No había día mejor para terminar de leer este libro que el 28 de junio. Tuve el gusto de compartir con Elena Flores un café con hielo en la plaza donde suelo hablar de poesía eventualmente con un gran amigo. Allí, la autora me dio unas pinceladas sobre su obra, y me advirtió, siendo certera, que es un libro que exige segundas y terceras lecturas. Por placer, o por comprender mejor cada palabra.

Cábala: Amor (2016), de Elena Flores (Editorial La Calle)

Antes de comenzar, tengo que hacer especial mención a la editorial. La Calle es la primera editorial LGTB de Andalucía. Si bien es cierto que en el resto del país hay otras casas editoriales especializadas en este colectivo, no cabe duda de que es una buena noticia que surjan otras que den visibilidad a autoras y autores LGTB.

Lo profano y lo divino de la libre sexualidad se esconde en la voz de Elena Flores: esto es lo que encontramos en este libro. Una pura declaración de amor y erotismo, «un contraste sexual de cuerpos que por un segundo se intercambian y yuxtaponen en una retórica (anulada) del poder», como apunta Álvaro López Fernández en un prólogo que bien podría ser una reseña, o, como él mismo apunta, un manual de instrucciones para el libro que prologa. Y es que los poemas de Elena requieren más que un esfuerzo de introspección. Esto no quiere decir que de una primera lectura, los poemas no transmitan; todo lo contrario: es una lírica muy accesible a la par que intensa, rompedora con la corriente de la experiencia predominante en la actualidad.

El homoerotismo es la clave en este poemario en el que critica a las etiquetas de generalización se hace eco a través de un ascenso a ese monte Sacrolujurio, en el que Lilith –como figura principal de reivindicación- da la bienvenida.

Se indica en uno de los párrafos de la contraportada de Cábala: Amor.

El relato es en sí mismo una puesta en cuestión, un discurso poético que, de no ser por el contexto, podríamos considerar inocuo para lo establecido: podríamos pensar, incluso, que es un libro de poemas de amor más. Respecto a este punto, señalaré una última cosa, y es la excelente habilidad que tiene Elena Flores para escribir mediante un juego de máscaras y bailar con la retórica de la voz poética.

La estructura es perfecta, utiliza el verso libre entendiendo lo que significa. No son simples saltos de línea, cada verso tiene una función, nada sobra en un poema. Como apuntaba al comienzo, rompe con la poesía de la experiencia, pero mantiene la calidad en el verso libre. Nada es artificial ni suena forzado, y es algo muy positivo que la sinceridad de la poeta se perciba incluso en la estructura.

Fragmento de «Goliat»

Como un pavo real te luces,
sabiendo que te miran los ojos
de todos los que te rodean.
Conoces tus cualidades:
lo estético en ti es sobrenatural.

Gustas un torso envidiable,
en tus piernas la marca de Da Vinci
se hace eco de Pitágoras.
Todo tu cuerpo es, al fin y al cabo,
un arte matemáticamente perfecto.

Podemos decir que un texto es un buen poema cuando hay armonía entre estos tres elementos: relato, estructura, y, por último y muy olvidado en la actualidad (por desgracia), el ritmo. No es solo en este fragmento del libro de Elena donde vemos esta armonía lírica; es en todo el conjunto de su obra. El ritmo va de la mano de la estructura, y la unión resulta impecable.

Nos deja con hambre de más, pero repito: nada sobra. Es un libro muy ameno, con un intenso e íntimo relato que guarda distintas capas de profundidad, pero es, sin duda, un libro con el que cualquiera que haya vivido las neuras del amor se puede sentir en la piel de la autora. Un título apropiado, un prólogo enriquecedor, y dos capítulos completamente líricos y universales.