El pasado domingo veinticinco de noviembre, a las seis y media de la tarde, estaba programada la presentación de «Versos de mimbre» (Ediciones Camelot, 2018), el primer poemario de Verónica Teja. Fue en La libre, una librería asociativa y autogestionada, situada en la ciudad de Santander. 

Media hora antes del comienzo, aparecieron los primeros asistentes, familiares y amigos incondicionales. A partir de ese momento, los nervios de la poeta dieron paso a una enorme sonrisa que no se separaría de su boca en toda la tarde. Abrazos, intercambio de saludos y miradas cómplices, completaron el reloj hasta las siete menos veinte. Aforo, prácticamente completo, después de las últimas llegadas intermitentes. 

Presentación del poemario «Versos de mimbre», en Santander (España).

Abrió el acto Josué, un representante de La libre que, durante unos minutos, explicó los fundamentos del proyecto que sostiene el centro social. Tras esto, Soraya Benítez, una servidora, intervino como presentadora del evento, agradeciendo a los presentes su compañía; al equipo de La libre, el espacio donde reunirnos; y a Ediciones Camelot, la oportunidad concedida a un poemario cargado de emociones. Un breve preámbulo donde no faltó admiración hacia los versos de Verónica, a su estilo, a sus formas. Después y, por fin, habló la poeta. 

Ya lo dijo ella: hoy vengo a poner voz a ese paño de palabras que forman mis versos de mimbre. Y vaya si lo hizo. Pasó de ser la mujer silenciosa y rezagada, la desapercibida, a comerse el momento. Empezó y acabó con Gloria Fuertes, abrió las ventanas de su pecho y aireó pasado, presente y los días venideros. Citó a Facundo Cabral, a Virginia Woolf. Habló de la infancia, de los sueños, de los miedos, de las batallas perdidas, del dolor… Tuvo tiempo para todo, hasta para bordar con maestría los últimos minutos, dejando en el ambiente una sensación de alivio, mezclada con calma y esperanza. Magia. Eso queda en los oídos cuando Verónica recita. 

«Versos de mimbre», al igual que el material que le da nombre, es flexible, frágil y, al mismo tiempo, robusta. Versos de mimbre repasa la existencia para servirnos de espejo, mostrándonos nuestra propia sonrisa, nuestra tristeza, sueños, miedos… todas las emociones de lo cotidiano. Una compilación capaz de almacenar lo más delicado: un amor profundo a la infancia, a la naturaleza, a las personas, a las cosas, a todo. Capaz de sostener con la fibra de sus versos la dureza del día a día, el sabor desangelado del olvido, el grito indignado y la valentía descalza, a pecho descubierto. 

Versos de mimbre, de Verónica Teja (Ed. Camelot, 2018).

Podía haber sido uno de esos poemarios de naturaleza orgánica que se presenta como mar en calma y orden, viento ausente. Sin embargo, Verónica Teja (Cantabria, 1981), hace de Versos de mimbre un oleaje bravío. Despistada o tan solo queriendo que lo pensemos: —Espera… ¿Llegó el otoño?—, da la impresión de ser la sombra de una barca a la deriva, que vivió lo suficiente y ya está harta: Por favor, no me despiertes; parece hundida, derrotada. Incluso, se palpa la asfixia en sus letras: Me falta el aire./Mis pulmones/adoptan la forma de las flores/que buscan el cielo dorado/dulce y tenaz/en las ventanas abiertas. Y cuando creemos que no quedan latidos en su haber, que acabó ya el tormento, nos damos cuenta de que no ha hecho más que comenzar la rueda de arañazos y esperanza: Deja que vuele de esta forma/tan pasional y suicida,/mi voz hasta tus brazos./Aún hay viento…/Aún no es tarde. Se alarga el último suspiro hasta SuicidioLa inercia del dolor y ¿De qué me sirve entonces? Sabe que la suerte estará en quitarse la venda de los ojos y vivir sin girar la mirada hacia el pasado. A ratos, como Almas soñadoras o haciendo del camino una ilusión en Para ser viento contigo. Una noria de corrientes. Quedémonos con la belleza del resurgir necesario, el poema que cierra la obra y una etapa: Flores en el camino. Para entonces, ya estaremos enganchados a las mareas de esta gran poeta.

Os dejo con la miel de los versos en los labios, hasta que su libro decore vuestra estantería particular:

Sólo el amor te salvará de la lluvia 

Tanto es el esfuerzo por buscar en el mundo 

el patrón exacto que nos define
sumergidos por completo
en una tormenta de emociones, 

que es difícil asimilar el duro golpe del fracaso 

si hallas el dolor como respuesta. 

Los ratos donde hilvanas el valor con la locura,
los desgarros de soledad que obtienes
ante el triunfo de tus manos
al rozar unas emociones que jamás serán compartidas, 

son parte del diluvio que te cala hasta los huesos. 

Eres arrasado por el sueño
de una mariposa errante que proclama la utopía, 

cuando muestras sin miedo tus heridas inundadas. 

Y es en las entrañas,
allí donde velamos el alma con el último suspiro 

cuando te das cuenta,
de que solo será el amor lo que te salve de la lluvia. 

Ventanas abiertas

Siendo una niña,
me gustaba, recién levantada, 

abrir la ventana a la vida
y bailar con los visillos,
ser cometa. 

Recuerdo las nubes,
—¡qué dulce besan!— . 

Recuerdo silbar al almendro 

que nunca dio fruto,
solo flores. 

Imaginaba en pleno vuelo 

dónde duermen los veleros, 

pintaba la ribera del río, 

contaba las amapolas… 

soñaba que era otoño 

para siempre. 

Vivía como si supiera, 

sonreía, por supuesto;
una margarita es pura alegría, 

con plumas blancas
y olor a primavera…
—¿No es cierto?—. 

Siendo inocencia, 

descubrí mi hogar
en las ventanas abiertas. 

No quiero convertirme
en ruinas por tantos recuerdos… 

¿Será mi deseo 

pedir un milagro 

al paso del tiempo?