabreo
que, como es a su hermano, lo llama jacobeo,
y se dirige a él y se arma un gran jaleo
reprochándole el acto: “Lo que has hecho es muy feo.
Y me las pagarás, hijo de la gran puta.
Si crees que llevarás en esto la batuta,
mejor es que te largues, que tomes otra ruta,
así que lárgate, lo más cerca a Calcuta”.
Al oírlo, Jacob se pone en movimiento
sin mostrar desde luego ningún remordimiento,
iniciando el trazado al que le empuje el viento
que cree que es lo mejor para un asentamiento.
Llegada ya la noche y un tanto fatigado,
busca donde dormir yendo de lado a lado,
pero dado que está en un lugar aislado
sólo encuentra un mesón y está todo ocupado.
Maldiciendo a Yahvé con palabras groseras
va buscando un lugar de buenas a primeras,
con su mente ideando mil tipos de quimeras
de lo que va a pasar si por allí habrá fieras.
Después de meditarlo decide finalmente
quedarse en cualquier sitio por más que no haya gente
y coge lo primero que encuentra de repente:
una piedra suave donde posar la frente.
Y tumbado en el suelo empieza a dormitar,
después de unos ronquidos va y se pone a soñar
que está tocando el cielo (son cosas del azar)
y vienen unos ángeles de aspecto singular.
Bajan por una escala por más que son alados,
serafines, arcángeles y más por todos lados
con rostros juveniles un poquito alelados
y cantando unos himnos que sonaban a fados.
Se acercan dando vueltas escoltando a Yahvé,
que le dice a Jacob “¿Cómo se encuentra usté?”
Jacob, patidifuso, le responde “Ya ve,
un poquito cansado de haber venido a pie”.
–Lo entiendo, pero escucha, yo soy el creador
de todo lo que existe y ves alrededor,
así que a mí me debes respetar con fervor
si no quieres, mocito, llevarte la peor.
Así que, si obedeces con total sumisión,
te favoreceré, ganarás un montón,
tendrás muy buenos puestos así, sin ton ni son,
con tal que cada día me reces la oración”.
Lanzado este mensaje, Yahvé se vuelve al cielo
seguido de sus ángeles formando un gran revuelo,
y Jacob, que aún se encuentra tumbado por el suelo,
se pone a meditar la cosa con recelo.
Piensa que lo ocurrido pudiera ser verdad,
pues siendo analfabeto toda la irrealidad
tiene su fundamento, como la oscuridad.
y lo menos costoso es la credulidad.
Y después de pensar lo que le viene in mente,
dice: “Si esos bienes me llegan de repente,
si no me falta nada le seré buen creyente,
pero si era una broma, que busque otro inocente”.
Después de esta experiencia reanuda su camino
y de pronto se encuentra (son cosas del destino)
con una tal Raquel con un cuerpo divino
hija de un personaje del cual él es sobrino.
Viene con su rebaño, le gusta ser pastora
y así pasar la vida gozando a todas horas,
y al ver a Jacobito que al mirarla se azora,
exclama “¡Primo mío, vas a enterarte ahora!
Lo coge de la mano y lo lleva a su casa,
al llegar a la puerta le grita : “Pasa, pasa,
mi padre se pondrá, aunque es de risa escasa,
contento al reencontrarte, no lo digo de guasa.
En efecto, ese tío que se llama Labán,
lo estrecha entre sus brazos: “¡Coño, un nieto de Abram!
¿Y cómo están tus padres, sus cosas cómo van?
Y tú ¡qué guapo eres, qué pinta de galán!
Así que quédate, desde hoy eres mi ahijado,
vivirás con nosotros según te hayas portado,
y empiezo a encomendarte que cuides el ganado
y si todo va bien serás recompensado”.
Pero Jacob impone esta otra condición:
que le entregue a Raquel y eso sin discusión,
pues desde que la vio le ardió su corazón
y que sea su esposa es la mejor unión.
Pero Labán no acepta y afirma con rigor
que se case con Lía, que es la hija mayor:
debe seguir la ley que dicta el superior
si desea gozar de una vida mejor.
Al oír tales cosas Jacob mudo se queda,
y piensa que se hará como mejor proceda,
así que se actuará según gire la rueda
y llevar una vida que soportar se pueda.
Así que, obedeciendo, se emparejó con Lía,
a la que embarazó ya desde el primer día,
pero sin olvidar a la que más quería,
que también le dotó de numerosa cría.
Una y otra sumaron copiosa descendencia,
pues ambas se emplearon con furiosa indecencia,
de modo que Jacob acabó en impotencia
de tanto dar placer a dicha competencia.
De allí surgen las tribus de Israel tan famosas,
se cree que fueron doce, no están claras las cosas,
pues Jacob se acostó no sólo con esposas,
también con sus sirvientas a las que ve algo ansiosas.
Pues entre ambas hermanas había enemistad,
su herencia dependía de su fertilidad,
y para no perder ni por casualidad
tiraron de sus mozas para su prioridad.
Así que el pobre hombre se pasó muchos años
follando a todo trapo, sin pensar en los daños
que pudieran surgir y formando rebaños
que aun formando familia se miran como extraños.
Las disputas surgieron entre primos o hermanos,
ya no se saludaban, llegaron a las manos
se insultaban con furia, llamándose marranos,
sin pensar en su padre, que ya era muy anciano.
Estaba de sus hijos harto, desesperado
de sus continuas luchas, robándose el ganado,
y también de Yahvé, que lo tiene agobiado,
en fin, está hecho polvo de los que había echado.
Y por si fuera poco su nombre ha de cambiar,
Jacob parece pijo, no de hombre a respetar,
así que el dios de siempre lo vuelve a bautizar
y le pone Israel para hacerle rabiar.
7) José
La última disputa que soportó Israel
fue entre sus propios hijos en lucha sin cuartel,
pues todos suponían que el mejor fuera él
en recibir la herencia y no el otro o aquel.
Todos eran iguales en sus aspiraciones,
querían lo mejor en las reparticiones
y hablan mal de su padre sin más contemplaciones
el cual ya estaba de ellos hasta, sí, los cojones.
Un día está con ellos cuidando del ganado
José, que es el pequeño y por eso el mimado,
que escucha silencioso el irritante enfado
que tienen con un padre al que miran de lado.
Y también a José, al que empiezan a odiar
y a mirar con desprecio, como era de esperar,
sobre todo después de atreverse a contar
un sueño que ha tenido y que invita a escuchar.
“Soñé que en plena noche llena de oscuridad
aparecía el sol con gran intensidad
para alumbrar mis pasos con plena claridad
y a vosotros mostraros mi superioridad”.
Al oírlo se quedan que no saben qué hacer
si mandarlo a la mierda o hacerle enmudecer
para siempre y así piensan el proceder
que deben emplear para este menester.
El método ideado es arrojarlo a un pozo,
manera que de entrada aceptan con gran gozo,
y en medio de risitas y con gran alborozo
se ponen a arrojar a ese estúpido mozo.
Pero entonces Rubén, uno de sus hermanos,
les dice que es mejor no ensuciarse las manos
y venderlo a unos tipos con pinta de egipcianos
que pasan por allí cantando gregoriano.
La idea es aceptada, piensan que es lo mejor,
puesto que si lo matan tendrían pavor,
mientras que si lo venden, y si es al por mayor,
sacarán unas pelas para el retrovisor.
Conducido hasta Egipto, el pobre de José
fue vendido de nuevo sin que el digno Yahvé
intercediera en nada, diría “¿Para qué?
si en la vida hay de todo: para eso la creé”.
Una vez en Egipto y nada más llegar
lo compró un gerifalte llamado Putifar,
no se sabe por qué, pero es de sospechar
que llamándose así es fácil acertar.
Quizás era putero que va de farra en farra,
amante de gozar con tipas algo guarras,
y también con chavales fueran o no macarras
gastando un dineral, subiéndose a la parra.
La cosa no está clara, pero este Putifar
le tomó un gran afecto y lo acogió en su hogar,
lo hizo mayordomo , le hizo progresar
y fue muy apreciado y causa de envidiar.
Pero surgió un problema: pues ya desde el inicio
su mujer, Putifina, lo puso a su servicio
y como era una hembra muy amante del vicio
decidió aprovecharse de ese casto novicio.
Y comenzó a invitarlo a venir a su lado,
ya fuera en el salón o en algún sitio aislado,
sin reparar en nada, sin el menor cuidado,
lo que al pobre José lo tiene preocupado.
Y sucedió que un día se lo llevó consigo
hasta su habitación, pensando “¿Y si consigo
obtener de este mozo tan esquivo conmigo
que me dé lo que busco como hace un buen amigo?”.
Así que una vez dentro lo arrastró hasta su lecho,
la ropa se quitó para mostrarle el pecho,
ante lo cual José, que era un poquito estrecho,
salió huyendo de allí llegando hasta un barbecho.
Tan rápido salió, que le voló su manto,
mas no volvió a cogerlo dado su gran espanto,
ella salió tras él diciendo “esto no aguanto”,
y se puso a gritar lanzando un falso llanto.
Le dijo a su marido: “Ese desvergonzado
se quiso aprovechar cuando estaba a su lado
creyendo que la cosa sería de mi agrado
y empezó a desnudarme el muy mal educado.
Yo comencé a gritarle, a retirar sus manos
y al verme furibunda estando tan cercano,
empecé un griterío que asustó a ese villano,
que se puso a correr cual caballo alazano”.
Al oír el marido el cuento de su esposa,
temió que de su testa surgiera cierta cosa,
la misma que a los toros cuando se les acosa,
y salió tras sus pasos con intención furiosa.
Una vez atrapado, pues no llegó muy lejos,
le dijo: “Te has portado, so incívico pendejo,
de forma vergonzosa huyendo cual conejo,
pagarás en la cárcel tu indecente cortejo”.
Pasó un tiempo entre rejas, pero él tan campante
al recibir buen trato de sus dos vigilantes,
que tienen unos sueños un tanto extravagantes
que José les explica cual sabio nigromante.
Lo que le dio gran fama, y como el faraón
también tiene unos sueños con gran perturbación,
quiere también tener una interpretación,
y manda que lo traigan ante él sin dilación.
José, cuando se ve ya frente al soberano
se queda pensativo si ha de echarle la mano
o quedar de rodillas al uso franciscano
hasta que aquel le indica que se siente cercano.
Pues ha sido llamado para que le interprete
un sueño que ha tenido: estaba en el retrete
y se quedó dormido en medio del apriete
soñando que se hallaba por campos de Albacete.
Pastaban por allí siete vacas hermosas
que fueron atacadas por otras lastimosas
que con gran apetito y miradas ansiosas
dieron cuenta de aquéllas de unas formas lustrosas.
A pesar de lo cual, siguieron esqueléticas,
como si prosiguieran unas vidas ascéticas,
lo que le hizo tener ideas hipotéticas
de tener contenido de amenazas proféticas.
-Es un sueño curioso, lo sé por experiencia,
pues he tenido muchos desde mi adolescencia
y me matriculé en esa docta ciencia,
que estudian los sicólogos que explican evidencias.
Pues bien, en esos sueños , querido faraón,
tus dioses te previenen con anticipación
que vendrán unos años de gran ostentación
seguidos de otros tantos de total abstención.
Debes tenerlo en cuenta y tomar precauciones,
aquellas vacas gordas anuncian vacaciones,
pero las esqueléticas continuas privaciones,
así que lleva todo con un par de cojones”.
Quedó muy convencida de la interpretación
aquella corte egipcia, y más el faraón,
que quedó pensativo, dada esa situación,
si darle un alto cargo como compensación.
Al cabo de un minuto, o quizás de repente,
dado que el gran Yahvé alumbra cualquier mente,
el faraón decide poner a José al frente
de todos sus asuntos, pues lo ve inteligente.
Pero ahí no se acaba su generosidad,
también le dio una esposa bonita de verdad
que además pertenece a la alta sociedad,
y por si fuera poco, de gran fogosidad.
A la que en poco tiempo le nacieron dos hijos,
se pusieron a hacerlos los dos a piñón fijo
y además en la época de productos prolijos,
de modo que ninguno les naciera canijo.
Durante aquellos años de fértil abundancia,
Egipto obtuvo fama por esa exuberancia
y hasta allá van llegando, daba igual la distancia,
pueblos necesitados en busca de sustancia.
También el de Israel, que de todo escasea,
hasta Egipto va en busca a modo de odisea
de cualquier provisión y con la gran tarea
de llevarla a su tierra de la forma que sea.
Así que los hermanos del José poderoso
se presentan ante él, que los mira curioso
de que no lo conozcan y queda sospechoso
de que crean que está en eterno reposo.
La sorpresa fue grande una vez frente a frente,
José los fue tratando de forma prepotente,
sin llegar a decirles que de ellos es pariente
y les hace que paguen por su acción precedente.
Al cabo de algún tiempo, se arreglaron las cosas,
a la ira inicial le siguió otra de rosas,
pues hicieron las paces de formas armoniosas
y recibieron bienes y ganancias cuantiosas.
Vueltos a su lugar a su padre le cuentan
la odisea vivida, con datos que se inventan
para darse más pote, y el padre experimenta
su alegría más grande pasados los noventa.
Y decide ir a Egipto para ver a José
al cual creía muerto: el ubicuo Jahvé
nunca le ha contado, él sabrá por qué,
la odisea vivida que apenas se cree.
Y allá que se encamina colmado de ilusión,
y en cuanto que se ven se dan un apretón
que dura unas dos horas, lo cual al faraón
asistente al encuentro le llena de emoción.
Les permite quedarse y llevar buena vida,
les concede favores, les ofrece corridas
con tal de que se traten tras la vida vivida
sin más enfrentamientos o los echa enseguida.
Una vez padre e hijo en dulce compañía
pasados unos años, llegó el nefasto día
en que Jacob sintió que su final venía,
y a José comunica los planes que tenía.
No quiere que sus huesos queden en tierra extraña,
sino que los entierren en su antigua cabaña,
se lo dice llorando, no como quien regaña,
pidiendo a un camarero que le ponga una caña.
Una vez consumida llegó su último día
dejando a sus parientes ( no a todos los quería)
algunos apenados, otros con alegría,
pero obedientes todos, como antes sucedía.
Una vez acabada la famosa odisea
de aquella gran familia, José ya no desea
llegar a ser muy viejo, y además ya cecea
y por si fuera poco también se tambalea.
Así que siendo ya un débil centenario,
ya con ciento diez años según su calendario,
Yahvé exige su muerte con acta de notario
y él no puede oponerse al dios autoritario.
8) Moisés
(Nota del editor: este capítulo lo escribió el autor con anterioridad, de ahí la distinta voz narrativa y otras posibles diferencias.)
Por lo que en la Biblia leo
Moisés fue de padre hebreo,
y además nació en Egipto
tierra de un Ramsés estricto,
que, harto de esos emigrantes,
muy molestos habitantes,
mandó que se les matara
y que allí nadie quedara,
empezando por los niños,
fueran negros o lampiños,
ignorando el tal Ramsés
que entre ellos está Moisés.
Su madre, muy asustada,
se dijo «no pasa nada:
voy a meterlo en un cesto,
bien tapado, bien dispuesto,
y lo lanzaré en el Nilo:
¿existe un mejor asilo?»
Y allí que mete al bebé,
muy confiada en Yahvé.
Allí lo encontró la hija
de Ramsés, chica muy pija,
que solía ir a bañarse
(lo prefería a ducharse),
y enternecida ante el crío
se dijo «diré que es mío
y si se da la ocasión,
quizás llegue a faraón»
Y en la corte con primor
hasta que ya fue mayor.
fue criado tiernamente,
hasta que cumplió los veinte.
No se tienen noticias del resto de su infancia:
quizás por anodina no se nos dice nada,
quizás porque fue un golfo de vida disipada
o quizás porque fue de gran irrelevancia.
Ya siendo un jovenzuelo la Escritura nos cuenta
que un día, paseando, quedóse horrorizado
al ver cómo azotaban a un hebreo amarrado
sin compasión ninguna, de forma muy violenta.
Y al ser muy compasivo, no pudo soportar
que a ese pobre indefenso le dieran tanta leña,
por lo que a su defensa se decide y empeña
y a aquel maltratador comienza a preguntar:
¿Eh, tú, hijo de puta, por qué tanto le arreas?
Y el otro le responde: ¡Qué cojones te importa!
Y Moisés, que esos modos no acepta, no soporta,
le sacude una hostia (o quizás una oblea)
Ambos a dos se enzarzan en muy ardua pelea,
se dan golpes y golpes, se cogen de sus partes,
y, dado que Moisés en las marciales artes
es un gran campeón, lo deja que no veas.
Con su rival acaba de un tremendo guantazo,
y dado que en la corte era un gran protegido,
al enterarse que era el líder de un partido,
huye antes que Ramsés ordene echarle el lazo.
Perdido en pleno campo y lleno de pavor,
se dirige a un paraje donde le agobia el hambre:
no hay nada que comer, verduras ni fiambre,
y de pronto aparece un benigno pastor.
También es sacerdote, curiosa coincidencia,
que se apiada de él cual dulce protector,
y pues tiene una finca, lo pone de pastor
que cuide del rebaño. ¡Eso es clarividencia!
Y, como buen pastor, no se le escapa oveja,
las cuida bien a todas, ninguna se le escapa,
se ve que con el tiempo podrá llegar a Papa,
pues su benefactor de él no tiene queja.
Guardando ese ganado en un fin de semana,
sin otra ocupación que mirar el paisaje,
Yahvé se le aparece de forma algo salvaje
(pues Yahvé se aparece como le da la gana).
Y ha decidido hacerlo en una zarza ardiendo
sin que saliera humo, sin extenderse el fuego,
de modo que Moisés, que no comprende el juego,
se queda estupefacto y termina riendo.
De pronto oye una voz de tono tenebroso
que dice «¡No te rías, apaga ya esa risa!»
Y Moisés, asustado, de forma muy sumisa,
exclama: «¡Dime, dime, de oírte estoy ansioso!»
Y escucha estas palabras dichas solemnemente:
«Soy el Dios de tu padre, soy el Dios de Abraham,
de Isaac, de Jacob, que algo te sonarán,
y te vengo a anunciar algo que tengo in mente.
Te vengo a designar de mi pueblo el pastor
para que lo conduzcas mientras dure tu vida
a un lugar muy turístico, la Tierra Prometida,
de todos los lugares sin duda es el mejor.
Pues aun siendo un desierto, haré que de allí fluyan
muchas exquisiteces, mucha miel, mucha leche,
mucha carne y pescado fresco o en escabeche,
de manera que nadie de ese paraje huya».
Y termina diciendo: » Pues Yo soy el que soy,
y lo que Yo prometo ¡vivo Yo que se hará!»
Y Moisés, convencido de que esto así será,
se dice decidido: «Pues allá que me voy».
Recibido el mandato con tan firme mensaje,
Moisés no se lo piensa y a su pueblo convoca,
les cuenta mil ventajas que salen de su boca
para que no renuncien a tan dulce paisaje.
Todos quedan contentos, todos muy convencidos
de que al salir de Egipto quedarán liberados:
dejando ese país donde son maltratados
vayan adonde vayan serán bien recibidos.
Así que sin dudarlo su equipaje preparan
reúnen sus familias con la suegra incluida
(algunos así sueñan la Tierra Prometida,
ninguno que con ella en su mal no repara).
Pero nadie imagina que aquel gran faraón
no quiere desprenderse de tanta servidumbre,
pues no son unos pocos, son una muchedumbre,
y decide abortar la sacra expedición.
Así, pues, ha ordenado que no salgan de Egipto
y a su ejército ordena impedirles el paso,
no reparando el bobo que se debe hacer caso
a lo que ordena un dios en todo muy estricto.
Así que el gran Yahvé castigarlo decide
y le envía diez plagas todas ellas cruentas
(o quizás fueran más, no están claras las cuentas)
por mostrase contrario a aquello que un dios pide.
Así que el tal Ramsés ya bien escarmentado,
les deja que se vayan adonde quieran ir,
y ese pueblo elegido decide proseguir
el éxodo que nadie se había imaginado.
Pues lo que les espera no es ninguna bobada:
atravesar desiertos, pasar mucha calor,
que las suegras prosigan causando malhumor,
y otros muchos pesares, ¡pues no les queda nada!
El primer contratiempo fue llegar al Mar Rojo,
que les impide el paso, pues no saben nadar,
ni aún existen cruceros que les hagan gozar
y contemplar las costas cada cual a su antojo.
Así que lo primero que decide Moisés
es que para que a cabo se realice bien todo,
se deben alinear, unidos codo a codo,
en filas alineadas de dos o tres en tres.
Y empiezan a surgir muy grandes discusiones:
«tú aquí no te me arrimes, que yo a tí no te aguanto
tú, macho, lárgate, que me causas espanto»,
en fin, muchas disputas, turbulentos follones.
Una vez ya dispuestas las aguas a ambos lados
se adentran en el cauce en firme formación,
unos hablando poco, otros en oración
andando con prudencia, incluso alguno a nado.
Por fin logran llegar exhaustos a la orilla,
se ponen a aplaudir invocando a Yahvé,
todos muy satisfechos de lo bien que les ve
y soportando un sol que abtasa y acribilla.
Pues dan en el desierto, un lugar deslumbrante
que habrán de atravesar rezándole a Yahvé,
y al no tener camellos tendrán que hacerlo a pie,
lo que hace que se añore la vida que hacían antes.
En efecto, han llegado a un enorme desierto,
cuando se les habló de una tierra florida
que les haría a todos pegarse buena vida,
y sin embargo temen que su infierno se ha abierto.
Esa tierra feroz se llama Sinaí,
por donde ya caminan un tanto fatigados,
de aquella gran promesa ya muy desengañados
y todos preguntándose «qué coño hago yo aquí».
Se originan entonces grandes desilusiones,
se preguntan sin pausa qué hacen en esa tierra,
en aquel territorio, y además con la suegra,
y a producirse empiezan algunas deserciones.
El pobre de Moisés, un tanto confundido,
se ha apartado del grupo, está meditabundo,
y no queriendo oír a ese ruidoso mundo,
al monte Sinaí sudando se ha subido.
Se queda pensativo, en silencio sumido:
allí no se oyen voces y se pone a pensar
si Yahvé no ha querido una broma gastar
diciendo que ese pueblo es el pueblo elegido.
Y en medio de sus dudas, de un estruendoso trueno
salido de unas nubes que nadie se esperaba,
se oye una voz inmensa, no amable y sí muy brava,
que le empieza a soltar mil reproches sin freno:
«¿Pero cómo es que dudas de quien te ha designado
ser conductor de un pueblo, su líder y su guía?
¡No me fastidies, tío, sigue la misma vía,
que nunca me equivoco en quien he confiado.
Así que en adelante escrito en documento
te paso la conducta escrita en estas tablas:
no son ninguna broma, tampoco meras hablas,
son, querido Moisés, órdenes, mandamientos.
Y para que se vea que esto yo lo he mandado
para que nadie olvide cuál es su obligación
y se atengan a ello, que lo quieran o no,
las tablas son de piedra, y no papel mojado».
Moisés, al escucharlo, quedó un tanto confuso,
agarró aquellas tablas, leyó esas instrucciones,
y tras hacer después algunas reflexiones,
su aspecto mejoró, su gesto recompuso.
Y con ellas desciende de ese monte al instante,
y aun siendo cuesta abajo lo hace a paso lento,
ya que para bajar con tanto mandamiento
escrito sobre piedra se necesita aguante.
Pero dicha alegría se convierte en enfado
cuando ve que su pueblo, carente de decoro,
se había construido un gran becerro de oro,
ante el cual todo el mundo se muestra arrodillado.
Y Moisés se imagina que cierta mano negra
les quiere proponer seguir otro camino,
una vida carente de tanto desatino,
en vez de proseguir una vida tan perra.
Al ver tal situación se coge un gran cabreo
pues ve que todo el mundo está feliz, se alegra
aunque tengan al lado a su indomable suegra
y dice: «No es posible, no creo lo que veo».
Y preso de repente de un divino terror,
le arrea a ese becerro tal golpe con las tablas
que incluso hasta las suegras se han quedado sin habla
y ante tanto destrozo se temen lo peor.
Hecho lo cual, les echa una gran reprimenda:
«Os habéis vuelto locos, vais hacia un precipicio,
¿queréis seguir viviendo en territorio egipcio?
Si no es así, seguidme, el que guía es el menda».
Así de convencido ese pueblo tan manso
se pone a recoger las tablas astilladas
hasta recomponerlas todas bien ordenadas
y siguen el camino sin el menor descanso.
Y para bien premiar esa gran devoción
que ese elegido pueblo le muestra al gran Yahvé,
el dios, ya no queriendo mandar otro revés,
repite otros milagros, aunque con precaución.
Nada de alimentarlos de productos grasientos,
nada de solomillos ni costillas de cerdo,
ni que bebiendo vino les lleve a no estar cuerdos;
les va a proporcionar frugal mantenimiento
Así que desde el cielo les llueven chaparrones,
en grandes cantidades, como un diluvio nuevo,
eso sí, de agua dulce, que se la pone a huevo,
que el pueblo, precavido, almacena en porrones.
Pero como los dioses con poco se cabrean
y no olvidan ofensas, les manda otro castigo:
que maten a sus padres, a sus suegras, amigos,
para que, de este modo, su pecado bien vean.
Así que se reinician olvidadas disputas,
se saldan muchas cuentas y mueren en un día
más o menos tres mil obedeciendo al Guía,
siguiéndole sus pasos y pasándolas putas.
Y para que las tablas no se rompan de nuevo,
y que no se repita el pasado espectáculo,
manda que se protejan en firme Tabernáculo,
recubierto de oro aunque costara un huevo.
Hasta que al fin divisan la prometida tierra,
no como imaginaban: mirando lo que hay,
ven matojos, arbustos, algún que otro bonsai,
y al ver tal paraíso todo el mundo se aterra.
Quedan estupefactos contemplando el paisaje,
empiezan a dudar si seguir adelante,
pues tanto contratiempo no hay nadie que lo aguante
y dudan si valió la pena ese viaje.
De modo que deciden hacer una reunión
y discutir si deben seguir o echarse atrás
pues viendo lo que ven, y algunas cosas más,
contentos no los tiene la dichosa excursión.
Hay algunos que piensan que la vida anterior
mejor se soportaba cerca de las pirámides,
opinión que por poco no llega a ser unánime,
pues hay quien considera que la de ahora es mejor.
Y defiende su tesis diciendo que un mandato
que procede del cielo tiene más trascendencia
que la de un faraón, bajo cuya obediencia
ningún cielo se alcanza y sí un muy duro trato.
Oída tal razón un alguien descontento
levantando la voz cabreado responde
«Pero ¿qué dices, tío? ¿Es que no sabes dónde
y cómo estamos todos? ¿Y no es esto un tormento?
Pues, si no me equivoco, viviendo en ese Egipto
podías esquivar alguna faraonada,
pues nadie te acusaba, nadie sabía nada,
y ahora a la menor te oye un dios estricto.
Y si no lo obedeces o lo pones en duda,
prepárate, devoto, que en esta o la otra vida
algo te va a caer, pues Yahvé nunca olvida
y acaba castigando de una forma muy ruda».
Una figura surge con un rostro de esfinge
levantando una voz que a todo el mundo aterra
y que a todo el que escucha le recuerda a su suegra
por una hostilidad que nunca oculta o finge,
Y se oye de repente entre la multitud
provocando mutismo, miradas asombradas,
algunas maldiciones o leves carcajadas,
pero eso sí, a los yernos, les llena de inquietud.
Y empieza a resonar como un trueno feroz
que grita: «¡Ya estoy harta de tanto desacuerdo!
Tenéis que oírme a mí, que si mal no recuerdo
es a mí a quien Yahvé no levanta la voz.
Y quiere que sigamos sus divinos mandatos,
salvándonos a veces o dándonos castigo,
pero como es un dios yo ese camino sigo
ya que soy muy beata, así que sed beatos»
Moisés queda admirado ante tal elocuencia,
el resto se divide: o protesta o aplaude,
o dicen palabrotas o entonan algún laude,
y todos olvidando la divina sentencia.
Y Yahvé, estupefacto, no se puede creer
que unos cuarenta días se pasen discutiendo
sus divinos designios (en esto yo lo entiendo),
así que se cabrea y dice: » Van a ver…”.
Ya llevan discutiendo unos cuarenta días,
armándose entre ellos una cruenta guerra
entre primos y primas, entre suegros y suegras
(esto no cuesta mucho), y entre tíos y tías.
Mas, pensándolo bien, la cosa es divertida,
les dejaré que sigan con otras discusiones
mirándose con ira y dándose empujones,
ya que en mi paraíso la vida es aburrida.
En él todos son buenos, se goza todo el bien,
sin mezclar mal alguno, sin ninguna disputa,
todo el mundo se quiere, sean vírgenes o putas,
y todos se conocen, y saben quien es quien.».
Así que el pueblo hebreo, que aún no entrado en la Tierra,
sigue manifestando sus mil puntos de vista,
unos conciliadores, otros separatistas,
partido éste en que están (otra vez, sí) las suegras.
Y en esta situación, no se sabe por qué,
si es porque el espectáculo resulta entretenido
o porque aun siendo dios nunca se ha divertido,
que sigan discutiendo les concede Yahvé.
Así que determina que su pueblo discuta
un tiempo todavía, unos cuarenta años,
tiempo durante el cual se logren los apaños,
se olviden las ofensas, se acaben las disputas.
Y así, de esta manera, todos bien avenidos,
menos los que ya han muerto en esa larga espera,
o sea sólo nietos y sin suegras las nueras
gozarán de ese cielo que tienen prometido.
Y terminan entrando uno a uno o en grupo
escogiendo tal casa, tal iglesia o palacio,
sin precipitaciones, ocupando su espacio,
asignando Yahvé a cada cual su cupo.
Y mientras esto ocurre, ¿dónde se halla Moisés?
Pues resulta que el pobre ha sido castigado
porque al propio Yahvé lo tiene relegado
intentando un milagro que le sale al revés.
En efecto, un buen día de espantoso calor
y después de algún tiempo sin caer el maná,
a su pueblo le dice: «Tranquis, no pasa ná,
que como ya sabéis, soy vuestro protector».
Y a golpear se puso agarrando un pedrusco
con toda su energía una muy dura roca
pero sin invocar a Yahvé, como toca,
y el agua no brotó, el intento fue chusco.
Y por no respetarlo (es un asunto extraño)
creyéndose ya el líder de una etnia elegida,
Yahvé lo castigó el resto de su vida,
haciendo que durara más o menos cien años,
haciéndole vivir una vida muy negra,
nadie haciéndole caso, haciéndole de lado
sin gozar del poder con el que había soñado
y, por si fuera poco, al lado de su suegra.
Sus días se acabaron dentro de un manicomio,
maldiciendo a Yahvé, dando voces y gritos.
Esto no es un invento, pues consta por escrito
con todos los detalles en el Deuteronomio.
9) Josué
Al poco de morir el dichoso Moisés,
no queriendo dejar a su pueblo sin guía
y por si otro jefe llega y lo desvía
de los cielos desciende el glorioso Yahvé .
Y va y se aparece a un joven personaje,
al que todos aprecian cuyo nombre es Josué,
(Josu entre sus amigos cuando van al café)
al cual le comunica este altivo mensaje:
«Moisés, mi siervo, ha muerto , no sé si lo sabías,
y mi pueblo elegido necesita un pastor,
y he pensado que eres de todos el mejor
con la cara que tienes ¿o ya lo suponías?
Así que toma el mando, te marcaré el camino
que tendréis que tomar en cada situación,
y así siempre sabrás cuál es la solución
para no cometer el menor desatino.
Poneos, pues, en marcha: donde pongáis el pie
será dominio vuestro, y todo alrededor;
si os gusta, os lo quedáis, y si no es el mejor,
seguid, sin olvidar lo que os dicta Yahvé”.
Y sin pensarlo más, ese pueblo elegido
se pone a conquistar cualquier lugar que pisa,
da igual que sea desierto o litoral con brisa,
que sea democracia o pueblo sometido.
Así, van sometiendo sin ningún miramiento
a amorreos, jeteos, cananeos, jeveos,
(así se llaman ellos si están de cachondeo)
y en todos esos sitios logran asentamiento.
De aquellas grandes gestas fueron las más famosas
en las que cometieron acciones inhumanas,
dictadas por Yahvé porque le da la gana,
y hechas por sus creyentes sí, como si tal cosa.
Primero Jericó, cuyas fuerte murallas
cayeron derrumbadas tocando una trompetas
de cuernos de corderos (¿o eran escopetas?)
con el mismo estruendo que se oye en las fallas.
Pero para llegar ante dicha ciudad
se tiene que salvar un paisaje escabroso
y cruzar el Jordán, tan poco caudaloso
que a Josué le parece que es una nimiedad.
Pues es conocedor, ya tiene esa experiencia
de cuando con Moisés atravesó aquel mar:
allí sí había peligro aun sabiendo nadar,
allí sí fue precisa la divina asistencia.
Una vez que han llegado ante aquella ciudad
se ponen a tocar aquellos instrumentos
que suenan toscamente, con tonos muy violentos
y las murallas caen dada su mucha edad.
Pero se dio también un acto denigrante:
compraron a una espía, mujer nada ejemplar,
que pensó que su acto le va a proporcionar
suficientes ganancias pa’ tirar pa’adelante.
La encontraron muy pronto, pues era una ramera
que se encuentra en la calle mirando a aquel que pasa,
bien con ojos llorosos, bien en tono de guasa,
en fin, como es sabido, de esta u otra manera.
Fue quien dio información a esos asaltantes
de cómo conseguir lo que se proponían,
y, dado que lograron lo que allí les traía,
pudo salvar su vida de entre los habitantes.
Pues se pasó enseguida a destruirlo todo,
matando y masacrando a aquella población,
cosa que repitieron por su gran devoción
a un furioso Yahvé, un dios metomentodo.
Las conquistas siguieron, pues era su objetivo
obtener territorio para instalarse allí
la docena de tribus y conseguir así
reagrupar para siempre el pueblo fugitivo.
Una vez conseguida dicha repartición,
le viene el pensamiento al divino Yahvé
de qué puede servirle el ya viejo Josué
y piensa sin dudarlo: su desaparición.
10) Sansón y Dalila
Pero para afianzar las tierras en que vivan
deben hacer la guerra allá por donde iban
aguantándolo todo, da igual lo que reciban,
según el parecer de ese dios que hay arriba.
Y deben enfrentarse, y esto no es cachondeo,
contra diversos pueblos: los jetas o jeteos,
los del pelo canoso, llamados cananeos,
y los que ante las hembras actúan amorreos.
Como la lista es larga basta con los citados,
faltan los filisteos, que serán los burlados,
a los cuales Sansón les dio por todos lados
con los mismos esfuerzos que al jugar a los dados.
Nació tras un anuncio procedente del cielo
que dejó estupefactos a sus padres y abuelo:
lo anunció un angelito tras un raudo vuelo,
tanto que, aterrizando, casi acaba en el suelo.
Una rara advertencia les hizo el ser alado,
mensaje que a cualquiera dejaría alelado:
que no bebieran vino y más si es de alto grado
para que no pensaran que lo han imaginado.
El segundo mensaje fue igual de sorprendente
que dejó a la familia que les habla un demente:
que el que va a nacer no es un niño corriente,
vendrá con tanto pelo, que asombrará a la gente.
Y no deben cortárselo de ninguna manera,
por mucho que lo tomen porque fuera un hortera:
Yahvé se lo ha plantado como señal certera
de que será un gran hombre y no un tipo cualquiera.
Ya siendo un veinteañero abandona su hogar,
pues no se encuentra a gusto viviendo en tal lugar
y se va a Filistea, donde piensa ligar
pues le han dicho que allí es muy fácil follar.
Al poco de llegar conoce a una mocita
de la que se enamora y a casarse le invita,
pero al saber la cosa su familia se irrita,
no quieren tal pareja, pues no es israelita.
La moza está muy buena y se llama Dalila,
la cual con su belleza a Sansón encandila
y también a otros jóvenes, por lo cual la vigila
para que no se vaya con algún meapilas.
Y dado que es un joven de firmes decisiones
va a pedirla de nuevo echándole cojones,
y yendo hacia su casa, detrás de unos mojones,
aparece un león con malas intenciones.
Pero Sansón no huye, lo mira con bravura,
el bicho es muy peludo, pero no está a su altura,
se dirige hacia él y con desenvoltura
lo despedaza en dos sin ninguna ternura.
Observando el cadáver se queda sorprendido
de que entre el esqueleto le llega cierto ruido:
aparece de pronto de abejas un gran nido
con abundante miel que cata comedido.
Piensa que es un regalo venido desde el cielo,
como lo fue también el asunto del pelo,
mensaje que no captan ni el padre ni el abuelo
cuyos conocimientos carecen de alto vuelo.
De celebrar la boda llega el ansiado día
a la que acuden muchos, bobos la mayoría,
entre ellos treinta mozos de los que suponía
poder aprovecharse con una pillería.
Les promete pagar una gran cantidad
si aciertan de una frase qué expresa en realidad,
previendo que ninguno, dada su necedad,
sabrá el significado, dará con la verdad.
Puesto que no lo aciertan un gran furor les entra,
y sintiéndose mal por sufrir una afrenta,
a meditar se ponen de una forma violenta
para que sea Sansón el que pague esa cuenta.
Así pues, se dirigen a la recién casada,
a la cual amenazan de manera alocada
con destruir la casa y que no quede nada
si no dice el sentido de esa frase cifrada.
Sin más, va y le pregunta al chulo de Sansón,
que de aquel acertijo le dé la solución,
el cual se enfada un tanto ante esta intromisión
y dice que otro día dará la explicación.
Ella sigue insistiendo y así día tras día,
que hace a Sansón seguir más mudo todavía,
pero acaba pensando si lo mejor sería
decírselo por ver si callarla podría.
Conocido el secreto, se va inmediatamente
a contarles la cosa, incluso sonriente,
a aquellos filisteos, no muy ricos de mente,
que creen solucionar el asunto pendiente.
Ante Sansón llegados, le dan la solución,
le piden que les pague así, de sopetón,
lo que estaba pactado , y eso sin dilación,
quedando así resuelta aquella situación.
Mas Sansón no está presto a devolverles nada,
les dice que su esposa, al verlos asustada,
les dio la solución como única escapada
y eso no es acertar, eso es una guarrada.
Dichas estas palabras empieza a dar guantazos,
sus muy potentes puños golpean como mazos,
y aunque son unos treinta de corpulentos brazos
en unos diez minutos los deja hechos pedazos.
Ella queda espantada ante esa exhibición
y le hace esta pregunta: “Dime, cacho Sansón,
¿qué hiciste para estar así de fortachón,
vigor que apenas muestras en la penetración? “
Él duda unos instantes en darle una respuesta,
ya duda de su esposa, que un tanto ya molesta,
y no queriendo armar ninguna zapatiesta,
piensa que es bueno dársela y luego echar la siesta.
Y le dice la causa de tener tanto pelo:
“A punto de nacer descendió desde el cielo
un mensajero alado en frenético vuelo
diciendo que Yahvé, (en serio, no es camelo)
me daba una gran fuerza con esa cabellera
con la cual yo podría lograr lo que quisiera,
y de eso de pelarme ¡de ninguna manera!,
pues podría vencerme un tipejo cualquiera”.
Conocido el misterio de su enorme energía
y harta ya de Sansón al que ya no quería,
piensa cómo encontrar una peluquería,
pero no halla ninguna dado que no existían.
Y de pronto le viene curiosa solución:
dado que su marido es un gran dormilón,
procurará dormirlo cual ejemplar lirón
en la cama, ya roto después del revolcón.
Así desfallecido llama a cierto sirviente
le ordena que lo pele de forma conveniente
que se lo corte todo de la nuca a la frente,
y así, cuando se vea, que se sienta impotente.
Una vez hecho calvo, llama a los filisteos,
que deben acudir sin armar gran jaleo,
actuar con cautela, nada de cachondeo
porque si se despierta cogerá un gran cabreo.
Y en efecto, al oírlos, despierta sorprendido
y ve aquella manada haciendo mucho ruido,
se levanta y les grita con el puño extendido
que como no se vayan lo tendrán muy jodido.
Pero no ha constatado que ya no tiene pelo,
se queda sorprendido, se queda como lelo,
y al primer empujón que le dan con gran celo
termina derrotado, tumbado por el suelo.
Y empiezan a zaherirlo y a ridiculizar:
“Como ves no eres alguien tan duro de pelar,
te has librado por pelos, lo debes celebrar,
echa canas al aire, y pelillos al mar”.
Una vez que lo ven rendido e impotente,
deciden proseguir, actúan cruelmente,
le sacan los dos ojos, lo dejan invidente
y así, cegato y calvo, lo muestran a la gente.
Después es conducido a una cercana huerta,
lo atan a una noria cual mula patiabierta,
le ponen de comida cebada en una espuerta
y también un cencerro para que se divierta.
El grupo filisteo, muy chulo y prepotente,
aquella humillación no cree que es suficiente,
por lo cual lo pasean a modo penitente
para que pueda verlo ya sin pelo la gente.
Pasado cierto tiempo, el pelo le ha crecido,
lo que a los filisteos les pasa inadvertido,
y lo llevan a un templo al que el pueblo ha acudido
a que baile y actúe de modo divertido.
Para que no se caiga lo deben situar
entre un par de columnas, donde empieza a actuar
apoyando sus manos para así derribar
el templo, convirtiéndolo en ruinoso solar.
Allí murieron todos, incluido Sansón,
fue traído a su pueblo, que llora de emoción,
enterrado en la tumba de su generación
pues lo querían mucho, las cosas como son.
11) David
Ahora toca ocuparse del más grande adalid,
personaje famoso que venció en toda lid,
muy célebre en Judea y hasta en Valladolid:
al que miles de hembras llamaron “mi David”.
Es de los siete hermanos el último, el menor,
al que como trabajo le toca ser pastor,
su padre no ha pensado cualquier otra labor
pero David medita que quizá es lo mejor.
Militar, por ejemplo, como sus seis hermanos,
muy fuertes, algo bestias, hasta casi inhumanos,
que fueron al ejército, que solo usan las manos
para dar bofetones a fulano y mengano.
David, por el contrario, además de rascarse
las emplea también para a sí amenizarse
tocando un instrumento , que cabe imaginarse
que lo es musical, no para masturbarse.
Y puesto que es muy bueno, no hay nadie como él,
llega un día a su casa el profeta Samuel,
por supuesto, enviado por el divino Aquel,
que le anuncia un futuro del más alto nivel.
Pasados unos años se repiten las guerras
contra los filisteos, que en tal cosa se emperran,
y los manda un coloso, el único en su tierra
de nombre Goliat, cuya figura aterra.
Pero en vez de batallas se propone un torneo
y el pueblo que lo gane tendrá como trofeo
que el que sea vencido acepte sin rodeo
ser esclavo del otro y sufra un ninguneo.
Al pueblo israelita le ha entrado un gran pavor,
pues en el otro bando se escucha un gran clamor
ya que eligen a un tipo de un enorme vigor,
al anterior citado, al que ven vencedor.
No sabiendo qué hacer si aceptar tal pelea,
metidos en un lío que ninguno desea,
se escucha de repente a un alguien que vocea
para que todo el mundo de su tribu lo vea.
Es David, que se presta muy decididamente
a salvar a su pueblo pues su mal no consiente,
lo cual alegra mucho a toda aquella gente
que comienza a gritar: “¡Adelante, valiente!”.
Le quieren colocar una férrea armadura,
pero piensa que así se verá en apretura
y prefiere luchar con la mayor holgura
porque, además, así lucirá su figura.
Por lo cual se decide, ya que ha sido pastor,
armarse de unas piedras, pensando que es mejor
combatir a distancia, y si es el perdedor,
salir echando leches, pues es buen corredor.
A verlo armado así, Goliat se imagina
que su rival o es tonto o una trampa maquina,
se cachondea al verlo y en pose masculina
hacia él se dirige con mirada asesina.
Al verlo así David, piensa que es la ocasión
de iniciar la pedrea con determinación,
y coge entre sus piedras la mejor del montón
que le lanza a la testa con mucha precisión.
Goliat cae al suelo tras un golpe tan fuerte,
nadie duda que el golpe le ha causado la muerte,
y dado que su tribu en líder lo convierte
David, emocionado, exclama “¡jo, qué suerte!”.
Es llamado a la corte gracias a su victoria,
Saúl, el rey, lo acoge y abraza con euforia,
pues piensa que con él será mayor su gloria
y sin tenerlo al lado no pasará a la historia.
También es recibido con los brazos abiertos
por su hija, una moza de deseos despiertos
y muy pronto se unen, pues ambos son expertos
en líos amorosos apenas encubiertos.
Romance que a Saúl, un tanto postergado
por esa relación que lo tiene alelado,
es razón conveniente no tenerlo a su lado,
y mandarlo a la porra en un desierto aislado.
Así que es expulsado sin ningún miramiento,
pensando que a ese chulo le sirva de escarmiento,
y también a otros más que tiene descontentos
y sienten por David mayor acercamiento.
Pasados unos meses se repiten las guerras,
como suele ser norma para ocupar más tierras,
entre los filisteos, que en guerrear se emperran,
y los israelitas, que piensan ganar perras.
Son estos los que vencen batalla tras batalla,
sus rivales luchando no suelen dar la talla,
eso sí, el rey Saúl, sentado en la muralla,
vitorear no puede, su corazón estalla.
En efecto se muere y se origina un lío
pues con su muerte el trono se va a quedar vacío,
y habrá mil pretendientes que digan “¡eh, que es mío!”
y otros que les respondan “¡pero qué dices, tío!”.
Para que no haya caos ante tal confusión,
A David, de inmediato, se le ocurre esta opción:
que, vistas las disputas, la mejor solución
es tener un rey fuerte, como él, un campeón.
Pero no todos piensan de la misma manera,
incluso hay quienes creen que es un tipo cualquiera
y prefieren un hijo de Saúl, el que fuera,
al David orgulloso temiendo lo que hiciera.
Lo que va a provocar entre la población
una rivalidad ante esta división,
y empiezan las peleas en plena confusión
sin que Yahvé, en su cielo, haga una aparición.
Los que a David prefieren no dudan ni un instante:
sin pensárselo más matan a aquel infante,
y acuden ante el jefe en actitud triunfante,
pero David opina que es un acto infamante.
Y manda ejecutarlos, pues no ve conveniente
que así se ocupe un trono, pues tendría a la gente
contraria a su mandato, la tendría de frente,
como ocurrió otras veces si la historia no miente.
Así, sin más ni más, se hace con el poder,
le crecen allegados como era de prever,
ya no tiene enemigos o no se dejan ver,
en fin, que es un buen rey, como tiene que ser.
Y para demostrarlo funda Jerusalén,
con bellos edificios, una ciudad fetén,
murallas y palacios donde se viva bien
y para el propio rey un numeroso harén.
Pues dado que es un cachas que gusta a las mujeres,
decide que ninguna de buenos pareceres
se queden sin que puedan mostrarle sus placeres,
y, como buen monarca, cumplirá esos deberes.
Así que cierto día, ocioso en su terraza,
observa que una moza sin ropa se solaza
tomando un dulce baño y exclama “¡qué tiaza,
vamos, no te detengas, decídete a su caza!”.
Se llama Betsabet, la cual está casada,
(mas, por lo que pasó, muy poco enamorada)
con un gran militar, un jefe de su armada,
a la cual embaraza sin más, como si nada.
Pero tal aventura tiene su consecuencia
pues eso está penado con muy dura sentencia:
se condena a la adúltera por su activa anuencia
a una muerte ejemplar y sirva de advertencia.
El astuto David, para evitar la cosa,
le ordena al engañado que vuelva con su esposa,
que deje su servicio ya que de él está ansiosa
y así podrá ocultarse esa acción vergonzosa.
Pero el pobre se niega, pues no quiere dejar,
ya que nada sospecha, su puesto militar
mientras sus compañeros, ejemplos a imitar,
continúan luchando de manera ejemplar.
David ordena al jefe, sabiendo tal opción,
que lo sitúe al frente, en una situación
en la que más se exponga por si es la solución
de poder repetir su lasciva actuación.
Y allí acaba muriendo ese pobre inocente,
del lío de su esposa totalmente inconsciente,
permitiendo a David que a la viuda frecuente
y sin más miramiento echarle su simiente.
Y puesto que la quiere, la toma por esposa,
la mujer preferida, la mujer más hermosa
de las que hay en su harén, que en mujeres rebosa,
y en hacer la elección se complica la cosa.
Pues no ha sido el primero de todos los habidos
ni Betsabet la única que en la cama ha tenido:
tuvo cien concubinas, un harén muy surtido,
que le parieron hijos salidos de ese nido.
Pero no se ha centrado solamente en la cosa:
para que se conozca su vida esplendorosa
proyecta construir una ciudad famosa
y dejar en la historia una huella gloriosa.
Manda, pues, construir la gran Jerusalén,
con su templo y murallas que ya apenas se ven,
ciudad donde al inicio todos viven muy bien
en especial los ricos que gozan de un harén.
Y escribió algunos salmos llamados “mañanitas”
mientras desayunaba huevos, patatas fritas,
y otras muchas viandas, todas muy exquisitas
y siempre estando solo, le joden las visitas.
Y pasados los años, convertido en anciano,
recordando su vida de guerrero y fulano
y notando a Yahvé cogerlo de la mano,
exclama “¡Ya está bien, adiós, mundo mundano”!
12. Salomón
Antes de que naciera y por su nacimiento,
ocurren cosas raras por el comportamiento
de sus progenitores: al no haber casamiento
Yahvé, hasta ahora ausente piensa en un escarmiento.
En efecto, un profeta a David se presenta
y le dice que escuche: que a un dios no se le afrenta
follándose a cualquiera y no teniendo en cuenta
que además la enviudó de una forma cruenta.
Así pues, profetiza que el que vaya a nacer,
fruto de un adulterio, no puede florecer,
que no olvide la cosa si no quiere perder
al hijo que vendrá y con ello el poder.
Y David, asustado, convoca a Betsabé,
le cuenta la amenaza venida de Yahvé
y deciden casarse y follar esta vez
de forma ya legítima y evitar el revés.
Y para no temer ningún otro follón
lo nombra sucesor, así, sin ton ni son,
a pesar de que tiene hijos a mogollón,
pues no ha olvidado nunca la multiplicación.
Yahvé, muy satisfecho de tal acatamiento
va a ayudar al nacido desde su nacimiento
en cualquier situación, ante cualquier evento,
por lo que Salomón siempre estará contento.
Eso sí, deberá seguir sus ordenanzas,
que no se piense nunca tomárselas a chanza,
pues si se dedicara a festivas andanzas,
no podría contar ya más con su alianza.
Así que deberá rezarle cada día
algunas oraciones, algún avemaría,
contarle quienes forman su alegre compañía
y también algún chiste si es que se le ocurría.
Pues Yahvé nunca ríe según las Escrituras,
prefiere estar presente en cualquier apretura,
pues entonces lo invocan, sobre todo los curas
para sacar al mundo de cualquier desventura.
Dada tal influencia, Salomón ganó fama
de gran sabiduría que todo el mundo aclama,
en todas las materias o haciendo crucigramas,
y también muy famoso por su arte en la cama.
La prueba más famosa de su sabiduría
se produjo en un juicio, famoso todavía,
en el que dos mujeres con furor sostenían
ser madre del bebé que la otra tenía.
Ambas eran mujeres de dudoso cartel,
compartían vivienda en el mismo burdel,
recibían visitas de un ministro o un bedel
y una y otra tuvieron su propio churumbel.
Eran muy parecidos y de la misma edad
y al ver una a su crío falto de actividad
descubre que está muerto, y esa fatalidad
no queriendo asumirla, en plena oscuridad
se decide a actuar sin más, impunemente,
y cambia a los bebés muy sigilosamente
pensando que la otra, muy poco inteligente,
de nada se percate, como en ella es frecuente.
Pero se ha equivocado, no es alguien tan idiota,
y al notar ese cambio su mala leche brota
y dando unos saltitos, como los de la jota,
se acerca a la otra cama gritando palabrotas.
Se arma de inmediato una gran discusión,
después de los insultos se llega a la agresión
y como el vecindario escucha un gran follón,
las llevan a la corte para su solución.
Una vez ante el rey, comienzan sus razones
entre gritos y lloros, temores e ilusiones,
y después de escuchar ambas exposiciones
hastiado Salomón, un sabio de cojones,
sin dejarlas seguir da con la solución:
que maten al que vive y ver la reacción
de las supuestas madres aceptando esa opción,
y por toda la sala se escucha una ovación.
Pues fue esclarecedor dicho procedimiento:
la que mató al bebé aceptó en un momento,
la otra sí lloró, mostrando un sufrimiento
que le salió redondo por tal comportamiento.
Salomón ganó fama por su saber hacer,
desde entonces su pueblo no se quiso perder
ninguno de sus actos y a la vez aprender
como hay que comportarse ante cualquier mujer.
Su fama se extendió hasta el reino de Saba,
cuya reina, juerguista, y aburrida que estaba
ante él se presentó aunque no la esperaba
y a Salomón, al verla, se le cayó la baba.
Pues es una mujer de singular belleza
y mientras que la mira se dice “¡Jo. qué pieza!.
a esta habrá que tratarla con gran delicadeza:
si quieres conquistar, así es como se empieza”.
Se conquistaron ambos con inmenso placer
y pasaron los días sin más cosa que hacer,
hasta que la de Saba en un anochecer
le dijo “estoy cansada, para ya de joder”.
No es la primera vez que oyó esta petición,
tuvo ya una mujer, hija del faraón,
y muchas concubinas, unas mil, un montón,
pues no desaprovecha la menor ocasión.
Las tuvo de otros reinos y todas muy bonitas,
sidonias y jeteas, montón de moabitas,
otras más amonitas y también edomitas,
que dejaron de ser ingenuas virgencitas.
Unas eran esposas, pero otras concubinas,
en fin, de todo tipo, muy buenas o cochinas,
piadosas de otros dioses y eso a Yahvé rechina,
y hará que a Salomón lo conduzca a la ruina.
Pues de estos amoríos se hará politeísta,
y Yahvé por tal acto, a quien se le resista,
pues es un dios muy duro que no admite juerguistas,
le retira su ayuda y lo pierde de vista.
Empieza a amenazarlo con sacarlo del trono,
“si no cambias de vida, por mí que te acojono”,
y oyendo esa amenaza dicha con ese tono,
Salomón se percata del gran Yahvé el encono.
Y la primera prueba de esa gran amenaza
es que si sigue así, si su aviso rechaza,
tiene pensado a alguien para ocupar su plaza
es decir que Yahvé le dará calabazas.
Le creó un enemigo, un tal Jeroboán,
que apenas tiene gracia, un simple ganapán,
del que cierto profeta le dice que su plan
es ocupar el trono aunque sea un rufián.
Le vinieron desgracias en sus últimos días,
por lo cual cambió el rumbo de aquellas fechorías,
y pasó todo el tiempo durante su agonía
rezándole a Yahvé oraciones muy pías.
Ya que quiso morirse sin sufrir un estrés
y para demostrar que fue un buen feligrés
se puso a redactar sí, sí, el Eclesiastés,
y una vez acabado murió un poco después.
En él recomendaba no olvidar a Yahvé,
no pensar todo el tiempo en el puto parné,
no ocupar altos cargos como ahora se ve
ni, en fin, las fechorías que bien conoce usté.
13. Jonás
Jonás no fue un cualquiera, sino un muy buen profeta
a pesar de que a veces algún error cometa:
la gente se equivoca si la vida le aprieta
y si algún episodio imprevisto le inquieta.
Él vivía tranquilo, sin gran preocupación,
se liberaba siempre de toda obligación,
no quería meterse jamás en un follón,
en fin, vivir tranquilo: era muy comodón.
Y como era muy rico, pues de todo tenía,
no echaba a las quinielas ni a la lotería,
ni al divino Yahvé cosa alguna pedía,
y pasaba su vida viviendo día a día.
Y acaso fuera esa la razón suficiente
de que Yahvé lo viera como el más pertinente
para que predijera al resto de la gente
los males que te caen si eres desobediente.
En fin, el más idóneo para hacerlo profeta,
para anunciar desgracias a toque de trompeta
a los que en él no creen, a quien no se someta
a su divinidad, pues no aguanta a los jetas.
Y así, sin más ni más, Yahvé se le aparece
cuando estaba en el campo, a eso de las trece,
ante cuya visión su mente se estremece
y escucha su mensaje como un dios se merece.
Le ordena presentarse a la comunidad
de Nínive, con fama de idólatra ciudad,
con el fin de advertirles de una calamidad:
si no lo reverencian, actuará sin piedad.
En efecto, allí vive gente politeísta
que tiene muchos dioses, una asombrosa lista,
a los cuales no hay día que los pierdan de vista
para que les conceda la cosa en que se insista.
Pues los hay para todo, así que no hay pecado,
da igual si se es político o cura descarriado,
o banquero indecente que roba a quien ha ahorrado:
no se arrepienten nunca, y menos si han follado.
Ante tal ordenanza Jonás queda dudoso,
pues ante un pueblo así puede ser peligroso
reprocharles que vivan de un modo tan gozoso
y ordenarles que sean mucho más rigurosos.
Así que determina tras meditar un rato
no hacer caso a Yahvé, no seguir tal mandato,
hacerse el distraído, hacerse el turulato,
sin pensar que por eso vaya a pagar el pato.
Y en lugar de ir a Nínive, en medio de un desierto,
se encamina hacia Tarsis, una ciudad con puerto,
nunca había visto el mar, se queda boquiabierto,
y se dirige a un barco cuyo jefe está tuerto.
Le pide que lo admita en esa embarcación:
montarse en una nave fue siempre su ilusión
si bien nunca fue bueno haciendo natación,
pero aprovecharía por fin esa ocasión.
Pagado su billete, es admitido a bordo,
no ocupa mucho sitio, pues no es un tipo gordo,
se siente muy feliz soñando ver un fiordo
y de lo de Yahvé sigue haciéndose el sordo.
Pero Yahvé no aguanta esa desobediencia
y lleno de furor, perdida la paciencia,
hace que se destape con enorme violencia
una gran tempestad de Turquía a Valencia.
Ante tal espectáculo los pobres marineros,
primero el capitán y después los remeros,
se ponen a rezar con gritos lastimeros
a sus múltiples dioses y no al del forastero.
Temiendo que la nave se hundiera por el peso,
van arrojando al agua cuanto haya en exceso,
sin nada exceptuar, hasta al marino obeso,
y todo lo que engorde, en especial el queso.
Mientras eso, Jonás, tomándoselo a guasa,
se va de la cubierta y a la bodega pasa,
se toma unos vinillos, mas no se sobrepasa,
y dormido no nota que el mar todo lo arrasa.
Allí va a regañarle furioso el capitán,
su actitud le reprocha con rabioso ademán
de no colaborar, de hacer el holgazán,
y que si no hace nada al mar lo lanzarán.
Y también enterado de su origen hebreo,
le pide que a su dios con furioso cabreo
le rece porque venga sin tardar, sin rodeos,
a sacarlos de allí y esto sin cachondeo.
Jonás, al escucharlo, le dice con temor
que al no acatar sus órdenes, sería un gran error
pedirle cualquier cosa, esperar su favor,
así que echarlo al mar piensa que es lo mejor.
Pues piensa que al no ser a su dios obediente,
si lo tiran al mar, Yahvé, condescendiente,
los sacará de allí por verlos buena gente,
y él solo pagará el ser desobediente.
Y sin perder más tiempo al agua es arrojado,
apenas se zambulle el mar queda calmado,
lo que a los tripulantes deja muy asombrados,
pues una cosa así jamás han presenciado.
Pero a Yahvé Jonás lo considera avieso,
y ya que no soporta se la den con queso,
dado que todo dios ordenando es muy tieso,
piensa que debe darle un castigo al travieso.
Y queda iluminado de una idea muy buena:
aunque era ya de noche, pero de luna llena,
le hace posible ver desde su altiva almena
el pez más apropiado, la colosal ballena.
Es la más apropiada debido a su tamaño,
que cuando abre la boca puede verse un gran caño
que permite tragarse sin sufrir ningún daño
una enorme comida y tener para un año.
Y ese monstruoso bicho de talla tan potente,
viendo cerca a Jonás se dice sonriente:
“¡qué suerte que he tenido, qué bonito presente:
a esta sabrosa pieza no hay quien no le hinque el diente!”.
Y sin más va y se traga al pobre de Jonás,
el cual, lleno de espanto, piensa que nunca más
pasará de Yahvé y dice: “Ya verás ,
pues eres el mejor de todos los papás”.
Pues piensa esperanzado, en plan de penitente,
que saldrá de ese estómago si reza y se arrepiente,
suponiendo que así la desazón que siente
desaparecerá si Yahvé es indulgente.
Afortunadamente, esa enorme ballena
tiene la barrigota completamente llena,
por lo cual a Jonás el comer no le apena,
tiene lo necesario para comida y cena.
No puede sospechar lo que puede durar
la cruel penitencia en tan duro lugar,
por lo cual pasa el tiempo en rezar y rezar
hasta que el gran Yahvé lo quiera perdonar.
Y así lo acaba haciendo Yahvé ya satisfecho,
una gran alegría llena su santo pecho
y olvida el desacato que Jonás le había hecho
sacándolo del mar al llegar a un estrecho.
Así que el tal profeta que algo sigue alelado,
se acerca hasta la orilla braceando, a nado,
y habiendo comprendido que incumplió lo mandado,
se encamina hacia Nínive con paso acelerado.
Y nada más entrar se dirige a la gente
gritando con furor que tuvieran presente
que si a Yahvé no adoran les vendrá de repente
una enorme desgracia jurando que no miente.
Les dijo que tendrían indignos gobernantes,
esa plaga perpetua que crece a cada instante,
banqueros sin escrúpulos, clérigos infamantes,
y muchos periodistas, los más de ellos pedantes.
También hace alusión a la universidad,
que concede los títulos con gran facilidad,
basta con ser familia de alguna autoridad
como se viene haciendo desde la eternidad.
Al oírlo gritar con tanta convicción,
la gente empieza a darle una gran ovación,
y puesto que lo creen, le gritan “¡campeón!”
y a Yahvé le prometen su antigua devoción.
Así acaba la historia del supuesto profeta
que nada nuevo dijo, porque eso siempre inquieta,
y como en cada siglo algún mal siempre aprieta,
tómese lo que dijo como aviso y receta.
14) Job
Personaje famoso por su enorme paciencia
(también lo pudo ser por carecer de ciencia)
a Yahvé siempre fiel, pues le dio mucha herencia,
aunque también le hiciera sufrir gran penitencia.
Es un hombre muy rico, un tipo afortunado,
con muchas posesiones y un inmenso ganado,
lo que hace que por muchos sea muy envidiado
y se alegren si sufre un mal inesperado.
Al Maligno ignoraba, llamado Satanás,
o Satán, si se quita la sílaba de atrás,
un ser muy envidioso, de los malos el as,
que se cabrea mucho, así, sin más ni más.
Se sentía envidioso por el culto a Jahvé
que Job le profesaba, y sabiendo el porqué,
fue a visitar al dios volando, que no a pie,
el cual le dijo al verlo: -¿Qué coño quiere usté?-
-Pues nada, que he venido a hablaros de un asunto
en líneas generales y no punto por punto:
la devoción de Job, un devoto presunto,
es porque le dais todo, tal y como barrunto.
Si os reverencia tanto, rezándoos cada día,
es por darle de todo, de un buey a una sandía.
Así, cualquiera es bueno, a ver quién no lo haría,
a eso lo llamo yo no amor: idolatría.
Hagamos una prueba: no seáis generoso,
durante cierto tiempo tomaos un reposo
y veremos si sigue siéndoos fervoroso:
¡aceptad esta apuesta, dios todopoderoso!
A Yahvé le parece dicha apuesta excelente,
pues pensando que es dios en todo omnisciente,
apuesta a que su Job, su siervo más ferviente,
aguantará la prueba aun sacándole un diente.
Eso sí, sin que corra ningún riesgo su vida,
porque, dado que es rico, eso sería suicida;
pueden morir sus hijos y su suegra querida
( esto último sería el curarle una herida).
Recibido el permiso, el cabrón de Satán
empieza a destruir con satánico afán,
matando aquí y allá con gracioso ademán,
incluso sonriendo, pues le encanta ese plan.
Así, empieza matando a todos los criados
y, aunque no come carne, también a los ganados,
destruyendo las casas, derrumbando tejados,
provocando un gran caos por uno y otro lado.
Prosigue su tarea después entre la gente
sin distinción ninguna, se sea o no creyente,
pero se ensaña más si se es de Job pariente,
pero a su suegra no, que es muy impertinente.
Sólo ella se salva del familiar entorno,
lo que hace a Job sentir un inmenso bochorno,
pues piensa que Satán, al librarla del horno,
supone que con ella sufrirá un gran trastorno.
Pero Job es muy firme y lo soporta todo,
sigue fiel a Yahvé durante un gran periodo,
así que ese maligno, ese metomentodo,
termina derrotado cual bobo visigodo.
Visto lo cual, Yahvé sin más lo recompensa
y le da como premio a modo de dispensa
otros más beneficios: le llena la despensa
y muchos hijos más, una familia extensa.
Así, se le duplica el número de hijos,
se pone a procrear sin más, a piñón fijo
hasta llegar a veinte, pues es macho prolijo,
formándose en su casa un caos, un revoltijo.
Pues son de varias madres, con una no hay bastante
y ninguna soporta tener a otra delante,
sin contar que sus madres vienen de acompañante
lo que le hace añorar la situación de antes.
Pero al ser tan paciente y por su adoración
Yahvé quiere que viva sin desesperación
casi doscientos años, no una generación,
sino cuatro seguidas, aunque sin ton ni son.
15) Daniel
No se conoce nada de sus primeros días,
se ignora si fue al cole e hiera picardías,
si hacía algún deporte, si algún vicio tenía,
y si tuviera alguno fuese andar tras las tías.
Lo que se sabe de él es ya muy posterior:
siendo ya veinteañero muy vivaz y hablador,
un rey que hasta su pueblo llegó como invasor
fue quien lo hizo famoso: Nabucodonosor.
En efecto, Nabuco (llamado así en su entorno,
tal mote le agradaba, no le daba bochorno,
ni tampoco por ser muy adicto a lo porno)
a su corte lo llama, lo utiliza de adorno.
Pero no sólo a él, también a tres colegas
que forman un cuarteto en continuas refriegas
en especial si quedan con verse en las bodegas,
pues son algo viciosos, de vidas mujeriegas.
Nabuco no permite que lleven esa vida
porque viviendo así todo deber se olvida
y al quererlos sumisos, sujetos a una brida,
no les permite ya mujeres ni bebidas.
Así, llama a un sirviente, su maestro de eunucos,
para que los eunuque empleando algún truco,
pues es un transformista que en la cosa es muy cuco
y siempre ha ejecutado lo que manda Nabuco.
Tres años ha costado dicha transformación,
también han recibido mejor educación,
pues los han instruido en magia y magos son
títulos que obtuvieron tras una oposición.
Una noche Nabuco sueña una cosa rara
cuyo motivo ignora y de pensar no para
qué leches pudo ser lo que lo provocara
y aunque lo piensa mucho, la causa no se aclara.
Así que los convoca para su explicación
prometiéndoles premios a espuertas, un montón,
para que en ello pongan la máxima atención
pero también sin darles precisa información.
Pues les dice que el sueño se le había olvidado,
si soñó que de niño le compraban helados,
o cuando las chavalas lo miraban de lado
o cuando de mayor se comía algún torrado.
Y como no lo logran los piensa ejecutar,
piensa que es lo mejor, pues no puede aguantar
tenerlos a su lado y así finiquitar
su continua presencia para nada sacar.
Daniel queda perplejo al conocer tal plan,
empieza a tiritar temblando como un flan,
no quiere imaginar lo que con él harán
y pregunta a Yahvé: “Yahvé, ¿nos matarán?”
Rezando, a su cabeza le viene una ocurrencia
¿o una revelación? Da igual, no hay diferencia.
Para que no se llegue a cumplir la sentencia,
a Nabuco le pide un poco de paciencia.
Porque va a meditar más detenidamente
en lo que pudo ser motivo suficiente
para que se borrara de pronto de su mente
algún dato confuso, ya que es un inconsciente.
Nabuco está de acuerdo y les da una semana,
(pues a veces actúa de forma campechana)
plazo en el que vistiendo cada cual su sotana
le rezan a Yahvé con devoción, con gana.
Y Yahvé, que no es sordo, va y se les aparece
les explica el sentido que la cosa merece,
y así la devoción de los jóvenes crece
y su vida mejora aun los martes y trece.
Y se van a explicarle a Nabuco su sueño,
le dicen que reinando con lucidez y empeño,
no debe temer nada, debe estar muy risueño,
pues será mientras viva de un gran imperio el dueño.
En el sueño aparece una estatua brillante
con cabeza de oro y sonrisa insultante,
con el pecho de plata echado hacia adelante,
y de barro los pies, pero aun así pedante.
De diferentes reinos son representación,
unos con poderío dada su ostentación,
otros, dada la suya, con menos ambición,
pero en fin, siendo reinos, para un rey buenos son.
Nabuco considera ser el representado,
que por Yahvé, el gran dios, ha sido designado
para bajo su mando tener arrinconado
a todo aquel que intente tenerlo cabreado.
Así que en adelante no hay otra religión
que la que Yahvé dicta, y con gran devoción,
y aquel que no la siga sin más contemplación
mandará que lo arrojen al foso del león.
Y sin tardar convoca al dichoso Daniel,
al que ya considera el vasallo más fiel
para recompensarlo dándole un gran papel
en la corte y se jodan los que estén contra él.
Y estos son numerosos al quedar apartados,
y forman el Partido de los Desheredados,
que se pasan el día del todo cabreados
pensando como echarlo del puesto que le han dado.
Y conciben la idea de decirle a Nabuco,
que Daniel lo ha engañado, que es un tipo muy cuco,
pues a Yahvé no adora, que se sirvió de un truco
puesto que se enteraron de que es un zamacuco.
Así que es condenado al foso del león,
a donde va Nabuco, llegada la ocasión,
y queda sorprendido, con estupefacción,
al verlo salvo y sano sin la menor lesión.
Le pregunta la causa de estar hasta tranquilo,
cuando él ha pasado muchas horas en vilo
temiendo que de él no quedara ni un hilo
y ahora lo está viendo que ha engordado algún kilo.
A lo cual le contesta muy detalladamente
la razón por la cual lo ve hasta sonriente:
“Como ves, los leones no me hincaron ni un diente,
un arcángel los tuvo quietos constantemente,
con la boca cerrada, lo cual no es muy normal,
ya que suelen zampar de forma muy bestial.
Y además dicho arcángel, siempre muy puntual
me traía comida con sabor celestial”.
Comprobado el milagro, fue sacado al instante
y llevado a la corte, donde gozó como antes
y los que le acusaron, aquellos intrigantes,
fueron de los leones un manjar abundante.
Daniel pasó su vida ya sin interpretar,
vivió tranquilamente sin sufrir malestar,
pues siendo de Yahvé un devoto ejemplar
ya no hay que tener miedo, la cosa está en rezar.
16 – Jeremías.
Me presento ante ustedes: me llamo Jeremías
y, claro, soy autor de mi autobiografía,
centrada desde luego, pues Yahvé lo exigía,
en relatos curiosos, o sea en profecías.
De los mil personajes que la biblia menciona
soy de los pocos que habla en primera persona
de lo que fue su vida, que a mí aún me acojona,
pero Yahvé decide siempre con voz mandona
Y Yahvé pensó en mí algo antes de nacer,
cuando sólo era un feto, muy listo al parecer,
y empezó ya a dictarme lo que debía hacer
en cuanto que naciera. ¿Os lo podéis creer?
Y empezó con voz grave: “En ti ya había pensado,
eres fruto de un polvo divinamente echado,
y como en tal acción no vi que había pecado,
me dije que serías el por mí designado.
Serás lo que yo diga, harás lo que te ordene,
no temerás a nadie pues Yahvé te sostiene,
y te respetarán, ya que esto les conviene
y si no ya verán qué sale de mis genes.
En fin, tu gran labor, si no se me respeta,
pues sé que mi existencia a algunos no les peta,
será el de prevenir con tono de profeta
que eviten mis castigos dándoles la receta.
Así que ve naciendo, vete a Jerusalén
y di que si se sigue con su sucio vaivén
de adorarme un momento y después que me den,
que vayan preparándose, lo pasarán fetén.
Que no olviden que soy quien lo dirige todo,
el que puede premiar no importa de qué modo,
y el que también castiga (a ese siempre lo jodo),
en fin, vigilo al mundo, soy un metomentodo.
En fin, ve predicando lo que se debe hacer,
pero más en concreto a quién obedecer,
o sea siempre a mí, no vayan a joder
lo que tengo dispuesto, que si no van a ver.
Así que lo primero, para que tengan claro
pertenecer al pueblo que elijo como faro,
es que se circunciden, que aunque resulte raro
será prueba evidente de un origen preclaro.
Y aquel que no lo haga, si es que se cachondea,
tendrá su merecido, tendrá la cosa fea,
mientras que el obediente, por muy borde que sea,
recibirá su premio, ¡así que empieza, arrea! “
Oídas estas voces desde mi nacimiento,
pasé mi juventud con cierto aturdimiento,
no podía saber con total fundamento
si fue cosa real o si fue un puro cuento.
Pero por si las moscas, le di veracidad
y me puse a actuar bajo su autoridad,
no fuera que si no, dada su potestad,
me viera en un infierno sin prepucio ni ná.
Lo que no hizo Yahvé, cosa que nunca olvido,
(si lo llego a saber yo no hubiera nacido),
fue anunciarme los males que siempre he padecido
y me hiciera sufrir lo mucho que he sufrido.
Me he pasado la vida, si vida fue la mía,
reprochando a monarcas sus actos, sus manías,
creerse semidioses, y si no los creías,
muchos eran los riesgos a los que te exponías.
Porque en definitiva, mi principal misión
fue repetirles órdenes de ese dios tan mandón
que, como no le prestes la mínima atención,
te amenaza con darte hostias a mogollón.
Y fueron tres los reyes que arruinaron mis días,
el primero, Joaquín, el segundo, Josías,
y el tercero, sin Jota, el chulo Sedecías,
al que más le gustaban con mucho las judías.
No tenían en cuenta los divinos mandatos,
de donde procedieron sucesivos maltratos
soportando invasiones, pero eran tan pazguatos,
que a Yahvé no escuchaban y pagaron el pato.
Y yo en particular, que les amonestaba
de sus muchas torpezas a esos tontos del haba,
pero si se es rey y que actúa a las bravas
mejor no le critiques, la cosa mal acaba.
Yo lo experimenté con esos gobernantes,
pero con Sedecías, muy chulo y muy pedante,
la cosa fue peor: me dijo amenazante:
“¡cállate ya, profeta, que no hay dios que te aguante!”.
A pesar de los riesgos que corría a su lado
decidí proseguir, aunque muy mosqueado,
con la misión divina que Yahvé me había dado,
eso sí, nada alegre, más bien muy cabreado.
Visto, pues, por Yahvé lo que estaba pasando,
decidió intervenir y empezó amenazando
con varias invasiones que, con el mazo dando,
les iban a arrear palos de vez en cuando.
Lo peor de la cosa es que se imaginaban
que yo al profetizar le pormenorizaba
a cualquier invasor cuanto necesitaba
para cumplir su plan. ¡Serán tontos del haba!
Y el primer invasor fue el famoso Nabuco,
Donosor de apellido, babilonio farruco,
que nos vino a sitiar empleando mil trucos
y logró su objetivo fácilmente el muy cuco.
Esta facilidad, supuso Sedecías,
aquel rey tan inepto que si no obedecías
te metía en chirona durante algunos días,
pensó que fue por mí, o eso se decía.
Total que le babilonio provocó la ruina,
derribó el sacro templo de una forma mezquina,
trató a los poderosos con peculiar inquina
y, lo peor de todo, también a mi vecina.
También me apresó a mí. Afortunadamente,
se enteró, no sé cómo, de que era diferente,
no como suele ser el resto de la gente,
y me puso en la calle creyéndome un demente.
Después de tantos tragos y duras experiencias
me puse a meditar por qué esas penitencias
me hizo pasar Yahvé, pues dada su omnisciencia,
pudo haberme evitado esa dura existencia.
¿Se goza por ser siervo de una divinidad?
¿No es mejor ignorarla, pensar que es falsedad?
Pues tanta devoción, tanta fidelidad,
me hizo renunciar a vivir de verdad.
Pues durante mis días sufrí calamidades
por cumplir sus mandatos, seguir sus voluntades.
Y acabé deteniéndome en mis necesidades
en cuanto se ofrecieran las posibilidades.
Y me largué al país, tierra de faraones,
en donde, me dijeron, se vive de cojones
olvidando ese texto de las Lamentaciones
que escribí detallando desgracias a montones.
Por eso, quien las lea sabrá por mi experiencia
que, si todos sus actos los dicta una creencia,
su vida está jodida, será una penitencia,
y así en vez de creer que se centre en la ciencia.
Y con esto termino, esto es mi testamento,
si no os parece útil, lo siento, lo lamento,
si me lo agradecéis, me pondré muy contento.
¡Pero ya vale, coño! ¡Aquí se acaba el cuento!
17) Elías
Entre el grupo profético hay que citar a Elías,
fue un profeta menor, pues lo fue pocos días,
y también por el hecho de que sus profecías
no fueron abundantes, no sé si lo sabías.
Empezó su currículo de la misma manera
que los otros profetas, aunque en distintas eras:
es decir, recibiendo órdenes muy severas
del Yahvé, cabreado aun viviendo en su esfera.
Y sigue cabreado, lo está continuamente,
por la misma razón: por ponérsele enfrente
cualquier otra deidad y que le quite gente
pues él la quiere toda: es un dios exigente .
Por eso usa profetas, mayores o menores
que vayan advirtiendo a reyes y señores
que, como no lo adoren, tendrán vidas peores,
conocerán desgracias y sufrirán horrores.
Así que nuestro Elías ya sabe su misión:
ir por todo lugar con la misma canción:
quien no adore a Yahvé con total devoción
sufrirá de inmediato de males un montón.
Y Elías, aunque fuera su ardiente pregonero,
también sufrió lo suyo y de un modo severo,
pues en obedecer debía mostrar esmero
para no ser tenido cual vulgar chapucero.
En fin pasó mil tragos que aquí serán contados
al tuntún, según vienen a los descerebrados,
y en especial las cosas que no se han olvidado.
Que hable, pues, él mismo, que ya está preparado.
¡Joder, qué orden me dio el mandón de Jahvé´
el día aquel que vino sin yo saber por qué
a ordenarme que fuera con lápiz y papel
para decirle al rey lo que debía hacer!
El rey se llama Acab, un tipo mujeriego,
muy bobo, muy mandón, contento de su ego,
que no acata a Yahvé y suele darle el pego
y ese dios nunca aguanta el menor desapego.
Y dada su conducta tan poco reverente
quiere darle un aviso al tal impertinente
y va y se me aparece serio, no sonriente,
como suele actuar cuando algo no consiente.
Tenía que decirle que, por su perversión,
decide castigarlo, las cosas como son,
con una gran sequía de larga duración
para que de esta forma se aprenda la lección.
Cumplida mi misión, me dijo que me fuera
lo más lejos de allí, y que nada temiera,
porque me enviaría desde su alta esfera
lo que necesitara, incluso a una guaperas.
Y hasta llegó a indicarme el lugar apropiado:
que me fuera al desierto, un lugar soleado
a donde enviará menú muy apropiado
a través de unos cuervos que tiene amaestrados.
Me traerán la comida dos veces cada día,
una barra de pan, o más si falta hacía,
y un filetón de carne con lo que pasaría
el tiempo necesario, ah, y también agua fría.
Por si las moscas fui a orillas del Jordán,
un río caudaloso, hábitat del caimán,
para poder bañarme según fuera mi plan
y si estuviera duro poder mojar el pan.
Pero hete aquí que el rio se secó de repente,
y en cuanto a esos cuervos no se hicieron presentes,
así que me quedé musitando entre dientes
si era justo vivir jodido por creyente.
Yahvé, conocedor de esta mi incertidumbre,
no tardó en acudir, según es su costumbre,
volando a todo gas desde su altiva cumbre,
para garantizarse mi total servidumbre.
Y sin más, me espetó que me fuera a Sidón,
en donde viviría con gran satisfacción
ya que me cuidaría con total atención
una devota viuda, hasta con ilusión.
Y allí me fui sin más algo desconfiado
pensando en la experiencia por la que había pasado,
más también expectante en lo vaticinado,
así que lo anterior pensé dejar de lado.
Llegado a ese lugar, ya cerca de su casa
vi en la puerta a la viuda de una belleza escasa
revolviendo la harina, componiendo una masa,
que viéndome llegar me dice “pasa, pasa”.
Y empiezo con pedirle algo para comer,
pues no había comido desde el amanecer,
y ella me respondió, “¡Joder, joder, joder,
ni mi niño ni yo comimos desde ayer”.
Para aliviar su angustia le dije sonriente:
“No llores más, mujer, deja que me presente:
Yahvé a tí me envía a modo de pariente
para servirte en todo, para que te alimente.
Él nos ayudará, nos sacará de apuro,
y no solo ahora mismo, también en el futuro,
y me debes creer, esto no lo aventuro
lo que te estoy diciendo es cierto, te lo juro”.
Con estas previsiones quedó tranquilizada
y pudimos vivir muy bien varias jornadas,
pero el Yahvé dichoso nos hizo una putada
y es que murió el chaval así, como si nada.
La madre, sorprendida de que tan de repente
muriera su chaval tan guapo y obediente,
empieza a sospechar, rascándose la frente,
que Yahvé la castiga por su vida indecente.
Pensó inmediatamente deberse mi presencia
a que Yahvé quería castigar sus vivencias,
su vida pecadora, sus muchas experiencias,
sirviéndose de mí para su penitencia.
Y me puse a pensar ante tal situación
cómo Yahvé no quiso darme la información
de lo que iba a pasar, y cuál la solución,
y así, sin más ni más, subí a la habitación.
Allí estaba el chaval, parecía dormido
y me dije asustado “en buenas me he metido,
y ahora a ver qué hago” y, un poquito aturdido,
en él me concentré totalmente embebido.
Me acerco a su carita, me centro en él, atento,
le abro la boquita, echo en ella mi aliento
y sin más se produce un nuevo nacimiento:
juro que lo que digo es verdad, no es un cuento.
Ya que inmediatamente Yahvé vino en mi ayuda
y despertó al chaval. La madre quedó muda
y alegre me abrazó, aunque estaba desnuda,
y de ser yo un profeta se le fue toda duda.
Esta fue la vivencia más clara que he tenido
de que Yahvé dispuso de ser yo su elegido
para ir propagando por donde quiera he ido
su doctrina, su culto, ser el dios preferido.
Y dado que en su pueblo se dio a la idolatría,
tuve que dedicarme sin descansar ni un día
a anunciar el castigo tan grande que corría
el que no lo adorase hasta con alegría.
Y debí concentrarme en Acab, que acababa
de ofender otra vez, cosa que acostumbraba,
a Jahvé el riguroso que, chillando a las bravas,
me mandó a amenazar a ese tonto del haba.
Pues se había casado con una forastera
llamada Jezabel, que no era una cualquiera,
adoraba a Baal, el dios de las rameras
e imponía su culto de buenas a primeras.
Así que, ya en su tierra, donde ya se sufría
desde hacía algún tiempo una horrible sequía,
me encontré a su emisario de un nombre raro, Abdías,
que de modo cordial me dio los buenos días.
Su misión fue llevarme ante su soberano,
una vez frente a frente quiso echarme la mano
que yo le rechacé como a cualquier fulano,
y le dije sin más que fuéramos al grano.
Empecé a censurarle su absurdo alejamiento
del culto que debía a un Jahvé descontento,
el cual, como castigo por ese atrevimiento,
las pasaría putas, sufriría un tormento.
Y le espeté sin más: “Expulsa a esos profetas
que trajo Jezabel, que son solo unos getas
que predican chorradas pero que tú respetas,
así que ordénales que hagan ya las maletas”.
Escuchado el mensaje, fue a ver a su querida
que, dado que es mujer un tanto presumida,
a su Acab va y le dice de forma decidida:
“Quien duda de mi dios lo paga con su vida.
Y quiero demostrarle cuál es el verdadero
viendo si sus profetas son eso o pregoneros:
hagamos una prueba, un reto fogonero,
y a los que no la ganen se les verá el plumero”.
La prueba consistía en formar dos equipos
que de uno y otro bando fuesen el arquetipo
y yo en el de Yahvé, claro está, participo
dispuesto, si es preciso, a jugarme ahí el tipo.
Así que comenzamos esa demostración
amontonando leña de toda condición,
y poniendo después un buey sobre el montón
se colocan debajo pedazos de carbón.
Después, la operación consistía en soplar
a ver cuál de los bandos logra el fuego activar
y aquel que lo lograra se podría jactar
ser del dios verdadero y los otros callar.
Así que nos pusimos a cada lado un bando
y aunque ellos se emplearon con gran fuerza soplando,
no lograron el fuego ni incluso abanicando
y , aun siendo más de cien, acaban claudicando.
Nosotros, en un grupo igual de numeroso,
la tarea empezamos menos impetuosos,
porque nuestros profetas, soplones virtuosos,
saben bien que Yahvé nos va a hacer victoriosos.
De modo que bastó un levísimo aliento
que así, sin más ni más, transformóse en gran viento
provocando tal fuego, que en muy breve momento
quedó asado ese buey y yo quedé contento.
Hice, pues, que Yahvé quedara satisfecho
de las grandes empresas que por él había hecho,
pero viéndome ya un poquito maltrecho
me liberó algún tiempo, pero estando al acecho.
Mas no voy a contar mis otras aventuras,
esas cosas las cuentan los domingos los curas,
y, dado que se basan en otras apreturas,
es mejor que no siga por no perder cordura.
Y quien me haya escuchado, que tome buena nota:
obedece a tu dios, no te hagas el idiota,
al dios que te ha tocado no toques las pelotas
y, si es que te lo pide, le bailas una jota.
Eliseo
Hacía buena pareja con el citado Elías,
pasó también su vida lanzando profecías,
resucitando muertos entre otras virguerías,
pasándoselo bien, y así todos los días.
Cuando Elías murió no sintió desconsuelo,
ya que en carro de fuego fue transportado al cielo,
viaje que a Eliseo lo dejó un poco lelo,
pues jamás había visto un tan curioso vuelo.
Le lanzó desde lo alto su muy gastado manto,
con el cual Eliseo pudo secar su llanto
y servirse de él siempre o de tanto en tanto
para salir del paso y evitar todo espanto.
Tan unidos estaban, y eran tan iguales
que optaron comportarse como los colegiales,
los dos solo usan “Elí”, bastan las iniciales,
y cuando los confunden se ríen a raudales.
La sola diferencia: Elías es peludo
y el pobre de Eliseo de pelo está desnudo:
así que como mote, a este no melenudo,
lo llaman el Calvario a modo de saludo.
O “no se te ve el pelo desde hace muchos días,
ni te libras por pelos como tu amigo Elías,
ni echas canas al aire habiendo tantas tías”.
En fin, que era la diana de muchas tonterías.
Precisamente un día, al oír ese mote,
y ya muy cabreado, presa de un gran rebote
a un grupo de gamberros, tontos de capirote,
empezó a darles hostias y se armó un gran pitote.
Así que nunca más se repitió el apodo,
pues al ser tan forzudo les sacudía a modo,
y siempre los vencía aun estando beodo,
lo que le permitió ser un metomentodo.
Recordemos las cosas vistosas de su vida:
la que más le impactó y jamás se le olvida
fue la muerte de Elías y después su subida
en un carro hacia el cielo y llevando las bridas.
La cosa no es normal: que un carro vaya al cielo
tirado por caballos en un fogoso vuelo
hasta a Eliseo asombra, que lo ve desde el suelo,
y dado el espectáculo se queda un tanto lelo.
Elías desde lo alto, según se ha referido,
y para que Eliseo, no lo entierre en olvido,
le lanza algo muy suyo, su atuendo preferido,
el cálido mantón del que va protegido.
Y debido a tal acto, Eliseo supone
que, al recibir tal prenda, Elías le propone
que sea su otro yo y no se desmorone,
y grita.: “ ¡Seré tú con un par de cojones!”
Y para comprobar que la cosa no es cuento
y dado que se encuentra ante un Jordán violento
y no sabe nadar, reflexiona un momento
si el manto le será un útil instrumento.
Firmemente agarrado, con él se acerca al río,
vapulea sus aguas con un intenso brío
las cuales se separan dejándolo vacío
y, atónito, Eliseo dice ”Pues sí, me fío”.
Y ya muy convencido, se pone a ser profeta,
ya que lo prometió y no es ningún veleta,
mas tal misión lo deja un tanto majareta
y duda si sabrá cumplir la papeleta.
Pero en Yahvé confía e inicia su odisea
y, dado que su mente ya un poco se clarea,
se decide a actuar de la forma que sea
de modo que la gente lo que haga se lo crea.
Y empiezan sus milagros, que realizó a montones
sacando de un apuro, de duras situaciones,
a quien a él se acerca en malas ocasiones
algunos de los cuales quizás ya te supones.
Pero al ser numerosos, se hará una selección
para que no se alargue mucho la narración
y el relato no acabe siendo eterno tostón:
que cada cual medite si es buena solución.
Un día meditando si su vida es de cuento
una mujer se acerca con un triste lamento:
su marido se ha muerto y ella está en mal momento,
pues la ha dejado en deuda con un tipo violento.
El cual la ha amenazado con matar a sus hijos
si no paga la deuda sin más, a plazo fijo,
y dejará la casa hecha un gran amasijo,
destrozándolo todo, rompiendo hasta el botijo.
Le pregunta Eliseo que cuántos bienes tiene
ella dice que poco, que apenas se sostiene,
un poquito de aceite y pan para sus nenes,
y tiene que pagar la semana que viene.
– Pues bien, ya es suficiente – le responde Eliseo.
Para esta situación, la solución que veo
es que con ese aceite, y no fanfarroneo,
obtendrás el dinero, o al menos eso creo.
Tráeme, pues, ese aceite, le pediré a Yahvé
que venga en nuestra ayuda, a ver cómo lo ve,
y seguro que viene por muy lejos que esté,
pues nunca me ha fallado cuando yo le recé.
Y apenas iniciada la petición de ayuda
a esa angustiada madre se le va toda duda,
confía plenamente en que en efecto acuda
y al ver tan gran milagro de asombro queda muda.
Pues empieza a surtir aceite a borbotones
en todas las tinajas, y las tiene a montones,
milagro que contempla lanzando exclamaciones
y mesándose el pelo por todos los rincones.
Con esa cantidad que le llueve del cielo
puede pagar la deuda y se le va el canguelo,
de modo que Eliseo, tras darle ese consuelo,
de allí desaparece, no se le ve ya el pelo.
Después de este milagro se queda pensativo
si vendrán otros más, si serán sucesivos,
y dado que es un hombre bastante reflexivo
supone que Yahvé lo mantendrá en activo.
Y, en efecto, Yahvé le prepara otro caso:
le viene una pareja cercana ya a su ocaso
que en tener descendencia sufrieron un fracaso
y le piden ayuda a ver si por si acaso´
Eliseo les dice cuál es la solución:
que lo intenten más veces con más dedicación,
es decir, sin usar desde luego un condón
y mientras que lo hagan recen una oración.
Yahvé quedó contento con esa reverencia
y tuvieron un niño tras tozuda insistencia,
pero murió muy pronto de una extraña dolencia
que sus padres pensaron si era solo apariencia.
Así que se lo llevan con gran agitación
adonde está Eliseo, que duerme en el salón,
y piden que les dé alguna explicación
y si la cosa tiene alguna solución.
No del todo despierto, les dice que la tiene,
lo coge entre sus brazos y de pronto le viene
el milagro de Elías, cuando curó a aquel nene,
al que curó a estornudos (espero que les suene).
Siguiendo con las curas, después tocó a un leproso,
que a vino a su consulta en tono quejumbroso:
el aspecto que muestra es tirando a asqueroso,
con la piel hecha trizas y un aspecto penoso.
Lo viene a visitar con ánimo optimista
sabiendo que en milagros es un especialista
y que en su propio caso, si es que no se despista,
quedará como un roble, guapo como un artista.
Al mirarlo, Eliseo no ve dificultad
en dejarlo sanote, y con solemnidad
le dice que se lave para su sanidad
en aguas del Jordán con regularidad.
Eso fue lo que hizo y quedó como nuevo,
y además muy contento al no verse longevo,
incluso algunas veces se veía mancebo
y lo que antes sufrió ya no le importa un huevo.
Por lo cual Eliseo, tras este experimento
se puso a otros milagros como entretenimiento,
algunos normalitos, unos simples eventos
que parecen más bien ser materia de cuento.
Su campo de actuación es el río Jordán,
que al no haber otro río es al que todos van,
le sanea las aguas con solemne ademán
y hace lo necesario para que abunde el pan.
Pero también actúa en otras situaciones,
aparece en las plazas y en las habitaciones,
resucita a los muertos a base de oraciones,
en fin, que hace milagros por todos los rincones.
En fin, esta es la vida de este insigne profeta
que alivió tantos males. De haber sido poeta
diría de los milagros que eran solo una treta
para vivir del cuento, es decir, que era un geta.
(Algunos) Profetas Menores………
Ya se ha visto el oficio de estos profesionales:
el predecir desgracias, el anunciar mil males
si al divino Yahvé no le fueran leales,
en fin, que los profetas en todo son iguales.
También hacen milagros para que se les vea
como una bendición y que en ellos se crea,
pues actuando así la población hebrea
obtendrá de Yahvé cualquier cosa que sea.
Lo que no está muy claro es por qué son menores,
si es por ser jovencitos o porque en sus labores
son menos prodigiosos que los de los mayores,
pero da igual, también fueron benefactores.
Se empieza con Oseas, o sea es el primero,
perfecto especialista del amor verdadero,
es decir, de Yahvé, que al ser tan altanero,
no soporta que nadie le muestre su trasero.
Así que se centró en la infidelidad
que sufren ciertos tipos con mucha asiduidad
si tienen una esposa que sea una beldad
y se acueste con todos con gran facilidad.
Así que ese gran dios se ve también cornudo
si su pueblo elegido no lo ve como escudo
al que siempre protege con afán cojonudo,
mas si le son infieles lo tendrán peliagudo.
Así que, desde entonces la gente se lo piensa
antes de cornear, pues su furia es inmensa,
y al no haber más corridas, al no haber más ofensa,
Yahvé, más indulgente, les concede dispensa.
El segundo en la lista se llama así: Joel,
y cuando lo veían exclamaban “¡Jo, él !”,
pues era muy severo y con tan mal cartel,
que a aquel que se le acerca se le eriza la piel.
Quizás porque vivió en tiempos desastrosos,
pero que para él fueron beneficiosos,
porque si hubiera sido en años generosos
todos lo mirarían con gestos desdeñosos.
Su primera actuación fue durante una plaga
además de langosta, que pronto se propaga,
castigo de un Yahvé que una ofensa no traga
y piensa como siempre: “el que la hace la paga”.
Joel, que lo conoce, ve que la solución
consiste en que la gente, y sin interrupción,
se pase todo el día en continua oración
y además ayunando y pidiendo perdón.
Siguiendo este mandato, Yahvé ya satisfecho
les retira el castigo y lo que era un barbecho
lo convierte en oasis, y así el de mente estrecho
capta que si no reza no sacará provecho.
El siguiente milagro parece un repetido:
si evitar se pretende que sean invadidos
por gentes de otro reino que a su reino ha venido,
se salvarán si rezan según lo ya aprendido.
Y no habrá carestías, tendrán pan, agua y vino,
en vez de esas langostas les caerán langostinos,
y si a Yahvé son fieles siguiendo el buen camino,
no sería imposible que hasta entiendan el chino.
Por todas esas normas que les dictó Joel
el pueblo mejoró, a Yahvé ya fue fiel
y llovieron riquezas por doquier a granel,
y hasta a las estériles les nació un churumbel.
Amós es el siguiente, cultivador de trigo,
pastor de algunos bueyes y productor de higos,
cuya misión será el predecir castigos
si a Yahvé no se adora, si de él se es enemigo.
Su labor más notoria, que cree más necesaria,
se centra en esa clase que de forma diaria
engañan a su pueblo mientras se fuma un faria,
sacerdotes, políticos y la clase bancaria.
En fin, los que bien viven a costa de la gente
y que suelen formar la clase dirigente,
seguros de sí mismos, de aspecto prepotente
pensando todo el día en dónde hincar el diente.
No pasó mucho tiempo en que un tal Amasías,
(un nombre un tanto raro, su apellido es García)
que vivía en la corte y actuaba de espía
se ocupase de Amós y de sus profecías.
Así que lo siguió por todos los lugares,
por calles y por plazas y en especial por bares,
frecuentando también algunos lupanares,
en donde predicaba conductas ejemplares.
Su misión era oír si lanzaba mensajes
contra el propio Amasías, contra el rey o sus pajes,
si también predicaba contra el libertinaje,
en fin, para acabar con dicho personaje.
Y Amós fue detenido sin ningún miramiento:
conducido ante el rey, juzgado en un momento,
fue condenado a muerte del modo más violento:
le abrieron la cabeza en feroz linchamiento.
Le toca ya actuar, le llegó ya su día,
al más breve de todos, cuyo nombre es Abdías,
el que fue más escueto lanzando profecías,
quizás porque era un tipo al que nadie creía.
Su obra se reduce a veintiún versículos,
(como profeta tuvo un muy breve currículo)
algunos de interés y otros algo ridículos
por lo cual no logró tener muchos discípulos.
Su tema principal, su continua obsesión,
se centró en lo político, y con obstinación,
pues le tocó vivir muy mala situación
entre el reino vecino y su propia nación.
Y dado que la suya es a Yahvé devota
y en cambio su vecina de tal dios es pasota,
les predice desgracias que toman a chacota,
y ante tanto vaivén su frenesí se agota.
Por eso no es extensa su conocida obra,
quizás llegó a pensar que con poco ya sobra,
pues meterse en política es vivir en zozobra
y además ser muy tonto si mucho no se cobra.
Pues eso de gritar las glorias de su tierra,
ser un nacionalista que a lo suyo se aferra,
y mentir a la gente de una forma gamberra
es cosa de sus líderes, es su gloriosa guerra.
Sigamos con la lista de estos santos varones
que sufrieron desgracias debido a sus sermones,
pero ya que Yahvé les guía en sus misiones
se lanzaron a ello con un par de….
Ahora le toca el turno a un llamado Miqueas,
que se puso a la obra, aunque no te lo creas,
con una decisión tan grande que no veas,
criticando al poder por sus sucias tareas.
De los profetas fue el que a la población
se entregó con más gana, con más dedicación,
eso sí obedeciendo al Yahvé muy mandón
que dicta qué hay que hacer en cada situación.
Y para tal tarea recurre a un campesino,
que son los que conocen mejor el desatino
de todo gobernante, que, listo o anodino,
el pueblo que dirigen les importa un comino.
Así que, como siempre, comienza este relato
con un Yahvé colérico, pues no le es nada grato
el que se olviden de él, y debido a ese trato
les previene que así van a pagar el pato.
Eso es lo que repite a todo gobernante
el Miqueas audaz con furioso talante,
por lo cual conoció una vida inquietante
pero no se arredró y tiró p’adelante.
Su mensaje se centra en la furia divina
que anuncia, como siempre, una horrorosa ruina
si no se cumple bien con su sacra doctrina
lo que les llevaría a mear en la esquina.
Pues se ve postergado cuando los mandatarios
se pegan una vida con gasto estrafalario,
subiendo los impuestos, bajando los salarios,
creerse superiores, no rezar el rosario.
Y empieza a entrevistarse con tono muy severo
con estos personajes, con el rey el primero,
al cual, por cómo mira, ya se le ve el plumero:
esperando los vítores con pose de torero.
A este tal personaje le reprocha mil cosas,
su nefasta política, su actitud poco honrosa,
el robar a su pueblo de forma vergonzosa
y llevar una vida sin freno, licenciosa.
Después pasa a los jueces que burlan el derecho,
que dictan sus sentencias sembradas de cohecho
dejando al personal en estado maltrecho,
a pesar de lo cual viven sacando el pecho.
Los que vienen después son esos sacerdotes
que ostentan cara al mundo unas divinas dotes
y si se pasa de ellos cogen una gran rebote,
y a muchos sobra el Sa, pues son unos cerdotes.
Pues sus diversos ritos de falsa devoción
es cobrar un dinero (para ellos, donación)
con lo que lograrán la eterna salvación,
y si son generosos la beatificación.
Ante tal situación profetiza Miqueas
que habrá calamidades, terribles odiseas,
pues Yahvé no soporta actitudes tan feas
y si siguen así actuará que no veas.
Así pues, deberán sentir adoración
a ese dios tan furioso sin más contemplación:
es lo que se pretende en cualquier religión
y si no estás de acuerdo te caerá un buen marrón.
Nahum………………..
El siguiente profeta de este grupo es Nahum,
el cual tenía un nombre fuera de lo común,
que anunció mil desgracias sin más, al buen tuntún,
y cuya exclamación frecuente es “¡cataplún!”.
No se sabe gran cosa de cómo fue su vida,
( pues cuando no es gloriosa es algo que se olvida),
pero, siendo profeta, por Yahvé dirigida,
la pasó amenazando, fue bastante jodida.
Su mensaje se centra en mostrar el furor
de un Yahvé cabreado que ve con estupor
cómo no se le muestra con debido fervor
la adoración debida siendo un dios creador.
Por lo cual amenaza en tono muy sombrío
con miles de catástrofes que dan escalofrío:
secar incluso el mar, dejar todo baldío,
para así demostrar cuánto es su poderío.
Esa es la tarea de estos predicadores,
da igual que sean profetas menores o mayores,
así que ya hay bastante, sobran los pormenores
y aquí se acabará el contar más temblores.
Pues los ya no citados siguen ese camino,
lo que no son desgracias les importa un pepino,
dado que su quehacer les parece divino,
y aquí acaba el relato, que se hace muy cansino.
Heroínas
Las mujeres también deben ser recordadas
y en especial aquellas que, apenas mencionadas,
tuvieron actuaciones bien o mal aceptadas
según las realizaran o de pie o acostadas.
De algunas ya se ha expuesto por qué fueron famosas,
o bien por ser decentes, o por malas esposas;
pasemos, pues, a otras, que, aunque menos gloriosas,
dejaron unas huellas que no son cualquier cosa.
La primera es Judit, dama espectacular
cuya obsesión mayor fue la de liberar
a su oprimido pueblo, que debió soportar
una invasión salvaje de un tipo peculiar.
Tal tipo es Holofernes, de carácter violento,
que entró por Israel causando un gran tormento
destruyéndolo todo sin ningún miramiento
y el mal que iba causando le importaba un pimiento.
Pensó que lo mejor para su operación
era dejar la gente sin alimentación,
que se le rendiría sin más contemplación
pues no hay nadie que sufra tamaña situación.
Y aparece Judit, mujer acomodada,
que aunque viuda , la pobre, no le faltaba nada,
que decide salvar de la forma adecuada
propia de una belleza cuando es también osada.
Había ya enviudado de un gran terrateniente
que le dejó una herencia bastante suficiente
para vivir feliz y ayudar a la gente,
por lo cual es querida en todos los ambientes
Y por si fuera poco, además es muy bella,
su mirada ilumina, brilla como una estrella
no hay ninguna en su entorno tan guapa como ella,
en fin, por donde pasa va dejando una huella.
Dado que su hermosura deja al mundo pasmado,
piensa que debe ser el método apropiado
para hacer que ese tipo, un bruto no avispado,
al verla se le quede del todo deslumbrado.
Así que se dirige sin perder un momento
con aire libertino hacia su campamento,
cuya tropa se asombra al ver tal monumento
y más ese Holofernes, que salta de contento.
Pues tiene ante sus ojos una hembra asombrosa,
nunca en toda su vida vio mujer tan hermosa,
y comienza a sentir en su cuerpo una cosa
que se agita y agita como una mariposa.
Por su parte, Judit, sin más contemplación
empieza a despojarse en plan de exhibición
de la ropa que lleva, con cuya operación
constata que Holofernes sufre un gran calentón.
Y cuando ya lo ve, desnudo y predispuesto,
con las piernas abiertas y su instrumento enhiesto,
saca una gran navaja que ocultaba en un cesto
y le arrea unos tajos que lo dejan traspuesto.
Una vez ya cadáver lo agarra por el pelo
le alza la cabeza y con furioso celo
la corta por el cuello y la levanta al cielo,
orgullosa del corte que ha hecho con desvelo.
Hecha esta insigne gesta, de la que está orgullosa,
abandona la tienda de forma sigilosa
ocultando esa testa que en su bolsa reposa
y vuelve con su gente, expectante y ansiosa.
Sus paisanos contemplan con estupefacción
la testa que les muestra sin más, de sopetón,
los cuales supusieron que dicha operación
se produjo después de la fornicación.
Les da, pues, los detalles de cómo fue la cosa:
“No llegué a cometer acción pecaminosa,
eso sí , me vestí con ropa lujuriosa
y me puse a bailar de forma sinuosa.
Así que se tumbó con los brazos abiertos
las piernas separadas, su miembro muy despierto
y cerrados los ojos, o uno si es que es tuerto,
actué con cuidado por si estaba despierto.
Actué convencida de la ayuda divina
y con la decisión que Yahvé dictamina,
y siguiendo una práctica propia de la cocina
lo degollé según lo hago con las gallinas”.
Cuando nota la ausencia del rey su mayordomo,
se dirige a su tienda cual fiel metomentodo
con gran agitación, de frenético modo,
cual si hubiera bebido y estuviera beodo.
Su espanto fue mayúsculo al ver una cabeza
tirada por el suelo con rictus de tristeza,
por lo que imaginó que esa lista belleza
aprovechó el momento para hacer tal proeza.
Pues es muy conocido, por ser cosa frecuente,
que los hombres la pierden si se encuentran de frente
con una hembra que mira de forma complaciente
mostrando sus encantos y con mirada ardiente.
Así que, temeroso de que dicho final
era sin duda alguna una clara señal
de que Yahvé quería causarles un gran mal,
su pueblo sale huyendo sin más, como si tal.
Por esta gran proeza Judit es recibida
como una heroína, y el resto de su vida
la pasó sin problemas, aunque muy requerida
por otros que la acosan sin pensar en el SIDA.
Pero los rechazó porque era muy honesta
y además, a sus años, ya no estaba “pa” fiestas,
pues llegó a los cien años, y a esa edad tan molesta
es mejor no meterse en otra zapatiesta.
Y vivió muy tranquila hasta su último día,
pidió que la enterraran con el que aún quería,
su dichoso marido, que cuando aún vivía,
quizás hasta aceptara aquella fechoría.
La siguiente heroína tiene por nombre Ester,
y, como la anterior, asombrosa mujer
que arrumbó con un tipo que, como es de prever,
llamaba la atención tal como se va a ver.
La llama sobretodo porque es rey soberano
de un extendido imperio, de lo cual está ufano,
imperio que gobierna según le viene a mano,
fríamente en invierno, más amable en verano.
Ese curioso tipo, cuyo nombre es Asuero,
al ser tan poderoso tiene mucho dinero,
que se lo gasta en juergas, un continuo fiestero,
amante de corridas, pero no de torero.
Aun estando casado, tiene un grandioso harén
repleto de bellezas, unas noventa o cien,
así que cada día se lo pasa fetén,
cazando y fornicando, viviendo a todo tren.
Organizó un festín de gran ostentación
que duró un año y medio y sin interrupción,
a base de banquetes, con mucha diversión
como suele ser norma en todo botellón.
Pero era una fiesta solo para varones,
pues no se quiere oír reproches ni sermones
de sus severas cónyuges, que de estas situaciones
suelen aprovecharse para armar mil follones.
Y en medio de esta fiesta, al imbécil de Asuero
se le ocurre una idea propia de verbenero:
que acuda su mujer con aire aventurero
y para que lo envidien, debe venir en cueros.
Al oír dicha orden, su estupefacta esposa
a la mierda lo manda como exige la cosa,
dejando al bobo de él en situación penosa,
pues lo ha menospreciado de forma escandalosa.
No sabiendo qué hacer, llama a sus consejeros
a que juzguen el caso, casados y solteros,
y que lo hagan en serio, no como chapuceros,
para que quede claro que él es un rey severo.
Pues si no da importancia a lo que ha sucedido,
podría sucederles a todos los maridos
cuyas esposas crean que les es permitido
mandarlos a hacer gárgaras, ¿qué coño se han creído?
Así que un gran castigo debe ser ejemplar
para que las esposas se sepan comportar
de la debida forma, es decir aceptar
lo que se les exija y eso sin rechistar.
Aceptado el acuerdo, se llama a la insolente
a la que comunican de forma conveniente
que queda repudiada y que no se presente
nunca más en la corte por más que viva enfrente.
Por lo cual es preciso encontrar otra esposa,
tarea que en principio no sería costosa,
debido a que su harén en mujeres rebosa,
pero ya las conoce y prefiere otra cosa.
Así que va y le ordena a su eunuco mayor
que organice un concurso de mocitas en flor:
la que gane le hará aliviar el dolor
y si está como un tren, todavía mejor.
El concurso consiste en que la candidata
agrade al soberano y más si lo arrebata,
por lo cual deberá, si no es una insensata,
actuar con descaro en esa cabalgata.
Pues deberá pasar al menos una noche
con ese semental follando a troche y moche,
ya que tal personaje, cuando se desabroche,
será una catarata, pues le encanta el derroche.
Así que las que duren tan solo una sesión
deben considerar que no habrá otra ocasión,
lo que las llevaría a obrar con más pasión
o a evitarles también una repetición.
En este áspero reino convive el pueblo hebreo,
en el cual sobresale un cierto Mardoqueo,
personaje de vida de continuo ajetreo,
y padre de una moza objeto de deseo.
Esta preciosa chica es Ester, un bombón
que allá por donde pasa provoca calentón,
y más entre los mozos que están de botellón
que al mirarla son presa de inmensa agitación.
Llegado, pues, su turno, se adorna y acicala
no como se esperaba en la curiosa gala,
sino con sencillez, cual virginal zagala,
imagen que produjo aplausos en la sala.
El mismo rey se queda del todo obnubilado,
nunca antes había visto cuerpo tan bien formado:
fue, pues, la que ganó y quedó tan tocado,
que la hizo su esposa allí mismo, al contado.
Así que el pueblo hebreo comienza a disfrutar
de una estancia florida como era de esperar,
gracias a una belleza tan espectacular
¿a la que el gran Yahvé dicta cómo actuar?
El caso es que las cosas se fueron complicando
por un tipo al que Asuero le concedió un gran mando.
Es Amán, un creído, de esos de ordeno y mando
que odia a los judíos que se le van cruzando.
Un día se cruzó con el buen Mardoqueo
y creyó ser mirado con cierto cachondeo,
así que le asaltó un enorme cabreo
y decidió vengarse de todo el pueblo hebreo.
Así que urde una treta para acabar con él
y de paso acabar también con Israel,
comentándole al rey que esa gente no es fiel
pues no le paga impuestos y roban a granel.
Así que el expulsarlos sería lo conveniente,
no habría forasteros, que son muy rara gente
que sólo están pensando, y eso constantemente,
en las grandes ventajas en las que hincar el diente.
Se ganaría mucho si esto se ejecutara
pues ese raro pueblo es gente muy avara
y en hacerse con pasta es algo en que no para,
y la vida sin ellos sería menos cara.
Sabedor de la cosa, el sutil Mardoqueo
se lo cuenta a su hija, que se coge un cabreo
y le dice a su padre: “¿No estás de cachondeo?
Pero si nos echaran ¿después en qué me empleo?”
Mardoqueo le dice que se lo cuente a Asuero,
que al haberla elegido, y siendo tan putero,
la atenderá sin más, para él es lo primero,
y así los sacará de aquel atolladero.
Y se ponen a urdir cuál puede ser el plan
para que nada logre ese cabrón de Amán
y los que le obedecen, un peligroso clan,
de modo que se enteren por qué camino van.
La treta que conciben como más convincente
es que Ester cuente a Asuero con un tono inocente
que Amán se le acercó inesperadamente
y la miró de un modo que creyó ser ardiente.
Nada más escucharla, al muy celoso Asuero
le entró sin más ni más un inmenso cabreo,
y condenó a aquel bobo, al que echó un buen chorreo,
a morir en la horca por su vil coqueteo.
Así libró la moza a su querida gente
de vivir como esclava, ignominiosamente,
sin que fuera preciso un Yahvé omnipotente,
pues en este suceso nunca estuvo presente.
Bastó con que una joven que está requetebuena
le gustara a un salido de vida muy obscena,
el cual, aunque tenía mujeres a docenas
enamorarse de ella bien valía la pena.
Repasando la lista es la vez de Susana,
una chica muy guapa, pero de vida sana
que nunca aprovechó los fines de semana,
en fin, una muchacha honesta, no fulana.
Tiene por sobrenombre el adjetivo “casta”,
que no se lo ganó en ninguna subasta,
ni lo adquirió tampoco gastándose una pasta
pues al que la miraba le decía “¡Ya basta!”.
Pero al estar tan buena se encontró en un buen lío,
pues en todo lugar siempre existe algún tío
que complica la vida buscando un amorío
y más si a eso ha llegado un poquitín tardío.
Y Susana se halló en dicha situación
al verse acorralada en una operación
de un par de tipos viejos, que en su imaginación
creyeron que podría darles satisfacción.
Como estaba casada con un hombre importante
reciben en su casa a gente rimbombante,
todos con un ropaje y una pose arrogante,
y siendo de ese círculo no falta el intrigante.
Un día allí reunidos para ciertas cuestiones
acuden entre otros dos tipos sesentones
con cargos importantes y sin duda mamones,
como se suele ver en todas las reuniones.
En un momento dado se salen del salón
para fisgar la hacienda sin omitir rincón,
y quedan boquiabiertos y, llenos de pasión,
viendo a Susana exclaman, ¡jo, tío, qué bombón!”
La cual se está bañando en su jardín privado,
por lo que es muy normal que se haya desnudado
y luzca sin tapujos un cuerpo idolatrado,
cuerpo del que esos viejos nunca habían gozado.
Y se quedan perplejos ante tanta hermosura
que contemplan gozosos viendo dicha figura
y haciendo comentarios de alta temperatura
ocultos tras los árboles que les dan cobertura.
Así que de inmediato sienten excitación
notando cierto aumento debajo del calzón,
que les hace pensar en la satisfacción
de poder disfrutarla dada la situación.
Así que van a ella del todo decididos
a cumplir sus deseos ferozmente encendidos
creyendo que serían de inmediato cumplidos
sin obstáculo alguno, incluso bien servidos.
Pero es que no conocen a esa muy fiel esposa,
que jamás ha tenido conducta sospechosa,
que no mira capullos como una mariposa
y que los manda al cuerno de forma desdeñosa.
Ante tal reacción deciden una treta
para satisfacer eso que les aprieta:
denunciar que la hallaron en actitud coqueta
con alguien que tenía abierta la bragueta.
Pero siendo tan fiel, no cede ante el chantaje,
no consiguen que acepte dicho libertinaje,
así que los rechaza y, llena de coraje,
manda irse a la mierda a estos dos personajes.
Los cuales, no pudiendo soportar esa afrenta,
deciden denunciarla de forma fraudulenta
y así podrán vengarse y aplacar la tormenta
de no haber conseguido sus ansias polvorientas.
Así que es acusada por dichos proxenetas
tipejos indecentes, gente de mucha jeta,
con sus manos posadas ambas en la bragueta
de un indigno adulterio y no en forma secreta.
La pena que le imponen al ser de eso culpada,
es una muerte pública a base de pedradas
para que tome nota toda descerebrada
de que ese es su final si hacen esas putadas.
Pero para su suerte aparece Daniel,
que en cuanto a honestidad no hay nadie como él,
desempeña en la corte importante papel
y sabe que esos tipos frecuentan el burdel.
Así es que les va a hacer un interrogatorio
para que todo quede claro ante el auditorio
por si acaso contaran algo contradictorio
y el relato resulte, pues sí, difamatorio.
Decide interrogarles pero por separado
no fuera que el relato lo hubieran preparado
para así ser creídos e incluso ovacionados
y ganarse una fama de varones honrados.
Y empiezan coincidiendo en su declaración:
que hubo mucho morreo y continuo apretón,
posturas muy variadas, alguna interrupción
y tras breve respiro reinician la sesión.
“No pudiendo aguantar tamaño desvarío,
decidimos obrar con decidido brío,
lo que le hizo largarse a ese infamante tío,
quizás porque ya estaba de la cosa vacío”.
Contada dicha escena en turno alternativo,
Daniel les preguntó de modo inquisitivo
que dieran más detalles y fueran descriptivos
del lugar en que estaban para ver todo en vivo.
Dijeron que la vieron el uno tras un pino
y el otro tras un roble, enorme desatino:
declarados mendaces y además libertinos
fue lo que provocó su desgraciado sino.
Así que los dos fueron a muerte condenados,
no en una silla eléctrica, más bien apedreados,
método que la gente acoge con agrado
pues es un espectáculo y en la silla es privado.
Así que a Susanita no la salvó Yahvé,
quizás porque tenía otra cosa que hacer,
o porque en este caso se podría prever
que el tal Daniel lo haría o vaya usté a saber.
FIN
© imagen de portada. Pantocrátor, Sant Climent de Taüll
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