Un poema de Rosalía de Castro, perteneciente a En las orillas del Sar (1909), dice así:
Sed de amores tenía, y dejaste
que la apagase en tu boca,
¡piadosa samaritana!
Y te encontraste sin honra,
ignorando que hay labios que secan
y que manchan cuanto tocan.
¡Lo ignorabas…, y ahora lo sabes!
Pero yo sé también, pecadora
compasiva, porque a veces
hay compasiones traidoras,
que si el sediento volviese
a implorar misericordia,
su sed de nuevo apagaras,
samaritana piadosa.
No volverá, te lo juro;
desde que una fuente enlodan
con su pico esas aves de paso,
se van a beber a otra.
No deja uno de admirarse con la artesanía con que está construido, que no procede explicar en detalle aquí. Únicamente hay que decir que, después de pensar en ello, llegamos a la conclusión de que el tema se podía definir como «deseo y desprecio de un amor traicionero». La poeta (o la voz lírica) se deja besar por alguien que quería únicamente saciar su sed «de amores» (atención al plural: no amor, sino amores, que en lírica popular solía rimar con flores, como algo bello a disfrutar), siendo la consecuencia directa de eso, en este poema, que la poeta se encuentre «sin honra», clasificando esos besos como ímprobos o algo peor. Sin embargo, se llama a sí misma «pecadora», una pecadora que ayuda, a pesar de que la compasión que la mueve sea «traidora», porque sabe que se dejaría besar de nuevo. Finalmente, lo echa de menos con ese «No volverá…», pero se recompone a sí misma repudiándolo:
desde que una fuente enlodan
con su pico esas aves de paso,
se van a beber a otra.
Cito de nuevo estos tres versos finales porque son de suma importancia. El poema habla de «sed de amores» que hay que saciar. En este caso, el hombre es un Don Juan, tentador, irresistible, que la besa para apagar su sed con el consentimiento de ella, siendo la poeta (o voz lírica) «donjuanada» y «donjuanable» porque se deja y lo disfruta, porque admite que volvería a hacerlo. ¿No es esta contradicción una verdad eterna, un conflicto que muchos de nosotros tenemos y no hemos logrado resolver nunca? En esos tres versos hay escondida una parte importante de la filosofía del amor y del erotismo, o incluso de la psicología de las relaciones afectivas humanas. Esto es el sustrato que tiene que tener un poema para ser universal, que se sustenta además en elementos líricos de larga tradición en la literatura.
En primer lugar, está la fuente. Desde la más remota antigüedad, la fuente se ha utilizado como elemento simbólico. Como símbolo que es, representa un concepto, una abstracción. En todos los casos que hereden la lírica medieval de tipo popular, va a significar ‘satisfacción amorosa’. Por eso, la fuente (manantial de agua fresca y pura, lo que mejor sacia la sed) va a estar relacionada con lo que conduce a ella y las maneras en que regocija: la sed y beber, o lavarse o bañarse. Rosalía de Castro, al igual que las muchachas protagonistas de la lírica popular de todos los tiempos, se identifica con ella, surtidora de agua pura, a modo de participación mística de Jung, porque el que tiene sed es él y va a saciarse con ella. Pero a ella le gusta, porque repetiría, a pesar de las malas consecuencias para su reputación: «Caballero, queráisme dejar, / que me dirán mal», decía una muchacha en la misma situación, en un poema popular (Frenk, 2008:81).
El poema, que parece ser una expresión de repulsa a los donjuanes que utilizan mujeres para saciarse, tiene un trasfondo de apología del amor libre, de disfrutar los amores (en plural) sin importar demasiado las consecuencias. Ella es la fuente, pero no es un objeto pasivo, sino que se regala a sí misma en su satisfacción. Que vengan a saciarse la sacia al mismo tiempo a ella, porque ella es fuente, de modo que no necesita buscar la fuente. Hay que remarcar esto, porque desde la más temprana Edad Media, en las cantigas de amigo, ya se fusionaba la muchacha con la fuente mediante relaciones semánticas del lenguaje e imágenes representadas (Frenk, 2008:43):
[Levou-s’ a louçana],
levou-s’ a velida,
vai lavar cabelos
na fontana fria,
Leda dos amores,
dos amores leda.
El mayor atractivo y distintivo de esplendorosa juventud de las muchachas, que es el cabello, se lo va a lavar a la fuente. Se combina así el elemento ‘atractivo’ de la fuente fría (que sacia) y la muchacha de hermosos cabellos (que sacia y se sacia).
El siguiente punto a tratar es el verbo «enlodan». Aquí hay otro abismo de tradición literaria y de teoría amorosa. Se entiende que hay maneras de gozar de la satisfacción amorosa que proporciona la fuente dejándola anulada de su función tras el uso. En algunos poemas simplemente la fuente sacia, normalmente a ciervos que van a beber, sin mencionar que haya deturpación del agua sin importar cuantos ciervos beban. Sin embargo, a veces los hay que enturbian el agua, dejándola no apta para beber o bañarse. Siempre se suele añadir atractivo al agua con adjetivos como fría, clara, etc. Pero tras el paso por la fuente de ciertos sujetos, se usan verbos como enturbiar, enlodar o volver (revolver, remover). En este poema hay una inversión de los sexos y son ciervas, no ciervos, las que quieren satisfacerse, en este caso lavando la camisa (que era una prenda íntima), metonimia del hombre amado (Frenk, 2008:82):
Cervatica, que no me la vuelvas,
que yo me la volveré.
Cervatica tan garrida,
no enturbies el agua fría,
que he de lavar la camisa
de aquel a quien di mi fe.
El paso del agua fría (y limpia) a turbia es un proceso más o menos rápido que ocurre con la visita y uso de la fuente por parte de alguien, como se ha dicho. Por tanto, si la facultad de ‘satisfacción amorosa’ de la fuente se pierde, es que el disfrute amoroso o el amor propiamente dicho se consumen. En el poema anterior, dice la protagonista: «que no me la vuelvas, / que yo me la volveré», es decir, «no estropees mi relación amorosa, que ya la estropearé yo». Ella sabe que su relación se va a consumir, que el chico y ella se van a dejar de amar. Pero quiere que eso ocurra por ella misma, no por la intromisión de otra que pueda desviar la atención del chico.
Este hecho de que la satisfacción amorosa (el agua de la fuente) se pueda enturbiar expresa que hay relaciones amorosas que tienen caducidad y hay que disfrutarlas mientras duren. Incluso antes de que aparezca una tercera persona que anticipe el fin.
Es así, por tanto, muy poderoso el símbolo de la fuente en materia de amores (también en otros temas). Uno puede estar en una relación donde el agua ya está turbia, incluso si ha aparecido otra cervatica, o si de por sí, de tanto lavar, beber o bañarse, el agua se ha vuelto inapetecible. En estos momentos, uno (o una) puede sentir sed y pensar, con extremo deseo, en una fuente de agua fresca y clara que pudiera aliviarnos del inclemente sol del verano…
Por eso no echemos toda la culpa a ese Don Juan. ¿La deshonró, se aprovechó de ella? No hay rechazo por su parte. Ella, la voz lírica de Rosalía de Castro, dejó que apagase su sed en su boca. Luego hablaría él (se lo contaría a alguien), porque enlodó la fuente con su pico…, siendo ésa la manera de deshonrarla, aparte de su evasión del compromiso: «No volverá…», por lo tanto se ha ido sin poder ser localizado. Y la supuesta promiscuidad: «se van a beber a otra».
Por fin, llegamos al tercer punto que merece la pena atención, las aves de paso. Las aves son en la lírica popular símbolo de las ‘ilusiones’. Nos referimos a las aves normalmente pequeñas, que cantan, que están en las ramas de los árboles, no a grandes aves rapaces. Estas avecillas son las que inexorablemente apuntan a una ilusión o esperanza, de ahí la «avecilla» del famoso Romance del prisionero:
[…]
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba el albor.
Las aves, que representan ilusiones, deseos o esperanzas (amorosas, por supuesto), van a nutrirse de la satisfacción amorosa (la fuente), porque la ilusión se hace más grande con la esperanza de satisfacción. Así ocurre en este otro famoso romance, Fontefrida:
Fontefrida, Fontefrida
Fontefrida y con amor,
do todas las avecicas
van tomar consolación,
si no es la tortolica,
que está viuda y con dolor.
Por ahí fuera a pasar
el traidor del ruiseñor;
[…]
Normalmente, insistimos, cuando se habla de «aves» que adornan el paisaje o que se intentan cazar o atrapar, se trata puramente de ilusiones. En las cantigas de amigo, equivalen también a los peces, que son igualmente difíciles de coger con las manos. Pero, en el caso de Fontefrida, se especifican los tipos de pájaros: la tórtola y el ruiseñor, que tienen cada uno sus connotaciones. La paloma o la tórtola, como es natural, representa el amor fiel, mientras que el ruiseñor, que embauca con sus cantos (con su «piquito de oro»), se asocia con el amor de un Don Juan, sin compromiso y de goce.
Pero a la «fuente fría», Fontefrida, van a beber todas las aves a tomar consolación. Van todas, de todo tipo, porque todas tienen en común que tienen sed.
Rosalía habla de aves de paso. Esta denominación es maravillosa, porque, aunque las trate mal, por enlodar cada fuente en la que beben, tienen una connotación bella. A las aves de paso se las contempla con sosiego, con añoranza incluso, por volar ellas alto, donde no podemos llegar, o acuciándonos el deseo de ir con ellas, o al menos de saber adónde irán. Cruzan el cielo de lado a lado, en una bandada cuya forma organizada se mantiene más o menos fija en su peregrinación. No se puede asociar algo demasiado negativo a las aves de paso. Son igualmente inalcanzables que el resto de las aves de la lírica popular. Son también ilusiones.
Ella repetiría su «pecado de compasión», de dar de beber a un ave de paso, aun sabiendo que sufriría después el juicio o rechazo social, la deshonra. Pero no puede negar que repetiría. Disfrutó, vivió el instante, que es lo que al final importa.
Las aves de paso, las experiencias amorosas fugaces, que ilusionan durante un tiempo más o menos breve, son curativas. Este factor de la curación, de sanar el alma mediante el cuerpo, está en Fontefrida: «van tomar consolación«.
Y concuerda con este dato la fantástica canción de Joaquín Sabina Aves de paso, una auténtica joya y todo un clásico de la juventud de muchos. Pongo el enlace por si quieren escucharla ahora mismo:
Dice el inmejorable estribillo:
A las flores de un día,
que no duraban, que no dolían,
que te besaban, que se perdían.
Damas de noche
que en el asiento de atrás de un coche
no preguntaban si las querías.
Aves de paso
como pañuelos
cura fracasos.
Esta canción recoge lo dicho por la lírica popular, los romances y Rosalía de Castro. Es una verdad eterna. «Que te besaban, que se perdían», que se corresponde con el «No volverá, te lo juro» y «se van a beber a otra» de la poeta gallega. A ella sí le dolió, pero es un dolor menor comparado con el placer que le da. Joaquín Sabina ha aprendido a sobrellevarlo, o bien miente ligeramente con ese «que no dolían». Claro que duele siempre que una ilusión desaparezca, pero más vale que una ilusión aparezca y desaparezca a que no la haya habido nunca.
Y ahí está, la curación que conllevan estos amores que apagan la sed: «como pañuelos cura fracasos». Sanan las heridas, las frustraciones, levantan el ánimo. Pueden revivir a un muerto. Pueden hacer ver a una persona dolorida tras una separación que hay más mundo, que hay mucho más por conocer y por disfrutar.
Hay que tener siempre una fuente de agua fresca para saciar la sed. Y si está el agua turbia, buscar una nueva fuente o dejar que se aclaren las aguas. Pero no se puede vivir sin beber.
Bibliografía
Frenk, Margit (2008). Lírica española de tipo popular. Madrid: Cátedra.
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