El amor no hace girar el mundo, el amor es lo que le da sentido al giro.
No conozco un solo poeta al que no se le haya preguntado “¿Porqué escribe?”. En mi humilde opinión y por experiencia, gran parte de los escritores y poetas ―y es también mi caso― escribieron su primer verso o línea por amor, más bien por la ausencia o el exceso de él. Y en este primer libro de Angi Expósito, «Que el quererte no sea en vano» (Círculo Rojo), el amor y la ausencia están tan cerca como lejos, están fundidos en un horizonte que parece al alcance de la mano o de los labios, sin saber dónde empieza uno y termina el otro y que, como todo horizonte, cada vez que nos acercamos a él se aleja, retrocede varios pasos:
Tu sola presencia me deja sin aliento,
tu simple recuerdo me deja sin voz.
Apareces como un elemento espontáneo,
sutil e indeciso. Cuatro sonrisas –unas más tímidas que otras,
unas más alegres quizás- te siguen en una fila horizontal
poco equilibrada.
El primer libro de un autor siempre es imperfecto, y así debe ser, pero al tratar de un amor de juventud todo es perdonado, y si además es un libro de desamor, no correspondido, entonces resulta más atractivo, porque el desamor enamora, el desamor es algo que todos, en algún punto de nuestra existencia, hemos conocido o está por conocer en todo su desgarro y dolor, febril y breve como una gripe, y que aunque resulta efímero, es, por naturaleza, inolvidable:
Tengo una pequeña historia metida en el bolsillo
y el autobús guardado en la cartera.
Leer este libro ha sido para mí fue recuperar un lugar, un pequeño rincón romántico, sentir de nuevo ese hueco que todos dejamos a nuestros sueños por cumplir: ése sentimiento de juventud, ése primer relámpago de inspiración que nunca debemos perder los escritores, porque por muchos libros que se publiquen, cada libro hay que tomárselo como si fuera el primero, con la misma inquietud e ilusión:
Cuando hayamos bajado al infierno, recuérdame
que te recuerde todo lo que hemos escuchado.
Estás justo enfrente de los libros
que más me emocionaron,
aquellos que me llegan profundamente al alma
del mismo modo con que lo hiciste tú.
Que el quererte no sea en vano es, en su forma, un libro en apariencia sencillo que recupera en el tiempo ―y le rinde respetuoso homenaje―, las rimas de Gustavo Adolfo Bécquer. Los textos, sin título, son estructurados mediante números, y puede leerse así el poemario siguiendo una línea cronológica y argumental de la historia. Pero dicha disposición de los fragmentos de prosa poética no impide leer al azar cualquier escrito y descubrir que tienen una historia individual, de la misma manera que los días que suceden nos aportarán algo distinto cada mañana. Son pequeños poemas que cuentan una emoción aislada, porque el libro rezuma soledad:
Cerré la puerta con llave y ésta la tiré al Río del Olvido:
no quería volver a abrirla nunca más.
Nada ni nadie se atrevió a acercarse a mi fortaleza
hasta que un buen día me llamaron.
Si bien los poemas siguen una línea expresiva clara y sencilla, un tono y vocabulario coloquial accesible a todo tipo de lectores, de repente, un giro inesperado en la frase, una palabra que no esperas aparece en el momento adecuado y le da un nuevo matiz al sentimiento expuesto y lo enriquece:
Quiero estar contigo eternamente porque, por nada,
ya formas parte de mí.
Amor, soy un huracán y un huracán lleva mi nombre.
Angi Expósito ha empezado con este libro de prosa poética, un camino, el difícil camino de la poesía, siempre desvalorada, la hermana pobre de la literatura. Pero tiene un arma poderosa a su favor: su juventud, intacta de locuras e iniciativas, de lucha y de esperanzas. Espero que siga escribiendo y pronto nos deleite con un nuevo poemario, que la escritura en su vida sea correspondida siempre, y que seas paciente cuando las palabras no lo sean. Porque la escritura es también una relación de amor, y a veces mira para otro lado, otras veces parece no abandonarnos nunca. Siempre aconsejo a los nuevos poetas que no abandonen, que pese a todo lo que pase a su alrededor, jamás dejen que nadie se interponga entre ellos y las palabras, y también sus silencios. Porque la escritura, como el amor, nunca es en vano.
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